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Gonzalo Plaza Pietersz, un auténtico caballero; por Milagros Socorro // #UnaFotoUnTexto

–Whynow? –responde Francine Plaza, a quien he ubicado en Facebook para pedirle una mínima declaración para este perfil de Gonzalo Plaza, quien fuera su esposo hace muchos años. Había sabido de ella por una nota del New York Times, que flota en el caudal de la web, fechada el 9 de enero de 1979, donde

Por Milagros Socorro | 26 de noviembre, 2017
Imagen del Archivo de Fotografía Urbana

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–Whynow? –responde Francine Plaza, a quien he ubicado en Facebook para pedirle una mínima declaración para este perfil de Gonzalo Plaza, quien fuera su esposo hace muchos años.

Había sabido de ella por una nota del New York Times, que flota en el caudal de la web, fechada el 9 de enero de 1979, donde queda reseñado que: “Francine Grace Gordon, hija de Sylvia Myerson Grace, de Nueva York, y el fallecido William Grace, se casó ayer en Caracas, Venezuela, con Gonzalo Plaza, director del Departamento de Inmigración y Naturalización de Venezuela. La ceremonia fue realizada en la casa del novio por la jueza Olga Fortoul del Primer Tribunal Parroquial de Caracas”.

Dado que la nota agrega que “la novia es alumna de la Universidad de Cornell y de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia”, pensé que ella, colega al fin, se mostraría empática y me daría un párrafo sobre su visión de Gonzalo Plaza, quien fuera su segundo marido.

En vez de eso, me respondió con tono cauteloso. “¿Para qué publicación está escribiendo? Dígame algo acerca del articulo que escribe. ¿Por qué ahora?”. Y, de hecho, empecé a preparar una respuesta para explicarle a Francine por qué ahora, a veinte años de la muerte de Gonzalo Plaza, sin que se cumpla algún aniversario o haya ocurrido algo que me sirva de coartada para evocarlo, quiero escribir sobre este caraqueño. En la carta que escribo mentalmente le expongo a Francine lo que ha ocurrido en Venezuela, donde un régimen autoritario ha adulterado la historia reciente para borrar todo rastro de nuestro pasado civil y democrático. Redacto un párrafo donde argumento que estas sencillas notas, publicadas en el portal Prodavinci, son una forma de resistencia al empeño del régimen de escribir una nueva historia en la que todo empieza con el golpista del 92.

Y entonces experimento un agotamiento que me impide no solo escribir –en inglés- la exposición que Francine me exige, sino que no puedo tampoco escribir la nota, un hábito al que me atengo semanalmente ya por varios años. Atribuyo el decaimiento a una gripe, pero pasan los días y no experimento otros síntomas. Solo el deseo de estar tumbada, medio leyendo una novela y, sobre todo, fugitiva del reclamo de Francine. Cómo explicarle a una periodista neoyorkina, sofisticada y mundana, que en la entrada a la ciudad donde vivo, según se viene por la autopista, hay un muro de mármol donde pone: “Bienvenido a Caracas, ‘cuna del Libertador’ Hugo Chávez’”. Como si hubiera sido el tosco militar quien hubiera acuñado una frase que viene usándose desde hace… no sé desde cuándo, pero sí muchísimo antes de que Chávez asomara su garra de felón. Por cierto”, ensayo decirle a Francine, el primero en usar esa manera de apelar a Caracas ha podido ser un antepasado de Gonzalo Plaza, el humanista Felipe Larrazábal (1816-1873), quien, en 1865, publicó en Nueva York su libro Vida del Libertador Simón Bolívar, la primera biografía de Bolívar. Pero no llego a decírselo. Una mezcla de vergüenza y pereza infinita me detienen. Ya esto no es normal, concluyo y voy al médico, a quien le digo que el día en que he debido presentar “ciertas explicaciones” caí rendida desde las 6 de la tarde hasta pasadas las seis del día siguiente. Sin interrupción.

–Es emocional –dictamina la doctora.

Una vez publicadas estas notas, los lectores me hacen correcciones. Muy bienvenidas, por lo demás. Que no se pare la indagación. Una tarde, tras la publicación de una segunda entrega sobre la imagen donde aparece el entonces presidente Carlos Andrés Pérez saludando con efusividad a FrancesGrant, me intercepta mi amiga la periodista Edén Valero.

–Debes detenerte –me alecciona- en la figura de Gonzalo Plaza, quien, por cierto, fue director de Correos, no de Ipostel, como escribiste, que entonces no existía. Gonzalo Plaza era un caballero exquisito.

Me comprometo a cumplir ese encargo. Empiezo la pesquisa y compruebo que el concepto es unánime: el hombre era un lord. “No podría explicartecon palabras mi afecto por Gonzalo Plaza”, dice Paulina Gamus, “el caballero más caballero que he conocido. Guardo como un tesoro un bello foulard deHerme´s, que me trajo de regalo cuando fue embajador ante la OPEP, en Viena. Y eso que solo fuimos amigos…”.

No se hable más. Con ustedes, Gonzalo Plaza Pieterz.

Nació en Caracas, el 10 de febrero de 1931. Sería el hijo mayor del músico Juan Bautista Plaza Alfonso (Caracas 1898-1965) y la también pianista Adela Josefina ‘Nolita’PieterszRincón (Valera 1911 – Caracas 1992).

Cuando los padres de Gonzalo se conocieron, Juan Bautista era profesor en la Escuela Superior de Música, y Nolita, quien descendía de andinos por rama paterna y de zulianos, por su bisabuela Janette Rincón Jugo, era una chiquilla de 17 años, recién llegada a la capital, donde proyectaba convertirse en profesional del piano, instrumento que ya había aprendido con su madre, Corina Rincón de Pieterz, conocida maestra de piano en Valera.

Juan Bautista Plaza fue uno de los más grandes, prolíficos y refinados compositores del siglo XX venezolano de cuyo movimiento musical fue puntal. Maestro en la cátedra musical lo mismo que en la prensa, su labor fundamental fue como compositor de cerca de 300 títulos. Nacido en familia caraqueña de abolengo, con miembros destacados en diversas áreas, su linaje entronca con el mismísimo Libertador Simón Bolívar, así como con el también prócer de la Independencia, Ambrosio de la Plaza (1790-1821), caído heroicamente en la Batalla de Carabobo.

Nolita, por su parte, llegó a Caracas en 1928 e inmediatamente se matriculó en la Escuela de Música y Declamación, de donde egresó en 1934, cuando ya estaba casada. Su sueño se dio a medias porque, aunque sí se formó en la música, no llegó a ser concertista. Lo que sí hizo fue casarsecon el gran Juan Bautista Plaza; y no solo fue la madre de sus tres hijos, Gonzalo, Susana y Beatriz, también fue, a decir de Elena Plaza, hija de Gonzalo, “una gran colaboradora de Juan Bautista Plaza en sus investigaciones sobre la música colonial venezolana”.

–Como era costumbre en la época, -sigue Elena- Nolita tuvo que regresar a Valera, cerca de su familia, mientras no se llevara a cabo la boda. Solo dos veces antes de su matrimonio Juan Bautista Plaza pudo realizar el viaje hacia tierras trujillanas. Finalmente, el 30 de abril de 1930, contrajo nupcias con Nolita, en la Capilla de las Hermanas de Santa Ana, en Valera. Desde ese instante, Nolita se convirtió en la inseparable e incondicional compañera de Plaza y, después de enviudar, en la más ferviente promotora de su obra.

Efectivamente, esos primeros tiempos con la talentosa valerana fueron de gran creatividad Plaza, “cuyas obras”, recuerda Elena Plaza, “se llenaron de frescura y alegría y de su pluma surgieron algunas de sus mejores partituras como los poemas sinfónicos Vigilia (1928) y Campanas de Pascua (1930), así como la Fuga criolla (1931) y un gran número de madrigales y canciones corales a capella”.

A la muerte del compositor, Nolita, quien había tomado gran cantidad de cursos de especialización en arte y en música, tanto Venezuela como en Europa, y se había

desempeñado por años como maestra, especializada en el método Martenot de enseñanza musical, dedicó los 27 años que lo sobrevivió a preservar, y divulgar la obra de Plaza, para lo cual creó, en 1987, la Fundación Juan Bautista Plaza.

–De su padre -dice Elena Plaza- mi papá [Gonzalo] sacó la ternura y el sentido del humor. De su mamá, la belleza física, la disciplina y un amor loco por el orden. De ambos, la pasión por la música y por andar siempre enseñando a quienes le rodeamos. Puedo decir que a mí me enseñó a manejar un carro, a usar una toalla sanitaria, hacer arroz y a poner el bienestar de los hijos siempre por delante. Y seguro que mis hermanos podrían dar listas aún más largas e interesantes.

La información de este bloque fue aportada por los hermanos Elena y Juan Bautista Plaza Tariffi, quienes respondieron con amabilidad y diligencia a mis preguntas por su padre. Los otros dos hermanos son Carlos Eduardo y la conocida actriz y cantante Alicia Plaza.

Gonzalo cursó la primaria en el Instituto Experimental Venezuela, en Caracas. Empezó el bachillerato en el Colegio San Ignacio, pero no terminó allí sino en Greenwich, Connecticut, Estados Unidos. “La relación entre mi papá y mi abuela Nolita, Yoya para sus nietos, fue compleja”, apunta Elena. “No se fue, lo mandaron. Mi abuela no lo podía controlar como le habría gustado, y el joven Gonzalo hacía lo que le daba la gana, dicho por ella. Y alcahueteado por mi abuelo, también dicho por ella. En esos años estaba viviendo en Nueva York una tía de mi papá, Rosita Pietersz de Castro, y mi Yoya vio el cielo abierto: la solución de sus dolores de cabeza y del mal ejemplo de Gonzalo para las niñitas Susana y Beatriz. Por eso mi papá era absolutamente bilingüe y además, con semejante oído, tenía un acento casi totalmente imperceptible”.

Aficionado a la fotografía desde adolescente, a los veinte años, en 1951,Gonzalo funda en Caracas el Estudio Fotográfico Lumiére. Y el mismo año participa como fotógrafo en la creación de la ‘Guía Histórico Artística de la Ciudad de Caracas’, publicada por TerzoTariffi, uno de los dos latinistas oficiales del Vaticano, en la Italia de la pre Guerra, suegro de Gonzalo.Por esa época, se casó con MariellaTariffi, recién emigrada a Venezuela con su familia desde Florencia, Italia. Con ella tuvo sus cinco hijos, Elena, Juan Bautista, Alicia, Mariella y Carlos Eduardo.

En 1954, comienza el programa de radio “Musica en la Historia”, en Ondas Populares, estación hermana de Radio Caracas Radio. Y tres años después, en 1957, funda la Sociedad de Amigos de la Música, SAM, firma discográfica que hará los primeros discos LP de música venezolana de colección, con valiosos ejemplares, como “Margariteña”, de Inocente Carreño, “Suite Caraqueña”, de Gonzalo Castellanos, “Suite Avileña”, de Evencio Castellanos; “Concierto para Orquesta”, de Antonio Estévez; “Estampas de Blanca Estrella” y “Las fugas”, de Juan Bautista Plaza; “La música de la colonia” y “Concierto de Guitarra”, de Antonio Lauro”, entre muchos otros.

En 1959, en sociedad con Luis Carías, funda VEGA, Venezolana de Grabaciones, la primera fábrica de discos estereofónicos del país. En 1963, es contratado como redactor de Ars Publicidad, donde trabaja en muchas campañas publicitarias, junto a su fundador Carlos Eduardo Frías.

En 1965 dirige el suplemento dominical “La Quinta Rueda”, de circulación con el diario caraqueño El Nacional. Y en 1967 es director de Publicidad y Mercadeo de ese diario.

Imagen del Archivo de Fotografía Urbana

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En 1970, Gonzalo Plaza es agente de enlace entre la oficina del asesor político en Nueva York, JoeNapolitan, y la campaña del entonces candidato Carlos Andrés Pérez. Cuenta Elena: “Adeco furibundo y discreto financista del nuevo candidato, Carlos Andrés Pérez, Alejandro Otero Silva, uno de los dueños de El Nacional, y quien ya estaba en conversaciones con la oficina del asesor político JoeNapolitan, en Nueva York, sugiere la designación de Gonzalo Plaza como enlace entre Acción Democrática y el candidato Pérez por un lado, y con los asesores gringos por la otra. Se contrató una oficina en La Campiña, por la avenida Libertador y un apartamento en el Anauco Hilton para la gente de Nueva York. La oficina de Napolitan, el CEN de Acción Democrática y el comando de la campaña de Pérez, tenían en mi papá un discreto, eficiente y confiable vaso comunicante. Él no solo traducía toda la documentación confidencial de uno y hacia otro lado, sino también acompañaba al candidato en todas las reuniones con la gente de Nueva York, que no hablaba una palabra de español y necesitaban entender no sólo al candidato sino la idiosincrasia de los venezolanos para ganar esa elección en apenas un año. Ese fue el trabajo de Gonzalo Plaza para la campaña de “Ese hombre sí camina”; y al hacerlo cambió su vida para siempre al mostrarle a un hombre como CAP la calidad y eficiencia de su trabajo”.

En 1972 se estrena como asesor externo en la campaña presidencial de Carlos Andrés Pérez, “el hombre que camina”. Por primera vez en la historia de Venezuela, una campaña presidencial convocaba los mejores talentos de mercadotecnia y publicidad para vender un mensaje político. Pérez saldría victorioso con 2.142.427 votos, el 48,7% de los votos contra los del candidato de COPEI, Lorenzo Fernández, quien obtuvo el 36,7%.

Un año después, en 1973, Gonzalo Plaza deviene asesor internacional e intérprete del presidente Pérez, durante todo aquel periodo el primero de sus mandatos- entre 1972 y 1977. “La más absoluta discreción fue la característica principal de su contacto con Carlos Andrés Pérez, antes y después de ganar éste la Presidencia”, dice Elena. “Mi papá hablaba de Pérez con una enorme admiración y respeto. Pérez fue su primer contacto directo con el poder. Pérez era un animal político, y creo que ser su voz en otro idioma, serle fiel al contenido y la verdadera intención de sus palabras se volvieron para él una misión de la cual hablaba con reflexiva reverencia. Viajó con Pérez por medio mundo y se enteró de cosas que nunca sabremos. Su viaje a Irán, las conversaciones con RhezaPalevi, el Shah de Persia, la recepción en Teherán, traducirle su conversación casual con la emperatriz FarahDiba… Por esa época, Pérez lo nombró Comisionado de la Presidencia, le puso una oficina junto a Teo Camargo, la ilustre secretaria de CAP, y se volvió, de repente, nuestro papá, el político, cosa que nunca imaginó nadie, comenzando por él mismo”.

En 1974 es nombrado director de Correos de Venezuela, entonces una dirección del Ministerio de Transporte y Comunicaciones, cuyo titular era Armando Sánchez Bueno, luego sucedido por el ingeniero Leopoldo Sucre Figarella. Bajo la dirección de Sucre Figarella, Plaza recibe el encargo de unificar el servicio postal y convertirlo en instituto autónomo, (ya que desde sus inicios en el siglo IXX, el correo en Venezuela había estado bajo el control del Ministerio de Hacienda, a través del Banco Central de Venezuela y del Ministerio de Comunicaciones).

Al preguntarle a Elena por qué pensaron en Gonzalo Plaza para dirigir Correos, ella dice: “Por una razón muy venezolana. Cuando fueron a juramentar a Armando Sánchez Bueno como nuevo ministro de Comunicaciones (entonces aún no era también de Transporte), se dieron cuenta de que al armar el gabinete de los nuevos directores de ese ministerio, se les había olvidado buscar a alguien para director de Correos y Telecomunicaciones. En la corredera, alguien en AD sugiere proponer a mi papá, que se había quedado sin trabajo al terminar la campaña electoral, con cuatro muchachos que mantener, que andaba buscando empleo, y que casualmente estaba ese día en el edificio del CEN de AD. El caso es que se lo llevaron volando para Carmelitas y lo juramentaron como nuevo director de algo de lo cual mi papá no tenía ni la más peregrina idea: el correo y el telégrafo venezolanos de 1973. Como habría dicho mi papá: ¡Una pelusa!

A mediados de los 70, Gonzalo Plaza se empeña en obtener la primera licencia de transmisión radial en frecuencia modulada (FM) que habría de otorgarse en Venezuela. Con la ayuda de la asesora legal del Ministerio de Comunicaciones, la Dra. Mariella Yépez de González, y de sus amigos, el ingeniero Humberto Peñaloza, José Elías Graffe y otro de apellido Arreaza, inauguran el 1 de enero de 1975 la Emisora Cultural de Caracas, en la frecuencia 97.3 FM. La Emisora Cultural de Caracas se financiaba con patrocinios de los programas y no había pautas comerciales en los cortes de programación. Los programas eran una combinación de música académica con comentarios del quehacer intelectual y literario de la época.

En 1976, Gonzalo Plaza funda el Instituto Postal Telegráfico de Venezuela (IPOSTEL) en sustitución de la antigua Dirección Nacional de Correos. IPOSTEL es el primer servicio postal que funcionará como un Instituto Autónomo en Venezuela.

En 1978 es nombrado director del Daily Journal, el único diario venezolano de habla inglesa.

En 1980, Plaza obtiene por concurso, entre los postulados por cada país miembro, la tarea de abrir la agencia de noticias de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, la OPECNA (Opec News Agency) con sede en Viena, Austria. Desde entonces, se residenció en esa ciudad donde ejercería ese cargo por dos períodos consecutivos de cuatro años cada uno; y luego, en 1988, sería gobernador de Venezuela ante la OPEP, nombrado por el recién electo presidente Carlos Andrés Pérez, en su segundo mandato. Desempeñó esta función por los siguientes siete años, bajo las presidencias de Ramón J. Velásquez y Rafael Caldera.

Aquel matrimonio con MariellaTariffi sería apenas el primero. Con ella tuvo cinco hijos. Mariella, la penúltima, murió muy joven en un accidente de tránsito. “Desde 1963, mis cuatro hermanos y yo”, cuenta Elena, “vivimos sin mi mamá en la casa, solos con mi papá y una secuencia de señoras de servicio que se ganaron el cielo por anticipado. Mis padres tuvieron una hermosa relación personal que no pasaba por la vida conyugal, que fue respetuosa y afectuosa. No fue sino hasta 1978 cuando, siendo director del diario The Daily Journal, se volvió a casar, esta vez con Francine Grace, una norteamericana que conoció gracias a Simón Alberto Consalvi. Ella era una periodista que cubría ciertos eventos en la ONU. El matrimonio fue borrascoso y duró poco. En 1980 se fue a vivir a Viena, Austria. Sin ella”.

“En 1984 se volvió a casar, esta vez con una austríaca, Sylvia, quien había sido su secretaria. No recuerdo su apellido porque se puso el Plaza y más nunca se lo quitó. Ese matrimonio con Sylvia también terminó en un gran disgusto. Mi papá se había enamorado de Christine Faulkner, una recia arquitecto-ingeniero que les remodelaba el apartamento. Según mi papá, Christine fue la mujer que más lo amó. A él le gustaban las extranjeras, evidentemente. Dio buena prueba de ello muchas veces, cuatro de ellas en un registro civil”.

Gonzalo Plaza murió en Viena, el 30 de enero de 1996.

Se llamaba Frances Ruth Grant; por Milagros Socorro // #UnaFotoUnTexto

Una de las primeras lecciones de Sergio Antillano, en su curso de Introducción al Periodismo, en la Universidad del Zulia, era: Tengan una libreta de teléfonos y anoten los datos necesarios para contactar de manera expedita a los voceros autorizados de su fuente. Un listín de teléfonos bien actualizado, que además incluya los números de

Por Milagros Socorro | 12 de noviembre, 2017
Archivo de Fotografía Urbana

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Una de las primeras lecciones de Sergio Antillano, en su curso de Introducción al Periodismo, en la Universidad del Zulia, era: Tengan una libreta de teléfonos y anoten los datos necesarios para contactar de manera expedita a los voceros autorizados de su fuente. Un listín de teléfonos bien actualizado, que además incluya los números de los asistentes al cargo, ahorra tiempo y esfuerzos, que en este oficio valen oro.

A casi cuatro décadas de ejercicio del periodismo doy fe de la pertinencia y utilidad de aquel consejo, que jamás he dejado de acatar. En cualquier época, democracia y en dictadura, los contactos personales son igualmente importantes, mucho más en un país reacio a la memoria, como es Venezuela, donde los registros pueden ser interrumpidos o destruidos por orden de cualquier funcionario.

El flujo de la memoria es más importante de lo que estamos dispuestos a admitir. Y cuando se producen fracturas en las instituciones, sus miembros se ven seriamente afectados por la falta de ese canal que garantiza el correaje de información, valores e instrucciones para hacer las cosas. Piénsese, por ejemplo, en la cantidad de tiempo y de brega que le llevó a la oposición venezolana divulgar en el exterior el hecho, evidente desde los primeros días de Chávez, de que el país había caído en manos de un aventurero autocrático, que había venido a confiscar tierras y libertades, y en cuyas manos el país marchaba al abismo. La debacle de los partidos políticos, -que Henry Ramos Allup ha ilustrado con el relato del día en que él empujó la puerta de Acción Democrática e ingresó en un lugar abandonado, con goteras, papeles regados en la estampida y unos pisos polvorientos que él personalmente procedió a coletear- consistió también en la interrupción de los contactos. Mal podía la Unidad Democrática recabar aliados si su libreta de teléfonos se había traspapelado también con el ciclón que arrasó con los principios y razón de ser de los partidos que la conforman.

Con la quiebra de las organizaciones políticas se perdió la red de asociados que la democracia de Venezuela había estructura con años de persecuciones. Esta fotografía recoge el alborozo que le produce a Carlos Andrés Pérez  (Rubio, estado Táchira, 27 de octubre de 1922 – Miami, Florida, Estados Unidos, 25 de diciembre de 2010) coincidir en la sede de Naciones Unidas con una dama muy influyente cuyo beneficioso apoyo supieron cultivar las figuras más prominentes de Acción Democrática así como el fundador de Copei, Rafael Caldera.

Hace una semana publicamos una primera entrega sobre esta imagen, donde informábamos de que había sido captada por Max Machol, en la sede la ONU, cuando el entonces presidente Carlos Andrés Pérez hizo una visita a esa organización, en noviembre de 1976. En esa nota consignábamos nuestra ignorancia con respecto a la identidad de la señora que recibe el efusivo saludo del de Rubio. Pero el mismo domingo de su publicación, el nombre de la dama nos llegó por tres vías. Nelson Bocaranda, quien también aparece en la gráfica, recordó de quién se trataba; la ex senadora Paulina Gamus se tomó como propia la tarea y, en consulta con Carlos Canache Mata, obtuvo el dato; y, por su parte, el ex embajador Pedro Mogna nos advirtió de nuestros extravíos. Todos coincidieron. La mujer que aferra a Pérez por los brazos mientras lo mira con una gran sonrisa y aprecio genuino es la norteamericana Frances Ruth Grant, una de las fundadoras de la Liga Internacional por los Derechos del Hombre (ILHR, por su siglas en inglés), agencia no gubernamental acreditada ante las Naciones Unidas, para la promoción y protección de los derechos humanos.

Conocida como la organización de derechos humanos más antigua de los Estados Unidos, la ILHR fue constituida en Nueva York en 1942 por refugiados europeos. En 1947, fue admitida como entidad consultiva por el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas (ECOSOC), que le otorgó el derecho de testificar ante ese organismo sobre los abusos contra los derechos humanos. La ILHR también es miembro de la Coalición Internacional de la ONU para Detener los Crímenes contra la Humanidad en Corea del Norte, un comité compuesto por más de 40 organizaciones en todo el mundo. En 1976, su nombre fue cambiado a “Liga Internacional para los Derechos Humanos”.

Pionera en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, Frances Ruth Grant, (1896-1993), nació en Abiquiu, un pueblo remoto en las estribaciones de las montañas de Valle Grande, en lo que hoy es Nuevo México, el 18 de noviembre de 1896. Su padre era Henry Grant , un inmigrante judío-alemán, que era dueño de un almacén en Abiquiu. Su madre, Sarah Spiro, era una mujer notable a la que se recuerda por haber vacunado contra la viruela a toda la población de Abiquiu con un suero que había enviado el Hospital Johns Hopkins.

Una vez en conocimiento de su identidad, procedimos a hacer la investigación acerca de la señora Grant. Por Pedro Mogna sabíamos que había sido una ligereza nuestra suponer que no se conocían y atribuir el gesto del presidente Pérez a la sorpresa que nos produce ver por primera vez a alguien de cuya existencia tenemos profusa idea. Fue una licencia abusiva suponer esto. “CAP”,  dice Pedro Mogna, “había sido secretario privado de Rómulo Betancourt cuando este era presidente de la Junta Revolucionaria, desde 1945. Incluso, tenía escritorio en el propio Despacho Presidencial. Cuando, a la caída de Rómulo Gallegos, en noviembre de 1948, Betancourt se fue a La Habana, Carlos Andrés lo siguió. En la capital cubana se reunirían con el depuesto presidente Gallegos y con Gonzalo Barrios. Con pleno apoyo de Prío Socarrás (presidente cubano entonces), Betancourt organiza, en mayo de 1950, la I Conferencia Interamericana Pro Democracia y Libertad, y cuenta para ello con la colaboración de Frances Grant. Con absoluta seguridad, Carlos Andrés Pérez estaba allí, como estaría después permanentemente en Costa Rica, asiento principal del exilio de Betancourt”.

Los detalles sobre la biografía de Frances R. Grant los obtuvimos del “Inventario de los documentos de Frances R. Grant”, hecho por Fernanda Perrone, disponible en Internet.

Por esa vía sabemos que Frances era una de cuatro hijos de los Grant Spiro y que, al crecer en Nuevo México, absorbió la cultura hispana. “Mi primer idioma”, dijo Frances Grant, “fue el español, una circunstancia feliz que me ha brindado un medio de relación íntima con los latinoamericanos”.

–Carlos Andrés, ciertamente, no hablaba inglés, pero la señora Grant hablaba muy buen español –constató Pedro Mogna-. Ella estuvo en Caracas en la última Conferencia Interamericana Pro Democracia y Libertad, que se realizó en el Aula Magna de la UCV, en abril o mayo de 1960, convocada por el entonces presidente Rómulo Betancourt. Uno de los asistentes fue Salvador Allende, muy amigo del guatireño desde su exilio chileno. Creo que fue la última vez que se vieron Rómulo y Allende.

Frances Ruth hizo el bachillerato en el neoyorquino Hunter College High School.  Posteriormente se graduó en el Barnard College para luego completar la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, en 1918. También estudió música con Albert von Doenhoff, Ernest Bloch y otros. Ya graduada de Periodismo, se convirtió en crítica musical y editora asociada para Musical América, así como colaboradora y corresponsal de varias otras revistas y periódicos, para los que enviaría notas sobre música, ballet y opera, así como sobre artes plásticas.

Mujer sumamente culta y activa, fue conferencista, curadora de exposiciones de pintura, directora de museo. En 1929 hizo su primer viaje a América latina, que la llevó por Perú, Chile, Argentina, Uruguay y Brasil. “Era”, escribió Fernanda Perrone, “un esfuerzo preliminar para explorar la posibilidad de organizar intercambios de exposiciones, estudiantes y becas. Visitó museos, escuelas, universidades y otras instituciones culturales, y se reunió con artistas, escritores y músicos. Grant se interesó particularmente por la cultura indígena y el papel de la mujer en América Latina, y conoció a muchas mujeres artistas, incluida la poeta chilena Gabriela Mistral”.

Al año siguiente, en 1930, Grant hizo un viaje más extenso por América Latina, y añadió a su itinerario Bolivia, Colombia, Cuba, Ecuador y México. Además de hacer contacto con artistas y escritores, se reunió con varios líderes latinoamericanos, entre ellos el presidente Carlos Ibáñez del Campo, de Chile, y el presidente Enrique Olaya Herrera y el ministro de Relaciones Exteriores, Eduardo Santos, de Colombia. En Perú, visitó al presidente Augusto Leguía, quien fue derrocado el día que Frances salió del país, en agosto de 1930. Era, por cierto, el cuarto gobierno de Leguía, quien había gobernado el Perú de manera intermitente desde 1919.

En 1930, ya de regreso a Nueva York, Frances Grant fundó la Asociación Panamericana de Mujeres (PAWA, por sus siglas en inglés), una organización no política, educativa y cultural “con el propósito de unir a las mujeres de las Américas en un esfuerzo común por el avance y la comprensión de los pueblos de este hemisferio”.  Sus actividades  incluyeron el patrocinio de exhibiciones de arte, así como programas musicales, literarios y de baile de figuras latinoamericanas, que en ese momento eran poco conocidas en los Estados Unidos. En el ámbito educativo, la Asociación patrocinó cursos y conferencias sobre América Latina y clases de español, entre otras actividades.

A fines de la década de 1940, cuando varios países latinoamericanos fueron tomados por dictadores, PAWA se unió a otras organizaciones para denunciar los abusos contra los derechos humanos en esos países. En los años siguientes, organizó programas con varios líderes democráticos latinoamericanos, incluidos Rómulo Gallegos, Rómulo Betancourt, Eduardo Frei y Carlos Lleras Restrepo. En 1941, Grant viajó a Sudamérica como representante de la PAWA, donde visitó todos los países excepto Venezuela. A raíz de ese recorrido escribió artículos para North American Newspaper Alliance y The New York Times.

–Frances Grant –establece Perrone, autora de un detallado perfil de la internacionalista- jugó un papel importante en traer a América Latina a la atención de la Liga Internacional por los derechos Humanos. A fines de la década de 1940, los regímenes democráticos fueron derrocados en varios países latinoamericanos, incluidos Argentina, Colombia, Paraguay, Perú y Venezuela. Grant encabezó la respuesta de la ILHR a la crisis, testificando ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas sobre las violaciones en América Latina en 1949. Ayudó a garantizar la seguridad del líder de Acción Democrática, Rómulo Betancourt, también miembro del Comité Latinoamericano.

Frances Grant continuó sirviendo, como oficial de la ILHR, hasta la década de 1970. Sin embargo, después de 1950, su principal base organizativa fue la Asociación Interamericana para la Democracia y la Libertad, en cuyo marco se realizó la ya citada conferencia de La Habana, en 1950, entre cuyos organizadores estuvieron, como hemos dicho Frances Grant y Rómulo Betancourt, entre otros. El evento contó con las intervenciones de Rómulo Gallegos, Eleanor Roosevelt, Arthur Schlesinger, Jr., Hubert Humphrey, el congresista Richard Nixon, Juan Bosch, José Figueres, Germán Arciniegas, Eduardo Rodríguez Larreta, Waldo Frank, Roger Baldwin, Norman Thomas, Emilio Frugoni, Eduardo Frei Montalva, Raúl Roa y Salvador Allende, entre otros 200 delegados de todas partes del hemisferio… nutrida convocatoria que incluía a Carlos Andrés Pérez.

Tiene mucha razón Pedro Mogna, no había el menor margen para que estas dos notables personalidad del siglo XX de las Américas no se conocieran antes de este emotivo encuentro en los espacios de Naciones Unidas.

La conferencia, vaya paradoja visto con los ojos de hoy, produjo la Declaración de La Habana, “que condenó las acciones de los dictadores y recomendó las condiciones para el reconocimiento diplomático basado en el respeto de los principios de los derechos humanos, civiles y políticos. También abogó por reformas sociales y económicas que fortalecieran las fuerzas democráticas en el hemisferio”.

El mayor logro de la conferencia fue la fundación de una organización permanente, la Asociación Interamericana para la Democracia y la Libertad (IADFl por su siglas en inglés ), cuyo principal objetivo era crear un frente democrático en las Américas para luchar contra el totalitarismo en todas sus formas -comunismo, neofascismo y caudillismo- como enemigos de la democracia hemisférica. La infatigable Frances Grant quedó al frente de esta organización.

En las décadas siguientes, Frances Grant mantendría una incansable labor de denuncia contra las dictaduras del hemisferio y defensa de sus víctimas. Entre sus muchas iniciativas se contaría “una gran campaña contra el dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, quien había llegado al poder en un golpe militar en 1948”, apunta Perrone. “La IADF tenía una relación especial con Venezuela debido a la amistad de Grant con Rómulo Betancourt. Cuando Betancourt llegó a la Presidencia, en 1959, tras el derrocamiento de Pérez Jiménez, el gobierno venezolano ayudó económicamente a la IADF. Los principios de la IADF formulados en la Conferencia de La Habana en 1950 fueron incorporados en la Doctrina Betancourt, que este introdujo en su discurso inaugural como jede de Estado, el 15 de febrero de 1959”.

–La Doctrina Betancourt –precisa la biógrafa de Frances Grant- hacía un llamado a otros gobiernos democráticos de las Américas a que se unieran para excluir de la membresía a los regímenes que no respetaran los derechos humanos e imponerles sanciones diplomáticas.

Tan estrecho era el vínculo venezolano de Frances Grant que en celebración de la victoria de Acción Democrática, la IADF celebró su Segunda Conferencia Interamericana en Maracay, en 1960. “Igual que la conferencia de La Habana diez años antes, a la reunión de Maracay asistieron más de 200 delegados de 21 repúblicas americanas. Los temas discutidos incluyeron problemas con dictaduras, reforma agraria, desarrollo económico, organizaciones internacionales, derechos humanos y educación. La conferencia aprobó una resolución de condena a las dictaduras de la República Dominicana, Paraguay, Nicaragua y Haití, y se comprometió a trabajar activamente para su derrocamiento. Otras resoluciones incluyeron reducir los gastos militares, fortalecer la OEA, garantizar los derechos y mejorar las condiciones de trabajo libre, apoyar las luchas coloniales en la Zona del Canal de Panamá y la Guayana Británica, apoyar las reformas agrarias ejecutadas democráticamente, confiscar las ganancias ilícitas de los ex jefes de Estado en exilio, y un pasaporte interamericano para refugiados políticos”.

En la década de 1960, la IADF se involucró en el problema de Cuba. Crítica abierto del dictador cubano Fulgencio Batista, Frances Grant inicialmente acogió la Revolución cubana de 1959. Pero después de la consolidación del poder de Fidel Castro y su alianza con la Unión Soviética, la IADF se convirtió en fuerte opositor al régimen cubano, en conformidad con su habitual postura anticomunista. Avanzada la década de los 60, la IADF trabajó activamente para ayudar a los presos políticos en Cuba.

En los años 70, la IADF, que se había rayado con la intelectualidad de izquierda -porque Frances Grant había deplorado el advenimiento de un régimen militar en Chile, en 1973, y expresado su compasión por el trágico final de Allende, pero había añadido que este tenía “su parte de responsabilidad en la debacle del orden constitucional del país”-  continuó su incesante lucha por los derechos humanos en América Latina y se comprometió en una campaña contra la dictadura de Somoza en Nicaragua, lo que no impidió que tras aplaudir el derrocamiento de Somoza en 1979, Grant se opusiera al comunista FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) que lo reemplazó, y continuó exponiendo las violaciones de los derechos humanos bajo el nuevo régimen.

El archivo de los papeles de Frances Grant conserva su abundante correspondencia con políticos e intelectuales de todo el mundo, entre quienes se cuentan la poeta chilena Gabriela Mistral, la pintora norteamericana Georgia O’Keeffe, los escritores Thomas Mann, Lillian Hellman, John dos Passos, Upton Sinclair, Archibald MacLeish, Thornton Wilder, el gran arquitecto Frank Lloyd Wright.

El fondo cuenta con serie por países. “El grupo más grande , de archivos en esta serie”, consigna Perrone, “es Venezuela”, país que le concediera a Grant  la Orden del Libertador de Venezuela, en 1965.

–Estos archivos –explica la archivóloga- contienen una gran cantidad de información sobre Acción Democrática, el partido político fundado por Rómulo Betancourt, y sobre el Movimiento Electoral del Pueblo, que se separó de AD. El corresponsal más importante es el presidente venezolano y fundador y miembro clave de IADF, Rómulo Betancourt. Otros corresponsales importantes son los presidentes Rómulo Gallegos, Raúl Leoni, Carlos Andrés Pérez y Jaime Lusinchi, de Acción Democrática; el presidente y fundador del Partido Demócrata Cristiano (COPEI) Rafael Caldera; Jóvito Villalba, líder del partido Unión Democrática Republicana (URD); y los dirigentes de AD, Gonzalo Barrios, Luis Augusto Dubuc, César Rondón Lovera y Augusto Malavé Villalba. De particular interés son los casos de Alberto Carnevali, activista de AD encarcelado bajo la dictadura de Marcos Pérez Jiménez; y Eduardo Machado, comunista encarcelado bajo la administración Leoni. La serie documenta en particular la participación de la IADF en los esfuerzos por divulgar las violaciones de los derechos humanos y ayudar a los exiliados durante la dictadura de Pérez Jiménez.

En sus últimos años, Grant continuó viajando y escribiendo. Al pie del cañón hasta el último día de su vida, murió en Nueva York, el 21 de julio de 1993. Tenía 96 años.

–Simón Alberto Consalvi –recuerda Pedro Mogna, quien desde el 30 de noviembre del 92 era cónsul de Venezuela en Nueva York y lo fue hasta mayo de 1995, cuando fue sustituido por Vicente Carrillo Batalla- me llamó desde Washington, donde era embajador, para alertarme de que el presidente Pérez me llamaría para que lo representara en el funeral de Francis Grant, cosa que inmediatamente ocurrió. Fue así como me presenté en la funeraria The Frank Campbell Funeral Home, en Madison Avenue.  Habría 50 personas. No tuve la impresión de que hubiese parientes [Frances Grant no se casó nunca ni tuvo hijos]. El único venezolano era yo.

***

El martes 21 de noviembre, Prodavinci realizará un evento en el teatro Chacao en el que Yorelis Acosta, Asdrúbal Oliveros, Michael Penfold y Ángel Alayón compartirán sus visiones sobre la situación en Venezuela y las perspectivas para el año 2018. Haga click acá para entrar en Ticketmundo y comprar las entradas.

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Carlos Andrés Pérez va a las Naciones Unidas; por Milagros Socorro

Carlos Andrés Pérez (Rubio, estado Táchira, 27 de octubre de 1922 – Miami, Florida, Estados Unidos, 25 de diciembre de 2010) tenía bien ganada fama de retener en su memoria miles de nombres y, lo que es más sorprendente, con su correspondiente rostro. Dicen que era asombroso comprobar cómo recordaba el nombre de alguien que

Por Milagros Socorro | 5 de noviembre, 2017
Imagen del Archivo Fotografía Urbana

Imagen del Archivo Fotografía Urbana

Carlos Andrés Pérez (Rubio, estado Táchira, 27 de octubre de 1922 – Miami, Florida, Estados Unidos, 25 de diciembre de 2010) tenía bien ganada fama de retener en su memoria miles de nombres y, lo que es más sorprendente, con su correspondiente rostro. Dicen que era asombroso comprobar cómo recordaba el nombre de alguien que solo había visto una vez y en medio de una multitud. Este gesto de sorpresa no ha debido, pues, ser su respuesta al enterarse de la identidad de esta señora (que tampoco nosotros conocemos). Ella debe haberse presentado hace un instante. Y él, muy probablemente, la conocía de nombre, puesto que la aferra por los hombros con la consabida energía. La dama es alguien a quien él conocía de referencias.

Ella también es extranjera en la ciudad donde han coincidido. Esto se evidencia en el trapicheado peinado, un desastre resultante de muchas horas en avión, flojas almohadas de hotel y desesperante lejanía de la peinadora donde quedaron los instrumentos que hubieran podido poner remedio al desangelado look. Pero nada, ya estamos aquí, adelante con los faroles y que sea lo que Dios quiera… Un momento, ¿ese no es Carlos Andrés Pérez?

Están en la ciudad de Nueva York. Es un día de la tercera semana de noviembre de 1976. El encuentro se ha producido en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Lo sabemos porque en el reverso de la fotografía un sello húmedo identifica al autor: “Max Machol”. Y Max Machol (1907- 1989) fue fotógrafo de la ONU desde 1951, cuando se residenció en los Estados Unidos, hasta pocos años antes de su muerte, a los 81 años, cuando ya estaba retirado en Fort Lauderdale, Florida.

La identidad de la dama ha resultado elusiva, pese a la intensiva indagación. Vasco Szinetar, director del Archivo Fotografía Urbana, fondo al que pertenece esta imagen, dice que se trata de “una señora colombiana”. Nelson Bocaranda, en segunda línea y con grandes lentes, cree recordar que era una “demócrata americana que ayudó mucho a los exiliados venezolanos cuando Pérez Jiménez”. Mientras que la también periodista Rosana Ordóñez, gran colaboradora de esta sección, estima que podría ser “la esposa de Di Masse, el padre”. La poeta Jacqueline Goldberg le encuentra un cierto aire de “doña judía”. No puede decirse que no la hemos observado con detenimiento (morosa dedicación que me ha permitido asegurarle al cotuitero Jacinto Fombona que no es la escritora Antonia Palacios). En fin, ya saldrá un alma piadosa que nos sacará de esta intriga.

Quien está detrás del presidente Pérez, con ojeroso perfil, “es Gonzalo Plaza”, asegura Nelson Bocaranda, “que en ese viaje sirvió de traductor a CAP. Gonzalo Plaza había estado en las relaciones públicas de El Nacional y luego fue director de Ipostel”.

En esos años, los 70, Bocaranda vivía en Nueva York, donde era una especie de embajador no oficial de los venezolanos de rango que pasaban por esa gran ciudad. Y, de hecho, tenía un carnet de agregado de prensa en las Naciones Unidas, que lo acreditaba como personal diplomático y le servía, más que nada, para ser exonerado del pago de impuestos. Pero en esta ocasión la está usando a toda regla. Están en las Naciones Unidas y el presidente Pérez ha sido abordado por una señora que habla español, eventualidad demostrada en el hecho de que el presunto traductor permanece totalmente ajeno al diálogo, que transcurre lleno de afable entusiasmo sin su intervención.

Como es habitual en él, Pérez, ―quien para este momento ya lleva casi tres años en la Presidencia―, no muestra trazas del más mínimo cansancio. Por el contrario. Se ve pleno de salud y rebosante de vigor, aunque en las últimas semanas su agenda ha estado llena de demandantes compromisos. El 6 de octubre de 1976 recibió al presidente de Hungría, Pal Losonczi, quien estaba en Venezuela en visita oficial por cuatro días; el 15 atendió a los Reyes de España, quienes estuvieron solo por un día. Por cierto, de esa ocasión debe ser la anécdota que me contó Simón Consalvi, según la cual el entonces rey Juan Carlos casi se lanza del helicóptero que lo traía del aeropuerto de Maiquetía al de La Carlota, para comunicarle a Consalvi la emergencia que lo apremiaba: “La reina se mea”, le anunció el de Borbón al de Mérida, para que este buscara una instalación propicia para el alivio de la regia vejiga.

El 21 de octubre, en Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, Venezuela es elegida para formar parte del Consejo de Seguridad a partir del 1 de enero de 1977. El 10 de noviembre, Pérez presenta al Congreso un conjunto de leyes para introducir la nueva Reforma Tributaria, y el 15 inicia una gira que empieza por Nueva York (donde interviene, como hemos dicho, en el principal órgano deliberativo de la ONU), para luego seguir camino a Italia, Inglaterra, Rusia, Suiza, España y Portugal, con estación, ya de regreso, en República Dominicana.

El propio jefe del Estado se pone al frente de las diligencias atinentes a la política exterior venezolana, que durante su mandato es amplia y, como todo en los años de su gobierno, muy dinámica. No se limita a un solo sector ni a un coto regional. La diplomacia “del primer Pérez” corre por los surcos de las materias petrolera, integracionista y comercial. Estrecha lazos con toda América Latina, sin darle un rodeo a los países gobernados por regímenes militares, que entonces tiñen el mapa con el verde sangre que les es propio.

Es una diplomacia que reparte dinero producto del creciente ingreso petrolero. La mayoría de los acuerdos de cooperación con los países caribeños y centroamericanos implicaban el financiamiento de la importación petrolera de estas avispadas naciones. La impronta del líder venezolano se siente por doquier. Su mediación es fundamental en la solución del conflicto sobre el canal de Panamá, que terminaría con la suscripción de un nuevo tratado. Contaba con mucho más dinero que su predecesor inmediato, Rafael Caldera, y menos engorro que sus mayores en Acción Democrática, Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, quienes tuvieron que lidiar con los movimientos insurgentes de la época, refractarios al hecho de que esos gobiernos habían sido electos democráticamente. Mucho más, Betancourt, a quien le tocó, además, enfrentar las ignominiosas injerencias de Cuba y República Dominicana.

Carlos Andrés Pérez recibió una democracia consolidada. Y en 1974, el primer año de su mandato, las exportaciones de petróleo se elevaron a 10.814 millones de dólares (mientras que 1973 habían sido de 4.363 millones de dólares). En 1978, el ingreso fue de 9.000 millones de dólares.

Con ese contexto y ese temperamento, Pérez se lanza a batuquear a los más pequeños, apretándolos por los hombros. Mientras los jamaquea les dice: “Montémonos en un nuevo orden económico internacional, uno que integre al tercer mundo y venza las desigualdades”.

Saltando océanos como charcos, se llevó por delante la doctrina Betancourt, que establecía la interdicción de mantener relaciones diplomáticas con gobiernos no democráticos o nacidos de golpes de Estado. Con gorilas no. Qué va. “Regímenes que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de los ciudadanos y los tiranicen con respaldo de policías políticas totalitarias, deben ser sometidos a un riguroso cordón profiláctico y erradicados mediante acción pacífica colectiva de la colectividad jurídica interamericana”, dijo Rómulo Betancourt en un discurso pronunciado ante el Congreso de la República en 1959.

Pérez continuó los lineamientos de política exterior de Rafael Caldera, orientados al pluralismo ideológico y la justicia social internacional. “El pluralismo ideológico implica la coexistencia de distintas formas de concebir la escala de valores, con arreglo a la cual una sociedad se estructura y organiza”, explicaría Arístides Calvani, canciller de Caldera.

Carlos Andrés Pérez sería el primer mandatario venezolano en viajar a la Unión Soviética. “No lo hacía por simpatía hacia el gobierno comunista, sino porque, dentro del pluralismo ideológico, Venezuela  quiere tener relaciones diplomáticas y comerciales con el mayor número de países”, dijo entonces el canciller de Pérez, Efraín Schacht Aristeguieta.

Una semana después de haber sido captado este momento, Pérez iba a cumplir 54 años. Se sentía omnipotente, eterno, adorado por las masas. Qué digo por las masas, por el mundo. Hijo predilecto de la fortuna. En estos días hubiera cumplido 95 años. Y hace siete que murió en el exilio.

Un cigarrillo y un café; por Milagros Socorro // #UnaFotoUnTexto

Imagen del Archivo de Fotografía Urbana ¿Qué nos parece tan imposible en esta fotografía? ¿Por qué nos da la impresión de haber sido tomada en otro país y en otra era? La luminosidad es la misma. No es que ya en Caracas no existan días tan espléndidos, atmósferas tan brillantes ni aires tan transparentes. Es

Por Milagros Socorro | 29 de octubre, 2017
Imagen del Archivo de Fotografía Urbana

    Imagen del Archivo de Fotografía Urbana

¿Qué nos parece tan imposible en esta fotografía? ¿Por qué nos da la impresión de haber sido tomada en otro país y en otra era? La luminosidad es la misma. No es que ya en Caracas no existan días tan espléndidos, atmósferas tan brillantes ni aires tan transparentes. Es posible que los jardines no tengan ya esas hojas que se adivinan verdes y húmedas. Confiadas e ingenuas, esas plantas ignoran que en pocas décadas serán pisoteadas por tropas destructoras, que se asegurarán de que no quede nada tan armonioso: todo que lo que se veía cuidado y regido por una planificación, evidenciaba años amables, avenimiento entre las clases, autoridades locales responsables y un espacio público proclive al intercambio, la charla, el debate y la crítica. Todo eso es anatema para el totalitarismo depredador que en mala hora cayó sobre Venezuela.

El hombre sentado, que nos ofrece su noble perfil es el periodista Carlos Eduardo Misle, mejor conocido como Caremis, acróstico formado por las primeras sílabas de sus nombres y apellido. En el envés de la gráfica pone: “Brújula columna y media”, por lo que suponemos que acompañó el espacio de prensa de ese nombre, que Caremis, (Caracas 14 de marzo de 1924 – l6 de febrero de 2004),publicaba en El Universal. La foto, de hecho, es una de las piezas de la Corototeca, fondo creado por Misle, en 1931.

El fotógrafo apretó el obturador cuando el vendedor de café daba la espalda y el cliente apuraba el primer sorbo. La temperatura y aroma de la bebida son datos que percibimos aquí con toda claridad: hay un mínimo rictus que evidencia el ardor en la lengua (pero la persistencia en el consumo nos habla de la delicia del perfume, imposible de resistir).

Son imposibles: la instalación portátil del vendedor de café, lustrosa, compleja, sin abolladuras ni remiendos, sin ausencia de repuestos; el prominente anillo de Misle, que nadie en su sano juicio saca de su casa en estos tiempos; el maletín acomodado detrás de la silla plegable, ¡a espaldas del dueño! (no se le pasa por la mente cuán fácil sería sustraerlo de un solo gaznatón); la misma silla plegable, con peladuras solamente en la barra donde se ponen los pies, de resto está cromadita, limpia, incluso con las patas completas. Pero lo más inverosímil es la sonrisa del limpiabotas, cuya mirada se cruza con la del fotógrafo. En esa simultaneidad hay una coincidencia que suspende la lucha de clases. Es un hombre humilde, pero muy bien calzado y su contextura, así como el brillo del cabello, los ojos y los dientes, revelan que su consumo calórico es completo e incluso podría rebasar un pelín sus requerimientos. No hay hambre en esta foto, ni ruindad ni resentimiento.

Muy probablemente, Caremis preparaba una nota de color sobre el centro de la ciudad. De hecho, era conocido como notable esquinólogo, razón por la cual la Cámara Municipal le encargó, junto con Rafael Valery y Alvaro Páez Pumar, un proyecto para la reordenación de las esquinas de Caracas.

Lo que le interesaba a Misle era la conservación de la memoria. Cualquier objeto para él tenía un valor de reminiscencia y fijación de un mundo, de allí que conformara la Corototeca, variopinta colección reunida a lo largo de siete décadas, donde

había muchas fotografías, incluidas las de importantes figuras, como Federico Lessman y Luis F. Toro (Torito), quienes documentaron la Caracas del finales del XIX y principios del siglo XX; y también revistas y recortes de prensa, postales, barajitas, tarjetas de vista, libros raros, películas, almanaques y objetos de muy diversa naturaleza.

Con ese sorprendente acervo, Misle hacía columnas, exposiciones, libros, préstamos para las investigaciones de otros autores, así como su programa de televisión llamado, sin más rodeos, “Corototeca de Caremis”, en la Televisora Nacional.

No hubiera podido adivinar jamás, este pertinaz cronista de Caracas, que su sola estampa, formando una trinidad con dos personajes populares del casco central caraqueño, constituiría a poco más de un decenio de su muerte, una estampa poderosamente subversiva de lo que Venezuela llegó a ser; patrimonio que con entusiasmo suicida puso en manos de un ejemplar rural, rabiosamente enemigo de estas escenas risueñas, civiles y de resplandeciente urbanidad.

Y entonces llegaron “Los casos del inspector Nick”; por Milagros Socorro // #UnaFotoUnTexto

Un año antes de que se hiciera la primera emisión de televisión en Venezuela, los técnicos que trabajarían en el novedoso medio fueron contratados y empezaron a hacer pruebas con las cámaras y el sistema de iluminación. Lo mismo ocurrió con las figuras que darían la cara en la pantalla, muchos de los actores, que

Por Milagros Socorro | 22 de octubre, 2017
Con Maria Luisa Lamata y mujer no identificada. Imagen del Archivo de Fotografía Urbano

Con María Luisa Lamata y mujer no identificada. Imagen del Archivo Fotografía Urbana

Un año antes de que se hiciera la primera emisión de televisión en Venezuela, los técnicos que trabajarían en el novedoso medio fueron contratados y empezaron a hacer pruebas con las cámaras y el sistema de iluminación. Lo mismo ocurrió con las figuras que darían la cara en la pantalla, muchos de los actores, que venían del teatro, hicieron una pasantía por la radio para mejorar su dicción y acostumbrarse a improvisar. Naturalmente, en aquellos primeros tiempos de la televisión, antes de la invención del videotape, todo se hacía en vivo.

La televisión en Venezuela debió comenzar el 22 de noviembre de 1952, cuando Marcos Pérez Jiménez inaugura la Televisora Nacional (TVN), pero ese día uno de los equipos falló y el evento hubo de posponerse hasta el 1 de enero de 1953, año en que abrieron operaciones dos canales privados, Televisa (nada que ver con mexicana) el 1 de junio, y Radio Caracas Televisión (RCTV), el 15 de noviembre.

En 1953, salió al aire la teleserie dramática “Los casos del inspector Nick”, escrita por Alfredo Cortina, quien fue uno de los venezolanos más singulares del siglo XX. Dramaturgo, hombre de radio y televisión, fotógrafo, actor, compositor, diseñador de joyas, inventor, relojero, empresario, Cortina escribió este serial para Televisa, señal pionera de Venevisión, -entonces propiedad de Gonzalo Veloz Mancera, también pionero de la radio en Venezuela-, y entre las estrellas del elenco se encontraba María Luisa Sandoval, quien entonces tenía 23 años y había rodado ya tres de las cinco películas que compusieron su filmografía, íntegramente venezolana. En “Los casos del inspector Nick“, María Luisa compartió cartel de protagonista con el intelectual larense Alberto Castillo Arráez, quien también fue escritor, locutor y profesor universitario. Eran telenovelas que duraban muy poco. Por lo general, una semana; un mes, lo más. “Durante tres días”, dice María Luisa, “yo estaba muerta en la trama, que era de suspenso y de crimen. Estaba encantada, porque no tenía que hablar ni hacer nada”.

Con Alfredo Cortina y Francisco "El Gordo" Pérez, entre otros.Imagen del Archivo de Fotografía Urbano

Con Alfredo Cortina y Francisco “El Gordo” Pérez, entre otros. Imagen del Archivo Fotografía Urbana

Después de “Los casos del inspector Nick”, María Luisa Sandoval tuvo un papel en “El castillo de San Cipriano”, escrita también por Alfredo Cortina.

–Siempre dirigían los mismos –recuerda la actriz, radicada en la actualidad en Florida, Estados Unidos- Cesar Enrique, Horacio Peterson… No había más gente. Eso era en vivo. Ensayábamos alrededor de una hora y lo presentábamos, es decir, se transmitía, en la noche. Cada capítulo duraba un cuarto de hora nada más. Naturalmente, nos equivocábamos o se nos olvidaba el libreto, entonces inventábamos algo para salir del paso. Y eso ocurría con mucha frecuencia. Entonces, Cortina se ponía furioso, porque decía que le cambiábamos el libreto.

Una de las fotos que acompañan esta nota, fue captaba en el set de

“El castillo San Cipriano”. Es una gráfica de grupo donde aparece, además de María Luisa Sandoval y Alfredo Cortina, el Gordo Pérez, quien estaba también entre los fundadores de Televisa, donde estuvo hasta 1956, cuando esa planta se convirtió en Venevisión.

–Uno de los capítulos de “El castillo de San Cipriano”, -evoca María Luisa- terminaba con una escena en la que alguien debía entregarme un pergamino. Desde luego, un pergamino crucial para la trama. El capítulo del día siguiente comenzaba con una fanfarria de suspenso y una gran pregunta: “Dónde está el pergamino…”. Recuerda que todo era en vivo. Pues bien, nadie se acordó de llevar al escenario el dichoso pergamino. Nos quedamos petrificados. No sabíamos qué hacer porque, según lo que hablaba el otro, tú contestabas. Pero, si el otro no decía nada, ¿qué contestabas tú?

Con María Luisa Lamata y otros dos no identificados. Imagen del Archivo de Fotografía Urbano

Con María Luisa Lamata y otros dos no identificados. Imagen del Archivo Fotografía Urbana

La solución llegó sobre la marcha. Simplemente, uno de los actores preguntó:

“Bueno, y dónde está metido el pergamino”. Con esto salieron del paso, pero ya era tarde. Cortina, el escritor, estaba furioso, porque casi nada de lo que habían dicho estaba en el libreto.

María Luisa Sandoval estuvo en las telenovelas hasta que obtuvo el título de locución, que la facultó para hacer comerciales como modelo y locutora. “Tenía clientes y les hacía los comerciales en las novelas”.

Con esta entrega terminamos nuestra serie de tres capítulos sobre la carrera de la actriz venezolana María Luisa. Invitamos a los lectores a escribirnos para señalar los nombres de las personas que aparecen en estas imágenes.

Las películas de María Luisa Sandoval, una estrella venezolana; por Milagros Socorro / #UnaFotoUnTexto

¿Tiene algún sentido preguntarse qué habría sido de la vida o de la carrera de alguien si no hubiera nacido venezolano…? Debe ser una pérdida de tiempo. Pero el caso es que María Luisa Sandoval (Los Teques, 18 de octubre de 1929) tenía todo lo necesario para ser una estrella de cine conocida en todo

Por Milagros Socorro | 8 de octubre, 2017
Fotografía del Archivo Fotigrafía Urbana

Fotografía del Archivo Fotigrafía Urbana

¿Tiene algún sentido preguntarse qué habría sido de la vida o de la carrera de alguien si no hubiera nacido venezolano…? Debe ser una pérdida de tiempo. Pero el caso es que María Luisa Sandoval (Los Teques, 18 de octubre de 1929) tenía todo lo necesario para ser una estrella de cine conocida en todo el mundo: talento, estampa impactante, ángel y absoluto desinterés por ser una actriz famosa. Esto último lo concluimos al sostener una entrevista telefónica con ella, quien nos atendió en su casa en Florida, Estados Unidos, y leer la larga entrevista que le hizo su hija, la escritora Carol Prunhuber.

María Luisa Sandoval conserva esa especie de desapego mundano ue mantuvo mientras estaba en las pantallas de cine y televisión, y en el teatro. Era como si los escenarios fueran su ambiente natural, al que ingresaba con solo abrir la puerta indicada, pero sin que ello le produjera el menos afán.

Al verla en La escalinata, su primera película el crítico Rodolfo Wellish escribió, en la revista Mi film: “…artista de indiscutibles aptitudes, revela en muchas escenas sus dotes de buena actriz, franca simpatía personal, y creemos que con el andar del tiempo María Luisa bien podrá ocupar puesto de importancia dentro de nuestro cine”.

Lo ocupó. Cómo no. Pero, claro, era nuestro cine. Un cinecito. María Luisa Sandoval hizo cinco películas, cuyas copias, por cierto, están –o estaban- en la Cinemateca Nacional.

La escalinata

En 1950, el artista plástico César Enríquez rodó una película con guión de Elías Marcelli y una trama social, que quiso filmar en los escenarios naturales, esto es, en un barrio de Caracas, la Quebrada de Caraballo. Se llamó La escalinata y fue, de hecho, la primera película venezolana concebida y realizada en la estela del neorrealimsmo italiano (forma de narrar en el cine de manera auténtica, es decir, con historias de fuerte contenido social, con actores no profesionales y fuera de los estudios).

La escalinata, escribió el historiador brasileño Paulo Antonio Paranaguá, “fue probablemente […] donde el neorrealismo surgió como alternativa de expresión y producción por primera vez en América Latina. Luis Buñuel realizaba entonces Los olvidados (México, 1950) con presupuestos ideológicos y dramáticos muy distintos y en un contexto productivo radicalmente diferente”.

–Tanto La escalinata, como Reverón y Araya (de Margot Benacerraf)– apuntó el historiador venezolano Pablo Gamba- fueron posibles debido a una institución que desempeñó un papel fundamental para el cine venezolano: la Unidad Fílmica de la Shell. John Grierson estuvo entre los que iniciaron el trabajo en el cine de la petrolera anglo-holandesa, que envió a Venezuela a uno de los documentalistas más importantes del cine holandés: Bert Haanstra.

“La Shell”, sigue Pablo Gamba “hizo películas institucionales en el país, entre las que se destaca Llano adentro (1958), dirigida por el escritor, cineasta y pacifista italiano emigrado a Venezuela, Elia Marcelli. Es un clásico del documental venezolano, con el que dialoga, además, otro de los más importantes: El domador (1978), de Joaquín Cortés. […] Además, la petrolera puso sus técnicos a disposición de los venezolanos que aspiraban a hacer cine de autor, e incluso sus equipos. Es el caso de Giuseppe Nisoli, que estuvo a cargo de la fotografía de Araya. Boris Doroslovacki, quien estableció un laboratorio con la ayuda de la Shell para procesar las películas de la compañía, fue el cinematógrafo de La escalinata y de Reverón”.

Como carecía de presupuesto, Enríquez  reclutó sus actores y buena parte de su equipo en el Taller Libre de Arte, donde estudiaba María Luisa Sandoval.

–Yo había hecho la primaria en El Conde, Caracas, donde vivíamos –recuerda María Luisa Sadoval-. Pero cuando terminé el sexto grado, el plantel cerró. Para no perder tiempo, me metí en la academia de arte de El Cuño, que era la principal escuela de arte de Caracas. Allí varios grupos, principiantes, intermedios, principales…. Estudiábamos pintura, diseño, escultura… De todo. Yo pintaba. Cuando yo entré, Mateo Manaure era un alumno de los que llamaban profesores, porque estaban a punto de graduarse y nos daban clases. Era el caso de Carlos Cruz-Diez. Casi todos los pintores venezolanos conocidos estaban ahí.

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Foto del Archivo de Fotografía Urbana

César Enríquez, también estudiante de artes, seleccionó el elenco entre sus compañeros, “pero faltaba la mujer”, dice María Luisa Sancoval. “No conseguían una muchacha para el papel. Me dijeron que si yo quería participar en la película y les dije que no. No me interesaba eso. Siguieron buscando y un día volvieron: ‘ “¿no quieres que te hagamos una prueba? Necesitamos una muchacha, ayúdanos’. Me hicieron la prueba y les gustó. Así empezamos a filmar La escalinata. Con gente del barrio, policías auténticos, ambulancias auténticas… Todo lo que sale en la película estaba allí, en el barrio”.

La fotografía de La escalinata estuvo a cargo de Boris Doroslovacki, fotógrafo yugoeslavo que había trabajado con la UFA alemana como director de fotografía, fue prisionero de guerra y una vez finalizadas las hostilidades, sió de la cárcel y vino a Venezuela, donde abrió una tienda de artículos de fotografía.

La dirección de arte corrió a cargo de César Enríquez. En sonido, Antonio Plaza Ponte. Los intérpretes fueron: María Luisa Sandoval, Oscar Jaimes, cantante y primera figura de la radio; Rubén Saavedra, Carlos Flores, Víctor Ruido, Félix Castillo, Juan Rodríguez, así como los habitantes de la Quebrada de Caraballo: Cruz Vicente Medina, la niña Margarita Hidalgo, Rafael Urguelles, Ángel Vicente Vargas, Simón Juanerjes Giménez y José Pérez.

Fue estrenada el 20 de spetiembre de 1950 en los teatros Continental, Capitol, Caracas, Alcázar, espala, Río y Lincoln (en Caracas) y diez salas más en el resto del país.

Al concluir la filmación, María Luis Sandoval retomó sus clases en la escuela de artes. Y poco después comenzó otra película. “Esa película tan modesta”, le dijo la actriz al historiador del cine venezolano, Ricardo Tirado, “rodada a pleno sol por las quebradas, cerros y calles de la coudad margina, cambió la vida de unos cuantos, incluyéndome a mí”.

Un sueño nada más

En 1951, cuando todavía los entendidos en cine comentaban La escalinata, se estrenó la segunda película de María Luisa Sandonal. Se llamó Un sueño más. El guión era del cineasta argentino Juan Corna, quien también la dirigió. La fotografía recayó sobre  Aníbal González Paz. El montaje y el sonido los hizo Antonio Plaza Ponte. Y la producción fue de Antonio Bacé con CIVENCA.

El elenco de Un sueño nada más estaba compuestotambién  por: Dafne Acosta Rublo, Fernando Cruz, Juan Corona, Marco Tulio Maristany, Fina Rojas y Rubén Saavedra

–Era una comedia tipo inglesa –explica María Luisa Sandoval-. Dos hermanas enamorada del mismo hombre. Yo hacía la hermana mayor, de quien estaba enamorado el galán. Y la jovencita fue interpretada por Dafne Acosta Rubio, una debutante que quería ser actriz y su padre, quien era un publicista muy conocido, armó el proyecto para complacer a la muchacha. La película se filmó en la casa de la  escritora (y quien fuera Miss Venezuela 1949) Miriam Cupello, en El Paraíso.

¿Esa película tuvo éxito? –le preguntó su hija, Carol Prunhuber.

Creo que no –responde ella con sencillez-. Pero era bonita, la gente iba bien vestida, no estaba mal. Pero es que no gustaba en esa época. A la gente no le interesaba. El venezolano todavía no estaba preparado para eso.

Territorio verde

En el tercer papel de María Luisa Sandoval interpretaba a una india. “Porque les hicieron pruebas a varias actrices y ninguna los convenció. Parece que le hicieron prueba a Margot Antillano, quien podía dar el tipo de india pero era una mujer un poco madura; no daba el papel que, era para una actriz joven. Me contrataron porque pensaban que me podían arreglar, no sé, maquillar…”.

Se refiere a Horacio Petersonon y a Ariel Severino, quienes compartieron la dirección de Territorio verde (1952), una película producida por Bolívar Films, con guión de Guillermes Fuentes. Fotografía de Ramiro Vega. Escenografía de Ariel Severino. Montaje de Alcides Longa. Música del maestro Eduardo Serrano. Sonido de Leopoldo Orzali. Y la producción de Luis Guillermo Villegas Blanco. Un equipo extraordinario, en verdad.

Compartían el cartel con María Luisa Sandoval, los actores Elena Fernand, Luis Salazar, Tomás Henríquez, Pura Vargas, Alberto de Paz y Mateos (quien interpretaba un sacerdote), Saúl Peraza, Alberto Castillo Arráez, Aldemaro García y Miro Antón.

– Todas las escenas de selva se rodaron en Tarzilandia –dice María Luisa Sandoval-. No existía el restaurante en esa época. Tarzilandia era un parque nacional, a la pata del Ávila. Era muy bonito, todo salvaje. Trabjábamos de 8 a 5. Cuando se iba la luz, ya no se podía trabajar porque ellos decidieron filmar con luz natural.

Papalepe

En 1955, la compañía productora Gama Film filmó Papalepe, un melodrama escrito, dirigido y producido por Antonio Graciani, padre. Con fotografía de Lorenzo Capra; montaje de Antonio Graciani, Jr.; sonido de Luis Capriles y escenografía de Ariel Severino.

En esta cinta, María Luisa trabajó con Agustín Irusta (actor mexicano), Liliana DuránAmérica Alonso, Américo Montero, Ligia Duarte, María Escalona, Helena Naranjo, Edmundo Valdemar, Chuchín Marcano y la niña Rebeca González.

La pelicula se estrenó el 16 de noviembre de 1957 en los cines Metropolitano, Apolo y España.

La imagen

Pasarían dos décadas para que María Luisa se volviera a poner a las órdenes de un director de cine. En 1974, estuvo entre las estrellas de La imagen,

dirigida por María Lourdes Carbonell, quien escribió el guión con la colaboración de Ana Pascual.

En esta cinta, María Luisa Sandoval hacía el papel de la esposa de un político (interpretado por Fernando Gómez) con aspiraciones presidenciales. Napoleón Bravo era el hijo de la pareja. Y los acompañaban: Manuel Poblete, María de Lourdes Devonish, José Basterra, Estrella Castellanos, Luis Hernández, Gustavo Pierralt, César Pinto, Ika Duarte, Alejandro Avendaño, Josefina Bigott, John Austin, Marcos Sosa, Marcelo Valdez y Rafael Velásquez.

La imagen se estrenó el 29 de octubre de 1975 en los teatros Concresa, Broadway, Centro Vista Punar y el Multicine El Trébol en simultánea con Maracaibo y Valencia.

El crítico José Hernán Briceño escribió, en El Nacional: “María Luisa Sandoval reaparece el tiempo preciso, derrochando clase y señorío, demostrando ser una actriz de gran escala y gran seguridad interpretativa. De rostro afilado y grandes ojos, actriz provista de una presencia dominante y distinguida belleza, ascendió a la categoría absoluta de estrella en la época dorada de los 50’s del cine venezolano…”.

–¿Se sentía usted una estrella?

–Jamás –nos dijo por teléfono-. No había manera. A casi nadie le interesaba lo que hacíamos.

–Por lo menos, ¿se sentía bella?

–No particularmente.

Su nombre artístico es María Luisa Sandoval; por Milagros Socorro // #UnaFotoUnTexto

Por qué alguien pensó que “María Luisa Sandoval” tenía más glamur o mayor sonoridad que “Luisa Amelia León Garrido”, eso no lo sabemos. El caso es que la actriz María Luisa Sandoval, quien desplegó una exitosa carrera en el cine, el teatro y la televisión venezolanos desde finales de los años 40 hasta principios de

Por Milagros Socorro | 24 de septiembre, 2017
Archivo de Fotografía Urbana

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Por qué alguien pensó que “María Luisa Sandoval” tenía más glamur o mayor sonoridad que “Luisa Amelia León Garrido”, eso no lo sabemos. El caso es que la actriz María Luisa Sandoval, quien desplegó una exitosa carrera en el cine, el teatro y la televisión venezolanos desde finales de los años 40 hasta principios de los 70, nació en Los Teques, el 18 de octubre de 1929, y la inscribieron en el registro civil como Luisa Amelia León  Garrido, hija del comerciante Luis León Díaz, nacido en Los Teques, y Josefina Garrido Sandoval de León.

El apellido escogido para su nombre profesional era, pues, el segundo de su madre, y parte del primero de su abuela, Josefa Sandoval Y La Mar de Garrido, quien terminó de criar a la niña tras la prematura muerte de la madre, fallecida a los 50 años. Josefa Sandoval Y La Mar había nacido en Valencia, donde transcurrió toda su vida, incluida su vida de casada con Miguel Garrido, un hombre de a caballo (literalmente) y pistola al cinto, prepotente, mujeriego y desconsiderado. Cuando murió, Josefa se puso de negro, pero cuando nadie la veía, musitaba: Gracias a Dios. La bisabuela de María Luisa, por cierto, se llamaba Fronilde Sandoval, de manera que disponía de una variada gama de nombres para escoger.

En esta primera entrega ofrecemos una fotografía de Luisa Amelia cuando era una bebé, vivía en Caracas y temperaba en Los Teques. Nadie podía imaginar que se convertiría en una actriz famosa, puesto que ninguno de sus familiares se dedicaba al teatro u oficio parecido. Ella misma tampoco soñaba con ser una estrella y si llegó a serlo fue porque el azar fue llevándola a ese destino y porque su aspecto era verdaderamente espléndido, como puede observarse en las otras imágenes, correspondientes a los años 50, época en la que se desarrolló casi toda la trayectoria artística de María Luisa Sandoval, de la que ofreceremos detalles en próximas entregas.

 

Archivo de Fotografía Urbana

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Regreso a clases; por Milagros Socorro // #UnaFotoUnTexto

La memoria no existe. En su lugar están los libros, los edificios y monumentos, las pinturas y grabados, los mapas y planos, las películas y fotografías. Pero, pese a las mil evidencias de que la memoria es una quimera, siempre creemos que retendremos tal o cual momento, dato o emoción. No es así. Nada se

Por Milagros Socorro | 17 de septiembre, 2017
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Fotografía Archivo Fotografía Urbana

La memoria no existe. En su lugar están los libros, los edificios y monumentos, las pinturas y grabados, los mapas y planos, las películas y fotografías. Pero, pese a las mil evidencias de que la memoria es una quimera, siempre creemos que retendremos tal o cual momento, dato o emoción. No es así. Nada se salva del olvido, que solo se arredra ante la piedra tallada y los documentos bien pergeñados y conservados. Pese a esto, decíamos, que es una gran verdad imposible de rebatir, muy pocos se toman el trabajo de fechar una fotografía y apuntar el nombre de su autor. Y entonces tenemos que adivinar cuándo fue captada la imagen, en qué lugar y cuál es la situación.

En el caso de esta pieza, parte del acervo del Archivo Fotografía Urbana, el hecho parece estar claro. Tal como ocurrirá este lunes 18 de septiembre en todo el país, se reinician las clases. Se colige el evento por la prolijidad de los uniformes en cuyas telas no se ha cebado el desgarro de los juegos bruscos, los nudillos vengativos de una lavandera armada con jabón de Castilla, ni el desvaimiento que a la larga acusa hasta el dril más fuerte al ser sometido a largas tardes de sábado bajo el sol. Y está claro que es un primer día de clases no solo porque los zapatos están enteros y la elásticas de las medias mantienen su determinación y no han caído desmayadas con tanto trasiego de bateas, sino porque el ruedo de las faldas y pantalones están donde deben estar. Sus dueños no han echado el estirón que cada año deja sus uniformes “zancones”, “brincapozos”, “te van a picar los pollitos”, “vas a recoger pepinos”, en fin, muy cortos.

Debe ser un día soleados en los primeros años 60. Esto se deduce por los cables de la luz en las alturas (el cableado de la energía eléctrica fue puesto bajo tierra como quien esconde bajo la cama las huellas recientes de un mal paso, a mediados del siglo XX, en las grandes ciudades de Venezuela). Ya las niñas se han incorporado masivamente a la educación. Y desde hace tiempo. A las claras se ve la falta de tensión entre los géneros, la familiaridad con que comparten la acera breve y la reunión tras largas vacaciones.

Los bultos de cartón, que hablan del celo de unas familias de modesto pasar, pero empeñadas en que el muchachito llegue a ser alguien en la vida. No los podrán equipar con maletines de cuero, pero cada septiembre les reponen el baratón, que todos los viernes es aseado con un trapito húmedo y sacudido boca abajo para despojarlo de basurita de sacapunta, envolturas de caramelo y quién sabe si un insecto que murió feliz, lamiéndose las antenas impregnadas de Savoy.

Esta escena puede haber tenido lugar en Maracaibo, donde hay un antiguo Colegio Sam Onofre. Pero la verdad es que muchas poblaciones de la hispanidad tienen planteles con el nombre del excéntrico anacoreta que dejó los dorados salones de la corte abisinia para echarse a un erial a hablar solo (en realidad, con el diablo, que venía a tentarlo a cada rato). De manera que también podría haber estado en el centro de Caracas o en Los Andes (la acera es inclinada). Es un colegio privado (si fuera público no aclararía que está “inscrito en el Ministerio de Educación”); y, con toda seguridad, su sede no dice desde afuera lo amplia que es. Estos niños van a ingresar, muy probablemente, a un zaguán donde los espera una sombra dulce que habrá de abrirse a un ancho patio a cuyo alrededor se alinean las puertas de las aulas.

La foto transcurre en una atmósfera apacible y auspiciosa. Ningún mal asedia a estos niños. Por el contrario. Son venezolanos. Tienen petróleo, tienen democracia, tendrán acceso al crédito, tienen padres y abuelos inmigrantes, que han encontrado un lugar de donde no querrán irse. ¿Qué puede salir mal?

José Ratto-Ciarlo y Lorenzo Batallán, maestros del periodismo cultural; por Milagros Socorro

—La foto registra a dos recias figuras del periodismo cultural venezolano —identifica Nabor Zambrano, a su vez descollante figura del género en Venezuela—. Dos hombres de flux, formales en el vestir y en la noticia, asumida con la nobleza de profesión-vida. Son José Ratto Ciarlo y Lorenzo Batallán. Cuando Nabor Zambrano llegó a El Nacional,

Por Milagros Socorro | 10 de septiembre, 2017
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José Ratto Ciarlo y Lorenzo Batallán. Imagen del Archivo Fotografía Urbana

—La foto registra a dos recias figuras del periodismo cultural venezolano —identifica Nabor Zambrano, a su vez descollante figura del género en Venezuela—. Dos hombres de flux, formales en el vestir y en la noticia, asumida con la nobleza de profesión-vida. Son José Ratto Ciarlo y Lorenzo Batallán.

Cuando Nabor Zambrano llegó a El Nacional, “en San Cristóbal, a finales de los años 60”, Ratto Ciarlo era referencia; “y Lorenzo Batallán junto a Miyó Vestrini, marcaban el paso del acontecer cultural del país”.

“El mapa cultural del país era pequeño”, explica Zambrano, “una sola Orquesta Sinfónica, la OSV; un solo Museo, el de Bellas Artes (el de Ciencias, con data del siglo XIX, se veía disminuido); una compañía de ballet folclórico, Danzas Nacionalistas de Yolanda Moreno, en medio del estoico esfuerzo de la Nena Coronil, Sonia Sanoja, Grishka Holguín y las Hermanas Contreras por abrirle camino a la danza moderna; una editorial, Monte Ávila, que exhibía orgullo de marca en el diseño de John Lange; un cine de escasos logros, apartando el premio de Cannes a Araya y la resiliencia de la Cinemateca Nacional; un teatro igualmente heroico, con el Ateneo de Caracas y el Nuevo Grupo”.

–Lorenzo Batallán y Miyó Vestrini, —sigue Nabor Zambrano— y más tarde Teresa Alvarenga, daban cuenta exhaustiva de ese país arbitrario, pujante, iconoclasta, donde los debates estéticos se confundían con el avatar político-ideológico que respiraba aires perezjimenistas y aireaba simpatías fidelistas: Tabla Redonda, Techo de la Ballena, Sardio, las revistas Zona Franca E imagen, destilaron el licor de una democracia incipiente que no terminaba de macerarse en el odre de las pasiones. Y ahí estaban Batallán, Vestrini y Alvarenga acompañando la aventura cultural en todos los órdenes: el homenaje a la tradición, el apoyo a las nuevas generaciones, el júbilo del reconocimiento a las artes o las luchas por presupuestos dignos para la cultura. La ONJ, los festivales internacionales de teatro, el Museo de Arte Contemporáneo, el Teatro Teresa Carreño, el Museo Jesús Soto, el Museo de los Niños, la nueva sede del MBA, y más tarde de la GAN, asomaban en el horizonte con paso firme aunque con pocas partidas en el erario y la impaciencia del medio, que Batallán, Vestrini y Alvarenga, y luego quienes les sucedimos fustigaban a página completa.

A finales de 1976, cuando ya Nabor Zambrano estaba en la redacción en Caracas, Lorenzo Batallán y Miyó Vestrini se fueron del periódico; y en su lugar llegaron Mara Comerlatti y Eduardo Delpetri a las páginas de Arte. En una reestructuración, Delpretti fue a Información Genérica y a Nabor lo pasaron de Farándula a Artes, entonces bajo la jefatura del escritor Alfredo Armas Alfonzo.

Batallán se fue a estrenar la Dirección de Cine del recién creado Ministerio de Información y Turismo. Luego se iría a RCTV como Gerente de Prensa. “ Y tal debió ser su poder de convencimiento”, dice Zambrano, “que logró que el rígido canal 2 abriera un espacio cultural: Clásicos Dominicales con la presentación de Isabel Palacios; luego se fue de asesor de la Fundación Mozarteum con el mismo proyecto cultural, hasta que, hastiado de que Clásicos Dominicales fuera transmitido los lunes en la madrugada, hizo acopio de su saber y experticia y se dedicó en profundidad al silencioso mundo del sonido”.

Este dato es confirmado por la también periodista Mariahé Pabón, quien recuerda a Lorenzo Batallán como un periodista multifacético, que “podía escribir de cualquier tema, pero lo que más le gustaba era la música”. La observadora Mariahé apunta que “como algunos españoles, Batallán era un poco pretencioso y, a la vez, con un gran sentido del humor. Discreto y misterioso en sus costumbres, siempre vivió en el centro de Caracas, muy cerca de El Nacional. Fue un gran maestro como periodista de cultura y como jefe, muy exigente. Poco amigo de la vida social, siempre lo veía en conciertos musicales. Lo quise mucho, porque disfrutaba de su conversación y de sus sabias lecciones. Me atrevería a decir que he conocido a pocos periodistas tan bien ‘redactados’ como él”.

Médico, cineasta, ¡periodista!

Francisco Diego Lorenzo Batallán -quien luce flux oscuro en esta imagen, parte del fondo del Archivo Fotografía Urbana-, nació en Santiago de Compostela, España, el 28 de octubre de 1925. En la entrevista que concedió, a los 88 años, para la serie de premios nacionales de Venezuela, contó que su interés por la lectura le venía desde su primera infancia. “Leía todo lo que caía en mis manos, incluidos trozos de periódico que recogía del suelo y que leía delante de mi madre para que ella viera lo inteligente que era”. A los 20 años ya había leído la Odisea y la Divina Comedia. A los 25 ya tenía leído el teatro clásico.

—Tengo la adicción de la información —dijo en esa entrevista, que está disponible en internet—. No quiero ser un sabelotodo, pero quiero aprender lo más posible, porque si lo que aprendo sirve para que yo lo comunique sin pretensiones y sin exhibicionismos a terceros, eso me daría mucha satisfacción. Soy de los pocos españoles que ha leído El Quijote dos veces”.

Tan acendrado era su hábito de andar con un libro o revista bajo el brazo que sus amigos españoles lo llamaban El sobaco ilustrado. Cuando emigró a Venezuela era médico y ya traía leídas las novelas de Rómulo Gallegos. Al llegar a este país se hizo cineasta. El historiador del cine venezolano, Pablo Gamba, lo incluye en el grupo de “cineastas autores” de 1950-1965, donde también están José Ángel Hurtado y Román Chalbaud. “Martín y Batallán”, precisa Pablo Gamba, “trabajaron en Chimichimito con Abigaíl Rojas. Rodaron también Los zamuros (1962), un corto que se exhibió junto con el largometraje La paga (1962), realizado en Venezuela por el cineasta colombiano Ciro Durán”.

En 1957, Batallán ya estaba nacionalizado venezolano. Y ya era periodista. Antes de desempeñarse como jefe de la página de Arte de El Nacional, había pasado por “periódicos de rápida aparición y rápida desaparición”, donde empezó su carrera en el periodismo. Fue fundador de la revista Momento, en 1958,  en la época en que la dirigía un hombre de mucho carácter, el zuliano Carlos Ramírez McGregror, que llegó a ser embajador de Venezuela en la Santa Sede”. En Momento, Batallán hacía la crónica cinematográfica, además de reportajes periodísticos. “Un día, en una reunión social, Miguel Otero Silva me llamó aparte y me dijo que quería me que fuera a trabajar a la página de Arte de El Nacional. Entré como ayudante de Ratto-Ciarlo, gran periodista a quien mucho le debe la cultura de este país”.

 Los recuerdos de Teresa

—Ver a Lorenzo después de tantos años me ha dado palpitación —dice la periodista Teresa Alvarenga al recibir esta foto—, sobre la cual le pedimos comentarios.

Mi primer contacto con mi futuro jefe, con Lorenzo Batallán, -evoca Alvarenga, ella misma una gran figura del periodismo cultural venezolano- fue un baño de agua fría. Era el año 1973. Ya habíamos conversado por teléfono. Yo era reportera en la revista Imagen y él quería que me fuera a El Nacional en reemplazo de Miyó Vestrini. El día fijado para la entrevista con el doctor Uslar, director de El Nacional, hubo un tiroteo en la plaza de El Silencio y no asistí. Al día siguiente, Lorenzo me recibió con un regaño: un periodista es como un médico, en medio de la balacera, tienes que llegar, es tu compromiso. La lección fue definitiva.

–Mis años en El Nacional, —sigue Teresa Alvarenga—, fueron de puro aprendizaje. Las primeras notas que me encargó, le parecieron “una mierda”. Y me las rompió en mi cara. Mi reacción fue de sorpresa y silencio. Ni modo, a sentarme y repetir la redacción. Los compañeros de otras secciones me habían advertido de que no sería fácil trabajar con él. A Miyó Vestrini le había lanzado un frasco de tinta, cuando ella le respondió de cierta manera que no le agradó. Lorenzo era un hombre muy culto, pero muy explosivo.

Ya ella lo había lo conocido en las aulas de la Central, donde Batallán enseñaba Apreciación Cinematográfica. “Cada día, como a las 9 de la mañana, llegábamos a nuestra oficina. Comentábamos las noticias que tenían gancho y decidíamos con cuál abrir la página de Arte, que entonces tenía miles de lectores. De pronto, recibía una llamada y me decía: abrimos con otro asunto…”. Alvarenga recuerda las tensiones que se desataban cuando fallecía alguna celebridad de la cultura, “se producía el robo de una obra de arte, cambiaban un funcionario del área o avisaban a última hora quién había ganado el Nobel o cualquier otro premio importante. Era la locura. Lorenzo se ponía un poco histérico. él escribía una parte y yo otra. Y todo tenía que cuadrar”.

Batallan saldría de la página de Arte para irse a Venevisión, donde haría un programa cultural como director y productor, así que Teresa cambió de jefe. En 1978, Miyó Vestrini, quien había sido reportera con Batallan anteriormente y había renunciado, fue nombrada jefe de la Página. Teresa se quedó dos años más. “Miyó tenía un olfato periodístico fuera de lo común… pero también un carácter muy fuerte y contradictorio”. Por suerte, la promovieron a coordinadora del Cuerpo “E”, bajo la dirección de Luis Alberto Crespo. Y luego siguió otros caminos, pero siguió enviando sus notas de crítica de danza la página de Arte por dos décadas.

Teresa vuelve a contemplar la foto y agrega: “Batallán y Ratto-Ciarlo eran muy amigos. Ratto visitaba de vez en cuando la oficina y conversaban de lo habido y por haber. Era un hombre jovial, amable, sereno. Por mucho tiempo siguió siendo columnista del periódico”.

Lorenzo Batallán murió en Caracas, el 24 de diciembre de 1914.

 Un humanista completo

América Ratto-Ciarlo, hija del periodista, no está del todo conforme con esta foto. “Tiene la pajarita un poco volteada. Mi papá solía ser muy cuidadoso con su pajarita”.

Al parecer, la gráfica fue captada un día en que José Ratto-Ciarlo recibió una de las muchas condecoraciones que distinguieron su deslumbrante carrera.

De paso, no se llamaba exactamente José. Único hijo de genoveses provenientes de la provincia de Savona, Giuseppe Stefano Antonio Ratto-Ciarlo nació el 18 de noviembre de 1904, en Lima, Perú, donde hizo sus primeros estudios. Luego seguiría estudios superiores en Humanidades: Latín, Griego, Literatura universal, y Arte, en Génova (de 1914 a 1923) hizo. “Durante esta estadía en Génova”, precisa América en su blog, “realizó sus primeros contactos con el periodismo en la imprenta Tipografía operaria de Corsi e Ciarlo, de su abuelo materno Stefano Ciarlo, quien publicaba el diario Il Vero”.

En 1928, regresa a Lima para revalidar sus estudios e inscribirse en la Universidad de San Marcos. Militó en la Confederación del Trabajo del Perú, donde compartió con Juan Carlos Mariátegui, en cuya revista Amauta colaboró José. “Por esta época, dirigió el periódico semanal Vanguardia y tanto él como un grupo de universitarios fueron encarcelados por el dictador Sánchez Cerro en 1931. En vez de mandarlo preso a la Isla de San Lorenzo, fue expulsado del país. Es así como en 1931, con 27 años de edad, llega al puerto de La Guaira”.

En 1936 se hizo venezolano. En esos años estaba radicado en Maracaibo, donde Ratto-Ciarlo era profesor de Latín y Griego, en el Liceo Sucre; e integró el grupo de intelectuales del Zulia que editaba la revista Espesor.

Tras la muerte de Gómez, Ratto-Ciarlo se muda a Caracas donde empieza a trabajar en El Demócrata. En 1937 fue secretario de Cultura de la recién fundada Asociación Nacional de Empleados (ANDE). Trabajó en la redacción del periódico Crítica -dirigido por Eloy Chalbaud Cardona; y luego, cuando el periódico se transformó en El Tiempo, en la época Medina Angarita (1941 – 1945), bajo las sucesivas direcciones de Manuel Felipe Rugeles, Mariano Picón Salas y luego Ramón Díaz Sánchez, era redactor político y sindical.

Cuando se funda el Partido Democrático Venezolano (PDV), Uslar Pietri lo encarga de la administración del semanario En Marcha, órgano oficial de esa organización. Y, cuando cae el gobierno de Medina (1945), los primeros en ir presos son Ramón Díaz Sánchez, Alirio Ugarte Pelayo y José Ratto-Ciarlo, quienes dan con sus huesos en la Cárcel Modelo por trabajar en el diario oficialista. Tras unos meses de presidio, lo confinan a Valera, donde se habían establecidos sus padres, venidos del Perú. Desde los Andes, escribe y envía sus reportajes a Antonio Arráiz, director de El Nacional, bajo los seudónimos de Peregrino Pérez y/o Tito Rojas Lacero.

Ratto-Ciarlo integró la primera cohorte de periodistas graduados en la “Promoción Leoncio Martínez” de la UCV, en 1950. Como ha escrito Eduardo Orozco, la Escuela de Periodismo de la Central había comenzado sus actividades bajo la dirección del antiguo linotipista, luego sociólogo, Miguel Acosta Saignes, quien luego comentaría:

 “Ese primer curso era brillante. Yo lo recuerdo como uno de los mejores cursos que he tenido en la Universidad: José Ratto Ciarlo, Josefina Juliac, María Teresa Castillo de Otero Silva, Ana Luisa Llovera, Miguel Otero Silva, Trinita Casado y Oscar Guaramato”.

De 1947 a 1967, Ratto-Ciarlo trabajó en El Nacional, donde publicó su columna de crítica cultural Arabescos. Cuando se retiró era jefe de la página de Arte. De allí se iría a Últimas Noticias cuyo Suplemento Cultural fundó y donde estaría de 1968 a 1974.

—Paralelamente a su labor periodística , —recuerda América—, Ratto-Ciarlo hizo trabajo sindical y gremialista. Ocupó la Secretaría de la Asociación Venezolana de Periodistas, hoy Colegio Nacional de Periodistas. Fue miembro fundador de la Asociación Venezolana de Escritores; fundador de la Asociación Venezolana de Conciertos, con Rahzes Hernández López e Israel Peña. Conjuntamente con el crítico francés Ami Courvoisier, funda el Círculo de Cronistas Cinematográficos de Caracas. También ejerció labores en la Dirección de Información y Relaciones Públicas del CONAC.

José Ratto-Ciarlo publicó numerosos libros sobre periodismo, historia y arte. Entre los que se cuentan: César: contribución al estudio de una dictadura (1941) La utopía del reino de Dios (1955) Historia caraqueña del periodismo venezolano (1967) y La libertad de prensa en Venezuela (1972). Destaca en su bibliografía su importante obra sobre el pintor Carlos Otero (1978).

Al momento de su fallecimiento, en 1997, cuando tenía 93 años, trabajaba con el historiador Federico Brito Figueroa en la revisión de escritos históricos.

Los nombres de estos dos periodistas, orgullo del gremio, aparecen juntos en muchas revisiones. Por ejemplo, figuran en el pequeño grupo (apenas ocho personas) galardonado con Premio Nacional de Periodismo Cultural de Venezuela, entregado a comunicadores sociales y promotores culturales entre 1990 y el 2000. Ratto-Ciarlo fue el primero en recibirlo, en 1990, compartido con Nelson Luis Martínez; y Lorenzo Batallán lo obtuvo en 1992. Coincidieron también en el exclusivo elenco de los miembros del Capítulo Venezuela de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA), creado en 1972.

Cada vez que en Venezuela escribimos una nota sobre cultural hacemos homenaje secreto a estos dos maestras que la fortuna trajo a Venezuela para hacerlo un país mejor.

Aquí se habla de ciencia; por Milagros Socorro // #UnaFotoUnTexto

Arístides Bastidas La libreta anuncia la situación. Un doctor (la bata blanca lo indica) se apoya en una diapositiva para hacer gráfica su explicación, mientras un tercero observa. No sabemos quién tomó la foto, pero sabemos quiénes son los tres hombres, de qué pueden estar hablando y cuándo pudo ser captada la imagen. La gran

Por Milagros Socorro | 3 de septiembre, 2017
Imagen del Archivo Fotografía Urbana

Imagen del Archivo Fotografía Urbana

Arístides Bastidas

La libreta anuncia la situación. Un doctor (la bata blanca lo indica) se apoya en una diapositiva para hacer gráfica su explicación, mientras un tercero observa. No sabemos quién tomó la foto, pero sabemos quiénes son los tres hombres, de qué pueden estar hablando y cuándo pudo ser captada la imagen. La gran pista la ofrece esa libreta de reportero indicadora de que esta situación no es de aula sino de prensa.

El primero, de izquierda a derecha, es el periodista Arístides Bastidas. La foto fue hecha por el reportero gráfico que lo acompañó a hacer la entrevista. Arístides Bastidas nació en San Pablo, población del estado Yaracuy, el 12 de marzo de 1924. A los 12 años, en 1936, se mudó con su familia a Caracas. Aunque tenía gran avidez de aprender y era alumno regular del liceo Fermín Toro, no pasó del primer año de bachillerato. Las estrecheces económicas de la familia marcaron ese límite. Tendría que aprender como autodidacta. Y es, por cierto, lo que hizo.

En 1945, tras desempeñarse como vendedor de empanadas, entre otros oficios, ingresó a Últimas Noticias como reportero policial y político, y se inició también como sindicalista y gremialista. Cuatro años después, en 1949, cuando pasó a El Nacional, se convertiría en pionero del periodismo científico moderno en Venezuela. Arístides bastidas escribió más de veinte libros y llegó a ser una figura tan importante y respetada en el ámbito de la divulgación de la ciencia que, aunque no cursó ni un día de estudios superiores, la Universidad Central de Venezuela lo honró con el nombramiento de profesor honoris causa de la Facultad de Humanidades. No sería ni de lejos la única institución en reconocer los méritos de Bastidas cuya

contribución al desarrollo del periodismo científico fue reconocida con el premio Kalinga (París, 1982), otorgado por la Unesco.

Y pocos días antes de su muerte, acaecida el 23 septiembre de 1992, fue distinguido  por la Universidad de Florencia con el “Premio Capire para un Futuro Creativo”, reservado a quienes hacen aportes excepcionales a la educación para la creatividad.

Arístides Bastidas fue un hombre excepcional por muchas cosas. Naturalmente, destacó por su sensibilidad frente a la naturaleza y al hecho científico. “La ciencia y la tecnología”, decía, “tienen la misma procedencia que la poesía y el arte”. Y está en la historia del periodismo venezolano por la nitidez y gracia de su prosa, así como por su compromiso con asuntos nacionales cuya fundamental relevancia supo ver y defender, como la defensa del medio ambiente y la vigencia imperturbable de la agricultura. Pero también estaba fuera de grupo por la heroica circunstancia que le impusieron sus diversas enfermedades y el estoicismo con que las vivió y superó.

Este hombre singular -escribió Hugo Álvarez Pifano- padeció de artritis, sufrió soriasis, diabetes, glaucoma, parálisis y muchas enfermedades más que solo conocen sus médicos. Al final de su vida perdió casi por completo la vista.

Ese deterioro lo llevó a agudizar sus facultades hasta el punto de que, cuando las múltiples limitaciones le impidieron tomar apuntes, como lo vemos hacer en esta imagen, se entrenó para tomar notas mentales. Pero nunca dejó de trabajar.

“En su silla de ruedas, –lo describe José Pulido, en ‘Periodistas en su tinta’, de Petruvska Simne– con las manos convertidas en dos puños que ya no podían abrirse para teclear la máquina. El periódico le buscaba pasantes que aprendían con él, al mismo tiempo que transcribían las notas que Arístides dictaba. A veces hacía una entrevista, sin anotar nada y sin grabador. Y luego le dictaba al pasante o a la pasante de turno y la entrevista aparecía íntegra, frase a frase, sin que el entrevistad dijera lo que no había dicho. La memoria de Arístides bastidas era tan portentosa que tenía su guía telefónica personal en la mente: recordaba los teléfonos de todos sus amigos y colegas”.

Una de esas pasantes fue la periodista Mara Comerlati, quien asegura que esta foto debió ser tomada alrededor de 1965.

“En 1975, cuando llegué a El Nacional ya él estaba incapacitado, a causa de un accidente de tránsito en el que se partió las piernas; y, debido a las altas dosis de cortisona que tomaba para combatir la artritis y la psoriasis, nunca se le consolidaron las fracturas. El medicamento también le afectó la vista y quedó ciego. En la foto no tiene las placas de psoriasis que le cubrían el cuero cabelludo y le afectaban también el rostro y las manos. Aquí estaba bastante joven y plenamente activo”.

Para glosar el perfil de este gran periodista, recordemos la descripción que de él hiciera el escritos José Santos Urriola: “…bajito, regordete, asertivo y ruidoso, moreno de pelo lacio y de rasgos menudos –la sonrisa potente y pesados los anteojos oscuros–, yaracuyano y comunista: Arístides Bastidas. Quienes lo conocían afirmaban que llegaría a ser una notable figura del periodismo. Algunos le pronosticaban una brillante carrera política. Todos reconocían el talento y la probidad de su empaque de breve obispo rojo. Pero nadie podía adivinar entonces que en Arístides Bastidas se darían, en una sola pieza –que me perdonen los gentlemen de la contención literaria–, el sabio, el héroe y el santo, sobre una silla de ruedas”.

Murió en Caracas, el 23 de septiembre de 1992.

Marcel Roche

En la mitad de la foto, como deidad tutelar que encabeza una trinidad, está Marcel Roche Dugand, uno de los hombres más fascinantes del siglo XX venezolano. Científico, médico, fundador y gerente de instituciones científicas, escritor, director de coros, conductor de televisión en programas de divulgación científica… no sigamos. Marcel Roche era lo que se llama un humanista, pero limitémonos a los talentos y cargos que lo pusieron este día en esta imagen.

Marcel Roche nació en Caracas, el 15 de agosto de 1920. Por la información recopilada por Yajaira Freites, del Departamento de Estudio de la Ciencia, IVIC, sabemos que fue el hijo mayor del urbanista Luis Roche, cuyos ascendientes habían venido a Venezuela a mediados del siglo XIX, y de la francesa Beatrice Dugand. Tras vivir los primeros años de infancia en Caracas, a los 9 años es enviado con sus abuelos paternos a Francia, donde ingresa al College Sainte Croix de Neuilly, donde había estudiado su padre.

Decidido a estudiar Medicina en París, en 1938, los aires de guerra lo llevan a dirigirse más bien a Filadelfía, Estados Unidos, donde obtiene un título, en 1942, en Biología y Química. Luego va a la Escuela de Medicina de la Universidad de Johns Hopkins (Baltimore, Maryland), donde se gradúa de médico en 1946. En los cinco años siguientes permanece en los Estados Unidos y se forma como investigador en varias universidades. En Harvard, donde estuvo entre 1948 y 1949, formó parte de equipos de investigación en las áreas de endocrinología, diabetología y nutrición.

En 1951 regresa a Venezuela e inmediatamente empieza a trabajar en el consultorio del doctor  Francisco De Venanzi, quien también lo integra a la Cátedra de Fisiopatología de la Universidad Central de Venezuela (UCV), y al ejercicio de la medicina en el Hospital Vargas.

Entre 1952 y 1958, fundó y condujo el Instituto de Investigaciones Médicas, Fundación Luis Roche, donde investigaba sobre anquilostomiasis, bocio endémico y diabetes.

Roche fue director del Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales (IVNIC), que dio origen al Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), que dirigió durante diez años. El IVIC tendría una estructura más amplia que su antecesor, puesto abarcaba desde las ciencias básicas (matemáticas, física, química y biología) hasta medicina y ciencias sociales (antropología, arqueología y sociología e historia de la ciencia). En el grupo fundador se contaron, además de marcel Roche, los médicos Luis Carbonell, , Miguel Layrisse, María Luisa Gallango, Tulio Arends y Carlos Martínez Torres (el tercero en esta gráfica), entre otros. Roche fue también, entre sus muchas y notables iniciativas, fundador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT).

Murió en Miami, el 3 de mayo de 2003. No sin haberse hecho acreedor, en 1987, del premio Kalinga que cinco años antes le había entregado la Unesco a Arístides Bastidas.

Carlos Martínez Torres

Muy sobrio, con camisa blanca, corbata, pisacorbata y un flux varias tallas más grande, observa la escena el científico Carlos Martínez Torres.

El doctor Carlos Martínez se había iniciado –explica la doctora Gioconda San Blas, presidenta de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela– en la Fundación Luis Roche trabajando con Marcel Roche y Miguel Layrisse en hematología.

“Cuando se fundó el IVIC, los tres pasaron a formar parte de su plantel de investigación. Martínez Torres quedó trabajando con Layrisse, (porque Roche se había encargado de la dirección del IVIC) con quien estudió las relaciones entre hierro y anemias. Con esos datos y otros más, Layrisse y Roche propusieron al gobierno nacional suplementar la harina de maíz con hierro y otros suplementos, lo cual fue aprobado en los años 80. Esa sencilla acción de política pública en salud hizo posible una reducción notable en las anemias que azotaban a la población venezolana. Hoy, la Harina Pan sigue manteniendo los suplementos de hierro, vitamina A y tiamina ordenados en aquel decreto de los 80, como puede leerse en la información nutricional del empaque de la Harina Pan”.

Es posible, pues, que la fotografía recoja el instante en que Marcel Roche apela a un recurso pedagógico para exponerle al periodista pormenores del estudio del  

Anquilostomo, para lo cual diseñaron un aparato que permitía la observación y filmación del gusano que expolia la sangre de los pacientes. En el marco de este trabajo produjeron el documental “In vitro Studies of Ancylostoma caninum”, que en 1961 obtuvo la medalla de oro en la primera reseña de películas de documentación científica médico sanitaria del Centro Cultural Cinematográfico Italiano (Pavia).

Quién sabe si Arístides Bastidas fue a entrevistar a Marcel Roche y a Carlos Martínez Torres a propósito de este premio internacional a la película cuyo protagonista era el gusano causante de anemias en el medio rural venezolano. En este caso, la foto dataría de 1961 o 62.

No tenemos la fecha del fallecimiento del doctor Carlos Martínez Torres, lo que sí pudimos comprobar es que su nombre aparece citado en numerosas ocasiones en contenidos científicos sobre hematología en inglés. Quizá es otro gran venezolano olvidado por nosotros y recordado con respeto en otras latitudes.

Emoción; por Milagros Socorro // #UnaFotoUnTexto

A los ojos de hoy, año 2017, cuando en Venezuela se han hecho cotidianas las muertes de niños por desnutrición o causas asociadas a esta dolorosa carencia, este niño se ve un poco sucio, da la impresión de que tiene más horas en la calle de lo que corresponde a una criatura de su edad,

Por Milagros Socorro | 27 de agosto, 2017
Imagen del Archivo Fotografía Urbana

Imagen del Archivo Fotografía Urbana

A los ojos de hoy, año 2017, cuando en Venezuela se han hecho cotidianas las muertes de niños por desnutrición o causas asociadas a esta dolorosa carencia, este niño se ve un poco sucio, da la impresión de que tiene más horas en la calle de lo que corresponde a una criatura de su edad, unos 4 años, pero no está abandonado ni mucho menos. El perfil de la mejilla, el brazo y el cuerpecito dibujado en la ropa –hombros y cadera-, son todos muestra de buena complexión, alguien debe estar a cargo. Pero la mejor evidencia de que este niño tiene buena alimentación y los cuidados de algún adulto es la curiosidad, su capacidad de observación y deseo de aprender. Aún no sabe leer, pero le han llamado la atención las fotos del improvisado reclamo publicitario.

El fotógrafo, cuya identidad ignoramos, quiso retener el instante en que un chiquillo en edad pre-escolar demoraba su ascenso de un escalón callejero para contemplar la imagen de un escuadrón de uniformados a caballo, de unos hombres en actitud determinada o de un galán que besa las sienes de una mujer pálida y rendida. Es la foto dentro de la foto. Para el autor de esta gráfica -y para nosotros- es evidente que el muchachito puede saber que allí se anuncia una película, pero es completamente ajeno al hecho de que en ella aparece Gary Cooper, para el momento una de las más grandes estrellas del cine norteamericano.

La cinta que el cine Tropical presentó un lunes, a las 7 y media, que aquí se anuncia como “Los siete jinetes de la victoria”, es Northwest Mounted Policie (La policía montada del Canadá), dirigida por Cecil B. DeMille, en 1940, para el estudio Paramount Pictures, que tuvo en ella su película más taquillera de 1941, cuando fue estrenada. Era el primer film en tecnicolor de DeMille para la Paramount. Pero, claro, habrán pasado unos años para que la película llegara a este cine Tropical, que creemos que es el de Maiquetía, aunque también había salas con ese nombre otras ciudades de Venezuela, como en Punto Fijo y San Felipe, Yaracuy.

Esta que vemos, propiedad del Archivo Fotografía Urbana, debe ser una de varias imágenes en serie. Muy probablemente, el autor tomó otras, pero copió aquella en la que el niño se ha movido lo suficiente para dejar ver la palabra “Emoción”, que el publicista anotó, ya al final, sin riesgo a equivocarse.

La gráfica es parte de la Corototeca, fondo creado, en 1931, por el periodista, historiador y cronista de Caracas, Caremis (acróstico de Carlos Eduardo Misle). En esa variopinta colección reunida a lo largo de siete décadas por Caremis (Caracas 14 de marzo de 1924 – l6 de febrero de 2004) había muchas fotografías, incluidas las de importantes figuras, como Federico Lessman y Luis F. Toro (Torito), quienes documentaron retratan la Caracas del finales del XIX y principios del siglo XX; pero también revistas y recortes de prensa, postales, barajitas, tarjetas de vista, libros raros, películas, almanaques y objetos de muy diversa naturaleza. Era una memorabilia orientada por el sentimiento más que por cualquier cálculo.

Caremis debe haber quedado prendado por esta estampa de un niño de pantalones tiznados que mira a lo alto en busca de acción, éxito y emoción.

La noche que se derrumbó el edificio Mijagual en Caracas; por Milagros Socorro // #UnaFotoUnTexto

Cuando Gino Carrer Artico se sentó a cenar aquella noche tuvo que disimular su molestia porque, aunque venía con mucha hambre, tendría que posponer su comida porque no había pan en casa. Apenada por su descuido, Dora, la empleada doméstica de los Carrer, se secó las manos apresuradamente y cogió las llaves para correr a

Por Milagros Socorro | 20 de agosto, 2017
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Imagen del Archivo Fotografía Urbana

Cuando Gino Carrer Artico se sentó a cenar aquella noche tuvo que disimular su molestia porque, aunque venía con mucha hambre, tendría que posponer su comida porque no había pan en casa.

Apenada por su descuido, Dora, la empleada doméstica de los Carrer, se secó las manos apresuradamente y cogió las llaves para correr a la panadería. Sería cosa de minutos, puesto que la panadería estaba a pocos pasos. Gino permaneció en la mesa y, para no empezar su condumio sin pan, trató de interesarse en lo que su familia miraba por televisión.

Gino Carrer había emigrado a Venezuela poco después de concluida la segunda guerra mundial. Venía de Salgareda, provincia de Treviso, en la región del Véneto, al norte de Italia. En este país encontró trabajo como obrero especializado en la construcción de carreteras. Y nunca estaba desempleado. Podía recorrer con su dedo casi todo el mapa de Venezuela, por dondequiera había estado trazando líneas de asfalto. Aquí se había casado con Dora —sí, patrona y asistenta eran tocayas—, una diligente muchacha de Curiepe, de quien la separaban 18 años de diferencia. Dora de Carrer, que en la actualidad vive con su hija mayor en Barcelona, España, se desempeñaba como ejecutiva de la empresa alemana Zander, importadora de materiales para la industria textil, con tal talento y responsabilidad que estuvo en la organización por 35 años.

Esta noche no va a sentarse a cenar con su marido. Es posible que hubiera perdido esta costumbre, porque Gino pasaba mucho tiempo en el interior haciendo tajos en el paisaje para poner carreteras. Con una oreja atiende el asunto de la falta de pan para acompañar la pasta del musiú y con la otra sigue las incidencias del concurso de Miss Universo, que se transmite en diferido, pero nadie conoce el resultado por una cuestión de diferencia horaria. La prensa ha divulgado que la representante de Venezuela, Mariela Pérez Branger, está dando guerra. De hecho, quedaría de primera finalista.

Rose Marie Carrer es la menor de los tres hijos de Gino y Dora. Esa noche de julio de 1967 está a seis meses de cumplir los 7 años. Sería mucho pedir que se estuviera quieta y se interesara en un certamen de belleza. Lo mismo ocurre con su hermano, apenas un año mayor. De manera que no están sentados ante la televisión en el momento en que los ganchos de ropa empiezan a tintinear en el clóset. Con risitas y sin mayor inquietud, los niños juegan por un instante a que su apartamento rentado en el primer piso edificio Humboldt, en Altamira, este de Caracas, famoso porque en sus bajos está la auto-escuela Rossini, hay fantasmas.

El edificio Mijagual antes del terremoto de 1967

El edificio Mijagual antes del terremoto de 1967

Acaban de pasarse una larga temporada en el pueblo de su padre. En Salgareda murieron tantos en las dos conflagraciones mundiales que el lugar está plagado de espectros, así que los niños Carrer debieron habituarse a esas presencias juguetonas. Un año entero estuvieron con la abuela. Por esa época, sus padres estaban construyendo una casa en El Cafetal, al sureste de la capital venezolana; y, como suele suceder en estos casos, los gastos excedieron con mucho el presupuesto inicial, así que los Carrer se encontraron en aprietos económicos. Como había que trabajar muy duramente, lo mejor era mandar a los dos niños más pequeños al pueblo paterno –que resultaba estar en otro continente-, pero el viaje había concluido y ya los niños estaban de regreso, aunque con la cabeza llena de fábulas del Véneto.

Los aparecidos movían las perchas en el clóset, para diversión de los chiquillos Carrer, cuando la hermana mayor de Rose Marie soltó un grito aterrador. Al momento se oyó una especie de interminable trueno y todo empezó a moverse. Eran las 8 de la noche.

—La sala del apartamento del Humboldt —recuerda Rose Marie desde su casa en Long Island, Nueva York— tenía una lámpara de cristal con esos bombillos que parecen velitas, que colgaba del techo con una cadena. De pronto empezó a pendular con tal fuerza que chocaba con el techo y venía a batirse contra la pared. El televisor, que mi madre había estado mirando hasta hacía un segundo, quedó desenchufado al echar a correr sobre la mesita con ruedas donde lo teníamos, de manera que iba de un extremo a otro del apartamento, se daba contra la pared de la cocina y retomaba su carrera con gran afán.

“Mi padre nos agarró para sacarnos del apartamento”, sigue Rose Marie. “Pero al tratar de salir, el movimiento que había hecho presa al edificio nos devolvía hacia atrás. Al tercer intento, logramos salir. Al llegar a la escalera, encontramos mucha gente, que ya había bajado de los otros pisos. Era difícil ingresar a la escalera por el gentío que venía, corriendo y gritando. Los gritos eran desgarradores. A empujones, como pudimos, llegamos a la calle. Por la acera corría agua, porque el tanque del edificio se había roto. Los vecinos gritaban que era el fin del mundo porque al torrente de agua se sumaba la grieta que se había abierto en plena calle. Una nube de polvo blanco, denso y abrasivo, se extendía por todas partes. No podías ver a un metro de distancia. Pero había que hacer un esfuerzo, porque del cielo llovían lozas de mármol, que se desprendían de los balcones”.

Era imposible caminar sin tropezar con algún obstáculo o topar con alguien que vagaba sin rumbo. Como pudieron, los Carrer cruzaron la avenida para ir hacia la plaza Francia, un descampado que lucía inofensivo. Al llegar allí se abrazaron y, sin soltarse, miraron alrededor. Veían gente cubierta de polvo gris, fantasmas horrorizados de los que solo los ojos despedían chispas de vida. Algunos deambulaban sin saber qué estaba pasando. En ese momento, exactamente, la otra Dora regresó de la panadería. En la entrada del Humboldt se detuvo a preguntar por los Carrer, pero nadie estaba para dar informes de condominio. Optó, pues, por salir de aquel infierno e irse al barrio donde vivía su familia, que esa noche oyó un relato espeluznante mientras disfrutaba del delicioso pan del este de Caracas.

Un par de meses después, cuando se atrevió a regresar, narró que acababan de entregarle la tibia busaquita llena de pan, cuando la mitad posterior del edificio San José, donde estaba la panadería, se vino abajo y solo quedó la fachada. El resto se desplomó, como un acordeón, un piso después del otro.

—Todo estaba muy oscuro —recuerda Rose Marie Carrer—. Costaba ver algo. Mi mamá, habituada a tomar decisiones, resolvió que nos iríamos para la casa de su comadre Hilda Toro (la mamá de la cantante Nancy Toro), en una urbanización cerca de Los Chorros. Concluyó que las casas eran más seguras que los edificios. Y logró parar un taxi. Ha debido ser el único taxi que andaba por allí. El taxista estaba en la luna. Creía que habían dado un golpe de Estado. No entendía por qué había tanta gente a la calle. Creo que nos recogió más por recabar información que por hacer su trabajo. Pero no tuvimos que decirle nada. Vino a comprender lo que pasaba cuando entró a la zona de Altamira y Los Palos Grandes…

El taxi avanzaba a paso de funeral. Lo era. Comenzaron a subir por la avenida Luis Roche. En el edificio Neverí o, mejor, en el lugar donde hasta hacía unos minutos se había levantado el Neverí vieron una montaña de escombros de la que emanaba un inmenso velo de polvo.

“Cuando llegamos a la esquina donde hoy está Miga’s, el Palace Corvin, ese segundo edificio a la izquierda, se estaba terminando de caer cuando nosotros pasábamos frente a él. Después sabríamos que se había derrumbado el bloque Este (las escaleras y el bloque Oeste no se cayeron), pero en ese momento nos pareció que ahí no había quedado piedra sobre piedra. Se veía el movimiento de masas de concreto que en su caída levantaban como olas de polvo”.

Mucho rato después, cuando consiguieron transitar unas pocas cuadras, llegaron al edificio Mijagual, “que parecía que se lo había tragado la guerra. Solo se veía la terraza, que estaba a ras de la tierra. Era impresionante”.

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El edificio Mijagual después del terremoto de 1967. Imagen del Archivo Fotografía Urbana

Lo que Rose Marie Carrer y su familia vieron esa noche, del 29 de julio de 1967, cuando un evento sísmico de magnitud 6,6s, y 35 segundos de duración, originado por el sistema de fallas de San Sebastián, causó destrozos en el municipio Chacao, es lo que los fotógrafos de prensa captarían al día siguiente. Las dos imágenes del edificio Mijagual reducido a ruinas, que acompañan esta nota, son parte del fondo perteneciente al Archivo Fotografía Urbana, fueron publicadas en la prensa de esos días.

La historia ha recogido el hecho de que en el Mijagual, que tenía 10 pisos y estaba en la cuarta avenida de Los Palos Grandes, (donde ahora se levanta el Anpagra, muy cerca de Parque Cristal), se celebraba una fiesta. Solo dos personas sobrevivieron.

Los Carrer volvieron a casa unos días después de la aciaga noche que cruzaron una ciudad puntuada de camposantos. “Mi mamá tenía terror de regresar. Por todas partes se hablaba de posibles réplicas del terremoto”, dice Rose Marie.

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Rose Marie Carrer

El edificio sobrevivió bastante bien. Había grietas entre la planta baja y el primero piso, pero aparte de eso había soportó bien el remezón. Al entrar en el apartamento encontraron un gran desorden. Lo que no habían regado los fantasmas lo habían esparcido ellos, en su huida presurosa del primer piso del Humboldt, vecino del San José y el Neverí. El televisor había terminado por caer de la mesita. Y la comida de Gino, que se había rodado de su puesto, estaba muy quieta en el borde de la mesa, “ya cubierta por ese musgo que tiene como pelitos”. Era la vida. La vida terca de vuelta en Caracas.

Una historia de hijas cautivas; por Milagros Socorro // #UnaFotoUnTexto

El miércoles 3 de agosto de 2017, la Fiscal General de la República Luisa Ortega Díaz dijo, en entrevista el programa Conclusiones de CNN, que hace unos meses, cuando ella estaba de viaje en Brasil, su hija y su nieto fueron secuestrados. La Fiscal no estaba en Brasil de paseo. Se encontraba, según dijo, invitada

Por Milagros Socorro | 13 de agosto, 2017
Archivo de Fotografía Urbana

Archivo de Fotografía Urbana

El miércoles 3 de agosto de 2017, la Fiscal General de la República Luisa Ortega Díaz dijo, en entrevista el programa Conclusiones de CNN, que hace unos meses, cuando ella estaba de viaje en Brasil, su hija y su nieto fueron secuestrados.

La Fiscal no estaba en Brasil de paseo. Se encontraba, según dijo, invitada por el fiscal general de ese país para participar de una reunión con 19 colegas de la región, donde intercambiarían información acerca de la intrincada trama de corrupción de Odebrecht, en la que están involucrados varios funcionarios del gobierno de Nicolás Maduro. Y entonces, el jueves 16 de febrero, la llamaron de urgencia. Dos miembros de su familia habían sido raptados por delincuentes… y ella tuvo que regresar a Venezuela para atender la situación.

—Mi hija estuvo dos días secuestrada -precisó la fiscal- y mi nieto, tres.

En realidad, la joven plagiada no es exactamente su hija. Por lo menos, no su hija biológica. María Ferrer es hija del diputado Germán Ferrer, esposo de la fiscal Ortega Díaz.

No era la primera vez que el nombre de Germán Ferrer aparecía en una historia de hijas cautivas.

“Tenemos a sus hijas”

En la mañana del 19 de noviembre de 1969, unos tipos fingieron estar varados en la carretera para detener el automóvil donde venían dos de las hijas del animador de televisión Renny Ottolina, la mayor celebridad de Venezuela. Las adolescentes iban camino al colegio conducida por su chofer.

Los captores se llevaron las muchachitas y dejaron libre al conductor, con una nota donde se establecía el monto del rescate, el procedimiento para pagarlo y una advertencia: “cuidado con alertar a la policía”. Pero el locutor de la voz de oro no acató esta instrucción. O la policía se enteró por distinta vía, porque el hecho es que pasadas unas horas del secuestro, Ottolina recibía a la prensa en su casa. Específicamente, ante la puerta de entrada de su residencia en San Román, Caracas. Es como si hubiera estado esperando que las chicas aparecieran de un momento a otro y quisiera entrar a la casa para poder ver desde lejos el carro que las trajera.

Esta fotografía (de autor desconocido, pero de seguro un reportero gráfico) recoge el momento en que los periodistas de Sucesos abordan al famoso Ottolina, una cara fija en las páginas de Espectáculos y Farándula. Más tarde lo sería también de la sección de Política, pero ese es otro cuento… El primero a la izquierda es Carlos Aguilera, periodista de televisión. Luego está un Renny excepcionalmente informal, vestido de cualquier manera y sin peinar, una traza nada común en un hombre siempre muy cuidadoso de su aspecto y atuendo. Con la mirada perdida, pero súbitamente aguzada, como si acabaran de preguntarle por un eventual enemigo y se le hubiera ocurrido algún nombre. A la izquierda de Renny está Victor Manuel Reinoso, periodista chileno responsable de la fuente de Tribunales del diario El Nacional. Y en el extremo derecho está José ‘Pepe’ Rojas, de El Universal. La pequeña que aparece entre Reinoso y Pepe Rojas es la hija menor del animador, Rena Ottolina, quien se apoya con la mano en el hombro de Reinoso, como para ver las notas que este garrapatea en su libreta.  

Excepto la de no revelar el secuestro, Renny siguió las instrucciones de los secuestradores y sus hijas fueron devueltas esa misma noche. Después de que él dejó el dinero en el lugar que le indicaron por teléfono.

Era un recodo de la carretera a Guarenas. Esta precisión se la debemos a la actriz venezolana Marisela Berti, quien nos contó que unos meses más tarde, ya en 1970, el propio Renny le mostró el lugar donde fue a dejar el dinero, que según declararía luego, fueron Bs. 400 mil de la época, en billetes de cien sin marcar. “Renny me llevó al sitio donde entregó el dinero”, evocó Marisela Berti. “Me contó que había ido solo. Era en la carretera de Guarenas, en un paraje rodeado de montañas. Si lo hubieran matado ahí, no lo habrían encontrado en días. Su relato era escalofriante. Fue muy valiente, pero qué no hace un padre por sus hijas”.

Ni una picada de mosquito

Cinco semanas después del secuestro, Renny Ottolina fue invitado al programa matutino de televisión “Buenos días”, conducido por Sofía Imber y Carlos Rangel. Era el 27 de enero de 1970, y todavía no se sabían quiénes habían plagiado a las menores.

Ottolina admitió que en la PTJ (Policía Técnica Judicial), o por lo menos dos detectives de la Brigada de Otros Delitos, pensaban que él mismo había organizado el secuestro de sus hijas.

“Todavía a estas alturas insisten en que fui yo”, dijo el animador. “Y no quieren reconocer su error inicial. Por eso, no ha habido ni siquiera reconstrucción de los hechos. Se basan en que el rescate fue muy rápido, 12 horas; en que a las muchachas no les pasó nada; y en que no estaban picadas de mosquitos, mientras el comisario González fue al sitio y salió todo rasguñado. Pero resulta que al hijo de Jacobo Taurel lo devolvieron en cinco horas, sano y salvo, y que, mientras mis hijas estuvieron en un solo sitio, el comisario González caminó por todo el cerro durante varias horas. En fin, es grotesco”.

Según los maliciosos, la motivación de Ottolina era obtener publicidad. “¡Seguramente, para que la gente me conozca!”, respondía él con justificado sarcasmo. También deslizaron que, con un falso secuestro, él resolvería una supuesta crujida financiera. “No sé cuál será el razonamiento según el cual estaría sacando medio millón de un bolsillo para metérmelo en el otro”, les dijo a Carlos y a Sofía. “Han llegado hasta a investigar mis cuentas bancarias. En mi experiencia, esta policía o, por lo menos, la Brigada de Otros Delitos, es más una amenaza para un ciudadano honesto que una garantía”.

Cuando le preguntaron si había recibido intentos de intimidación, fue igualmente categórico: “Tengo años recibiendo amenazas de elementos extremistas, sobre todo de la Universidad. Por eso no pude evitar hacer una relación entre eso y el secuestro. Además, el hombre que recibió el rescate me dijo: ‘De esto, solo Bs. 5 mil son para mí, el resto va a las guerrillas’”.

En algún momento se supo que los secuestradores de las hijas de Renny Ottolina eran integrantes de un grupo guerrillero urbano formado en Cuba, con disidentes de las FALN, llamado Punto Cero, por ser ese el nombre del campo de entrenamiento en la isla.

El plagio fue llevado a cabo por los hermanos Federico y Ramón Bottini Marín, quienes, casualmente, habían sido vecinos de la abuela de Marisela Berti, en Casalta; Ramón Álvarez y Germán Ferrer, quien con el correr de los años sería diputado por el PSUV y esposo de la Fiscal General Luisa Ortega Díaz.

Lauro llega al siglo; por Milagros Socorro // #UnaFotoUnTexto

Dónde están. Quizá si me quedo inmóvil, casi sin respirar, los voy a oír. Como que hay un ruido por este lado… Esta foto de Alfredo Cortina capta al maestro Antonio Lauro (ya entonces lo era) a los 21 años, en 1936. La imagen tiene la estética de la época, profundamente influida por el cine,

Por Milagros Socorro | 6 de agosto, 2017
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Antonio Lauro retratado por Alfredo Cortina. Archivo Fotografía Urbana

Dónde están. Quizá si me quedo inmóvil, casi sin respirar, los voy a oír. Como que hay un ruido por este lado…

Esta foto de Alfredo Cortina capta al maestro Antonio Lauro (ya entonces lo era) a los 21 años, en 1936. La imagen tiene la estética de la época, profundamente influida por el cine, lo mismo que la moda en el vestir y en el peinado del joven. El sujeto fotografiado nos muestra un lado luminoso y uno en sombra, que es la manera como el cine mudo representaba los conflictos internos del personaje. La mano iluminada sostiene un objeto metálico (podría ser un yesquero); en cualquier caso, la mano luce firme, muy aplomada en su capacidad de asir sus objetivos y motivaciones. Mientras que en la mano borroneada por la tiniebla destella un cigarrillo, amenazante de tan blanco, como un hueso en el submundo. Un ojo se ve traslúcido, como un pequeño globo de agua donde ha quedado atrapada una gota de luz. Y el otro parece proyectar la oscuridad, que sale de la pupila como aliento de chimenea. En los ojos del joven vemos el combate que se libra en su alma. Una ceja apenas esbozada, como un leve rastro de lápiz, y la otra remarcada, una raya de tizne.

La amplia frente, lisa y redonda, como un planeta donde se ha puesto la tarde. Los labios finos y muy juntos. La barbilla hendida. Las orejas un poco despegadas del cráneo. La nariz muy recta y elegante cubierta por una fina piel tirante sobre el cartílago, que refleja las luces del fotógrafo.

No por nada, la instantánea incluye un aparato de radio detrás del joven.

El fotógrafo Alfredo Cortina (Venezuela, 1903-1988), que para el momento tiene 33 años, fue pionero de la radiodifusión y la televisión, además de escritor de radionovelas y actor. De hecho, para el momento en que fotografía a Antonio Lauro apenas han pasado tres años de la difusión de su dramaturgia radial “El misterio de los ojos escarlata”, que paralizaba al país para congregarse junto a uno de esos aparatos a escucharla. Visto por Cortina, el veinteañero Lauro es el protagonista romántico de un drama sin solución.

Vista la foto este jueves 3 de agosto de 2017, cuando el país celebra el centenario de su más importante compositor para guitarra (de hecho, es uno de los más notables del mundo), tenemos la fantasía de que el genio espera oír las fanfarrias de las celebraciones. El país entero debería estar agolpado en las salas de concierto para disfrutar esos valses con nombre de mujer. Los medios de comunicación deberían tener comprometida su programación con espacios destinados a la divulgación de esta extraordinaria obra, que ha cautivado a los guitarristas y las audiencias más exigentes del planeta. Las escuelas deberían estar flotando en una nube de música y los parques y plazas, repletos de tarimas para presentar a los jóvenes guitarristas venezolanos.

“¿Dónde están?”, pareciera preguntarse. “¿Por qué no los oigo?”.

Antonio Lauro nació en Ciudad Bolívar, el 3 de agosto de 1917, en el hogar de una pareja de inmigrantes italianos.Su padre falleció cuando el pequeño tenía 5 años; y cuatro años después, cuando tenía 9, inició sus estudios musicales, en la Academia de Música y Declamación (hoy Escuela Superior de Música José Ángel Lamas), en Caracas, donde fue discípulo de Vicente Emilio Sojo, Juan Bautista Plaza, Salvador Llamozas y Raúl Borges, quien fue su maestro de guitarra clásica entre 1930 y 1940.

Huérfano desde tan pequeño, tenía que trabajar para pagarse sus estudios de música, así que se desempeñaba como guitarrista acompañante en los programas de la emisora de radio Broadcasting Caracas (actual Radio Caracas Radio). Allí han debido conocerse estos dos extraordinarios seres.

Ya en 1947, Lauro compone una de sus primeras obras de importancia, el poema sinfónico con solistas y coro Cantaclaro, inspirado en la novela de Rómulo Gallegos. Y un año después, en 1948, a raíz del golpe de Estado que derroca a Gallegos, el de Ciudad Bolívar es hecho preso. Al salir de la prisión se fue del país y regresó en 1958, a la caída de Pérez Jiménez e inicio de la democracia en Venezuela.

No dejaría de componer a lo largo de su vida, con tal brillo que el célebre guitarrista John Williams lo llamó “el Strauss de la guitarra”.

Antonio Lauro falleció en Caracas, el 18 de abril de 1986. En la actualidad, es muy normal ver su nombre en los programas de mano de las grandes y pequeñas salas del mundo, donde se toca y aplauden sus piezas.

En algún momento, aunque sea a deshora, Venezuela deberá celebrar el centenario de Antonio Lauro con algo más que estas pequeñas notas que logramos deslizar en la prensa de nuestro torturado país.

José Ignacio Cabrujas en el rol de Ángel Luque; por Milagros Socorro // #UnaFotoUnTexto

Este lunes 17 de julio, un día después de la consulta popular destinada a constituir un hito en la historia reciente de Venezuela, es la fecha del cumpleaños de José Ignacio Cabrujas, nacido en Caracas en 1937. Hubiera arribado a los 80 años. En el Archivo Fotografía Urbana se conserva esta imagen, captada por Leo Matiz, fotógrafo

Por Milagros Socorro | 30 de julio, 2017
Fotografía del Archivo Fotografía Urbana

Archivo Fotografía Urbana

Este lunes 17 de julio, un día después de la consulta popular destinada a constituir un hito en la historia reciente de Venezuela, es la fecha del cumpleaños de José Ignacio Cabrujas, nacido en Caracas en 1937. Hubiera arribado a los 80 años.

En el Archivo Fotografía Urbana se conserva esta imagen, captada por Leo Matiz, fotógrafo colombiano que integró el equipo de rodaje de la película Crónica de un subversivo latinoamericano, dirigida por el cineasta mexicano-venezolano Mauricio Walerstein, en 1975. El personaje abatido y golpeado es el pintor español Ángel Luque, interpretado por José Ignacio Cabrujas en el mencionado film.

Crónica de un subversivo latinoamericano narra un hecho real: el secuestro, el viernes 9 de octubre de 1964, del teniente coronel Michael Smolen de la fuerza aérea estadounidense. Smolen tenía entonces dos años en Caracas, donde se desempeñaba como segundo jefe de la Misión Aérea Norteamericana. El rapto del oficial norteamericano fue perpetrado por un comando guerrillero de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), con el propósito de tener un rehén que pudieran canjear por el guerrillero vietnamita Nguyễn Văn Trỗi. Este fue apresado en mayo de 1964 por las fuerzas sudvietnamitas al ser sorprendido minando un puente en Công Lý, cerca de Saigón, por donde pasaría el entonces secretario de Defensa de los Estados Unidos, Robert McNamara, y el embajador Henry Cabot Lodge.

En la trama de Mauricio Walerstein, quien escribió el guion con la colaboración de Luis Correa y el propio Cabrujas, Michael Smolen es interpretado por el actor mexicano Claudio Brook. El personaje se llama Robert Ernest Whitney. Igual que el original, vivía en Caracas con su esposa y sus dos hijos. Corren los años 60. En mayo de 1962 nacen las FALN, organización guerrillera creada por el Partido Comunista de Venezuela (PCV) como brazo armado del Frente de Liberación Nacional. Servía de marco para grupos rebeldes que habían empezado a operar con el objetivo de derrocar al gobierno de Rómulo Betancourt, que había sido legítimamente constituido tras las elecciones de 1959.

El antecedente inmediato de esta formalización de la insurgencia violenta era la política de apoyo de Fidel Castro a los movimientos armados de Latinoamérica y, por ese camino, la propuesta de Argimiro Gabaldón, secretario general del PCV, expuesta en el III Congreso de esta organización en 1960. Gabaldón planteaba acudir a la lucha armada como mecanismo de combate inspirado en la revolución cubana.

Una vez creadas las FALN era preciso dar un golpe publicitario. Y entonces detienen en las antípodas al militante del Vietcong. En la película vemos una reproducción bastante fidedigna de lo que ocurrió en la realidad. Una vez secuestrado el oficial estadounidense, lo llevan al estudio del pintor cordobés Ángel Luque, en el apartamento 3-A del edificio Araucaria, en la calle Negrín de Sabana Grande. El plan era llevarlo allí para luego cambiarlo de sitio de reclusión, pero entre las centenares de detenciones hechas por las autoridades se produjeron rápidas delaciones y en pocos días se cerró el cerco alrededor de los secuestradores.

En los zapatos de Ángel Luque

El reparto de la película incluía, además del mencionado Claudio Brook, un elenco venezolano integrado por Miguel Ángel Landa, Rafael Briceño, Pedro Luna, Orlando Urdaneta, Eva Mondolfi, Pedro Laya, Perla Vonasheck, Oscar Mendoza, María Eugenia Domínguez, Lucio Bueno y Asdrúbal Meléndez. El escritor José Ignacio Cabrujas, quien se había iniciado como actor en el Teatro Universitario de la UCV y trabajó pocas veces en otras cintas y en el teatro, tenía un pequeño papel.

La foto de José Ignacio, precisa el cineasta Antonio Llerandi, autor del documental Cabrujas en el país del disimulo, corresponde al momento de la película en el que Ángel Luque fue puesto preso y torturado.

Asustado al ver la movilización de la policía tras la pista de Smolen, el pintor Luque rogó que sacaran al cautivo de su estudio, donde había permanecido más de lo pactado. El lunes 12 de octubre, en la noche, los guerrilleros le pusieron una venda en los ojos a Smolen, lo metieron en un carro y lo soltaron en la calle Los Samanes de La Florida. Allí lo encontró la policía. Al día siguiente era martes 13. Mal augurio para los secuestradores.

Al llegar a la puerta del 3-A, en el edificio Araucaria, los uniformados prefirieron no tocar al timbre. Directamente dedicaron una ráfaga de ametralladora. Empujaron el colador resultante y ahí estaba Ángel Luque y su esposa, Tatiana Fokina. Minutos después llevaron a Smolen para que reconociera el escenario de su cautiverio. El norteamericano hizo un inventario detallado de todo. Hasta el cepillo de dientes que le habían dado sus captores estaba allí, todavía húmedo. Los dueños de la casa salieron esposados con destino a la sede de la Digepol.

Pintor, escultor y grabador, Ángel Luque nació el 20 de octubre de 1927, en Córdoba, España. Cuando llegó a Venezuela en 1955 ya había participado en importantes exposiciones colectivas en su país. También gozaba en su España natal del interés de la crítica así como de los organizadores de salones, que lo incluyeron en las listas de invitados. Incluso formó parte del grupo El Techo de la Ballena (1961-1964).

En 1962, dos años antes de la chapuza de Smolen, Luque expuso en la galería El Muro con Luisa Richter y un año más tarde con Luisa Palacios y Humberto Jaimes Sánchez. En esos dos años hizo escenografías para el grupo de teatro del Instituto Venezolano-Italiano de Cultura (Caracas). Distaba mucho de ser un marginal de las artes o un tipo sin lugar en la sociedad. En octubre del 64 ingresó a la prisión, donde permanecería por tres años, y en 1967, cuando salió de la cárcel, se fue de Venezuela. A partir de 1968 se instaló en París y comenzó a trabajar como ayudante de Jesús Soto.

La Galería de Arte Nacional tiene una importante selección de su obra, principalmente pinturas y grabados en aguafuerte y agua de azúcar. Luque murió en París, a los 87 años, en abril de 2014. Ese año, una galería madrileña organizó una muestra de su trabajo y la prensa lo aludió como “referente de la abstracción geométrica”.

Esta foto de Leo Matiz nos muestra a Cabrujas interpretando a Ángel Luque en aquella hora amarga.

El actor Orlando Urdaneta, miembro del elenco, dice:

“Ese Cabrujas de Crónica de un subversivo latinoamericano era para mí un Cabrujas mortal, humano. Era un señor que trabajaba en Radio Caracas y daba clases en la UCV. Lo había visto estrenar La Revolución, de Isaac Chocrón, en 1971 junto a Rafael Briceño. Buen actor. Muy buen actor. En la película era el dueño del apartamento que servía de concha para retener al coronel Smolen y fue la primera vez que reparé en la palabra ‘textura’ en referencia a una obra de arte. Mientras escondían una de sus obras en otro cuarto, para dejar el ambiente limpio de referencias, decía el pintor, interpretado por José Ignacio, una línea que seguramente era suya porque era coguionista del film: ‘Según los críticos, este cuadro tiene mucha textura… Ten cuidado, no me le jodas la textura…'”.

“Pasaron los años y creció nuestra amistad”, sigue Urdaneta. “Cuando lo tuve a mi lado, tiempo después, viéndolo estudiar su propio texto para hacer de cura en la película Profundo, de Antonio Llerandi, basada en la obra teatral del mismo nombre de Cabrujas era inconmensurable. Lo veía reírse de esas letanías escritas por él mientras decía: ‘Qué vaina tan loca’. Y volvía a reír. Me jugaba con él. Nos cocinaba en su casa, a Tania Sarabia y a mí, para proponernos una obra que no había escrito aún y probablemente nunca escribiría. Pero cocinando, rascándose la cabeza, sacándose los lentes como si los hubiera tenido enterrados en la cara por años… Nunca más lo pude ver con otros ojos… Era el genio. Él te hablaba y se reía contigo, pero tú lo sabías genio. Me parecía que descendía para tratarnos, a los mortales, porque le divertíamos”.

Su presencia era ahora la presencia de la historia cultural de Venezuela. Las letras de su siglo. La esencia del teatro latinoamericano. El mejor registro del ser venezolano. El gran Acto Cultural que ha sido y es la venezolanidad.

Inscripciones en el muro

En la pared de la cárcel sobre la que se recorta el personaje están escritas unas letras, que parecen talladas con la uña. Consultamos a Luis Manuel Esculpi, conocedor de la historia de la izquierda venezolana, para que nos ayudara a interpretar los jeroglíficos:

“En una parte distingo ‘Dto Livia Gouverner’. Se refiere al Destacamento Livia Gouverner de la FALN, que secuestró a Smolen. Esa película fue filmada en los tiempos del nacimiento del MAS. Mauricio Walerstein, el director, era amigo y en vez de contratar extras para una manifestación que aparece en la película, convocó a militantes de la Juventud del partido. Y el dinero destinado al pago de los extras ingresó a las finanzas del MAS. Por eso, varios de los miembros de la Juventud del momento aparecemos en el film”.

Antonio Llerandi completa el cuento:

“Desde que Mauricio llegó a Venezuela fue muy amigo de Teodoro Petkof, que a su vez era muy cercano a José Ignacio Cabrujas. El efecto inmediato del secuestro de Smolen fue el desmantelamiento del aparato militar de la subversión, sobre todo en Caracas. El primero en caer preso era un aventurero que participaba de la lucha armada, delató a todos y fueron cayendo uno a uno. Por eso puede afirmarse que el secuestro de Smolen fue el comienzo del fin de la lucha armada en Venezuela, donde solo subsistieron algunos focos rurales. El otro evento parecido, que ocurrió muchos años después, fue el secuestro de Niehous. Pero su objetivo era netamente económico. Nada que ver con el de Smolen, cuyo fin era político”.

Tres días después de la liberación de Smolen en Caracas, el 15 de octubre de 1964, un pelotón ejecutó a Nguyễn Văn Trỗi.

José Ignacio Cabrujas murió también en octubre, el 21, en 1995, en Porlamar.

Y Michael Smolen falleció en su casa del condado de Maricopa, estado de Arizona, el 13 de abril de 1987.