
Blog de Alberto Barrea Tyszka
¡Feliz cumpleaños, Nicolás!; por Alberto Barrera Tyszka
El gran logro de la oposición en las últimas semanas ha sido la celebración pública del cumpleaños del Nicolás Maduro. Quién sabe cómo pudieron infiltrarse en el Estado Mayor de Comandos Superiores para la Organización de Festejos Presidenciales pero, sin duda alguna, el numerito del merengue televisado, con la participación de un artista internacional, fue

Fotografía de Prensa Presidencial
El gran logro de la oposición en las últimas semanas ha sido la celebración pública del cumpleaños del Nicolás Maduro. Quién sabe cómo pudieron infiltrarse en el Estado Mayor de Comandos Superiores para la Organización de Festejos Presidenciales pero, sin duda alguna, el numerito del merengue televisado, con la participación de un artista internacional, fue una genialidad. En medio de la hiperinflación y de la escasez, de la pelazón generalizada, del hambre con hache dura, ahí estaba el Presidente, tan sonriente, intentando bailar mientras Bonny Cepeda cantaba una pieza titulada “Asesina”. ¿No es acaso una imagen impactante?
Ese mismo día, el propio Maduro había promocionado por las redes sociales un video biográfico que –en la clásica tradición de la industria del culto a la personalidad– comienza a construir un nuevo melodrama heroico, reinventa la vida personal desde el poder. Según esta pieza, el niño Nicolás, con apenas 8 años, cada vez que veía El Ávila pensaba en Simón Bolívar. No faltaba más. Es una asociación súper lógica. Pero al tocar el momento de la adolescencia, el guion resolvió la narrativa de manera aun más trepidante y veloz: con una frase que asegura que, un buen día, el joven Nicolás le dijo a sus amigos “me voy a vivir la revolución”. Y se acabó. Lo demás son fotos con el Comandante Chávez y un cierre emotivo con un niño que declama loas y que luego se suma a un gran grupo de infantes para gritar “¡Feliz cumpleaños, Presidente!”
¿A quién se le ocurre producir, distribuir y promover algo así en un país donde la harina se vende por cucharadas? Porque la gente no puede pagar. Porque el sueldo solo da para eso. Según una nota firmada por el medio Efecto Cocuyo, varios productos de la cesta básica ya se mercadean de esta manera en las zonas populares. Hoy en día, los niños de los barrios ven la montaña y se marean. Tienen un ay bajo el ombligo. Siguen pensando en comer.
Los mensajes de felicitación nos mostraron diferentes niveles posibles de adulación. El exceso de adjetivos también empacha. Pero ya es un protocolo, forma parte de la ceremonia oficial del poder. Se puede observar en cualquier acto público. Esta misma semana, para no alejarnos demasiado, en un encuentro con estudiantes de educación media, una dirigente habló durante varios minutos sin expresar más de una idea pero repitiendo –hasta el empalago– la fórmula “Compañero-Comandante-Camarada Presidente Maduro” para alabarlo, agradecerle, reafirmarle de manera constante su apoyo incondicional. La retórica como método. La retórica como sometimiento.
¿Será posible diagnosticar cuándo y cómo el liderazgo oficialista perdió su conexión con la realidad? ¿Cuándo decidió conscientemente evitarla y, luego, de manera abierta, negarla? Entre el país del oficialismo y el país de la mayoría de los venezolanos hay un abismo irremediable. La revolución solo es una parodia. La vida real es una tragedia.
En honor a la verdad, podría decirse que no se trata de un problema exclusivo del gobierno. También el liderazgo de la oposición vive un cisma similar. Basta con revisar todo el proceso reciente. En buena parte, es una dirigencia que parece vivir en un país paralelo. Lamentablemente, sobran los ejemplos: Manuel Rosales y Timoteo Zambrano, más cómplices del gobierno que de la unidad; los grandes partidos y sus candidatos permanentes a la Presidencia; Antonio Ledezma y su inútil intento por convertir su fuga en una epopeya política (dejándole una bandera sin significados a María Corina Machado, proponiendo purgas en Madrid, coqueteando con la posibilidad de ser nombrado Presidente por el TSJ del exilio)… El país se encuentra hundido en una profunda crisis de representación política. No solo se trata de las élites, de aquellos que aspiran a conducir la dinámica política. Se trata del sentido mismo de la representación, de su pertinencia y de su validez. De la idea de su eficacia.
La deslegitimación del CNE y del sistema electoral solo agudizan la situación. La caída en picada del voto, como expresión útil, como valor, como espacio de poder, hace más evidente el precipicio. ¿Es este el triunfo final de la antipolítica?
El país que celebra en cadena nacional el cumpleaños de Nicolás Maduro es el mismo país de una ANC cuya prioridad, hasta ahora, es reglamentar la censura y la represión. Es el país de un TSJ que, esta semana, por cuarta vez negó un recurso presentado por la ONG Cecodap para salvaguardar la salud de los niños ante la escasez de medicinas. Es el país que, según aseguró Castro Soteldo hace dos días, abrirá una primera fábrica de fusiles Kalashnikov el año que viene.
En el país de la mayoría de los venezolanos, un trasplantado renal protesta en la calle, alzando con sus dos manos un cartón, porque no hay medicinas que impidan su muerte. Una mujer compra cuatro cucharadas de harina en la redoma de Petare. Demasiados jóvenes sueñan desesperadamente con salir del mapa. En el país de la mayoría, hay difteria y niños que se mueren de desnutrición. Ninguno de ellos, esta semana, pudo aparecer en un video gritando ¡Feliz cumpleaños, Nicolás!
Un grito; por Alberto Barrera Tyszka
La mujer se asomó a la ventana. Tenía puesta una bata sencilla, sin mangas. Aunque no se le veían, podían adivinarse unas chancletas de plástico medio desencajadas debajo de sus pies. Su cabello se desordenaba apenas hasta el cuello. Su rostro estaba cruzado por una mueca que, con dificultad, contenía un alarido. Lo aguantó durante

Fotografía de Helena Carpio.
La mujer se asomó a la ventana. Tenía puesta una bata sencilla, sin mangas. Aunque no se le veían, podían adivinarse unas chancletas de plástico medio desencajadas debajo de sus pies. Su cabello se desordenaba apenas hasta el cuello. Su rostro estaba cruzado por una mueca que, con dificultad, contenía un alarido. Lo aguantó durante pocos segundos. La mujer se asomó a la ventana y lanzó un grito: ¡que se vayan todos a la mierda! Y sin que le faltara el aire prosiguió: ¡que se vayan todos al mismísimo carajo! ¡Son unos farsantes, unos sinvergüenzas, unos grandes coño e madres! Sus palabras se colaron entre las casas y las veredas, retumbaron en los escalones, siguieron sonando más allá, a lo lejos. Luego hubo un silencio tenso, irritado. Una rabia muda.
El desespero ya no necesitan nombres. Hay muchos destinos para la indignación en este tiempo, en este mapa ¿Cómo puede sentirse cualquier venezolano cuando ve cómo Maduro nombra a sus candidatos derrotados como “protectores” de los Estados donde fueron, democráticamente, rechazados? ¿Qué siente el ciudadano común cuando escucha a Henry Ramos Allup tratando de disfrazar sus maniobras, mintiendo, pretendiendo salirse por la tangente con juegos de palabras? Cualquiera siente exasperación. Siente dolor, humillación. Siente impotencia. La política se ha convertido en una ficción muy violenta.
¿Qué puede representar Tibisay Lucena para la mayoría de los habitantes de este país? La misma figura que obstaculizó e impidió cualquier evento electoral el año pasado es ahora quien, con idéntica serenidad y armonía, facilita y organiza de manera express unos comicios para el próximo mes de diciembre. En su actitud no solo hay engaño, la voluntad de intervenir a favor del poder los procesos electorales, sino también hay cinismo. El cinismo del fariseo que, cuando comete un delito, actúa como si estuviera ejecutando una virtud. El CNE no representa ni protege a la ciudadanía. El CNE ni siquiera ya se representa a sí mismo. Ha perdido cualquier majestad institucional. Es absurdo que, después de todo lo ocurrido, la oposición se plantee –tan siquiera- participar o no en una nueva elección. El fraude ya ha quedado expuesto, de manera evidente. El fraude ya es un modo de producción. Es la única suma que tiene el gobierno, la manera de contarnos y de someternos.
Hasta ahora, el principal elemento de la ANC ha sido, en la práctica, proponer la eliminación de la democracia protagónica y participativa de nuestra Constitución. El nuevo modelo del oficialismo es otro. Más opaco, más chantajista, más extorsionador. La acción contra Guanipa en Zulia es zarpazo salvaje en contra del poder del pueblo. En el fondo, el oficialismo, por iniciativa propia, se está encargando de decirle al mundo que este gobierno no es democrático porque –precisamente- suprime o pervierte los mecanismo democráticos para poder cambiarlo. Y, mientras esto sucede, mienten. Todo el tiempo. Siguen hundiéndose, y hundiendo al país, en un engaño sin límites, en una estafa suicida. Elvis Amoroso, hace pocos días, aseguró que si no existiera Dólar Today “los venezolanos comeríamos lomito todos los días”.
Esta semana leí dos artículos extraordinarios sobre este mismo tema. Un magnífico y puntual recuento del historial de mentiras oficialistas escrito por Sebastiana Barráez y un agudo texto donde José Rafael Herrera nos recuerda que, en la política, “decir la verdad es una cuestión absolutamente necesaria”. Es inevitable. La versión oficialista de la vida, además, se empeña en producir fantasías enloquecidas. Nunca antes un gobierno estuvo tan separado de las necesidades reales de la gente. La oposición está obligada a deslindarse. La oposición tiene el desafío de la transparencia. ¿Cuánto niños mueren por desnutrición este domingo en Venezuela?
Una mujer se asoma a la ventana y lanza un grito.
Una larga y triste derrota; por Alberto Barrera Tyszka
Porque, en realidad, el domingo pasado nadie ganó. Ni siquiera el oficialismo, con sus 18 gobernaciones y el espejismo de un mapa teñido de rojo. Su victoria es una fantasía, una fiesta hueca. Por eso ni siquiera hubo grandes celebraciones. Fue la victoria electoral más escuálida de todos estos años. La alegría parecía un artificio.

La gente hace cola en un colegio electoral en San Cristóbal, en el estado Táchira, durante las elecciones regionales en Venezuela, el 15 de octubre de 2017. Fotografía de George Castellanos para AFP
Porque, en realidad, el domingo pasado nadie ganó.
Ni siquiera el oficialismo, con sus 18 gobernaciones y el espejismo de un mapa teñido de rojo. Su victoria es una fantasía, una fiesta hueca. Por eso ni siquiera hubo grandes celebraciones. Fue la victoria electoral más escuálida de todos estos años. La alegría parecía un artificio. El domingo pasado fue un día cabrujiano, y perdónenme el adjetivo. Es un pequeño homenaje a quien nos ayudó a entender el fracaso de nuestros simulacros. El domingo 15 de octubre perdimos todos. Se acabó el hechizo electoral. Votar dejó definitivamente de ser un acto independiente y soberano. En este país, al menos, votar dejó de ser un verbo.
El proyecto de fraude global que inició el oficialismo en diciembre del 2015, con la designación de nuevos miembros y suplentes en el TSJ, alcanzó fatalmente su clímax en los comicios del pasado domingo. Ha sido un proceso que cada vez ha ido perdiendo más sus maquillajes y dejando en evidencia su naturaleza delictiva. Las recientes elecciones regionales fueron ya el destape final. El ventajismo institucional, los procedimientos y acciones al margen de la ley, el robo descarado de votos, la violencia en contra de los representantes de la oposición en las mesas… logró el insólito milagro de ganar 18 gobernaciones teniendo un 20% de aprobación. El oficialismo ha terminado estrujando y desechando la última y frágil instancia de legitimidad institucional que tenía: el voto popular.
De esta manera, ganar las elecciones significó perder uno de sus principales argumentos a nivel internacional. Si antes había alguna duda, ya las elecciones en Venezuela no ofrecen ninguna garantía. Pero tampoco a lo interno el triunfo del oficialismo representa una gran victoria. De cara a la crisis y en el contexto de un Estado fallido, de cara a sus propios seguidores y a las expectativas populares, el horizonte chavista parece un precipicio. El oficialismo decidió deliberadamente trivializar la política. Sus candidatos se apartaron de Miraflores como si Maduro fuera un apestado. Sustituyeron el socorrido debate ideológico por una carrucha y un burro, por unos guantes de boxeo. Eligieron esconder a Chávez y frivolizar la revolución. Es la confirmación de la derrota final del proyecto. La izquierda convertida en una payasada. Para llegar al socialismo bolivariano solo hay que bailar la burriquita.
Del otro lado, el liderazgo de la oposición repitió una característica que ya empieza a resultar genéticamente trágica: la falta de previsión, la ausencia de plan B. La realidad siempre los sorprende. Siempre los agarra movidos entre tercera y home. Siempre terminan desbordados por lo que finalmente ocurre. Y entran entonces en un breve espasmo de congelamiento que produce aun más confusión y desconcierto. Tanto que, en algún momento, Andrés Velásquez parecía un huérfano en el estado Bolívar, un valiente pero solitario David enfrentado a ese Goliat de cuatro cabezas que es el CNE.
Todos sabemos que no es fácil ser político de oposición. Que en este trance, además, el liderazgo estaba condenado a pelear electoralmente, que no podía cedérsele así sin más todos los espacios de poder regional al oficialismo. Pero eso no salva a la dirigencia de sus debilidades y errores. Las divisiones, los intereses particulares, la falta de un proyecto común más allá de la salida inmediata de Maduro, las maniobras pre electorales de algunos partidos, la alianzas ocultas con el poder… al final, terminan favoreciendo al oficialismo. Todavía, después de tanto, hay quienes siguen sin entender que conspirar contra la unidad política es una forma de suicidio colectivo.
Los abstencionistas tampoco han obtenido un triunfo. En términos reales, muchos de ellos han perdido territorialmente, ahora estarán bajo el gobierno regional del PSUV. Un “se los dije” puede dar una fugaz gratificación personal pero obviamente no es una victoria política. Los radicales siguen estando igual. En rigor no pueden hacer otra cosa. No tienen hacia dónde moverse. La abstención es su propio techo. Lo otro es tomar las armas e ir a las montañas de Villanueva, en el pie de monte entre Lara y Trujillo, a comenzar desde ahí la rebelión. Porque no se puede convocar a una rebelión desde una oficina en Caracas y luego dar una entrevista a CNN. Los radicales perdieron su discurso. De aquí en adelante, ya solo pueden repetirse. La abstención no es un proyecto. Es una resignación, un sin remedio.
Pero también el CNE salió totalmente derrotado. La jugada de la reubicación de electores a última hora los ha dejado ya sin posibilidad de disfraz. Es imposible mantener una leve duda. Ya no se puede ni siquiera hablar de parcialidad. Hasta en la última galaxia, ya es evidente que las rectoras del CNE son simples y prescindibles fichitas del oficialismo. El disimulo de la institucionalidad quedó arruinado. Son segundonas. Están ahí para hacer el trabajo sucio. Y las preguntas también salpican a Luis Emilio Rondón: ¿Qué hace ahí? ¿Qué hizo mientras todo esto ocurría? ¿Qué papel jugó? ¿A quién realmente representa?… El CNE es un chiste doloroso. Perdió cualquier posibilidad de representar algo. Perdió incluso su futuro. Ya no hay chance de que haya en Venezuela unas elecciones –reconocidas y aceptadas, nacional e internacionalmente– mientras el árbitro siga siendo el mismo.
El domingo pasado se selló una larga y triste derrota. Fue un duro golpe contra la verdad, contra la confianza colectiva, contra el voto, esa experiencia que nos hacía comunes, que nos hacía país. Poco importa ya que los nuevos gobernadores se juramenten o no ante la ANC. Ya no hay adornos. Todo es chantaje. El delito es la nueva forma de la política. La democracia ya ni siquiera sirve como espectáculo.
Volver a la calle; por Alberto Barrera Tyszka
Quizás hay que empezar reconociendo que las elecciones del próximo domingo provocan, en la mayoría de los ciudadanos, algo parecido a un cortocircuito interior, un breve mareo en la conciencia, un beriberi emocional por lo menos. Juntos llevamos casi 2 años haciendo todo lo correcto, todo lo posible, todo lo democráticamente correcto y posible, para

Fotografía de Verónica Aponte / Para ver la galería completa titulada “20 imágenes de la consulta popular del #16J” haga click en la imagen
Quizás hay que empezar reconociendo que las elecciones del próximo domingo provocan, en la mayoría de los ciudadanos, algo parecido a un cortocircuito interior, un breve mareo en la conciencia, un beriberi emocional por lo menos. Juntos llevamos casi 2 años haciendo todo lo correcto, todo lo posible, todo lo democráticamente correcto y posible, para ejercer nuestro voto y expresar de manera participativa y protagónica nuestra opinión. Y juntos fracasamos. El oficialismo, de forma tramposa, cobarde y violenta, hizo lo imposible por impedir que hubiera votaciones libres y universales. Peor aún: organizó su propio bingo de los animales para estafar electoralmente al pueblo venezolano. Sí. Así pasó. Y es una historia que genera una frustración enorme, una indignación infinita.
Hay que reconocer y aceptar que duele. Todavía, cada vez que veo y escucho a Tibisay Lucena, me crujen todas las vocales. Se me atasca una rabia en el origen de la lengua. Hasta mi cédula de identidad echa humo. No es fácil pensar en votar, ir a votar de nuevo, después de todo lo que ha pasado, con este mismo CNE, con este mismo gobierno fraudulento. No es nada fácil. Pero esto no es un gobierno democrático. Y las luchas contra los gobiernos no democráticos nunca han sido fáciles. Exigen superar la radicalidad instantánea, manejarse con mayor inteligencia ante el poder del adversario. La indignación es un sentimiento legítimo pero no es una estrategia política. La emoción no es una forma de pensamiento. No es una maniobra. A veces, por el contrario, es un lujo que no podemos darnos.
Después de todo este tiempo de batallas, desde el inicio de la nueva Asamblea Nacional hasta las marchas en la calle de este año, el oficialismo apura unas elecciones regionales. Sabe que es el momento, su mejor oportunidad, para intentar derrotar a la oposición y lograr recuperar un poco de legitimidad internacional. Su mejor aliado, curiosamente, está del otro lado. Para los comicios del próximo domingo, el gobierno depende más de las bases de la oposición que de las bases del chavismo. Por eso promueven la confusión, distribuyen el desánimo, alientan la abstención. Si todos los pensáramos con el miocardio, nadie iría a votar el 15 de octubre. Luchar contra una dictadura obliga pensar de otra manera.
No deja de ser sorprendente la cantidad de artículos, mensajes, tuits… que están circulando, tratando con ansia de convencer a los futuros abstencionistas del domingo. Es un gran desgaste realizar una campaña donde tú mismo eres tu adversario. Quienes sentencian que votar es claudicar, que votar es “negociar con el régimen”, suelen basar sus feroces críticas en el referendo organizado por la propia oposición. Dicen, repiten, agitan la idea de que “el mandato del pueblo el 16 de julio” fue otro. Que no hay que salir de la calle hasta que Maduro se vaya y se acabó. Que no se hable más. Que cada quien coja su esquina y así resolvemos esto rapidito. Los radicales creen que la magia mueve la historia.
El 16 de julio del año 2017 yo solo vi a un pueblo que quería votar. Más aun: un pueblo que se volcó a votar, incluso con la desautorización institucional. Con un CNE opuesto, con un gobierno amenazante, aun con todo esto, una mayoría abrumadora salió a votar. Ese día, el pueblo mismo se convirtió en institución. En una acción inédita le quitó el poder y la legitimidad al oficialismo. Gracias a eso, en gran parte, la Constituyente se convirtió en una parodia que desconocieron demasiados países en el planeta. El mandato del 16 de julio tiene que ver precisamente con eso. Con un pueblo que, a pesar de su frustración y con todas las sospechas sobre el proceso, insiste en el voto. Quiere pronunciarse. Necesita nombrarse y reconocerse como la mayoría.
Es muy fácil ser un súper héroe en Twitter. Pero la vida real es mucho más compleja. Los ciudadanos de Venezuela tenemos demasiados adversarios: la crisis económica, el proyecto totalitario del gobierno, las divisiones del liderazgo opositor, el cansancio, la impotencia, el desespero… No es fácil. No es nada fácil. Pero es lo que toca. Así son las guerras. Y el Estado nos está haciendo la guerra. El Estado nos quiere arrinconar. Callar. Invisibilizar. Paralizar.
Hay que reconocer y aceptar que cuesta. Pero no es una invitación a una rumba. No se trata de decir: vente a votar, qué gozadera. No. El 15 de octubre forma parte de una misma, larga y difícil, jornada ¿Quieres calle? Ahí está. Los métodos de lucha cambian. El próximo domingo hay una gran marcha. Votar también es volver a la calle.
Temblores; por Alberto Barrera Tyszka
Estaba a punto de pagar, en la caja del supermercado, cuando alguien gritó. A partir de ahí, todo se desató en un instante. Un grito, dos gritos, y tres más, y cuatro y cinco y seis gritos. Los cuerpos comenzaron a correr hacia fuera. Se disparó la alarma sísmica. Y ya todos fuimos una marea

Fotografía de Ronaldo Schemidt para AFP
Estaba a punto de pagar, en la caja del supermercado, cuando alguien gritó. A partir de ahí, todo se desató en un instante. Un grito, dos gritos, y tres más, y cuatro y cinco y seis gritos. Los cuerpos comenzaron a correr hacia fuera. Se disparó la alarma sísmica. Y ya todos fuimos una marea de voces y de gestos, desbordándose en el estacionamiento.
Yo pensé en Cristina, en la casa. Vivimos muy cerca del supermercado, casi enfrente, en el segundo piso de un edificio de 1951. Traté de caminar pero el movimiento del piso me lo impedía. El asfalto era gelatina. Resultaba incluso difícil mantener cierto equilibrio. Era como tratar de permanecer de pie sobre un vértigo. Buscar apoyo en los carros era inútil. Todo formaba parte del mismo vaivén. Arriba, las ramas de los árboles danzaban de manera desordenada. Hasta los segundos parecían cuartearse.
Llegué por primera vez a la capital de México a finales de 1995 y, desde ese momento, he ido cultivando una relación cada vez más cercana con esta ciudad diversa y fascinante. En los tiempos en que no he vivido aquí, siempre he permanecido suficientemente cerca. Ya tengo demasiados afectos hundidos en estas piedras que, a veces, parecen aguas. No hay en el planeta un lugar tan descomunal y a la vez tan frágil. Aquí, el único equilibro posible está en la gente.
El primer apartamento que renté estaba en la Plaza Río de Janeiro, en la colonia Roma. Aunque había pasado una década, esa zona seguía cargando con la mala fama que le dejó el terremoto de 1985. Era un barrio sísmicamente muy inseguro. Ahí, también, viví mi primer temblor chilango. Y a lo largo de todos estos años, he ido sumando temblores y alarmas. Pero nunca nada fue como lo que ocurrió este 19 de septiembre. En mi memoria, solo se mueve de la misma manera la noche del 29 de julio de 1967.
Sucedió en Caracas. Yo tenía siete años y mi familia acababa de mudarse a un edificio en la avenida Rómulo Gallegos. Era de noche y estábamos cenando. De repente, los platos comenzaron a moverse sobre la mesa. Recuerdo el susto, el brinco de los cubiertos sobre el mantel, los chillidos, la oscuridad completa. Mi padre gritó más fuerte que todos y nos obligó a colocarnos debajo de una viga. Mi madre buscó mi hermana menor, que apenas tenía un año y estaba dormida en un cuarto. Después, los seis bajamos por las escaleras. Todavía recuerdo con frío ese descenso. Todo a oscuras. Todo lleno de alaridos y llanto. Había grietas en las paredes, faltaban escalones. Una mujer dejó un zapato olvidado en el tercer piso. La calle era una locura. Pero estaba firme. No recuerdo si nos pusimos a llorar.
No pudimos regresar a nuestra edificio y pasamos un año viviendo en el kínder de un colegio donde mi papá daba clases. En algunos sábado de mi infancia, veo todavía a unas monjas jugando volibol en un patio desierto. (Quizás por eso –como señala un amigo- me entusiasma tanto la serie “The Young Pope”). Recordé todo esto de golpe esta semana, mientras trataba de permanecer en pie en el estacionamiento, durante esa fugaz eternidad que llamamos terremoto. Cuando por fin la tierra se detuvo, una señora que estaba a mi lado, me miró aterrada: “¿Ya?”, musitó. Suplicante. Esa mínima palabra abarcó toda la dimensión de nuestro miedo, de nuestra vulnerabilidad: ¿ya estamos otra vez vivos?
Los mexicanos cultivan una virtud sorprendente y envidiable: la solidaridad instantánea. La solidaridad que no pregunta, que no espera que la llamen, que no pide permisos. Antes aun que las autoridades o que los medios de comunicación, los ciudadanos ya estaban ahí, en la zona de desastre, activados, sabiendo cómo reaccionar, dispuestos a hacer todo lo necesario. Con insólita rapidez, una gran mayoría de ciudadanos comenzaron a colaborar en las labores de rescate y apoyo a las víctimas de lo ocurrido. Se multiplicaron los voluntarios, se crearon centros de acopio, se establecieron prioridades y se canalizaron informaciones y esfuerzos, todo el mundo buscó cómo podía ayudar. Para decirlo en códigos de canción ranchera, se trata de una sentimentalidad que también sabe ser eficiente. Lo ocurrido esta semana demuestra que no hay nada más eficaz que el amor.
Porque, finalmente, en el contexto de las arduas labores de rescate, siempre se llega a punto donde la tecnología o las herramientas son inútiles, donde ya no sirven los teléfonos celulares ni los instrumentos térmicos, donde ni siquiera se puede escavar con un pico o una pala…Es el punto donde la experiencia más humana y más básica es la única que puede hacer algo. Es el rescatista delgado que se cuela por una grieta, que se arrastra por un túnel. Es el rescatista que, en medio de los escombros, levanta su puño cerrado y establece una seña que se va repitiendo como una ola. “¡Silencio total!”, grita de pronto una voz. Y se hace el silencio. Un silencio que llega a los animadores de turno en la televisión, que se prolonga incluso hasta los televidentes. Un silencio total en una de las ciudades más grande del mundo. Un silencio que se ha vuelto esperanza, que busca del otro lado de las ruinas una voz, un golpe tenue, una vida.
En muy pocos días, México nos enseña que la memoria de la tragedia puede ser una poderosa fuerza de salvación. Así como se puede temblar de miedo y de dolor, también se puede temblar de emoción, de solidaridad y de futuro.
Conejos; por Alberto Barrera Tyszka
Lo más inquietante es la risa. Verlos a todos así, tan divertidos, carcajeándose frente a las cámaras de televisión, manejando con insólita superficialidad las tragedias de la gente. ¿Eso es una reunión de Ministros de un país que está en crisis? ¿Así se comportan, eso dicen, de esa manera hablan y analizan nuestros problemas? ¿Para eso

Fotografía de @MINPPAU
Lo más inquietante es la risa. Verlos a todos así, tan divertidos, carcajeándose frente a las cámaras de televisión, manejando con insólita superficialidad las tragedias de la gente. ¿Eso es una reunión de Ministros de un país que está en crisis? ¿Así se comportan, eso dicen, de esa manera hablan y analizan nuestros problemas? ¿Para eso les pagan? ¿En verdad Fredy Bernal cobra un sueldo por proponer que la cría de conejos es una alternativa a la crisis alimentaria del país? ¿Y todos los demás? Los que se mueren de la risa mientras el Ministro habla de mascotas con lacitos, de las diferencias entre el animalito que te llevas a la cama y los dos kilos y medio de carne que puedes llevarte a la boca…todos ellos, ¿también cobran por estar ahí, por banalizar la realidad, por burlarse de esa forma de la gran mayoría de los venezolanos?
Mientras crecen las noticias de niños muertos por desnutrición, mientras se reitera la alarma de la UNICEF por el aumento de un 30% en la mortalidad infantil en el país en el año 2016, tenemos a un equipo de gobierno haciendo chistes sobre la multiplicación de los conejos, debatiendo con grosera trivialidad sobre la experiencia de aquellos que deben explorar en bolsas de basura para poder comer. Lo más indignante es la risa. La frivolidad del gobierno frente al hambre.
¿Por qué conejos? He pasado días dándole vueltas a esa pregunta. No hay dentro de la gastronomía popular, al menos que yo recuerde, algún plato de uso mas o menos frecuente que tenga la carne de conejo como ingrediente principal. No existen, por ejemplo, unas famosas empanaditas de conejo de Jusepín. Tampoco existen alguna legendaria receta de conejo con ají dulce y papelón. O un guiso de arroz con coco y conejo que se coma en Semana Santa en las costas de Falcón. No. Para nada. El conejo no forma parte importante de la historia de la sazón nacional. Pero, sin embargo, sí tiene un sentido diferente, más protagónico, en el habla coloquial. De hecho, podría decirse que el conejo tiene una presencia mayor en nuestra lengua que en nuestros fogones.
La palabra conejo, en Venezuela, también sirve para designar a una persona cándida, “crédula, sin malicia”, como apunta más de un diccionario que se dedica al tema en la web. Se usa frecuentemente para referir la inocencia como cualidad negativa. Se dice que alguien está perdido de conejo para señalar que ese alguien está perdido de pendejo, que está siendo engañado o estafado en su buena fe. Usada en ese sentido, la palabra dialoga mucho mejor en el contexto del ejercicio del poder que viene dominando al país desde hace años. El oficialismo actúa como si todos los demás fuéramos conejos.
Desde ayer, en un desesperado intento por recuperar cierta legitimidad internacional, el oficialismo ha organizado “una cumbre mundial de solidaridad con Venezuela” con la idea de lograr una “declaración de los pueblos en defensa de la revolución bolivariana”. Toda esta palabrería rimbombante, en el fondo, solo es una gran cacería de conejos.
Un Estado que no es capaz de garantizar la supervivencia de los enfermos en los hospitales públicos, gasta el dinero en financiar un evento con casi 200 invitados internacionales. Es un espectáculo irracional y grosero, el show organizado por una élite que se auto proclama como Revolución pero que, todavía, sigue sin explicar dónde están los casi mil millones de dólares que ingresaron al país por concepto de renta petrolera. Se trata de la misma empresa política que se auto define como anti imperialista pero que dona 500 mil dólares para el acto de juramentación de Donald Trump. Son un grupo exclusivo que tiene su ejército privado, que reprime, detiene, condena, tortura, asesina. Llevarán a los felices participantes del mundo a ver los edificios de la Misión Vivienda. Pero nunca les mostrarán los hospitales. Ni tampoco las cárceles. Jamás les mostrarán las estadísticas sangrientas de las OLP.
En el único país donde se impide investigar los casos de corrupción de Odebrecht, esto dijo ayer el Canciller Jorge Arreaza, en el marco de esta nueva cumbre internacional: “Esta es la patria de la humanidad, aquí se están dando las grandes luchas para garantizar que en todos los países del mundo haya una posibilidad de igualdad”. Dicen lo que sea. De cualquier manera. Aunque sea absurdo. Aunque sea inverosímil. Aunque sea increíble. No importa. Siempre quieren conejear a todo el mundo. De eso se trata este encuentro “Todos somos Venezuela”. El gobierno necesita urgentemente recuperar algunos gramos de credibilidad. El discurso del chavismo ha caído aun más que los precios del petróleo.
No hay que olvidar nada de esto cuando, nuevamente, aparece en el horizonte la alternativa del diálogo y de la negociación. Las condiciones son distintas, el contexto ha cambiado, pero los interlocutores siguen siendo los mismos. Todos sabemos que cuando Jorge Rodríguez aparece sonriendo, afirmando que la oposición y el mundo deben reconocer a la ANC y respetar sus decisiones, Jorge Rodríguez solo está disparando al aire, anda de cacería, está buscando conejos.
Entre la ley y el queso blanco; por Alberto Barrera Tyszka
En medio del júbilo y la alegría que distingue a la alta sociedad caraqueña, el pasado 2 de septiembre se inauguró una importante exposición fotográfica en los espacios de la conocida Casa Amarilla de la capital del país. La gala, donde se dio cita buena parte de lo más granado de nuestra élite, estuvo coronada

Fotografía de AVN
En medio del júbilo y la alegría que distingue a la alta sociedad caraqueña, el pasado 2 de septiembre se inauguró una importante exposición fotográfica en los espacios de la conocida Casa Amarilla de la capital del país. La gala, donde se dio cita buena parte de lo más granado de nuestra élite, estuvo coronada nada más y nada menos que por Delcy Rodríguez. La flamante presidenta de la ANC, con el savoir faire que la caracteriza, explicó a la concurrencia la importancia y la trascendencia del evento. La exposición es una muestra de 40 retratos de Nicolás Maduro en muy diferentes facetas y distintos momentos de su vida. Las imágenes van desde la etapa más nice, en la infancia, hasta la época actual. En una transmisión televisiva, el propio Presidente agradeció –con su modestia de siempre– el homenaje. Antes de terminar, en esta tournée llena de emoción y de sorpresas, Rodríguez anunció que, a partir de ese momento, “cada constituyente sale a sus municipios con una maleta cargada de esta exposición, de estas fotografías, para ser expuestas en todas las plazas Bolívar del país para compartir la visión del presidente Maduro como político, como humanista, como presidente”. La ovación puso a más de uno a punto de lágrimas. La sala se deshizo en aplausos.
El mismo día, en otro país, en un lugar que no ve o no quiere ver la casta oficialista, Susana Rafalli, experta en seguridad alimentaria, hablaba del informe que adelanta Cáritas sobre el aumento de la desnutrición infantil en Venezuela. Las estadísticas son aterradoras. Desde hace tiempo, Rafalli viene alertando sobre un problema que ya tiene dimensiones de tragedia. Ahora el hambre es lo único que avanza a paso de vencedores.
Para poder existir, el oficialismo necesita construir una ficción de país. La fantasía necesita más coherencia que la realidad. Ahora, por ejemplo, pareciera que el Fiscal designado por la ANC es un hombre nuevo, que salió de la nada, que recién aterriza en el poder. ¡Qué eficiencia! ¡Qué velocidad! ¡Qué precisión!… ¡En menos de un mes le ha abierto los ojos al país! Ha descubierto –¡Santo Cristo de Urachiche!– que había unos civiles inconstitucionalmente juzgados por tribunales militares. ¿Cómo se dio cuenta? ¿Cómo logró dar con eso en tan poco tiempo? El nuevo Fiscal siempre puede sorprendernos. Su primera evaluación sobre las protestas fue reveladora: ¡Tala de árboles! ¡Ecocidio! El tipo está en todo. Tiene brío, empuje, decisión. En pocos días descubrió que la otra fiscal es una delincuente. ¡Qué ojo, carajo! Casi parece que la hubiera conocido desde hace tiempo. Pero no. Llegó, olfateó el aire, abrió una gaveta y listo. Ya descubrió que Luisa Ortega Díaz es corrupta, mafiosa, subversiva, proyankee y, además, por si fuera poco, una insoportable narcisista. ¿Dónde estaba este Fiscal antes? ¿Por qué el oficialismo lo tenía escondido? Estos son los funcionarios que necesita el país. ¿Dónde estaba este Fiscal cuando robaron 300 mil dólares de la casa de Nelson Merentes? ¿Dónde estaba cuando la Asamblea chavista se negó a debatir el caso de Antonini Wilson y su maleta con más de 700 mil dólares?
El nuevo Fiscal tiene una memoria flexible y una moral caprichosa. Mientras él declara orondo frente a las cámaras, en otro país, en un territorio que la oligarquía bolivariana se empeña en negar, Isaías Baduel pasa más de 20 días desaparecido en los sótanos del poder. Cientos de presos aún esperan un proceso y un trato acordes con la ley. Yon Goicoechea y muchos otros siguen secuestrados por la inteligencia militar. La violencia del Estado es una acción pero también una amenaza, un miedo que se distribuye para crear el espejismo de la normalidad. El Poder Originario no está en el pueblo. El Poder Originario se lo robó el Sebin.
Pero por mucho que quieran imponérnoslo, el país de la ficción gubernamental no puede sobrevivir en las calles. Es cierto: el liderazgo de la oposición subestima al oficialismo, le cuesta mucho adelantarse a las acciones. Pero el oficialismo comete un error mucho más grave: subestima al pueblo. Ahora salen a promover las elecciones como si todos los venezolanos no supiéramos que han pasado casi dos años evitándolas, impidiendo que el pueblo vote. Ahora hablan de paz y de justicia, como si pudiéramos olvidar lo que los militares hicieron durante todos estos meses. Ahora le echan la culpa a Donald Trump de la crisis humanitaria, como si nadie recordara que siempre negaron que en el país hubiera hambre y escasez. La revolución es una quimera cada vez más frágil.
En el otro país, en el mapa que el gobierno ya no sabe leer, los noticieros van a los buses y la urgencia se expresa de otras maneras. Un tuit de Laura Helena Castillo lo resume perfectamente: “Si ganas salario mínimo integral, el ingreso completo de dos días de trabajo equivale a 420 gramos de queso blanco”. Ese es el límite de la fantasía oficial. Pueden prohibir el odio, pero no pueden prohibir el hambre. Entre la ley y el queso blanco, la Constituyente es una ilusión desechable.
La revolución en el ventilador; por Alberto Barrera Tyszka
Ahí la puso, nuevamente, esta semana, la Fiscal Luisa Ortega Díaz. Lo que tanto temían, ocurrió. Todo el estiércol está en el aire. Y no es fácil sortear la situación. No es tan sencillo pasar agachadito debajo de cien millones de dólares, por ejemplo. Si alguien, medianamente sensato, todavía tiene alguna pregunta sobre la naturaleza

Fotografía de Esther Carolina Fernández
Ahí la puso, nuevamente, esta semana, la Fiscal Luisa Ortega Díaz. Lo que tanto temían, ocurrió. Todo el estiércol está en el aire. Y no es fácil sortear la situación. No es tan sencillo pasar agachadito debajo de cien millones de dólares, por ejemplo. Si alguien, medianamente sensato, todavía tiene alguna pregunta sobre la naturaleza del oficialismo, las denuncias realizadas por la Fiscal prometen desvanecer todas las dudas. Ya en España comenzaron a salir noticias sobre los negocios de algunos clanes bolivarianos. En México y Panamá las investigaciones están en marcha. Quizás pronto los rumores se conviertan en evidencias. Pero, ante los ojos del mundo, ya no solo queda claro que Maduro dirige un gobierno dictatorial, represivo, que ejerce ferozmente la violencia del Estado en contra de cualquier disidencia, sino que ahora también es evidente que es un gobierno escandalosamente corrupto, que se trata de una élite envilecida que se ha hecho millonaria manteniendo al pueblo en la miseria. El chavismo está podrido.
Pero justo en el momento cuando el oficialismo parece haber perdido toda legitimidad, aparece entonces el gobierno norteamericano con nuevas sanciones económicas y Donald Trump le da a Nicolás Maduro algo de oxígeno, aunque sea oxígeno discursivo. Ya salió el Canciller Arreaza exigiendo a la ONU tomar medidas, diciendo que el gobierno va a “proteger al pueblo” del bloqueo financiero de los Estados Unidos. Quienes quebraron al país, ya tienen una simple pero eficiente explicación que dar. Y no hay que subestimar la narrativa antiimperialista. Menos en este continente, tan maltratado por la política exterior de Estados Unidos; menos con un personaje como Trump en la Casa Blanca. El gobierno por fin tiene al gran enemigo que tan desesperadamente estaba buscando.
Ya no hay que hablar de la inflación sino de invasión. Ya no hay que enfrentar la escasez de alimentos y de medicinas, las denuncias de corrupción, las masacres en las cárceles, el problemas los presos políticos… Ahora hay que organizar ejercicios de campaña, jornadas de entrenamiento para defender a la patria. El gobierno que se ha militarizado de manera feroz y vertiginosa tiene, por fin, la oportunidad de justificar ese proceso. Tal vez la mayoría de la población venezolana no crea en esta farsa. Pero el gobierno, igual, la repetirá y la difundirá. Es combustible retórico. A los paranoicos les ha llegado un perseguidor visible. El oficialismo vuelve a tener un argumento. Es mejor hablar del imperialismo que de los testaferros y de las cuentas bancarias en Suiza.
¿Cuánto puede, realmente, durar este guion? No es fácil saberlo. Quizás no demasiado. La tragedia real del país devora rápidamente cualquier espejismo. Pero sin duda es un refuerzo para la mentalidad de “contexto de guerra” con la que se maneja el oficialismo. Todo esto solo alimenta la vocación totalitaria de la Constituyente. Tanto la autoproclamada “Comisión de la Verdad” como el proyecto de ley contra el odio son ahora los instrumentos perversos para terminar de enterrar la democracia en el país. El gobierno que ha hecho de la opacidad su metodología, que ha ocultado todas las estadísticas e invisibilizado el dinero público, pretende ahora decretar qué es verdad y qué es mentira en el país. El gobierno que convirtió el odio en una política de Estado pretende ahora crear una legislación para combatir el odio.
¿Quiénes se erigen como la nueva conciencia nacional? Los mismos que han hecho negocios durante todos estos años. Los mismos que no reconocen el voto popular. Los que detienen a estudiantes, los torturan, los encarcelan. Los mismos que son responsables de las masacres de Barlovento o de Puerto Ayacucho. Los que te pinchan el teléfono. Los que secuestran. Los que te desaparecen. Los que te despiden del trabajo si no te pones la camisa roja o si no votas por ellos. Los que aparecen en televisión y te llaman escuálido, golpista, apátrida, maricón. Los que te suspenden los viajes y los conciertos porque dijiste algo que no les gustó. Los que tienen empresas fantasmas en otros países. Los que te han robado miles de millones dólares. Ellos ahora van a juzgarte. Van a definir tu futuro.
Lo primero que habría que hacer en Venezuela es hablar del odio institucional. De la manera en que el chavismo se instaló en el Estado como si estuviera reconquistando su territorio, como si expulsara a un enemigo extranjero de su casa. Llegó con la idea de quedarse para siempre. Y, desde ese nuevo poder, comenzó a instrumentalizar el odio en todos los espacios. ¿Acaso ya olvidamos el primer símbolo comunicacional en las campañas de Chávez? El puño alzado, golpeando la mano abierta. ¿Qué era eso? ¿Puro cariño? ¿Ternurita de la buena?
Vicente Díaz señaló alguna vez que, pretendiendo eliminar la exclusión económica, el chavismo había creado una enorme y terrible exclusión política. Así fue. Y ahora, a su manera, aun con el control del poder, las consecuencias les llegan por donde menos esperaban: quien siembra exclusiones, cosecha escraches. Confieso que yo, en lo personal, me siento incómodo y rechazo cualquier situación de violencia. Sobre todo si involucra gente menor de edad o personas inocentes. Pero puedo entender que el escrache es en el fondo un estallido, una válvula de escape. Por eso mismo, también, quienes realizan estas acciones muchas veces se muestran algo descontrolados, nerviosos, más dispuestos a gritar cualquier cosa que a ordenar una frase coherente. Se trata de una catarsis defensiva. Con todos los riesgos que eso tiene. Es la reacción irracional ante tantos años de escrache oficial, ejercido días tras días, sin ninguna piedad, en contra de cualquiera. El odio no se regula con leyes. Es una dinámica. Un vínculo.
Cuando Diosdado Cabello habla de amor, ¿alguien le cree? Probablemente no. Probablemente, ni los suyos. Cuando Tarek Williams Saab invoca la justicia, ¿quién confía en él? Cuando Delcy Rodríguez menciona la verdad y el odio, ¿en qué pensamos los venezolanos? Nos roban millones de dólares, nos golpean, nos encarcelan… ¿y encima quieren que los amemos? Ni de vaina. Nosotros lo sabemos: la ley contra el odio es una ley para censurar, para reprimir a los ciudadanos y para proteger a los corruptos. La revolución sigue estando en el ventilador.
La tragedia y la esperanza; por Alberto Barrera Tyszka
Enfrentar a unos políticos cínicos e inescrupulosos es tan difícil y arriesgado como oponerse a un comando de la Guardia Nacional en cualquier manifestación. Eso que llamamos resistencia no es una acción que solo puede darse en la calle, con escudos y con máscaras antigás. A veces, el poder de la mentira es tan aterrador

Fotografía de AVN
Enfrentar a unos políticos cínicos e inescrupulosos es tan difícil y arriesgado como oponerse a un comando de la Guardia Nacional en cualquier manifestación. Eso que llamamos resistencia no es una acción que solo puede darse en la calle, con escudos y con máscaras antigás. A veces, el poder de la mentira es tan aterrador como las balas. También producen muerte. Y desaliento, impotencia, rabia, desolación. Y frente a la violencia institucional que ejercen los poderosos es mucho más complicado resistir: ¿cómo combatir una farsa solemnemente estructurada?, ¿cómo pelear contra un engaño convertido en sistema, formalizado, distribuido sin pudor por todos los medios? Cuando Delcy Rodríguez mira hacia la cámara, altiva, soberbia, como si en realidad hubiera ganado una elección democrática; cuando desdobla una sonrisa sardónica y habla desde la arrogancia de los oligarcas, cuando se dirige a los diputados electos por el pueblo (que no cobran desde hace un año y han sido despojados de toda posibilidad de acción) y les dice que el parlamento no ha sido disuelto y que ellos deben seguir trabajando… ¿Qué se puede hacer? ¿Qué se puede hacer cuando Delcy Rodríguez se transforma en una bomba lacrimógena?
Chávez sabía mentir. Y, generalmente, lo hacía bien. Sus herederos conocen el método, tratan de seguirlo, pero son mucho más torpes, más evidentes. Les sale fácil lo fácil: la sorna, la burla, la ironía, el descaro. Pero son incapaces de convocar una esperanza, de comunicar con un mínimo de emoción algo que aunque sea parezca una verdad. Son demasiado obvios. En muy pocos días, sin ayuda de nadie, ellos solitos le han confirmado al país y al mundo que todo lo que prometieron con respecto a la Constituyente era una fantasía infantil, que lo único que realmente les interesa es terminar de apagar la democracia, que la Constituyente sólo sirve para tratar de legitimar la dictadura en Venezuela.
Desde que se instaló este nuevo “milagro”, según pregonaban los altos dirigentes del gobierno, ¿qué ha pasado?, ¿a qué se han dedicado los supuestos nuevos representantes del también supuesto poder popular originario? El espectáculo ha sido grotesco, patético. Desde Tibisay Lucena hasta Tarek Williams Saab, pasando por ese detalle que es Nicolasito, el Sin Par de Miraflores.
¿Para qué necesita el país una nueva Constitución? Para suspender, sustituir y perseguir a una Fiscal incómoda, con demasiada información sobre la millonaria corrupción del gobierno. ¿Para qué necesitan los pobres de Venezuela una nueva Constitución? Para dejarlos sin candidatos por quien votar. Para inhabilitar y encarcelar a líderes de la oposición que puedan ganarle al oficialismo en futuras elecciones. ¿Para qué requiere nuestra sociedad un cambio en la Carta Magna? Para adelantar las elecciones que antes el mismo Consejo Nacional Electoral había retrasado de todas las maneras posibles. ¿Por qué necesitábamos con tanta premura esta Asamblea Constituyente? Porque el país precisa con urgencia una Comisión de la Verdad que premie la represión oficial y someta al país a un régimen de censura y control.
Desde que empezó la ANC, ¿cuántos niños han muerto por desnutrición en Venezuela? ¿Acaso algún funcionario del gobierno ha hablado de esto?
A Hugo Chávez siempre le encantó la contra ofensiva. Lo repitió en varias oportunidades. Es algo que forma parte de la lógica de la guerra con la que Chávez, lamentablemente, envenenó la política nacional. Soportaba los ataques, asumiendo que eran movimientos enemigos, para luego en una aparente jugada defensiva terminar agrediendo, conquistando más posiciones de poder. Así como actuó el oficialismo en el paro petrolero, así también actuó ahora en estos meses de protestas de 2017. Esperaron sin importar la cantidad de muertos, sabiendo que al final podrían cobrarle toda esa sangre al adversario. Es lo que están haciendo ahora. Es el momento de la contra ofensiva. La oportunidad para profundizar eso que ellos llaman pomposamente “la revolución”.
La estrategia implica una frialdad abrumadora. Una distancia criminal con la vida de los ciudadanos. Y una apuesta delirante por la farsa. Por hacer de la mentira una definición de gobierno, una forma de vida. De manera instantánea, el nuevo Fiscal descubrió que la Fiscal General de la República es corrupta, racista, conspiradora violenta y promotora de una invasión gringa. De manera instantánea, el CNE destrabó todas las dificultas y problemas que interpuso para impedir el referendo y las elecciones y, de pronto, convocó un proceso exprés para el próximo mes de octubre. De manera instantánea… ¿Cómo desactivar un fraude que tiene como cómplices al gobierno, las instituciones y la Fuerza Armada Nacional?
La sociedad democrática venezolana, con sus debilidades y heterogeneidad, lleva años tratando de responder a esa pregunta. No es nada fácil. Es muy desalentador lo que nos pasa como país. Después de cada dos décadas y una bonanza petrolera estamos peor que antes, en todos los sentidos. Nuestra pobreza es trágica. Y gracias a ella, muchos de los funcionarios del “gobierno de los pobres” se han hecho millonarios. Es trágico un país donde los hijos de una víctima de la violencia del Estado sean ahora quienes legitimen esa misma violencia del Estado. Es trágico un país donde la miseria crece, los hospitales no funcionan, los cuerpos de seguridad masacran a inocentes, hay ciudadanos desaparecidos y estudiantes presos por protestar. Es trágico que todo esto, además, se haga a nombre de la libertad y de la justicia.
En este escenario, ¿el tema de la participación en las elecciones regionales puede ser tratado como un dilema moral? No estamos ante una disyuntiva ética, no debatimos entre opciones más o menos virtuosas, más o menos valientes, más o menos honestas. La dirigencia política, si quiere seguir haciendo política, no tiene otra posibilidad. Está obligada a mantenerse unida y a dar la pelea en todos los espacios que puedan. Aguantar la contra ofensiva no es sencillo. El gobierno solo quiere contaminarnos con una enorme sensación de derrota. Ese es el primer objetivo de la Asamblea Nacional Constituyente. Que olvidemos que somos mayoría. Que pensemos que no sirve de nada ser mayoría. Que aceptemos que han ganado y que ya no importa, que no tenemos nada qué hacer.
Pero nosotros no podemos olvidar lo que ellos no olvidan: cada día son menos. Cada día menos gente los quiere, les cree. Dentro y fuera del país. Es una tendencia que no se ha detenido desde hace años. Un indicador que sigue creciendo. En el fondo, el chavismo pelea contra la historia. Actúan así porque saben que están rodeados. Ahora la paranoia es su ideología.
La esperanza también puede ser un recurso natural renovable.
Escribir la historia; por Alberto Barrera Tyszka
“Cuando desperté nada podía hacer: seis revólveres me apuntaban a la cara. Abrí un ojo. Un vistazo soñoliento, brumoso, parcial. Podía ser una pesadilla. Fracciones de segundo para saber que estaba preso. Debía hacer algo. Seis revólveres.” No es el testimonio de un estudiante detenido injustamente en algún prisión del interior del país. Pero podría

Fotografía de Leo Álvarez
“Cuando desperté nada podía hacer: seis revólveres me apuntaban a la cara. Abrí un ojo. Un vistazo soñoliento, brumoso, parcial. Podía ser una pesadilla. Fracciones de segundo para saber que estaba preso. Debía hacer algo. Seis revólveres.”
No es el testimonio de un estudiante detenido injustamente en algún prisión del interior del país. Pero podría serlo. Tampoco es un fragmento de una carta de un preso político, llevado sin trámite legal y de madrugada desde su casa hasta El Helicoide. Las comillas con las que comienzo este domingo no fueron escritas en este tiempo y, sin embargo, dolorosamente, de pronto vuelven a formar parte de nuestro presente. Esas tres líneas con un hombre inocente frente a seis revólveres están en la primera página de una novela escrita por José Vicente Abreu en 1964. “Se llamaba SN” es su título. Es un libro terrible y desolador, una denuncia sobre la brutal represión durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. SN era nombre del terror, las siglas designaban a la Seguridad Nacional.
Hoy en día no hay un solo cuerpo de destrucción, un solo nombre. Hoy está el SEBIN pero también está la Guardia Nacional Bolivariana, la Policía Nacional Bolivariana, la milicia, los grupos paramilitares…Actúan sin temor, sin remordimiento, como si la violencia contra civiles que protestan fuera algo natural, como si la represión, la tortura y el asesinato formaran parte de una nueva normalidad.
Quienes invocaron el Caracazo para rebelarse en contra de los poderes establecidos, han terminado reproduciendo miles de Caracazos cada día. Han profesionalizado la ejecución institucional en contra de la población. Han hecho de la masacre no un evento esporádico sino un procedimiento legal; una rutina uniformada, con permiso para liquidar ciudadanos. El chavismo, en vez de combatir la represión, la ha sacralizado. La violencia militar en contra del pueblo es ahora un acto heroico. Atacar entre 7 u 8 a un estudiante, golpearlo con todo y donde sea, dispararle…merece un bono, una condecoración. Hay que entender que la represión que hemos visto y padecido durante todos estos largos días no es un acontecimiento aislado, no es una reacción repentina frente a la multitud indignada. Es un sistema. El mismo sistema que se aplica en las OLP o en la nómina de las empresas públicas. El mismo procedimiento que aprobó el CNE y que define las bases comiciales para la elección de la Constituyente. El Estado como arma de exclusión y aniquilamiento.
Pero hoy el discurso legitimador es mucho más potente, más delirante. Ahora el poder desarrolla y trata de imponer, con mucha más fuerza, su propia justificación. Las dictaduras militares que azotaron a Suramérica en el siglo XX trataron de excusar su violencia denunciando la amenaza comunista. El gobierno de Maduro invoca ahora la amenaza derechista. Pero actúa de la misma manera. El SEBIN y la Fuerza Armada funcionan con los mismos patrones de comportamiento que el crimen organizado. No tienen ningún control. Secuestran ciudadanos. Los desaparecen dentro de los túneles de las fortalezas oficiales. Se mueven al margen de la ley. Y acumulan muertos. Imponen una justicia propia, sin respetar a los tribunales civiles. Y llenan las cárceles de presos políticos…Y siguen repitiendo que todo lo hacen por la paz, por el futuro, por el progreso, por el amor al pueblo y a la patria. También así hablaba Pinochet. Eso mismo también dijo Videla.
El discurso oficial es otra versión de las mismas prácticas represivas del Estado. Es una bomba lacrimógena o una ráfaga de perdigones sobre el orgullo, sobre el derecho a protestar, sobre el ánimo, sobre el sentido común. Te disparan pero, además, te llaman asesino. Te golpean pero, encima, te acusan de golpista. Todo tiene que ver con la misma estructura. El discurso también forma parte del mismo sistema de producción de muerte. Existe para confundir, para desesperar, para generar sensación de impotencia, rabia, locura. Cada palabra y cada pausa, cada cita y cada omisión, tienen un espacio y una función en la maquinaria. No es azaroso el silencio selectivo que practica con demasiada frecuencia el Defensor del Pueblo, por ejemplo. Es otra versión de la violencia. Una forma de tratar de darle un nuevo orden al caos.
Cuando Nicolás Maduro dice que la Constituyente traerá la paz y el reencuentro de todos los venezolanos, lo único que hace es bailar nuevamente sobre los muertos. Cuando asegura que la Constituyente es un milagro, que relanzará la economía, que nos dará una nueva identidad, no está en el fondo diciendo nada. Solo trata de distraer. Habla para evitar decir. Y, mientras tanto, en alguna oscura celda, hoy como ayer, una mano tal vez raya unas líneas sobre un papel y escribe la verdadera historia del país: “Cuando desperté nada podía hacer. Seis revólveres me apuntaban a la cara”.
Tal día como hoy; por Alberto Barrera Tyszka
Puedes pronunciar tu nombre. Porque votar es también un acto de lenguaje. Una forma de nombrarnos. De decir quiénes somos. Uno a uno. Es una manera de hacernos visibles. De deletrear nuestras miradas y nuestras pieles, los colores que somos, la historia que vamos viviendo, lo que nos gusta, lo que nos duele, lo

Fotografía de Diego Vallenilla, tomada durante la recolección de firmas en Bello Monte, Caracas, para el referendo revocatorio.
Puedes pronunciar tu nombre. Porque votar es también un acto de lenguaje. Una forma de nombrarnos. De decir quiénes somos. Uno a uno. Es una manera de hacernos visibles. De deletrear nuestras miradas y nuestras pieles, los colores que somos, la historia que vamos viviendo, lo que nos gusta, lo que nos duele, lo que deseamos, lo que ya no podemos tolerar. Tal día como hoy tenemos la oportunidad de decir todo lo que quieren que callemos.
Porque el proyecto de la Constituyente es el proyecto del silencio. Es un programa para acallar todas las voces que no sean el sonido oficial. El oficialismo no quiere debates. No quiere disidencia. No quiere poderes independiente. Ya no quiere ni siquiera votos distintos. Menos ahora que la Fiscalía amenaza con sacar a flote las verdades de la corrupción. El que menos puja tiene una suegra con 42 millones de dólares en tres bancos de Suiza. Prometieron detener y encarcelar a los corruptos y han terminado deteniendo y encarcelando a estudiantes, a periodistas, a líderes sociales, a cualquier que se ponga de pie y pretenda quejarse y protestar. Para eso también existe este domingo. Para votar en contra de los enchufados. Para evitar quedarnos definitivamente mudos.
Tal día como hoy podemos decirle a Tibisay Lucena mentirosa. Sí. Tres veces sí. Tres veces mentirosa. Embaucadora. Tramposa. Hiciste lo imposible por impedir el Referendo Revocatorio. Violando la Constitución, apagaste la elecciones regionales. Pero cuando el gobierno te lo indicó saliste corriendo a organizar y legitimar la Constituyente del Partido. Y, como si todo esto no fuera suficiente, propones para este mismo domingo un simulacro oficial. No se puede ser tan infantil y tan evidente. No se puede traicionar de manera tan impúdica a las mayorías del país. Tal día como hoy podemos decirle todo esto al CNE. Con un voto. Sólo con eso.
Llevamos más de tres meses observando cómo actúa el bolivarianismo salvaje. Todos hemos visto demasiados videos aterradores. Hemos leído y escuchado testimonios estremecedores. En la historia reciente, como país, nunca antes tuvimos tantas ganas de llorar, tantos días llenos de crueldad y también de mucha cobardía. Los 7 u 8 tipos que acosaron y golpearon brutalmente a Gyanny Scovino en Lecherías, por citar un ejemplo reciente, son fundamentalmente unos cobardes. Lo hemos visto repetidamente. Caen en bandada, en cayapa, entre varios y por todos lados, sacuden y apalean a ciudadanos indefensos. Les dan con todo. Sin respeto. Sin piedad. Hasta el asco. Ninguno de esos asaltantes debería llevar uniforme. Ningún debería ser considerado un “soldado de la patria”. Tal día como hoy podemos decírselo. Tal día como hoy podemos gritarle todo esto al Ministro Padrino López. Podemos demostrarle que, a pesar de todas sus bombas lacrimógenas, seguimos creyendo en la democracia. Este domingo tenemos el chance de convertir la rabia en voto.
Conatel intentó lo imposible: quitarnos el lenguaje. Es otra muestra más del Estado histérico: ahora también están persiguiendo palabras. El gobierno lleva ya demasiado tiempo empeñado en desconocer al pueblo. Ha desconocido sus realidades. Ha declarado que en Venezuela no hay hambre, que nadie pasa necesidad, que los hospitales funcionan, que hay seguridad y bienestar, que somos como Alemania pero en el trópico. El gobierno ha dicho que todas tus angustias solo son una ficción mediática. Una manipulación de la derecha internacional. Otro exceso de la oposición. Nicolás Maduro se ha reído de la pobreza. Han bailado sobre el dolor y sobre la muerte. Como si no les perteneciera. Ellos solos se salieron del mapa. No reconocen la existencia de otros que no sean ellos. Y ellos cada vez son menos. Su idea de país se reduce a la velocidad del vértigo.
Ningún pequeño funcionario puede venirnos a decir cómo se llama este domingo. Tal día como hoy puedes decir y repetir que esto es una consulta popular, que todos somos pueblo y que todos debemos ser consultados. Nuestro voto le da nombre al país. Este puede ser un domingo de una rebeldía imbatible. Hoy tenemos una oportunidad casi única. Tal día como hoy, participativos y protagónicos, diversos y libres, podemos salir a firmar entre todos una nueva carta de independencia.
La crueldad; por Alberto Barrera Tyszka
Ahora pareciera que cada noticia necesita una ambulancia. No es posible ver y escuchar lo que ocurre y no dar un alarido. Cada vez tenemos más sangre que palabras. El gobierno ha terminado convirtiendo la violencia en su único espectáculo. El chavismo pasará a la historia como el poder que disfrutó ejerciendo el terror. Frente

Fotografía de EFE
Ahora pareciera que cada noticia necesita una ambulancia. No es posible ver y escuchar lo que ocurre y no dar un alarido. Cada vez tenemos más sangre que palabras. El gobierno ha terminado convirtiendo la violencia en su único espectáculo. El chavismo pasará a la historia como el poder que disfrutó ejerciendo el terror.
Frente a la simple idea de estar cada vez más obligados a negociar, el oficialismo reacciona con una saña todavía mayor: la represión con cinismo, la violencia celebrada, la brutalidad como goce. Solo así puede explicarse el infierno sistematizado que estamos viviendo y viendo día a día en el país. Las detenciones arbitrarias, el robo a los manifestantes, las golpizas salvajes y en cayapa a cualquiera que se descuide sobre la calle, los juicios express y las condenas por traición a la patria, los traslados a los distintos reclusorios, las torturas, los asesinatos… no es una “violencia desmedida”. Por desgracia es todo lo contrario: es una violencia perfectamente medida, administrada con rigor, ordenada y ejecutada militantemente. Los excesos de los uniformados no son un desorden. Son un orden. Una orden.
Pero, luego, la violencia permanece y adquiere otra forma terrible: se convierte en humor, en festejo, en placer. Creo que nunca antes en el país, al menos en la historia política del siglo XX, tuvimos un gobierno que celebrara de esta manera la muerte. El oficialismo ha logrado alcanzar un grado de delirio inconmensurable. Promueve que perseguir, detener, saquear, golpear, torturar o matar estudiantes, es una virtud. Cuando Maduro condecora al Coronel Lugo está, en el fondo, practicando un rito fúnebre. Es un acto que no solo permite sino que además honra la violencia sobre la ciudadanía, que enaltece los golpes sobre la experiencia de la democracia. Es otra manera de bailar delante de los cadáveres. Es otra forma de decir “no me importa nada”.
Esta es la única oferta que hoy el chavismo le hace al país: la crueldad. Este es su programa político. Se deleitan con el dolor ajeno. Demuestran que el país, en el fondo, no les duele. Que el afecto no es su problema. Que son capaces de ejecutar a cualquiera sin remordimientos. Eso hacen con la Fiscal, con Roberto Picón, con todos los detenidos, con quienes salgan a manifestar… Siguiendo la misma lógica bélica, los cuerpos de seguridad también se comportan como un ejército en territorio enemigo, extranjero. Vienen a saquear y a liquidar, tienen que arrasar con todo. Por eso son crueles y celebran su crueldad. La expone. La muestran con orgullo. No solo creen que es necesaria. Piensan incluso que es buena, noble. Por eso premian sus propios crímenes.
Después de casi 20 años, por desgracia hemos encontrado el gran logro de la revolución: la crueldad. El hombre nuevo es un refrito de lo peor del hombre viejo. El hombre nuevo es un delincuente con carnet. El hombre nuevo es un asesino con charreteras. El hombre nuevo no se conmueve con nada. Disfruta el dolor de los otros. Cree que el sadismo también es bolivariano. Se ríe de todo lo que pasa. Nunca pregunta. Dispara primero y, después, vuelve a disparar.
¿De qué hablamos cuando hablamos de dialogar?; por Alberto Barrera Tyszka
A esta altura de los tiempos, que es lo mismo que decir a esta altura de los muertos, o a esta altura de los perdigones y de los gasecitos, a esta altura de los presos y de los injustamente detenidos, ¿se puede acaso dialogar con el gobierno? En estas circunstancias, asediados con la misma violencia

El presidente Nicolás Maduro en el acto para conmemorar el día de la Batalla de Carabobo. Fotografía de Cristian Hernández para EFE
A esta altura de los tiempos, que es lo mismo que decir a esta altura de los muertos, o a esta altura de los perdigones y de los gasecitos, a esta altura de los presos y de los injustamente detenidos, ¿se puede acaso dialogar con el gobierno? En estas circunstancias, asediados con la misma violencia por los militares y por la inflación, negados o humillados por el discurso oficial, ¿es posible sentarse a hablar con el verdugo? ¿Cómo? ¿De qué manera?
No es fácil. Las palabras también tienen geografías particulares. La palabra diálogo tiene su propia tradición en Venezuela. Es parte de una historia reciente pero muy sonora y dolorosa. Aquí, la palabra diálogo no viaja sola. Uno la escucha y de pronto puede pensar en el Ministro Néstor Reverol, siempre conversando consigo mismo, culpando a otros de las muertes que producen día a día sus soldados. Uno ve escrita la palabra diálogo en un titular y puede recordar a Tibisay Lucena dialogando pausadamente para paralizar el calendario electoral del año pasado. O puede recordar también a todos los altos jerarcas del oficialismo diciendo y repitiendo que la crisis humanitaria es mentira, que no hay hambre, que las medicinas sobran, que el país es un paraíso extraordinario, perturbado tan solo por la derecha golpista y blablablá. Uno oye la palabra diálogo y siente que cruje la miopía, que el aliento raspa, que tal vez haya dolor nuevo en el futuro.
¿De qué hablamos cuando hablamos de dialogar? Porque el diálogo no es una simple instancia de trabajo. No es solo un instrumento para la resolución de conflictos. También es una puesta en escena, una acción comunicativa. Es un espacio de significación dentro del mismo conflicto. Es un mensaje que puede ser muy útil a un gobierno que ha practicado un perverso doble juego: mientras asesina, invoca a la paz. Lo que se debate en el fondo es cómo se reparten las culpas de la violencia. El oficialismo, en todos sus frentes y de todas las maneras posibles, ha insistido en responsabilizar a la oposición de todos los daños. Incluso ante evidencias palpables, los ministros y funcionarios han mentido descaradamente. Su fanatismo es oportuno. Siempre los salva.
Pero a medida que nos vayamos acercando al 30 de julio, posiblemente el fantasma del diálogo aparecerá cada vez con más urgencia. Ya, esta semana, después de la reunión de la OEA, tan llena de espectáculos y tan carente de soluciones políticas, un grupo de países liderados por Estados Unidos se ha propuesto trabajar para “facilitar el diálogo” en Venezuela. También el Vaticano, no faltaba más, invoca el diálogo. Y José Luis Rodríguez Zapatero, por supuesto, después de pasear por los pasillos de Ramo Verde, también alude al diálogo. ¿Quién se va a poner en contra? En medio de la trágica situación que vivimos, rechazar el diálogo es algo más que ser un aguafiestas. Es casi una inmoralidad. Y sin embargo, la tradición de la palabra insiste, la sensatez y la honestidad se siguen preguntando ¿cómo? ¿Para qué?
Tomemos por ejemplo lo que dijo Maduro ayer en la celebración de los 196 años de la Batalla de Carabobo: “La Fuerza Armada Nacional Bolivariana debe estar de frente contra la oligarquía y el antiimperialismo y el injerencismo. Estamos en rebelión”. Pasemos por alto el evidente tropiezo de neuronas y papilas gustativas que lo llevó a decir “antiimperialismo” en vez de decir “imperialismo”. El sentido central de la frase es lo que importa: la rebelión no está en la calle sino en los soldados, quienes deben enfrentar con todo a los oligarcas descamisados, a los miles de imperialistas desarmados. Otra cita: “Estamos obligados a mantener las instituciones y la Constitución operativas, sirviendo al pueblo, es nuestro deber”. Y por eso mismo, precisamente, es que, sin consulta y con unas bases comiciales fraudulentas, pretenden cambiar la Constitución. Por eso mismo, están tratando de cercar y sabotear a la Fiscalía General de la República. ¿Tiene sentido dialogar con alguien que habla así, que dice esto?
Peor aún: en realidad, el nombramiento del General Benavides como Jefe de Gobierno del Distrito Capital dice mucho más que todas las alocuciones y declaraciones oficiales. Esta designación solo tiene una lectura posible. A Nicolás Maduro no le importa la política. No le interesa. Prefiere las balas. Nuevamente, le deja el gobierno a los uniformados ¿Cómo se conversa con alguien que piensa de esta forma?
Obviamente, es necesario concertar. La única salida que tiene el país pasa, sin duda, por una negociación. Pero cualquier negociación pasa, también, por un cambio en los parámetros mismos de la comunicación, en las expresiones y en los códigos a la hora de resolver los conflictos en todos los espacios. Ahora, en este país, no se puede volver a hablar en términos de diálogo. Quienes, desde afuera, pretendan ayudarnos deben entender que ―antes que un mediador― necesitamos un traductor. Aquí no hablamos el mismo lenguaje.
En el idioma oficial la palabra diálogo significa otra cosa. Es una trampa. Una emboscada. La retórica gubernamental está dirigida a normalizar la muerte. Su destino es invisibilizar al pueblo. Existe para desmovilizarnos, para paralizarnos, para saquear cotidianamente cualquier esperanza. Resistir también es reinventar los lenguajes. Lo que hicieron esta semana los estudiantes de Mérida es un excelente ejemplo. Luchar es nombrar de nuevo. De otra manera.
Un retrato violento; por Alberto Barrera Tyszka
Luisa Ortega Díaz los tiene locos. Las respuestas del oficialismo solo han logrado demostrar, de manera rápida y bastante obvia, que las denuncias de la Fiscal son ciertas. Las reacciones del poder han sido tan importantes como las propias actuaciones y declaraciones del Ministerio Público. Ellos solitos, de forma instantánea, sin mediar ningún tipo de
Luisa Ortega Díaz los tiene locos. Las respuestas del oficialismo solo han logrado demostrar, de manera rápida y bastante obvia, que las denuncias de la Fiscal son ciertas. Las reacciones del poder han sido tan importantes como las propias actuaciones y declaraciones del Ministerio Público. Ellos solitos, de forma instantánea, sin mediar ningún tipo de discernimiento, se han delatado, han hecho evidente que la democracia no les interesa, que no creen en la independencia de las instituciones, que su plan es quedarse en el gobierno para siempre. El madurismo ha resultado el cóctel político más letal de toda nuestra historia. Combina lo peor de nuestro presente con lo peor de nuestro pasado. No solo ejerce la violencia del Estado en todas las direcciones sino que, además, la premia, la glorifica.
De un día para otro, la Fiscal General de la República pasó a ser el enemigo público número 1 de los poderosos. Esa élite, esos privilegiados que pueden adquirir dólares baratos, que consiguen comida y medicinas, que tienen escoltas y pasaportes; esa minoría que ya no quiere contarse, ahora acaba de decretar que Luisa Ortega Díaz es “indigna”, “fascista”, “corrupta”, “traidora”, “jefa de la oposición”… y que además está loca (“insanía mental”, según Pedro Carreño), es cómplice de todo lo que ocurra (“anima la violencia”, según Jorge Rodríguez), y por lo tanto es responsable de todas los homicidios que se produzcan en las manifestaciones (según Tarek El Aissami). Casi todos los altos líderes de la casta se han pronunciado. Diosdado Cabello ya afirmó que “la Fiscalía no es un poder” y sugirió una purga futura, amenazando con “revisar” el Ministerio Público con detalle. “Uno a uno”.
Mientras en Telesur, una abogada constitucionalista, supuesta experta en el tema, afirma que el TSJ debería abrir una investigación por “falta de ética” en contra de la Fiscal, el oficialismo introduce en el mismo máximo tribunal una petición de antejuicio de mérito y la solicitud para prohibir la salida del país de Luisa Ortega Díaz. Si alguna persona, de dentro o de fuera, tenía alguna duda sobre cómo el madurismo ejerce el poder en Venezuela, la forma en cómo se ha actuado en contra de la Fiscal es una confesión contundente. Una prueba irrefutable de una legalidad secuestrada, de un sistema que no es confiable. Sin darse cuenta, la reacción de la dirigencia oficialista en contra de la Fiscal le ofrece al país un subtexto muy claro: toda la institucionalidad es una estafa. El mensaje es nítido: la legalidad no importa. O haces lo que yo digo, o te jodo.
La foto de Pedro Carreño frente a Mikel Moreno es un testimonio para la historia. Todo forma parte de una secuencia, filmada en video, retratada para su publicación. Es una puesta en escena. Los dos posan, sin demasiada gracia, como niños en la escuela, unidos por un diploma. Ninguno parece tener mucho entusiasmo. Solo están tratando de otorgarle solemnidad a una pillería. Y ambos lo saben. Pero necesitan que el disimulo continúe. Ni siquiera se están viendo fijamente. Hay algo esquivo en sus posturas, en sus miradas. Sus cuerpos se juntan en un documento insostenible. Es el retrato de una mafia que pretende ser legítima, que aspira a sobrevivir a su propia historia delictiva. En vez de disfrazarse de pistoleros, se disfrazan de diputados y de jueces. Curiosamente, desde el fondo, el retrato de Bolívar parece sonreír de medio lado. Su imagen cruza entre ambos, saboteando el instante.
En todas estas respuestas ante la actuación de la Fiscal General, se va conformando un argumento para rechazar más aún el proyecto de la Constituyente. Aquí están. Míralos. Escúchalos. Estos son los que pretenden cambiar el marco legal del país. Estos son los que supuestamente defienden la independencia e invocan el respeto a la diversidad. Estos son lo que hablan de imparcialidad. Estos son los que critican el sesgo en las instituciones. En ellos debemos creer.
Tanto que mencionan a Chávez y, tal vez, ahora vale la pena recordarles estas palabras: “Hoy tenemos una gran concentración del poder porque unas cúpulas se fueron adueñando del poder judicial y del legislativo y lo manipulan y lo usan a su antojo. Y lo mismo ocurrió con la Fiscalía, con la Contraloría. En Venezuela lo que ha funcionado no es una democracia sino una tiranía de pequeñas cúpulas partidistas, sectores horrorosamente corrompidos que destrozaron a Venezuela”. Lo dijo en Cartagena, en mayo de 1999. Pero la frase calza perfectamente en el momento actual, con el gobierno de Nicolás Maduro. Con su proyecto constituyente. Podría ser la leyenda perfecta para la imagen de Carreño y Moreno. No es el registro de un acto legal. Todo lo contrario. Es en verdad una advertencia, una intimidación. Es un retrato violento. La legalidad como amenaza.
Un electrón libre; por Alberto Barrera Tyszka
La imagen se cuela debajo de tus ojos. No sabes cuándo la viste. ¿Fue esta mañana, en un tuit, después de cepillarte los dientes? ¿Te la mandó tu hermana por teléfono? ¿O la imaginaste con brutal nitidez cuando, al final de la tarde, la comentaron en la radio? La imagen sigue ahí. Tras tus párpados.

Fotografía de Marco Bello para REUTERS
La imagen se cuela debajo de tus ojos. No sabes cuándo la viste. ¿Fue esta mañana, en un tuit, después de cepillarte los dientes? ¿Te la mandó tu hermana por teléfono? ¿O la imaginaste con brutal nitidez cuando, al final de la tarde, la comentaron en la radio? La imagen sigue ahí. Tras tus párpados. Titilando. Aún a las doce de la noche. Es la espalda de un muchacho que no llega a los 20 años. Está llena de hoyos. Disparos. Alrededor de cada agujero la piel se levanta. Parece un retrato de ciencia ficción. Cuando despiertas en la mañana, la imagen sigue ahí. Se ha mudado dentro de ti. Y duele. Y se queja. Y cruje. Y tú sientes ese dolor, ese ay, ese crujido. Tú sientes la impotencia, la rabia, el ácido. Cómo arden las lágrimas antes de salir.
Todos los muertos, todos los heridos, todos los detenidos, son nuestros huéspedes.
Viven en nosotros. Siguen moviéndose dentro de nuestro cuerpo. Inquietos. Preguntan. Protestan. No pueden descansar. No conocen la paz. Siguen diciendo sus nombre. Tercos, testarudos. Son la memoria de la vida en contra de toda la publicidad oficial, en contra de toda la propaganda que diariamente distribuye el poder.
¿Qué suena más? ¿Una cadena o el nombre de César Pereira, de Paola Ramírez o de Juan Pernalete? ¿Qué vale más? ¿Qué tiene más rating? ¿Un programa pagado en la televisión de los poderosos o todos los gritos y los llantos que repican noche a noche en los barrios populares?
Llevamos más de 60 días de violencia. El Estado actúa como si el pueblo fuera un enemigo. Como si su derecho a manifestarse no fuera legítimo. Basta ver lo ocurrido esta semana en La Vega o en El Valle. Ahora el oficialismo piensa que la democracia participativa y protagónica es una conspiración. Por eso necesitan la Constituyente. Están buscando un nuevo marco legal que les permita traicionarse sin pudor. Necesitan una nueva Constitución para prohibir al pueblo.
El oficialismo continúa igual. No está dispuesto a cambiar nada. La única oferta del gobierno es la simulación. Te propongo aparentar que este método electoral es democrático. Te propongo aparentar que, después de la Asamblea Nacional Constituyente, tendremos un referendo consultivo. Te propongo aparentar que aquí no pasa nada, que la solución es el diálogo. Pero mientras tanto, no se ahorra una sola bala. Sigue disparando. Día a día. Cada vez con más saña. Llevamos más de 60 muertos en este tránsito. El Estado actúa como si estuviera de cacería.
Esta semana, en una entrevista a la agencia EFE, Antonio Benavides Torres, Mayor General de la Guardia Nacional Bolivariana, declaró que el comportamiento de sus soldados durante todo este tiempo ha sido “muy profesional e impecable”. No ha visto él nada de lo que tanto denuncian. No tienes bajo sus ojos las imágenes que la mayoría de los venezolanos tenemos. El Mayor General Benavides Torres está tranquilo, satisfecho. Piensa que todo es culpa de la oposición. Cree que las multitudes en las calles responden a una sola vocación, a un plan de “golpe suave”, dictado por una manual extranjero.
Escuchas a Benavides Torres y algo tiembla tras tus pupilas. Sientes que se quema un grito entre las cuerdas vocales. Recuerdas el rostro ensangrentado y desfigurado del obrero que recibió una bomba lacrimógena. Ves de nuevo, sobre la pantalla de la memoria, los demasiados videos donde soldados golpean, abusan, roban, detienen… entre varios e impunemente a cualquier ciudadano. Aquí hay un país indignado, desesperado, que ya no sabe cómo estallar. Pero el Mayor General Benavides Torres no se entera. Ni se inmuta. Apenas reconoce que, quizás, “uno o dos” funcionarios pueden haber cometido algún “exceso”. Nada más. Y, además, los considera una excepción, un “electrón libre” en medio la combustión que existe.
Un electrón libre es un átomo o una molécula que anda por la libre, que se desprende de la estructura a la que pertenece y actúa un poco por su cuenta. Así explica y resuelve Benavides Torres todo lo que ocurre. Así define lo que te duele, lo que no te deja dormir, las ganas de llorar que te esperan apenas despiertas cada mañana.
No es cierto. Un electrón libre es una fantasía mediocre. Una ofensa. La mayoría de los venezolanos hemos visto, vivido o padecido los excesos de la represión militar. Su violencia no es una excepción. Es una orden. Es un método. Es un plan. Es un proyecto de sumisión, de muerte. Nadie puede venir ahora a maquillar esta historia. Es imposible contarnos otra versión. Vive aquí adentro. Aquí se mueve. Nosotros somos todos nuestros heridos, nuestros detenidos; todos nuestros muertos.
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