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Yuraima Martín: La belleza de lo orgánico; por Cheo Carvajal #CCS450

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Yuraima Martín retratada por Mauricio López

Yuraima Martín es arquitecta de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela (FAU/UCV) desde 1989, y allí es profesora desde 1990 en el área de Estudios Ambientales. En 1996 culminó la maestría en Arquitectura Paisajista en esta misma universidad y luego fue becada para un doctorado en Barcelona, España, en proyectos de arquitectura.

La entrevista, en el marco de la celebración de los 450 años de Caracas, la realizamos en Catuche, un barrio emblemático de Caracas, vecino de La Pastora, donde Martín se formó y ha formado a muchos estudiantes de la FAU. “Catuche fue un laboratorio perfecto, porque muchos de mis estudiantes nunca habían entrado en un barrio”. Yuraima Martín recuerda que al principio recorría el barrio acompañada por Doris Barreto, mujer tenaz que coordina el Centro Comunitario La Quinta de Fe y Alegría, o con Pedro Serrano, vecino y parte fundamental del Consorcio Catuche, pero después lo recorría sola o con sus estudiantes, a cualquier hora, inclusive de noche. Eso, resiente, ha ido cambiando.

La conversa transcurre en la placidez del jardín del Centro Comunitario, un espacio que surgió desde un basurero, en el que José Virtuoso, sacerdote jesuita y actual rector de la Universidad Católica Andrés Bello, se empeñó en transformar con la comunidad. A estos espacios ha estado asociada vital y profesionalmente desde 1990, cuando comenzó a trabajar como dibujante para su padre, César Martín, también arquitecto, quien ya estaba vinculado al barrio a través de Fe y Alegría. En 1993 entra a formar parte de la Oficina de Proyectos del Consorcio Catuche, plataforma que produjo una de las experiencias más importantes de construcción de hábitat desde la participación y la organización comunitaria. Yuraima puede hablar con propiedad de una visión desde y sobre los barrios de Caracas, tema fundamental para el presente y el futuro de nuestra ciudad.

—¿Cómo caracterizarías la visión que se ha tenido del barrio desde la academia y desde las instituciones públicas?

—Para ser justos, desde la academia ha habido varias miradas. Hay muchos años de trabajo relacionados con los barrios. Teolinda Bolívar es fundadora de ese trabajo de más de 40 años. También está el trabajo de Federico Villanueva, Josefina Baldó, Alfredo Cilento, desde muy distintas perspectivas. Diría que, al margen de las personas que menciono, la Facultad se mantenía ajena y distante. Hubo, sí, un momento importantísimo, por el boom en 1999, del Plan Sectorial de Barrios, en el que desde el Conavi (Consejo Nacional de la Vivienda), Federico Villanueva y Josefina Baldó involucraron a todo el país a través de una convocatoria abierta en concursos. Mucha gente entendió que los barrios no era sólo asunto de sociólogos sino también un tema profesional para los arquitectos. Fue un hito importante.

Por otra parte, los barrios, desde las instituciones, se siguen viendo como un espacio clientelar, asistencialista. Este tema nos debe comprometer a todos los ciudadanos, no sólo a los que habitan los barrios. Debe entenderse como un proceso de acuerdo social. No es si nos parece que pertenecen o no, es que son parte de la ciudad. Nacieron de otra manera, son distintos, ¡y qué bueno que son distintos, porque son parte de la riqueza de la ciudad! La igualdad debe entenderse en términos de ciudadanía, pero cada quien tiene un saber que debe ser reconocido, estar presente.

El barrio construye un hábitat distinto, singular.

La comprensión para el abordaje del fenómeno es importante. Está demostrado que no funciona que vengan unos técnicos y unos funcionarios a decir qué es lo que hay que hacer y cómo. Hay que entender que el origen mismo de los barrios en cierta medida es opuesto al del resto de la ciudad, donde se trazan ejes y se venden y desarrollan unas parcelas, aquí la gente hace su casa y lo que queda como residuo es lo que traza la red común, que luego se va mejorando.

En Catuche en un momento nos preguntamos, “¿queremos ir a construir una ciudad para vivir en Guasdualito?”. Y la gente dijo que no, que querían vivir en Catuche, pero vivir bien, convertirse en urbanización. Lo primero es entender que el tema de los barrios no puede seguir instrumentalizándose políticamente. Su transformación debe hacerse desde el acuerdo, del reconocimiento del otro. Desde la comprensión de un conocimiento acumulado, pues es mucho lo que se ha hecho en ese sentido.

Desde el inicio de los barrios, en los años 50, cuando la gente hablaba de “los ranchos”, al día de hoy ha habido un salto importante en su configuración. Pero siempre quedó una impronta negativa en el lenguaje, que se manifiesta hoy con la etiqueta de “ciudad informal”. ¿Qué piensas de esto?

No sólo estoy en desacuerdo con la categoría, sino que me parece incierta e inútil. Si bien la topogénesis de los barrios y las urbanizaciones, es distinta, la vida urbana está entrelazada, la gente que trabaja en La Lagunita vive en El Calvario de El Hatillo. Los habitantes de Catuche trabajan en otras partes de Caracas. Desde los 90 estamos hablando de un trozo más de una ciudad en la que coexisten muchos trozos distintos. Ahora: es un trozo muy grande que, lastimosamente, sigue creciendo. Porque si bien era importante delimitar y comprender el fenómeno, también era importante que no siguiera reproduciéndose.

¿No es deseable que siga reproduciéndose?

No es deseable por la manera en que se hace. Si la gente pudiera seguir haciendo su casa como lo ha hecho, que por cierto muchos han demostrado ser capaces de hacerla mejor que muchos arquitectos, pero con acompañamiento, con apoyo, sería otra cosa. Como que las estructuras estén bien hechas, que las aguas negras de tu casa no le caigan encima al vecino, que los espacios respiren. Ese trabajo se puede hacer. Yo estoy más ganada a eso ahora que a lo que, por ejemplo, hicimos con el Proyecto Catuche. En su momento se hicieron los edificios porque hubo viviendas que se las llevó el río. Pero nosotros lo que pretendíamos era hacer “cirugía urbana”, moviendo temporalmente a la gente para ir reconstruyendo el barrio, sacando a la gente que estaba en medio de la quebrada, reduciendo los riesgos y saneando. Pero, volviendo al tema, esa categoría ciudad formal-ciudad informal, no es correcta.

Pero se sigue usando como dicotomía.

Cuando se usa es porque no se ha entendido el fenómeno, y esto hace mucho daño. Yo vengo de “la frontera”, porque yo nací y me crié en San José, con los chamos de Terraplén. Yo bajaba y sus casas tenían piso de tierra, y a mí me parecía divertido porque podíamos jugar metras en todas partes. Ellos estudiaban conmigo, subían a mi casa. A mí me marcó algo clave que me dijo mi papá: “somos iguales, ellos no son diferentes”. Digamos: viven en condiciones diferentes, pero somos iguales. Hablar de la ciudad formal y la ciudad informal insiste en la diferencia, la remarca negativamente. Además, déjame decirte algo: hoy Caracas entera es informal. Todas las casas tienen un tinglado arriba, están enrejadas, hay vallas entre urbanizaciones. ¿Contra qué están comparando los barrios?

Mencionaste que ya quisieran algunos arquitectos diseñar algunas viviendas como algunas que vemos en los barrios, ¿pero en eso no hay también un mito romántico, la fascinación entre el portento imaginativo y el riesgo de la consolidación de la precariedad? ¿Hay estudios que se hayan dedicado más a la arquitectura de la vivienda del barrio?

Hay varios tipos de estudios. Me gusta remarcar la tesis de Iris Rosas Mesas, sobre el punto de vista constructivo, técnico. Hizo un levantamiento en el que se llegó a caracterizar cuáles eran los típicos problemas estructurales que presentan estas viviendas. Recordemos que la mano de obra que construye el barrio es la misma que construye el resto de la ciudad. Allí hay un conocimiento, pero que no lo es todo, como el suelo y los drenajes que no se tienen del todo claros. Y, sin embargo, me atrevería a decir que no son “casas de cartón”. El mayor problema, no es la vivienda sola sino la relación entre estas. Porque cada quien está resolviendo su casa, no el conjunto.

También hay estudios de cómo funciona la casa, desde el punto de vista espacial. Por ejemplo, los “closets” que son un palo de escoba en un rincón entre dos paredes, o las cortinas que son puertas. En esa línea hay un trabajo de Mildred Guerrero, del equipo de Centro Ciudades de la Gente, de Teolinda. La idea fue dibujar el barrio, como lo hacemos los arquitectos. Así se llega a entender cómo funciona un baño en un barrio, que no es un sitio para que haya una poceta, una ducha y un lavamanos, sino un lugar para almacenar agua. Como profesional yo debo entender cómo funciona el barrio, como es la vida allí, que no es necesariamente ni mejor ni peor, sino distinta.

Muchos aún piensan, secreta o abiertamente, que el barrio debe salir, porque carga con varios estigmas: pobreza, violencia, contaminación. Muchos asocian el malestar de la ciudad a la existencia del barrio. ¿Cómo hacer para cambiar ese discurso del barrio como sinónimo de problema, al del barrio como patrimonio urbano o de  nuevas oportunidades, incluso la de restituir la conexión entre espacio construido y espacio natural?

Ese ha sido mi reto desde hace muchos años. El barrio es otro tipo de territorio y tiene una cantidad de bondades que ojalá un arquitecto pudiera lograrlas al construir un conjunto de viviendas. Una bondad como la escala urbana y humana, los espacios intersticiales, por todas partes te encuentras una placita, un rinconcito donde una señora pone unas matas. Creo entender que es la belleza de aquello que nace desde lo orgánico, del lugar, que es justamente la relación entre lo espacial y lo social, relación que debe ser justamente el tema de estudio del arquitecto. Y cuando ves el resultado físico en el espacio y te das cuenta de que es un reflejo de lo que está pasando socialmente, descubres una riqueza enorme.

Yo me imagino un día a los barrios de Caracas como los mejores lugares de la ciudad. Nuestra propuesta en Catuche, en aquel momento y que pienso sigue vigente, es entrar con respeto a reconocer y entender ese fenómeno humano, social y urbano, que tiene sus peculiaridades. Luego plantear esa “cirugía urbana”, de “échate para allá un poquito”, que es como se produce el barrio, pero a partir de lo que ya hizo la gente. No se trata de demoler 50 viviendas porque si no, no estás arreglando el barrio, lo estás eliminando. Yo le digo a los estudiantes que en el barrio hay trabajo para rato, y para eso hay que estar bien formado, saber cómo se hacen unos buenos taludes. ¿Por qué no planteamos como tesis diseñar las cloacas de un barrio, en vez de las de un edificio?

Hay un tema de actitud, sin necesidad de hacer apología del barrio, porque la gente ha hecho unas cosas bien, otras no. Un día los barrios de Caracas tendrán que ser espacios donde puedan transitar todos los ciudadanos, porque vamos a aprender a valorar y reconocer lo que allí existe. Otras formas de intercambio social, ni mejores ni peores: distintas. Tener la posibilidad de compartir con las señoras y señores que se sientan en la calle a tomarse una cerveza, eso no lo puedo hacer con las señoras de El Cafetal, por ejemplo, lo puedo hacer en el barrio, en un lugar como Catuche.

No termina de entenderse el barrio como conector entre otros sectores, o no termina de entenderse en su escala metropolitana. A lo sumo se van conectando por crecimiento, pero entre ellos y el resto de la ciudad no. Las fronteras espacial, social y mental se mantienen. ¿Desde la academia se está cambiando esa mirada?

Lastimosamente no. Lo digo porque antes había una discusión permanente entre muchos, profesores y alumnos, ahora son tres o cuatro. Desde el punto de vista técnico, hay problemas que resolver en las tres escalas de la ciudad, la metropolitana, la urbana y la local. En la escala metropolitana debemos saber cómo sacar a la gente de Petare el día que haya un terremoto o un incendio. Es la escala de la “gran mancha” dentro de las UPF (Unidades de Planificación Física) de barrios. Hay que actuar en todas, en simultáneo, desde la gran escala hasta la pequeñita, pasando por la intermedia, que es por ejemplo cómo se conectan los pequeños barrios. Puedes comenzar por cualquiera de ellas. La academia ahora está muy débil en ese sentido. Y no sé si se aprendió de veras la necesidad de intervenir en las tres escalas.

Ahora parece que se está actuando sólo en la escala micro.

Ni siquiera en el discurso se está actuando en las otras escalas. Solo bajo la premisa de que las comunidades deben decidir y hacer todo. Llegué a escuchar de presupuestos altísimos para algunas comunidades que no tenían mucha idea de qué hacer. Aquí ha habido un gran desprecio por los profesionales, que fuimos demonizados, diciendo que lo que queríamos era enriquecernos en los barrios. Obviamente los profesionales llegaban diciendo “yo no puedo trabajar si no me pagan”. Pero siempre supimos que con este trabajo no íbamos a ganar el dinero que ganábamos en las oficinas de arquitectura, porque tiene otro fin. Pero hace 18 años comenzó un ataque frontal contra los arquitectos, los que trabajan es porque lo hacen directamente para el gobierno. Quizás haya otras iniciativas, pero yo no las conozco.

¿Siguen concentrándose en sí mismos? 

Las políticas que se están haciendo ahora son las mismas del pasado, pero con otro nombre. Barrio Nuevo, Barrio Tricolor, no es nada distinto a lo que hizo Lusinchi al final de los 70 sobre los túneles de La Planicie, de entregar materiales y que la gente hiciera lo que pudiera. Cambiaron los colores y ahora te entregan una puerta y una ventana, pero es la misma cosa. Se ha vendido la idea de los “corredores” entre barrios, pero ni siquiera se entiende sobre qué criterios se plantearon y ni siquiera se sabe si se están desarrollando. Pareciera que más bien se delimitaron sobre la idea de territorios desde una perspectiva ideológica. Y no he visto nada respecto a la relación de estos barrios con los otros sectores aledaños de la ciudad.

Otra política de los años 70, como ahora la de los módulos de Barrio Adentro, fue la implantación de “platillos voladores” que aterrizaban en el barrio, pretendiendo que con el artefacto se resolverían los problemas, siempre dentro de una relación asistencial, clientelar. Hay que resolver los problemas con la gente, sin importar si son de izquierda o de derecha, de si tienen o no vínculo con el partido. Así no puede ser el trabajo comunitario.

Respecto a la perspectiva ambiental, ¿se está trabajando en la escala metropolitana, o al menos para la mitigación de riesgos intrínsecos de los barrios asociados a las quebradas?

Cuando se anunció hace años el Proyecto Guaire, yo pensé: “¡perfecto, por fin vamos a trabajar sobre los barrios de manera coherente!”. Yo he pasado mucho tiempo trabajando en esta sub-cuenca hidrográfica de Catuche, que baja y pasa por debajo del Metro, que muestra que la propia morfología da pistas para articular esos trozos de ciudad diferenciados. Así que pensé: vamos a trabajar en muchos catuches para conectar estas quebradas que drenan hacia El Guaire, algún día dinamitaremos la autopista y crearemos un gran espacio verde que una a la ciudad. Pero eso no se está haciendo. En Catuche, más allá de lo que nosotros hicimos antes de la vaguada y que funcionó muy bien, no se ha hecho ningún proyecto hidráulico, ni fosa desaceleradora, ni peine. Se hicieron algunas cosas en La Guaira, pero se convirtieron en un negocio y eso me indigna, porque se hicieron obras de concreto armado que parecen Guri.

Yuraima Martín retratada por Mauricio López

Yuraima Martín retratada por Mauricio López

¿Si desde afuera no se entiende el barrio como un fenómeno de escala metropolitana, desde adentro cómo se entiende?

Me he encontrado con líderes comunitarios en Los Erasos, San Blas, donde creo que lo ven, pero muy pocos. Incluso: la gente que participa en los proyectos le cuesta mucho conectarlos con la escala de lo que los rodea. Quizá la entienden, pero no la verbalizan, no se convierte en exigencia. En este momento la relación de La Pastora con Catuche sigue siendo de negación. Se sigue pensando que los de la quebrada son un problema porque la invadieron. Y ahora la gente no tiene ni tiempo para pensar o trabajar en eso, porque está pendiente de si llega la bolsa de comida. La inmediatez se ha ido acrecentando, y los espacios de discusión sobre lo trascendente, compartiendo con otros saberes, entendiendo esa otra escala, no se está dando. Quizá se haya discutido en algún consejo comunal, pero creo que si esa discusión se estuviese dando, habría señas, se notaría. Juro que las he buscado, pero no las encuentro. Hace 18 años había una propuesta (la del Conavi) y se cambió. Y yo no he visto ningún resultado al respecto.

Muchos estudiantes nuestros habitan en barrios. A veces de 25 hay 10 que viven en barrios, o que tienen familia que habita en un barrio. Eso es un cambio sustancial, y te das cuenta en la manera como los estudiantes plantean los proyectos. Es un escenario fantástico para promover discusiones en ese sentido. Antes eso no era así.

¿Más bien se ha trabajado el barrio como un espacio de resistencia política?

Eso ha sido mortal. Pues ya no es un espacio de convocatoria abierta, sino para los grupos que al gobierno le interesa. Desconociendo la diversidad.

La Gran Misión Vivienda Venezuela ha sido una forma de “teletransportación” del barrio a otros espacios de la ciudad, como cohetes que cayeron en diversos lugares. ¿Eso representa un problema o una oportunidad para reinventar la “informalidad” que igual está por todas partes?

Debería ser una oportunidad. Pero solo si lo vemos como posibilidad para resolver problemas integralmente. El problema de la ciudad no es la vivienda, el techo, sino que esté conectada, que tenga los servicios. Colocar a lo largo de la avenida Libertador unos edificios sin sótanos, sin jardines, sin equipararlos al tipo de ciudad que hay allí, es crearle un problema a las propias personas que van a vivir en ellos. En la película  Ciudad de Dios (Cidade de deus, Fernando Meirelles, 2002) se muestra cómo se inyecta gente en camiones a una estructura urbana, a ver qué pasa. Esa modalidad también debería estar descartada. El ejercicio arquitectónico, urbano, tiene que venir acompañado de un ejercicio social, de un trabajo sociocultural. Con gente que tiene rostro, nombre y apellido. No para que tenga un carnet, sino para entender qué tipo de relaciones se dan allí.

En este momento es una necesidad crear vivienda. Pero tiene que hacerse de manera integral. Hay muchos edificios en otras ciudades del mundo que después han tenido que dinamitar. Estas operaciones tienen que reconocer las distintas formas de habitar. Uno desearía que esas diferencias finalmente se tejieran. Pero, ¿por qué no pensar un poco mejor la solución para que no sea tan forzada? Esos edificios no tienen estacionamiento y condenan a que la gente, por ejemplo, no pueda tener un carro.

¿En serio te parece que es un problema que no tengan estacionamiento?

Más el espacio público que el estacionamiento. Pienso más bien en los espacios comunes, en el uso de las plantas bajas, donde el edificio se posa y se relaciona con el entorno. Lo del estacionamiento es más bien un servicio, y quizás igual muchos no tengan para comprar un carro.

Su ausencia se me antoja una forma de transgredir esa idea de ciudad para el carro. ¿No deberían más bien estar conectados a la red de transporte público y espacios para bicicletas?

 Por supuesto. El problema, al final, es que se transgreden las normas, carros y motos que terminan estacionados en las aceras. El problema tiene que ver con esa imagen que utilizaste del cohete, que cae de golpe, sin reconocer el contexto, las preexistencias, las dinámicas. El trabajo con esas comunidades tiene que ser muy serio. Ese acompañamiento no se está haciendo.

 Quizás se esté reproduciendo el esquema del barrio en el marco de la ciudad: sentirse al margen, ajeno, extraño, pero en medio de otra trama urbana.

 La vivienda de sustitución es una vía, dependiendo de cómo se entienda. Pero es preferible tener a la gente desarrollando su vivienda, en el mismo barrio, manteniendo su redes sociales. Eso no lo puede hacer el arquitecto. Nosotros podemos resolver otros problemas. Por eso cuando llegamos a trabajar en los barrios es importante entender cuáles son esas dinámicas clave que no se pueden tocar porque si no se destruye. Es un reto enorme, y es importante formar arquitectos para que sepan leer esas situaciones. Como los cirujanos: no puedes tocar las venas porque se desangra el paciente. No podemos operar desde visiones ajenas al barrio. Hay que ir al barrio atento, con ganas de entender lo que sucede. Para no destruir lo bueno que ha hecho la gente y resolver lo que en efecto se necesita resolver.

Se puede llegar al punto en que uno pueda decir: “yo vivo en Catuche, en la casa número 20, del callejón 3”. El reconocimiento debe operar en distintas escalas. No se trata de homologar la ciudad sino de reconocer la especificidad, la singularidad. Existen equipos profesionales que están trabajando en barrios, que ha entendido como trabajar con la comunidad. Y eso se debería sistematizar y reproducir, dejando de lado el asistencialismo y el tema partidista.

Pensando más en el largo plazo de la ciudad, ¿no habría que comenzar a trabajar más en la frontera entre el barrio y esos otros trozos de ciudad? Adentro se trabaja para los que habitan en el barrio, mientras que en la frontera se trabaja pensando en toda la ciudad.

La ciudad debe estar articulada para que pueda fluir el agua, el transporte, la gente, que haya trasvases, para que nos reconozcamos. Si no se entiende que el problema no es el barriecito, sino la mancha completa articulada en su contexto, creo que no vamos a alcanzar ese tipo de relaciones que deseamos. Eso fue lo que siempre pensamos entre Catuche y La Pastora, dónde hacer puentes. Los mismos edificios de Puerta Caracas conectan físicamente a ambos. Les entras horizontalmente desde la Calle Real de La Pastora, y verticalmente te conectas con el barrio. A través de ellos la gente se encuentra. Ese es un aprendizaje importantísimo. La gente demostró que sabe hacer sus casas, por eso los arquitectos debemos trabajar más en ese tejido. La quebrada es una herida natural, pero podría ser una costura. Ese es nuestro gran reto como profesionales y como comunidad.

De afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera.

Yo al principio pensaba en un bulevar con la quebrada, pero algunos me paraban y decían: “¡epa! que viene el malandro de arriba!”. Es algo que se debe trabajar socialmente, explicar las ventajas, que un bulevar sirve para pasear por las tardes, para encontrarse. La necesidad de tejido es algo que debe trabajarse permanentemente. Las experiencias puntuales que se están dando en algunos barrios se pierden si no se entienden en su conjunto. A veces resuelven problemas momentáneos, pero debe aprovecharse para pensar más estratégicamente, verlas en otro marco, donde se entiende el transporte y el espacio público como articuladores. Insertar lo pequeño en una mirada más amplia, a escala urbana y metropolitana. Porque, además, suelen desarrollarse desde la fragilidad de la relación con un poder político, que es coyuntural. Si no es así no tendrá trascendencia.

Trabajar la “frontera” es clave. Es fundamental en el abordaje para zurcir tejidos, no solo de los que están entre todos los fragmentos diferentes de ciudad, barrio, urbanización, zona industrial, sino también entre diferentes sectores en los barrios. Puede que si estás Petare adentro no haya ejercicio de articulación con la ciudad de abajo, pero sí con la de arriba. Eso se identificó perfectamente en el Plan Sectorial, la necesidad de coser la “gran mancha”. Pero esa visión ha ido perdiendo peso.

Habrá que zurcir mucho.

Es fundamental la idea de “zurcir” el tejido urbano construido por la gente y sus tejidos urbanos circundantes, ello es fundamental para la convivencia ciudadana, para el futuro de cada uno de estos trozos urbanos y, por ende, para la ciudad en su conjunto. Su abordaje debería ser medio y fin para el rescate de esa convivencia perdida, azotada por tantos errores históricos cometidos. Es una tarea que requiere del acuerdo y la participación de toda la ciudadanía. Entender también que debemos actuar en los barrios desde la comprensión de lo que estos territorios son y significan para sus habitantes y también desde la comprensión de que solo con la organización y participación de sus habitantes podrá llevarse adelante. Desde el reconocimiento del esfuerzo histórico de cada familia por hacerse de un espacio habitable, un lugar en la ciudad.

¿Cómo queda el tema de la participación de la comunidad en esa transformación desde adentro hacia fuera?

La participación de la gente no puede reducirse a que diga lo que desea o a que levante la mano para aprobar o improbar una idea, no puede verse como la oportunidad para endosarle el problema y “darle dinero para que la comunidad se organice y los resuelva”. Implica mucho más, que se empodere de su propio proceso transformador, que se reconozca en este acuerdo y sus objetivos, que crea que el sueño de ser ciudadano, un habitante urbano más, que ha querido alcanzar, es posible y se entienda como protagonista del mismo. Son ellos los que han construido ese territorio, con sus propias manos y mucho esfuerzo, el de toda la familia, el de toda una vida; los que lo disfrutan pero también lo padecen, son  ellos los que viven, vivirán allí, el legado de su descendencia.

¿Venceremos esa visión negativa del barrio que se impone desde afuera?

Definitivamente, no se puede partir de la idea, desde afuera, que los barrios hay que “arreglarlos porque son un error urbano”, sino de que hay que trabajar en ellos para resolver sus carencias, minimizar riesgos ambientales y estructurales que corren sus habitantes y comenzar por exaltar la cantidad de aspectos únicos, ricos, particulares, positivos, presentes en estas zonas urbanas. Hacer de estos atributos, que son muchos, fuente de imaginación, de inspiración, datos proyectuales.

Pensar el futuro de  Caracas, dadas las proporciones de este fenómeno y el conocimiento acumulado en muchos años en trabajo e investigaciones sobre lo que son y significan los barrios para la ciudad, hace impensable suponer que estos deban y puedan ser sustituidos por nuevos modelos urbanos. Esta visión, que sabemos es aún compartida por algunos profesionales, funcionarios, ciudadanos y, ojo, en los últimos años pareciera ser compartida por intereses estratégicos militaristas sobre el territorio de la ciudad, debería quedar definitivamente superada.