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Venezuela y el lenguaje sexista: cuando la palabra no es suficiente; por Aglaia Berlutti

De la palabra a la obra Cuando la palabra no es suficiente; por Aglaia Berlutti 640

Fotografía de Nobuyoshi Araki

El género gramatical y el biológico no son idénticos. Tampoco equivalentes. Ni se complementan y en ocasiones las necesidades ni siquiera coinciden. Sin embargo, en Venezuela desde hace años se debate sobre el lenguaje no sexista que se utiliza oficialmente en el país, a pesar que no sólo una buena cantidad de palabras de uso común y relacionadas con lo femenino continúan teniendo una connotación negativa, sino que además en nuestro país la situación de los derechos y de la inclusión de la mujer que en otros países de la región ha sido superada continúa en lento debate.

Aún así,  se le presta atención a otras cosas. El uso del lenguaje sexista ha generado controversias que no abarcan lo que las ideas parecen sugerir. Incluso, se ha utilizado como prueba que en nuestro país, el sexismo —a secas— se supera en una noción de justicia por completo novedosa.

Hoy en Venezuela ya nadie se sorprende del uso “ciudadano y ciudadana”, “abogada o abogado” y duplas semejantes. ¿Pero y en el lenguaje de todos los días? ¿Y en la comunicación visual, ésa que forma parte de la cultura de lo sutil? ¿Lo sexista continúa siendo parte del léxico habitual?

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¿Se trata tan sólo de que la necesidad de que el lenguaje incluya y reconozca la existencia (y la insistencia) de la mujeres? ¿No es la idea que el idioma también actúe como síntoma del progreso de los derechos y alcances de la inclusión del sexo femenino en nuestra cultura? Y otra pregunta que surge, quizás muy básica, aparentemente sencilla por obvia: ¿es la lucha por un lenguaje que reconozca al género lo único que puede deslastrar a nuestra cultura del sexismo?

Hace dos años, hubo una considerable polémica por un informe de la Academia de la Lengua donde se señaló la recurrente y excesiva enumeración del masculino y femenino en las varias de las leyes y documentos de uso común en nuestro país. El informe del letrado Ignacio Bosque incluyó citar un párrafos de la Constitución en los que criticó lo que en Venezuela se llama lenguaje no sexista y que incluye un uso de sustantivos específicos para cada sexo. De hecho, señaló de manera directa que, de aplicarse la misma directriz a cualquier instrumento legal, “no se podría hablar”.

Para el gobierno nacional, este “lenguaje no sexista” es un triunfo cultural. Al menos así lo definió la diputada oficialista Ana Elisa Osorio, ante el Parlamento Latinoamericano, quien en cada intervención no dudó en utilizar la enrevesada reivindicación de sexo y género en cada oportunidad posible, hasta llamar al uso insistente de demoninaciones “uno de los grandes logros de la revolución”. Sin embargo, para Ignacio Bosque el planteamiento, más allá de una supuesta reivindicación de la lengua española en favor de la mujer, el asunto se relaciona directamente con el hecho de una reconstrucción —”deformación”, dirían algunos—  del idioma en favor de algo tan confuso como deslastrar a la lengua del menosprecio hacia el sexo femenino. }

Y con un pragmatismo que rayó en la frialdad, el estudioso se preguntó: “¿Es necesario el desdoblamiento léxico para no ser sexistas?”

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Desde “estar explotada” hasta el manido uso de “mami”, la mujer como objeto en todo tipo de publicidad, esos chistes o expresiones machistas presentes incluso en el lenguaje oficial, hasta la precaria situación social y cultural de la mujer, donde las realidades y no las palabras son las que delimitan lo que en esencia ocurre en Venezuela con respecto al mensaje sexista que parece sostenerse en cientos de implicaciones distintas.

Al parecer, el “desdoblamiento léxico” no es suficiente para Academia, cuyo pleno considera que recurrir a esas fórmulas recarga el lenguaje hasta hacerlo impracticable. Además, se sirve de un artículo de la Constitución de Venezuela como ejemplo universal. Pero aquel debate no tocó lo obvio del problema: a pesar de que las correcciones de Ignacio Bosque puedan parecer desconectadas para algunos y para otras (y otros) les parezca un desliz histórico de la RAE, lo preocupante es que puede tenerse la impresión de que escribir en masculino y femenino no sólo es uno de los logros culturales más celebrados de Venezuela, sino también un señalamiento de lo que en Venezuela se comprende como reconocimiento de género y reconocimiento de los derechos: apenas nombrar.

Lo especifico del tema  —esa insistencia en delinear una especie de “revolución del idioma” a favor de una visión supuestamente renovada sobre lo femenino en el país— no parece incluir otras nociones verdaderamente significativas en la interpretación puntual de lo que se refiere al lenguaje sexista. Atenderlo así, desde la superficialidad de ese desdoblamiento insistente que señala Bosque, no resuelve lo más necesario, profundo y urgente. Y mientras el catedrático mismo reconoce que hay evidente menosprecio hacia la mujer, acá se insiste en aplaudir la existencia de un lenguaje incluyente que no es sino un replanteamiento sobre el género, pero la sexualidad en Venezuela continúa en medio de una discusión borrosa e incompleta.

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En Venezuela el lenguaje no es inocente: el diálogo y la argumentación se han convertido en verdaderas armas de enfrentamiento ideológico y formal con las que el ciudadano debe enfrentarse a diario. Somos un país aficionado al juegos de palabras y a las ridiculizaciones más o menos sutiles, donde la mujer se lleva la peor parte.

No sólo hablamos del hecho que de la idea teórica del castellano como lengua “machista”, reconocida en el informe que hemos citado, sino de ir más allá: de nuestra habla. El habla nacional conjuga una serie de pequeñas interpretaciones de lo que la mujer es para la cultura del país. Hay un evidente androcentrismo en el lenguaje, ése que en el discurso legal y oficial Venezuela se ataca como un “acto reivindicatorio” suficiente para demostrar la lucha por los derechos de la mujer.

El mero hecho de que este post invite a la discusión demuestra su alcance, ¿pero el sólo hecho de nombrar es una muestra de que el país lucha contra la discriminación? ¿Cuál es la reivindicación real, más allá de la palabra, que obtiene la mujer a través de esa meticulosa insistencia en celebrar lo femenino por medio del lenguaje?

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Los números pocas veces necesitan de género. Si bien en el discurso oficial tenemos “médicos y médicas”, “abogadas y abogados” y “líderes y lideresas”, la situación de la mujer empeora progresivamente con respecto al hombre. Según cifras (también oficiales) del Instituto Nacional de Estadística, sólo 3 de cada 10 mujeres tienen un trabajo formal en Venezuela. Así mismo, 39% de los hogares venezolanos tienen como única figura adulta a la madre. Venezuela también ostenta el récord de embarazos adolescentes por año: somos el país con mayor número de madres entre 12 y 15 años de la región. Y según el informe del Fondo de Población de las Naciones Unidas, nuestra cifra de madres entre 15 y 19 años era de 101 nacimientos por cada 1.000 mujeres con esa edad.

No olvidemos que tampoco hay un mayor desarrollo en la protección de derechos esenciales: en las diversas tentativas de discusión sobre temas como el aborto, funcionarios y diputados han postergado (y luego invisibilizado) el debate por motivos electorales.

Quizás sea un paso más que en Venezuela se haya limitado el uso del género masculino para describir a ambos sexos, pero es un paso pequeño: apenas un triunfo superficial en un contexto cultural muy particular. Esa celebración del feminismo en el léxico no coincide con que haya programas que protegen a la mujer embarazada, pero no eficacia a la hora de brindar educación sexual para que se eviten esos embarazos no deseados. O que, según expresó María León, ex-presidenta de INAMUJER, se siga viendo a la mujer como esa persona que puede desarrollarse “sin desatender a los hijos” ni “desatender” al marido.

Más allá del debate sobre el género y del logro palpable (y legible) de un lenguaje que incluya a lo femenino, el planteamiento inmediato es cuándo esa necesidad de restructuración y revalorización de lo femenino, llegará a la Venezuela real. Porque el primer bebé venzolano nacido en 2015 es hijo de una madre soltera. También era una madre soltera la del último venezolano nacido en 2014. Ambas estaban desempleadas cuando dieron a luz. Y ambas le pidieron una vivienda a Ernesto Villegas, jefe del Gobierno del Distrito Capital, quien visito la maternidad según la tradición anual.

Entonces, ¿basta la palabra? ¿Y si estamos levantando un espejismo lingüístico, para que una inclusión que no existe al menos “nos suene” como verdadera? Porque la contradicción es evidente.