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Universidad como núcleo de cambios, por Milagros Mata Gil

I.

A la luz de los últimos acontecimientos de las luchas universitarias, es necesario recordar que las universidades en cuanto tales siempre han sido núcleos de transformaciones porque son espacios de conocimiento dialéctico, de discusión y de surgimiento de diversos enfoques, aun sobre un mismo problema.

No pudo ser una experiencia desestimable el hecho de que existieran en El Cairo y Bagdad, en la temprana Edad Media, justo cuando en Europa aún reinaba la oscuridad,  Centros de Estudios Generales donde todo conocimiento tenía su asiento, inclusive el proveniente de la cultura grecolatina, de la que los europeos comenzaban a sentirse herederos legítimos. Mucho menos lo fue el hecho de que en Jerusalén, la Ciudad Santa, convivieran en sínodos de sabios los hebreos, los musulmanes y los hindúes, compartiendo los saberes que provenían de la Cábala, de la Alquimia, de la Historia y de la Filosofía.

La Iglesia había puesto hartos límites a los accesos al saber. Ni siquiera la Biblia era de acceso permitido, ni aún a los monjes más conspicuos y ciertos pasajes permanecían ocultos en custodias secretas. Pero las Cruzadas permitieron el flujo de curiosidades y de ideas. Entre otras muchas cosas, los árabes habían adoptado desde hace tiempo el uso del cero y el sistema decimal, desde la cultura hindú. Para el naciente comercio de Occidente, para la contabilidad en proceso de nacimiento, tal uso de lo decimal fue un factor importantísimo de facilitación y propició el desarrollo de operaciones complejas. Como Bagdad era el punto focal más importante del mundo conocido para el intercambio de mercancías, allí se había generalizado el uso de cheques, letras de cambio y pagarés, cuya estirpe venía de los chinos. Tal costumbre se trasvasó a Occidente, donde fue rápidamente asumida por los funcionarios mercantiles.

Finalmente, desde Bagdad se traspasaron hasta los enclaves musulmanes en España (Córdova y Toledo, muy especialmente) las academias, las bibliotecas, los hospitales, las prácticas de alquimia y, especialmente, los centros de traducción de textos grecolatinos y del Corán, que tuvieron tanta influencia en la consolidación del Humanismo Renacentista.

No es de extrañar entonces que a partir del siglo XII surjan corporaciones independientes de intelectuales que buscaban el saber per se y no como una manera de obtener una Licencia ni para ser funcionarios de cualquier cosa. Eran corporaciones o gremios, con sus jerarquías establecidas y sus reglas (algunas de las cuales parecían las de los monasterios) pero seglares y abiertas a cualquiera que fuera capaz de aprobar el examen, figura imitada de los chinos. La mentalidad de estas corporaciones se dirigía hacia características tales como: la tendencia a razonar; la propensión a la polémica; el anticlericalismo; la duda como método de acercamiento al conocimiento; el espíritu corporativo.

Estas características distinguirán lo que se llamará posteriormente –muy posteriormente- la mentalidad universitaria.

Todo esto se ha sido cumpliendo así especialmente en las universidades latinoamericanas y, específicamente, en la universidad venezolana. En ese ámbito se han generado importantes descubrimientos, han crecido intelectuales que han sido faros en los distintos aspectos de la vida social y cultural y se han formado generaciones de profesionales que han modelado y han trabajado en todos los aspectos de la vida del país.

Lamentablemente, el gobierno imperante en la actualidad pretende configurar una universidad dentro de unos parámetros específicos, que forme profesionales encasillados en un modelo, y para ello está recurriendo a la asfixia presupuestaria y a un llamamiento al miedo. No se trata solamente del escuálido sueldo de los profesores universitarios, los trabajadores universitarios en general. Se trata de algo más profundo: del descenso de la calidad académica porque no hay dinero para la adquisición de libros y revistas actualizados, porque se limitan los viajes de intercambio, porque ralea el fondo para investigaciones de campo y laboratorio y se está convirtiendo la vida académica en una especie de gueto amurallado por las dificultades, que facilitaría la eliminación de los que allí habitan.

Me contaba Enrique Carnevali Villegas cómo su padre, Atilano Carnevali Parilli y su hermano Gonzalo, hicieron vida política en la Universidad Central de Venezuela, cuándo ésta quedaba frente a la actual Asamblea Nacional. Eran los tiempos de la dictadura gomecista y aquellos jóvenes estudiantes se enfrentaron hasta el destierro y la muerte contra la dictadura opresiva. Los hermanos Carnevali, unos entre muchos, fueron apresados y enviados a La Rotunda, donde se reunieron con su padre, el doctor y general Ángel Carnevali Monreal, a quien vieron morir en prisión.

Pero la historia es conocida: estudiantes de la Universidad Central se dispusieron reactivar la figura de los Centros de Estudiantes, suspendidos desde los días de Cipriano Castro. Así, instalaron la Federación de Estudiantes de Venezuela, en Julio del 1927, organización ya pensada desde 1920 y presidida en esa primera instancia por Atilano Carnevali. Posteriormente se produjeron los acontecimientos de la Semana del Estudiante, en 1928.

Antes y después, la universidad venezolana ha sido semillero de ideales y vivero de constructores de sociedad. No hay que olvidar que fueron los estudiantes de la universidad colonial los que fueron a combatir en La Victoria el 12 de Febrero de 1814, convocados por José Félix Ribas ante la escasez  de tropas. Lograron frenar el avance realista a un altísimo costo en vidas. La historia de la universidad venezolana está llena de esos ejemplos.

Todos los venezolanos agradecemos nuestras libertades, duramente conquistadas, a estos y otros héroes que surgieron de la universidad venezolana. En todas las épocas oscuras, la universidad siempre ha sido la casa que vence las sombras. Y es algo muy sencillo de comprender para todos, menos para los que la quieren convertir en una envasadora de enlatados que digan hecho en socialismo.