- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Un siglo de ‘El Nacimiento de una Nación’; por Nelson Algomeda

Encabezado - Birth

Este mes se cumplen cien años del estreno de El Nacimiento de una Nación, la película que míticamente sentó las bases narrativas del arte cinematográfico como lo conocemos hoy en día. El film, que glorifica la fundación del Ku Klux Klan, es también una de las obras más racistas de la historia del cine. ¿Cómo se relaciona una película muda de tan infame reputación con el cine estadounidense actual? Más de lo que su polvorienta ficha de museo deja entrever.

En la actualidad, decir que podemos captar un sentido unitario de los valores que conforman a los Estados Unidos a través de sus películas es bastante difícil. Si a principios del siglo XX parecía más fácil detallar una visión coherente de EE.UU. por medio del cine no se debió a que fuesen tiempos más “simples”, sino porque sus bordes socioculturales fueron trazados en gran parte por hombres blancos, heterosexuales y protestantes descendientes de los mismos hombres blancos, heterosexuales y protestantes que fundaron la nación. Hoy en día Estados Unidos se presenta como una sociedad más plural y contradictoria que nunca, lo que da razón de que ya no impere una percepción única de su historia y cultura en las pantallas de cine, sino múltiples compitiendo por aportar un tono más a la escala de grises que compone la frágil noción de lo que es EE.UU. en el 2015.

Retrocedamos exactamente un siglo y veremos que en la película norteamericana más importante de 1915 solo había dos matices que importaban, y no me refiero a la cinta de celuloide. Si algo distingue a El Nacimiento de una Nación en el canon del cine norteamericano es su absoluta falta de ambigüedad ideológica, en su convicción total de que Estados Unidos es una cuestión de blancos y negros, buenos y malos, conquistadores y conquistados. Es una épica histórica de más de tres horas (en la versión de 16 cuadros p/s) que relata en dos partes las vivencias de un par de familias durante la Guerra Civil y el consecuente período de Reconstrucción. Uno de los primeros intertítulos del film reza, “la llegada del africano a América plantó la primera semilla de la desunión”. Luego arranca el relato con la visita de la familia Stoneman a sus pares sureños, los Cameron: los hijos menores de ambos clanes bromean entre sí, y el hijo mayor de los Cameron, Ben, se enamora al ver una foto de la cautivadora e inocente Elsie Stoneman mientras pasea alegremente por campos de algodón repletos de esclavos. La idílica postal no tardará en romperse con la llegada de la guerra y el reclutamiento de los Stoneman en la Unión y los Cameron en la Confederación; es inevitable que el conflicto fragmente los núcleos filiales, que el orgullo del Sur se quiebre tras la rendición y que el asesinato del presidente Lincoln plague de incertidumbre a la previamente inocente dinámica familiar.

Son los vínculos familiares los que peligran en El Nacimiento de una Nación, y la segunda parte de la película ratifica que el enemigo de la hermandad nacional es el afroamericano. La controversial crónica de la Reconstrucción expone la supuesta miseria traída por la libertad de los esclavos, representada en el agresivo mulato Silas Lynch. Poco después de llegar a Carolina del Sur, hogar de los Cameron, Lynch es elegido como subgobernador (en unas elecciones donde vemos a los votantes blancos ser intimidados por los negros). Ben Cameron, humillado constantemente por los “salvajes”, funda el Ku Klux Klan inspirado por la visión de un grupo de niños blancos asustando a otros niños negros con sábanas. Luego, en uno de los episodios más repugnantes de la película, la hermana menor de Ben se lanza de un precipicio tras ser perseguida por un negro veterano que deseaba casarse con ella; acto seguido Ben y sus secuaces del KKK capturan al hombre, lo linchan y lo dejan en la puerta del subgobernador. La cadena de represalias entre Cameron y Lynch culmina en la apoteósica secuencia de rescate del amor de Ben, Elsie Stoneman, y de su familia acorralada en una cabaña por soldados negros. La totalidad del Klan con Ben a la cabeza cabalga furiosamente hasta el pueblo, libera a Elsie, captura a Lynch, y logra repeler a los soldados que asaltan la cabaña. El KKK salva el día, los afroamericanos son puestos en su lugar (al estilo “ojo por ojo”, vemos a los negros derogados de su derecho al voto) y la película finaliza con un retórico llamado a la paz y rechazo a la guerra.

La infamia atribuida a El Nacimiento de una Nación no es solamente más que merecida, sino que fue debidamente atacada por su indolente racismo desde su estreno: la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP en inglés) organizo protestas en todo el país solicitando la prohibición oficial de la película, y su exhibición despertó múltiples disturbios en ciudades como Boston y Filadelfia. Incluso el propio Griffith, sorprendido por críticos que lo calificaron de promotor del odio (sí, sorprendido, lo cual dice mucho de lo natural que parecía el racismo en ese entonces) decidió seguir El Nacimiento de una Nación con Intolerancia (1916), un colosal estudio sobre el daño causado por la intolerancia en cuatro eras diferentes. Aún así, El Nacimiento de una Nación fue considerada un éxito de taquilla en una época donde una película de tales dimensiones era un evento jamás antes visto. Las raíces de la gran épica hollywoodense, con sus descomunales escenas de batalla, cientos de extras y énfasis en la acción y el melodrama, están aquí. Muchos de los principales elementos del lenguaje cinematográfico que hoy damos por sentado (disolvencias, iris, montaje paralelo, primeros planos, panorámicas, travellings, etc.) fueron agrupados por primera vez en este film, y la audacia con que el legendario director D.W. Griffith se valió de las aún inexploradas capacidades del medio sentó un modelo de narración visual que sigue vigente en el cine y la televisión de nuestra época. Entonces, que la película vendiese con éxito la ridícula historia del heroísmo de una secta de blancos disfrazados con sobrecamas frente a la supuesta malicia de los negros se debe al enorme “pero” que mantiene a la obra de Griffith fuera del olvido: en su momento El Nacimiento de una Nación fue como un híbrido entre Avatar (2009) y Ciudadano Kane (1941), un film que prometía un espectáculo taquillero sin precedentes y que a la vez reformuló por completo el arte de hacer películas.

No es necesario hacer eco de la vasta cantidad de escritores y cineastas que han ponderado sobre el paradójico estatus de El Nacimiento de una Nación, siendo un hito en la historia del cine tanto por sus logros artísticos como por su explícita maldad. Justamente, Roger Ebert la denominó como “una gran película que defiende el mal”, en la misma liga que El Triunfo de la Voluntad (1935) de Leni Riefenstahl. Estas obras son usualmente celebradas por su temprana maestría de la técnica cinematográfica, el principal atractivo que lleva a los cinéfilos y académicos de hoy a considerarlas como algo más que meros documentos de ideologías horrendas. Y aún así, la mayoría de los espectadores actuales hacen bien en preguntarse si vale la pena ver un film tan moralmente contrario a su forma de pensar por mera apreciación técnica o histórica. ¡Que además es muda y dura 190 minutos! No es una oferta fácil de vender a cualquiera (sin mencionar que recomendar esta película siempre es un asunto éticamente borroso). Ignorar voluntariamente El Nacimiento de una Nación es realmente menos hipócrita que verla solo por su etiqueta de film pionero: la película debe conjurar mucho más que la admiración estética para que su parcial mirada a la vida estadounidense de hace cien años resuene en los espectadores de hoy. De otra forma estaríamos hablando de una obra totalmente inofensiva, una reliquia estéril que sólo incita un respeto mecánico y deshonesto, el que solemos otorgarle a las cosas viejas que realmente no nos importan.

Lo sorprendente de la película de Griffith es que, mientras su mensaje es rígido y caricaturesco frente a la actual pluralidad de opiniones, su manera de transmitirlo sigue siendo potente. Por ejemplo, la película muestra una concepción distorsionada de la historia, dando a entender que la Guerra Civil fue iniciada por el Norte, que la integración de razas fue una catástrofe y que las acciones del KKK son justificadas porque trajeron orden a un victimizado Sur. A pesar de tener todo esto en cuenta, Griffith se vale de la identificación con los personajes, el incremento de la acción y del drama (rayando en la cursilería más de una vez) para enganchar a la audiencia, vinculando las ideas del film con el destino de sus protagonistas. ¿Cómo cuestionar los motivos de los Confederados si nos vemos inclinados a vitorear por ellos en las dramáticas secuencias de batalla? ¿O cómo evitar sentir cierto alivio cuando Elsie Stoneman es rescatada tras una tensa llegada a contrarreloj del Klan? Estar consciente de que todo lo representado en la película es falso no aminora el suspenso que estas escenas causan en el espectador, ya que Griffith no se valió de lo expositivo o panfletario para diseñar su película, sino del incontestable poder retórico que posee una historia bien contada. A pesar de sentirme más de una vez asqueado por su contenido, los 190 minutos de El Nacimiento de una Nación pasaron más rápido de lo que pensaba, y eso es perturbador.

El hecho de que el film de Griffith mantenga intacta su energía narrativa es a la vez digno de admiración y horror, pero aún más relevante es que su manera de abordar ciertos temas como lo histórico, la raza y la violencia continúa haciendo eco en el cine norteamericano del nuevo milenio. Es el caso de la reciente película biográfica American Sniper (2014) de Clint Eastwood, que muestra implícitamente la invasión de Irak en el 2003 como respuesta legítima al 11 de septiembre, cuando la propia CIA ha admitido que nunca hubo armas de destrucción masiva en el país, y por ende ninguna razón para la guerra con Irak. American Sniper manipula aún más los hechos con fines retóricos al retratar a su protagonista, el francotirador Chris Kyle, como un patriota con serios dilemas morales sobre su profesión, mientras que en su autobiografía el verdadero Kyle detalla con orgullo cómo asesinar a los “salvajes iraquíes” era “divertido”. Eastwood utilizó el mismo enfoque de Griffith pero a la inversa: mientras que El Nacimiento de una Nación convierte una compleja realidad histórica en una maniquea lucha entre el bien y el mal, American Sniper parte del perfil de un fanático para elaborar un personaje multidimensional con el cual podemos identificarnos – así redimiendo indirectamente al verdadero Kyle.

Foto - Birth

Otra vuelta de tuerca de los valores profesados en la película de Griffith: por irónico que parezca, Django Unchained (2012) de Quentin Tarantino tiene más en común con El Nacimiento de una Nación de lo que el propio Tarantino quisiera admitir, y no en términos de oposición sino de similitud. En ambas películas Griffith y Tarantino juegan la carta de la fantasía de venganza como correctivo de las injusticias de la historia. Claro que la película de Tarantino hace la salvedad de no presentarse como un retrato verídico sino como producto de la sensibilidad pop del director, pero como señala el crítico Richard Brody, ¿realmente no hay nada moralmente comprometido en Django? ¿Nada que comentar sobre el uso que Tarantino da a la misma lógica vengativa del KKK de Griffith para conferir poder a Django? No sería exagerado decir que si El Nacimiento de una Nación es, como señala Ebert, una gran película partidaria del mal, Django es una gran película que promueve la justicia valiéndose de las propias herramientas del mal.

Por supuesto, que estas películas y muchas otras tengan al film de Griffith como ancestro espiritual no las inserta en un linaje de obras fanáticas y maniqueas. No corresponde a los hijos cargar con los pecados del padre, pero sí debemos prestar atención a cómo sus costumbres marcan las actitudes de sus descendientes. Entre la abundancia de miradas y contradicciones que caracterizan al cine norteamericano actual, el fantasma de El Nacimiento de una Nación permanece si no en contenido, al menos en lejana influencia. Esto no es necesariamente algo malo. Al contrario, si nos interesa disfrutar el cine más allá del placer superficial que nos ofrece, prestando atención hacia la manera en que lo logra, no está de más echarle un vistazo a una de sus piedras fundacionales, y tratar de descifrar cuáles de sus propiedades siguen presentes y en qué medida en las películas de hoy, y qué opinamos al respecto. ¿Hay una mejor excusa para enfrentar al metafórico abuelo racista del cine moderno que esa?