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Un pasado impredecible; por Federico Vegas

Carlos Garcia Rawlins

Fotografía de Carlos Garcia Rawlins para REUTERS

He llegado a preguntarme: “¿Será acaso que Dios no existe?”

Si Dios no actúa en los asuntos de los hombres por un sentido de justicia, espero que sí lo haga bajo los impulsos del hartazgo, porque nuestros opresores son, fundamentalmente, una ladilla suprema que no hay polvo ni rasuración que la elimine. ¡Con cuánto gozo y descaro chupan y se aferran hasta invadir y destruir lo más íntimo!

Los dioses griegos no premiaban o castigaban a los hombres en base a un pacto preestablecido en diez mandamientos. Eran más veleidosos y peligrosamente temperamentales. Podían pasar de enamorarse de un mortal a detestarlo sin razones aparentes. Por eso nuestro drama parece griego. Los dioses deben haberse enamorado de Chávez para perdonarle su disparate golpista y luego otorgarle el don del encantamiento e insólitos recursos; al final fueron implacables al quitarle su manto protector. Maduro, en cambio, los debe haber tenido obstinados desde el principio y ya perfila su propio castigo proponiendo que recorrerá un camino opuesto al de su ídolo: si Chávez pasó de las armas a los votos, el vociferante asegura que pasará de los votos a las armas (una inversión que, como veremos, es una perversión). Es una desgracia que tantos venezolanos estemos involucrados en la maldición que él mismo se ha impuesto.

Si hubiese fuerzas celestiales que movieran nuestros hilos, ¿cuál sería nuestro futuro?

En el capítulo final de la serie Fargo dice uno de los personajes:

—¿Has escuchado el dicho ruso: “El pasado es impredecible”? ¿Quién de nosotros puede asegurar qué ha ocurrido realmente y qué es simplemente un rumor, una opinión?

Los rusos se refieren también a la imposibilidad de saber cómo el pasado va a moldear el futuro y cómo van a ser interpretados estos efectos.

Explicarle a un extranjero qué está sucediendo en Venezuela es imposible por una razón muy sencilla: nosotros tampoco lo entendemos. En un tiempo en el que se amontonan los chismes y los rumores, los análisis y las fantasías, las burradas y los engendros, es imposible narrar un hecho. Añádase que estamos sobre un pozo de riqueza donde están metiendo mano un revoltillo de mafias y potencias. Y sobre este revoltillo está Cuba, una franquicia que ha vivido por más de medio siglo del ilusionismo, de un poder soterrado y paciente que va penetrando como las enfermedades incurables. En sus apuestas, siempre con muy poco respaldo constante y sonante, tienen la ventaja de no tener nada que perder. Lo relevante no es que tengan un buen servicio de inteligencia, sino el hecho de contar con ese único recurso.

En medio de este aquelarre, ¿cómo no va a ser impredecible nuestro pasado e inasible presente? Si el que narra suele contar ficciones haciendo que parezcan verdades, nosotros parecemos fabuladores masoquistas mientras intentamos narrar nuestras incertidumbres.

Hoy, para el venezolano, el acto de contar sus problemas es un doloroso ejercicio de ficción. Nuestro pasado, tanto el lejano como el de hace apenas unas horas, es errático. Unas veces se precipita, otras se estanca, siempre nos confunde. Ya no parece servirnos para entender e imaginar un destino, ahora esperamos que sea el futuro quien se encargue de darle un sentido a la tragedia que estamos viviendo. Lo que suponemos han sido extremos de crueldad son solo antesalas; cuando creemos haber visto los límites de la maldad y el absurdo, resultan ser el abrebocas de lo que se nos viene encima. Abril, mayo y junio han sido apenas “entremeses”.

Estos círculos del infierno que funcionan como cajas chinas tienen su razón de ser. Este régimen basa su fortaleza en incentivar y premiar las peores pasiones de los hombres: el servilismo sobre la competencia, la avidez sobre la probidad, la fealdad sobre la belleza, la destrucción sobre la creación, la voluntad ciega de poder sobre la comprensión y el entendimiento, y por ese camino han llegado a promover y celebrar la perversidad como metodología. Un perverso es aquel que desea voltear las normas de la sociedad y disfruta ejerciendo estas inversiones, convirtiéndolas en su manera de expresarse y relacionarse con los demás. Maduro ha dado el ejemplo volteando la mesa que le sirvió su padre, o quizás revelando la naturaleza giratoria de la tortilla. Según el diccionario, la cuarta acepción de la palabra versión es “Operación para cambiar la postura del feto que se presenta mal para el parto”.

Freud y el psicoanálisis han examinado la relación de la perversidad con una sexualidad frustrada. Luis Buñuel estaba obsesionado con este tema y es el basamento de su obra. En su autobiografía, El último suspiro, propone que al perverso no le gusta mostrar en público su perversión, que es su secreto y no suele pasar de ser un deseo. Aquí está la clave del éxito del gobierno promoviendo la perversidad: crea las condiciones para realizar públicamente los deseos, para desatarlos y darle al perverso plena libertad de expresarse, de darse un banquete y ser condecorado y ascendido. ¿Habrá mayor perversión que un país donde se enfrentan una fuerza armada y una desarmada, y todos son hijos de la misma patria? Vean los rostros de las estudiantes de la Universidad Simón Bolívar arrodilladas y esposadas e imaginen el placer de sus verdugos.

El hombre que manejaba la tanqueta que derribó la puerta de Miraflores en 1992 hoy es presidente de Pequiven. El que derribó con otra tanqueta las puertas de El Paraíso, (el conjunto residencial llamado “Los verdes”) debe estar esperando su recompensa. Y debería ser algo más sustancioso que Pequiven pues el absurdo de su violación es mayor. ¿Qué es un palacio comparado con una comunidad de familias similar en escala al pueblo de Chuspa en el litoral central, y varias veces mayor que Jadacaquiva en Paraguaná o San Rafael de Mucuchíes en los Andes merideños.

Pensando en lo impredecible del pasado me he puesto a pensar en las cosas que hemos ganado, en aquello que sí es predecible una vez que ha mostrado sus frutos y su lógica. Hay una que es fundamental.

Alejandro Varderi me cuenta una reflexión que le escuchó a María Elena Ramos: “Creíamos que la democracia es una madre que nos cuida, pero es una amante a la que hay que amar y cuidar”.

La cadena de transmisión de esta idea debe venir de muy atrás y debemos ayudar a que se propague. Yo se la voy contando a todo el que me tropiezo añadiendo algunos matices. Unas veces la democracia es una novia muy seria a la que amaré toda la vida, otras una mujer bella, coqueta y cruel.

En Venezuela, la democracia era como una abuela rica, golpeada por los años y con muchos herederos esperando a que se muriera para quedarse con su fortuna. Finalmente murió y se han llevado hasta los cimientos de su casona.

A mediados del siglo XX la palabra “democracia” aparecía en el nombre de todos los partidos, ahora en el de ninguno. El término empezó a tener algo de fórmula vieja, de cantaleta engañosa y desprestigiada que se debía evitar. Su ausencia explica esos nombres tan raros y rebuscados que tienen las nuevas agrupaciones políticas.

Hoy, el concepto “democracia” ha vuelto a renovarse con la intensidad de los amores que parecen imposibles. Un pueblo engañado y saqueado, sometido a una represión cada vez más ilegítima e inconstitucional, se ha reencontrado y unido en la calle, y, con el testimonio vital de su presencia, va encontrado la dimensión y el propósito de un verdadero poder originario e intransferible. Una opresión malsana y repulsiva nos ha permitido reencontrarnos con esa amante adorada y por tanto tiempo tratada como la puta de un pueblo minero. Esa es la paradoja: el poder opresor ha generado un poder liberador.

Esa fuerza liberadora existe y radica en quienes están entrando en la vida política, más que en los que están de salida. Todo joven vejado y gaseado, encarcelado, herido, es y será un ferviente amante de la libertad, incluyendo a los jóvenes asesinados, quienes hoy son los que están más presentes como el más cierto de los pasados. Aún más apasionante que la libertad es el deseo de alcanzarla. Lo que no podemos predecir es si esta potencia dará sus frutos, o la perversidad, que se crece ante la posibilidad de cercenar la belleza, logrará aplastar la promesa y la democracia que está renaciendo en las calles de nuestro país.

El resultado de esta coyuntura afectará a la historia de la humanidad, pues Venezuela ya es un arquetipo y una referencia a nivel mundial. Cuando relato mi versión de los hechos a extranjeros, siempre me miran con una expresión de incredulidad, o de recelo, como si yo pudiera ser uno de los culpables. Cuando por fin callo, exclaman con un suspiro que es casi un bostezo:

—¡Qué lástima… un país tan bello!

Me asombra que siempre utilicen este adjetivo (que hoy he utilizado tantas veces). No sé si tomarlo como una esperanza o una maldición, y recuerdo una frase de Julián Barnes: “Dios, sé que no existes, pero cómo te extraño”.