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Un muro más para Puerto Cabello, por Fedosy Santaella

Un muro más para Puerto Cabello, por Fedosy Santaella 640

Malecón de Puerto Cabello, Estado Carabobo.

Yo no sé si es asunto de belleza o de sensatez. Lo que sí sé es que he visto el muro, y no me ha parecido bien. Sí, un muro, lamentablemente un muro más.

Estuve en Puerto Cabello hace poco —cabe decir que Puerto Cabello es mi tierra natal— y, como siempre suelo hacer, me di una vuelta por los lados del malecón. Es muy grato hacerlo, la bahía de Puerto Cabello es hermosa, serena, siempre llena de azul. Ya habrán escuchado mil veces esa historia que dice que a la ciudad se le llama Cabello porque se puede amarrar un barco apenas con un cabello humano. Y bueno, yo me fui a dar una vuelta por los lados del malecón y lo vi, vi aquello que, a mi modo de ver, es un despropósito, un muro más.

¡Pero ya va, un alto!

También estuve en el Fortín Solano, y qué hermoso está el Fortín Solano. Me alegra muchísimo que el alcalde de Puerto Cabello, el señor Rafael Lacava, haya recuperado ese sitio histórico fundamental para la historia de nuestra ciudad y, por qué no, del país. Hacía mucho tiempo que nadie se ocupaba del fortín. Antes de Rafael, uno subía allí y no sabía si iba a salir con vida o, por decir menos, con la cartera. Para colmo, de todo aquella antigua edificación emanaba un olor fétido a gente que se mea y se caga (me disculpan las palabras) en la historia. Porque hay gente así, lo sabemos.

Hoy día, el Fortín Solano es motivo de orgullo para el porteño y para todos en el país. Qué agradable es subir, ver lo bonito que está. Incluso el nuevo restaurante de allá arriba te deja admirado. Uno ve aquello y se dice que realmente la belleza, el buen gusto, el amor por la patria, por la historia y por el pueblo sí pueden ir de la mano. Porque para nada choca la belleza con el amor al pueblo, y digo esto pues el alcalde Lacava pertenece al PSUV, y por lo tanto, es de la gente que pregona su amor incondicional al pueblo. Y está bien, claro, al pueblo se le ama. Pero hay que dejar en claro que el amor a la gente no es exclusivo de nadie. Porque aunque yo no sea seguidor del difunto presidente ni tampoco del actual, eso no quiere decir que automáticamente yo no ame a la gente (al pueblo, aunque esta palabra no me agrade mucho). Conferirse la exclusiva del amor soberano es muy peligroso. Pero en fin, lo que quiero decir es que la belleza es posible, que la buena gerencia es posible, y que el señor Lacava lo ha demostrado con el Fortín Solano (me limito sólo al fortín, aunque hay quien diga que ha hecho más y es cierto, pero yo sólo me limito al fortín como ejemplo).

Pero… así como digo una cosa, también digo la otra. Y esa otra cosa tiene que ver con lo que dejé en suspenso arriba, con lo que vi en el malecón, con el muro.

Señores, aunque ustedes no lo crean, en el malecón de Puerto Cabello están construyendo un parque de patineteros. Ustedes me preguntarán qué tiene eso de malo. Pues la verdad, queridos amigos, de malo no tiene nada. El amor al «pueblo» también pasa por las patinetas, y por abrigar una manifestación de la cultura foránea e incorporarla a la nuestra. Estamos en tiempos de globalización, de eso no cabe duda, y nuestros jóvenes, revolucionarios y no revolucionarios, son patineteros. Y si patineteros tenemos, pues parques de patinetas les damos, por supuesto. Pero queridos amigos, ¿había que hacerlo en el malecón de Puerto Cabello? Pues esto tampoco tiene nada de malo, dirán ustedes. Y yo sin más les respondo que quizás el problema sea que el malecón de Puerto Cabello es zona histórica, y por lo tanto memoria, y por lo tanto cultura, y por lo tanto alma. Digo yo, ¿no? Supongamos que ustedes me replican que el parque patinetero en realidad se está construyendo por los lados de una marina capitalista/imperialista que se encuentra a distancia de la zona realmente histórica. Pues bien, se los acepto. Y supongamos también que algunos de ustedes, como revolucionario digno, me argumente —me argumente— que equivale a una brizna de paja en el viento borrar la historia de la ciudad, pues fueron los desgraciados imperialistas españoles que vinieron con Cristóbal Colón los que edificaron allí sus edificios, así como también los cuarto republicanos. Pues bueno, ese es su punto de vista. Quizás, pienso, fue un punto de vista muy similar, unido al amor al pueblo, el que llevó a otro alcalde de Puerto Cabello (este sí parece que era lamentable) a derruir la primera casa que forma la larga fila de hermosas casas de la calle Lanceros para construir un baño público que nunca se concluyó… Por cierto, tengo entendido que la casa ahora está siendo recuperada por una compañía privada de comida rápida; ciertamente la empresa privada y el gobierno socialista pueden trabajar juntos para arrojar excelentes resultados; muchas gracias por eso.

En fin, asumamos pues que a usted le importan tres pepinos la historia del imperio español que sometió al indio venezolano, al igual que la marina capitalista/imperialista frente a la que se está construyendo el parque de patineteros. Muy bien, pero ¿y la vista? Porque déjenme contarles, amigos, que el muro de ese parque de patineteros está obstaculizándole la vista a los caminantes. Y acá por fin el problema. Señores, aquel ínclito muro le tapa la vista a la gente que va por la calle y, obviamente, se la deja sólo a los patineteros y a los que tienen lanchas y yates en la marina capitalista/imperialista. Seguramente alguien me responderá que el parque tendrá caminerías para el pueblo, para el «pueblo» que camina, que anda pie, y que sí, que habrá gente que se perderá la vista —porque las cosas hay que aceptarlas—, pero que estos serán quienes pasan en carro, los ricos que van en aire acondicionado y que no se quieren mezclar con el «pueblo». Pues estamos mal al responder tal cosa. Estamos mal porque, queridos amigos, el muro acá no es una discusión vana, el muro acá es una metáfora perfecta de un estilo de gobernar que resulta, al fin de cuentas, una manera de mirar la realidad que nos gobierna y que nos divide. Levantamos muros, muros que nos separan, que nos quitan la gran vista unificada que es la de un país (permítanme la cursilería) lleno de maravillas para todos. Ese muro está tan mal en esta llamada República Revolucionaria, como también estuvo muy mal en las otras también llamadas Repúblicas (porque si usted dice que esta es la Quinta República, pues acepta que las anteriores también fueron Repúblicas, y en toda República el poder reside en el pueblo, ¿no?)

No se trata del carro ni del sifrino de rostro frío gracias al aire acondicionado (y es raro decir esto, porque imagino que nuestros gobernantes no andan a pie), se trata de la belleza que nos hace ciudadanos. ¿A qué lugar, mis estimados, se ha ido la sensatez, el buen gusto y los ideales de belleza? ¿Cómo es posible que quien recuperó el Fortín Solano también permita este despropósito?

De lo bueno hay que hablar, y he hablado, que conste, pero de lo malo también hay que hacerlo. Y esto está mal. En alguna otra ocasión lo dije: la belleza también es importante para la formación del espíritu cívico. La belleza, en la que debemos participar todos para lograrla, es un derecho, pero también un deber. Y yo no me he leído toda la Constitución, y quizás esto no esté dicho en ninguna parte, pero la belleza forja ciudadanía. Así que, explíquenme ustedes, ¿cómo se puede disfrutar del acto de ejercer la ciudadanía visual —llamémosla de este modo— cuando nos levantan muros? Y vamos a darle el beneficio de la duda, vamos a decir que esto fue hecho con buenas intenciones. Sí, pero antes de ejecutar las mejores intenciones del mundo, uno debe detenerse a pensar. ¿Saben por qué? Porque cualquier cosa que uno haga en la realidad, abre puertas a que se cometan acciones similares. Cuando tumbaron la casa de la calle Lanceros se abrieron puertas para que el despropósito se repitiera. Y en efecto, se repitió. Un poco más allá, con un poco más de cuidado quizás, pero se repitió. Y este nuevo despropósito dará paso a otros y estos a otros y así y así. ¿Estamos condenados al despropósito de las buenas intenciones?

Yo lo que sé es que quiero belleza, más belleza como la del Fortín Solano. Pero el parque de patineteros, construido en el malecón de Puerto Cabello, zona histórica del país, puerta al paisaje poderoso de nuestro mar caribeño, pues eso, en ese contexto, no es belleza, y debería, digo yo no más, estar en otro lado. Allí, creo, hay poco conciencia.