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Último debate presidencial: la suerte está echada; por Flaviana Sandoval y Diego Marcano

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La recta final de la campaña presidencial para las elecciones generales de los Estados Unidos ha sido un recorrido vertiginoso. En las últimas semanas, el candidato republicano Donald Trump ha estado bajo ataque, luego de la filtración de un controvertido audio en el que conversa tras bastidores con un periodista y hace comentarios sexistas y ofensivos sobre las mujeres.

A esta revelación le siguieron acusaciones de al menos nueve mujeres que aseguran que Trump intentó “agarrarlas” o “besarlas”. Los casos han figurado en las páginas de los medios más importantes de Estados Unidos en los últimos días, y su impacto ha sido tal que el magnate de los bienes raíces amenazó con demandar al New York Times por publicar una de las historias, que por supuesto, descalifica como falsas.

Según las últimas encuestas del Huffington Post, Donald Trump se encuentra casi 7 puntos por debajo de Hillary Clinton, con un 38.3% de intención de voto, mientras que la nominada demócrata ha logrado remontar al 45.0%. En lo que parece un movimiento desesperado, el candidato republicano ha utilizado sus últimos días de campaña para desprestigiar el sistema electoral y sembrar dudas sobre el resultado final de las elecciones generales (si no resulta ganador, claro está). Inclusive, ha llamado a sus seguidores a vigilar de cerca los centros de votación el día 8 de noviembre, para garantizar que no se cometa ningún tipo de fraude en su contra.

Con este panorama llegamos al tercer debate presidencial, que enfrentó por última vez a los nominados demócrata y republicano en la Universidad de Nevada, en la ciudad de Las Vegas. El encuentro fue moderado por Chris Wallace, ancla de la televisora Fox News, quien escogió los temas a tratar: inmigración, economía, deuda pública, política exterior, y nombramientos a la Corte Suprema de Justicia.

Finalmente, la carrera presidencial de 2016 saldó su deuda con la audiencia –o al menos con parte de ella–: tuvimos un debate medianamente clásico, normal, sin peleas explosivas ni insultos aberrantes. En este encuentro retórico entre los candidatos demócrata y republicano, las propuestas políticas tuvieron papel protagónico, dándole a Clinton la ventaja de poder mostrar su trayectoria y dominio de temas críticos, frente a un Donald Trump que no ha conseguido explicar en detalle cómo logrará sus objetivos.

No obstante, el decoro tampoco fue impecable. El nominado republicano interrumpió a Hillary Clinton 37 veces, y otras 25 veces al moderador Chris Wallace. La ex secretaria de Estado hizo 9 interrupciones a su contrincante y en 8 ocasiones interrumpió al periodista de Fox News.

La retórica de la antipolítica se hunde

Como en los debates anteriores, el magnate de bienes raíces atacó a Hillary utilizando su conocida herramienta de la antipolítica. La discusión giraba en torno a la posición de la ex secretaria de Estado respecto al Tratado Transpacífico de Cooperación Económica. Debido al cambio de postura que manejó Clinton frente a este acuerdo durante su candidatura –incialmente lo apoyó y durante la campaña lo desestimó– Trump aprovechó para hostigarla:

“Ella ha estado haciendo esto durante 30 años. ¿Por qué no has hecho nada en 15, 20 años? (…) Tienes experiencia. Si tienes algo más que yo, es experiencia, pero es mala experiencia, porque lo que has hecho ha salido mal. Tú hablas, pero no haces nada, Hillary”

La respuesta de Hillary Clinton fue sagaz. Si bien la ex secretaria de Estado no puede utilizar la carrera política de su adversario para destacar inconsistencias o errores, puesto que el magnate apenas tiene un año en el accionar político, podía comparar sus años de servicio público con la trayectoria de Donald Trump.

Y eso fue exactamente lo que hizo.

A modo de inventario, Hillary enumeró uno tras otro los logros de su carrera, comparándolos con las polémicas y controversias que han rodeado al millonario neoyorquino a lo largo del tiempo. La candidata adujo:

“En los años de 1970, yo trabajé en el Fondo Para la Defensa del Niño, él estaba siendo demandado por el Departamento de Justicia por discriminación racial en sus edificios residenciales. En los ochenta, yo trabajaba para reformar las escuelas de Arkansas. Él le pedía 14 millones de dólares prestados a su padre para comenzar sus negocios”

Y así continuó la comparación:

“En los noventa fui a Beijing y dije que los derechos de las mujeres son derechos humanos. Él insultó a la ex Miss Universo, Alicia Machado, diciendo que era una máquina de comer. El día que yo estaba en la sala situacional, monitoreando la acción que puso a Osama bin Laden ante la justicia, él era el anfitrión del show Celebrity Apprentice”

Finalmente, la ex secretaria de Estado remató su intervención diciendo: “Estoy feliz de comprarar mis 30 años de experiencia”.

Derrota probable, reconocimiento incierto

La elección general les plantea a los candidatos el reto de tener un discurso incluyente, que le hable al pueblo norteamericano y pueda captar a aquellos que, en el estadio más avanzado de la carrera, aún no han comprometido su voto. En el debate final de esta contienda, sólo un candidato lo intentó, mientras que el otro, que ya venía cuestionando la transparencia de las elecciones en sus últimos eventos de campaña, derrumbó sus posibilidades al insistir una y otra vez en atacar ferozmente a su adversario sin dibujar un proyecto claro de país para el electorado.

Trump se rehusó a expresar públicamente el compromiso de reconocer los resultados de las elecciones en caso de que Hillary Clinton obtuviera la victoria. Después de que Chris Wallace lo presionara dos veces para que dijera si reconocería los resultados, el candidato republicano concluyó tajante: “Lo diré en su momento. Los mantendré en suspenso, ¿ok?”.

Lo que para Trump parece ser un tema de intriga, en realidad pone en cuestionamiento uno de los pilares fundamentales sobre los cuales se erige la democracia norteamericana. Se trata de la legitimidad, avalada y aceptada colectivamente, de los procesos electorales, y por consiguiente, de sus resultados, cualesquiera que sean. El que los candidatos se comprometan a reconocer y respetar la voluntad de los ciudadanos no sólo es una tradición de larga data, sino que también representa la confianza en el sistema democrático como única alternativa aceptable de gobierno, por encima de cualquier interés político o partidista.

La aparente renuencia de Trump a reconocer los resultados del 8 de noviembre lo coloca en una posición incómoda de cara a la opinión pública: en un debate nacional televisado ya no se discute si va a ganar o a perder las elecciones; la interrogante ahora es si él, el exitoso hombre de negocios que construyó un imperio de bienes raíces valorado en billones de dólares, la figura del ganador por excelencia que no se amilana ante nada, podrá, o no, aceptar su derrota. Interesante final para quien dijo una vez: “vamos a ganar tanto que quizá nos cansemos de ganar”.

Después de una cobertura de más de 50 horas de debates (incluyendo primarias demócratas, primarias republicanas, vicepresidenciales y presidenciales), no habrá más discusión de políticas ni espacios para embestir presencialmente al oponente, al mejor estilo 2016. Se acabaron los debates. Aunque las encuestas parecen decir que la suerte está echada, la siguiente parada será el 8 de noviembre, cuando conozcamos  a ciencia cierta quién será el próximo presidente de los Estados Unidos.