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Trinidades, por Lucas García

1.

Empiezo a echarme la espuma y en el espejo aparece la cara de mi esposa.

           − Échate a un ladito, mi amor.

Se maquilla, se retoca los labios, yo empiezo a afeitarme con los codos pegados al cuerpo.

En el espejo aparece la cara de mi hijo.

            − Permiso, papá.

Se cepilla los dientes mientras canta algún tema de la factoría Disney. Como siempre reitero en silencio la promesa de averiguar en donde tienen a Walterio criogenizado para esperar a que lo descongelen y darle una buena patada en el derriere.

Ahora somos tres cabezas y mi rango de movimientos es el de una momia. Me hago unos buenos cortes.

Mi esposa silba cuando me ve los cachetes llenos de trocitos ensangrentados de papel toilet.

            − Ay, papi, ¿cómo haces para cortarte tanto? −exclama.

2.

Me meto en el baño con la edición de los cuentos de Cortázar. Me siento y leo las primeras líneas y mi hijo se asoma por la puerta.

            − ¡Papaaaaaaá! −gime− ¡Apúrate que tengo que ir!

            − ¿No te puedes aguantar?

            − ¡Pipiiiiiiiiiií!

Salgo, mi hijo cierra la puerta de un trancazo. Yo pierdo el empuje, por decirlo de alguna manera políticamente correcta.

Dos horas después vuelvo a entrar. Esta vez con una revista de QuéLeer, que es como una especie de Playboy para gallos. Estoy leyendo una entrevista a Auster cuando mi esposa abre la puerta.

            − Mi amor, tienes que salirte. Me tengo que poner esta mascarilla…

            − ¿Ah?

            − ¡Apúrate que el aguacate se oxida!

“¿Cómo puede oxidarse un aguacate?”, me pregunto como un bolsa mientras termino de nuevo en el pasillo.

Pienso con una melancolía artificial en los viejos tiempos en que la gente salía al patio y listo. Bueno, también es cierto que había que limpiarse con hojas y allí donde acaba la espalda y pierde su nombre las cosas se ponían delicadas, pero ¡ah, la libertad!

Pierdo la iniciativa, por decirlo de alguna manera políticamente correcta.

3.

Entro a la ducha y comienzo a mojarme cuando mi hijo entra y se sienta en la poceta. Lee las aventuras de Tintín, cosa que me da orgullo. También pillo que va para largo.

            − Hijo, ¿no puedes esperar a que termine? −le digo.

            − Papá, esto es im-pos-ter-ga-ble… −dice y se ríe de la palabra.

¿Sabes cuando quieres comerte a tus hijos pero sabes que no puedes? Ajá, igualito.

Su madre entra al rato. Enciende el secador y comienza a darle. Aquello es como ducharse en el interior de una turbina. Le di digo a mi esposa que usar aparatos eléctricos mientras esta la ducha abierta puede ser peligroso. Si esa cosa se cae acá adentro me convierto en la cotufa más grande del mundo.

              − Ay, papi −me dice−, no te escucho nada…

Yo intento acordarme de cuando el baño lo usaba una persona y, la verdad, verdad, no me viene nada a la cabeza.