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Teodoro Petkoff (a propósito del Premio Ortega y Gasset); por Alonso Moleiro

Teodoro Petkoff, premio Ortega y Gasset; por Alonso Moleiro  640

El Premio “Ortega y Gasset”, entregado cada año por el diario español El País, constituye un merecido reconocimiento que unos de los rotativos más influyentes del mundo otorga a Teodoro Petkoff, en virtud de su valiente desempeño en defensa de la libertad de información.

La tan mentada “libertad de expresión” no es, como creen algunos imbéciles, un ardid que acuerdan las élites para defender sus intereses, o una dádiva intelectual que solicitan los patiquines que no tienen oficio. La libertad es un derecho por demás confortable: lo es tanto que a los comunistas les encanta invocarla y disfrutar de sus mieles antes de llegar al gobierno. La defensa del derecho a la información es uno de los tantos combates que libra en todo el mundo la ilustración contra la barbarie acomplejada.

No nos confundamos. La barbarie no existe únicamente las situaciones de guerra. El mal que alimenta al tercermundismo tiene expresiones políticas cotidianas: le gusta invocar a debates, siempre que nadie les lleve la contraria; jamás someterán a ninguna valoración moral sus procedimientos; atenderán sus argumentos con la intransigencia de un devoto religioso y considerarán legítimo el uso de la fuerza para imponer sus postulados.

Estamos hablando del fuero que debe tener todo ser humano digno para que le cuenten las historias completas, para que no les omitan nombres y no se le escamoteen las fechas.  Para que, a través de la promoción de la verdad, sus habitantes sean tratados con dignidad y respeto. La liberad de información fomenta la democracia del conocimiento y contribuye al progreso y el aprendizaje de las sociedades.  No hay forma de que un cuerpo social madure si no conoce cuáles son sus máculas; dónde es que se ha equivocado; quiénes son aquellos que trafican con las necesidades ajenas y, a la larga, terminan secuestrando la voluntad general en provecho propio.

Fue siempre ese una de las pasiones de los dictadores: borrarle el rostro a los indeseables; escribir la historia otra vez. Stalin, Mao, Hoxha, Kil Il Sung y Fidel Castro.

Esta es una reflexión que, estando vinculada al mundo del periodismo, tiene raíces políticas concretas. En ese espacio de confluencia ha discurrido durante estos últimos años Petkoff, al frente de Tal Cual, ofreciendo un quijotesco y digno testimonio de resistencia en medio de un implacable asedio legal. Una resistencia que, en el fondo, es también cultural.

Fue Teodoro el fundador del MAS, uno de los proyectos más interesantes e intelectualmente fecundos de la política venezolana, sobre cuyos fundamentos ha podido beber la Oposición, e  incluso el chavismo, movimiento castrista que terminó por comprender, aunque sea de forma instrumental, la utilidad del camino electoral.

En su ya largo trajinar como hombre público, Petkoff,  -como también Pedro León Zapata o José Ignacio Cabrujas- dejó en algún momento de ser visto por el país como una curiosidad intelectual de la izquierda, para irse convirtiendo en una figura nacional, de carácter rector, escuchado, y, en líneas generales, muy respetado.

Siendo la política un campo en el cual los resentimientos se incuban y crecen con facilidad, y habiendo sido Petkoff, en virtud de la dureza de su carácter, un sujeto que tiende a acumular terreno para las antipatías, no dejar de sorprender, sin embargo, lo atendida que es su postura hoy en el debate nacional.

Petkoff ha sido líder guerrillero; candidato presidencial; ministro de economía; editor; autor y diputado. Uno de sólo de esos roles tiene suficiente carga de voltaje como para electrocutar en poco tiempo la credibilidad del más pintado de los carismáticos de esta hora en Venezuela.

Y aunque, como es natural, no todos, y no siempre, hemos estado de acuerdo con aquello que sostiene, la palabra templada e indignada de Petkoff, con excesiva frecuencia, retumba con enorme autoridad moral, como un clarín, en una parte importante de la consciencia de este país. Porque incluso los chavistas, que lo detestan, en el fondo lo respetan.  No se atreven a confrontarlo intelectualmente.  Ni siquiera Hugo Chávez lo hizo.  Sólo lo insultan y lo demandan.