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Sobre caricaturas e intolerancias: “moi aussi, je suis Charlie”; por Octavio Vinces

Sobre caricaturas e intolerancias; por Octavio Vinces 640

Fotografía de Andreína Mujica ©2015

Una de las ideas fundamentales de John Stuart Mill en su clásico Sobre la libertad es que si todo el género humano, salvo una única persona, tuviera la misma opinión, el género humano no tendría más justificaciones para silenciar a esa única persona que las que ésta tendría para silenciar a todo el género humano. Un postulado tan radical nos induce a pensar que aquello que llamamos libertad de expresión, llevado hasta sus últimas consecuencias, presupone una sociedad que haga de la tolerancia uno de sus valores fundamentales. Esto sólo es entendible en una democracia, es decir en una sociedad que acepte y respete las diferencias, y más aún la disidencia, al tener la convicción de que la coexistencia de diversas ideas y posturas políticas y morales es no sólo conveniente, sino además esencial para su propia viabilidad y existencia. La expresión, por parte de cualquier persona o grupo de personas, está garantizada y respetada, en tanto ésta es el vehículo a través del cual sus ideas y posturas se manifiestan.

 Para que la tolerancia sea posible como un valor social quizá sea conveniente  desvincular lo simbólico de aquello que se pretende representar. Si entendemos que la bandera de un país representa la nación, pero no es la nación, su utilización en un sentido o en otro no será un verdadero problema para alguien, digamos, excesivamente patriota. No importará demasiado que sea utilizada como felpudo en la entrada de una casa o como taparrabo en un gay parade, o que incluso pueda ser injuriada o destruida (ya hace varios años la Corte Suprema de los Estados Unidos dictaminó a favor del derecho de quemar la bandera norteamericana en una manifestación pública).

Dicho de esa manera todo parece muy sencillo de entender, aunque llevado a la práctica quizá no lo sea tanto. La exaltación de lo simbólico —entendido como la tendencia a equiparar la esencia de una entidad, idea o creencia con la realidad material con que se le pretende representar— parece ser inversamente proporcional al nivel de racionalidad que se maneja en una situación determinada. La doctrina católica sostiene que la oblea consagrada es el verdadero cuerpo de Cristo, no una representación o un simulacro. Para los musulmanes la obligación de usar el velo o hiyab —o el burkha afgano— es constitutiva de la verdadera pureza femenina, y no una manifestación cultural como la corbata o la minifalda. Por lo demás, cuando una organización social no está fundamentada en ideas racionales —las sociedades teocráticas son el mejor ejemplo— no existe obligación alguna de respetar las diferencias, y más bien se encuentran múltiples estímulos para aplastarlas. En ese contexto, la libertad de expresión como derecho fundamental es además de una incomodidad, algo incomprensible.

La libertad de expresión sólo es entendible, pues, en una sociedad abierta y liberal. Es importante entonces comprender que ésta es un derecho irrestricto que no depende, en modo alguno, de ninguna de las características personales de quien la ejerce. En definitiva, uno puede ser un estúpido, un impertinente o un amante del peligro, y tener el derecho de expresar todas las estupideces, impertinencias o provocaciones que se le ocurran. Los muchachos de Charlie Hebdo corrieron un riesgo, eso es innegable, pero actuaron con todo su derecho al pretender hacerle una profilaxis dental sin anestesia a un tigre de Bengala.

Las contradicciones e incompatibilidades que el reciente ataque terrorista ponen de manifiesto en un país como Francia son bastante evidentes. Pero es importante entender que la concepción misma del estado pluricultural no puede desvincularse de los valores de la democracia liberal. O renunciamos al concepto de democracia para retornar a las cavernas, o buscamos atacar la raíz de los problemas: la exclusión, la falta de oportunidades, el temor al futuro son preocupaciones de una generación de musulmanes cuyos abuelos, contemporáneos de Nasser, buscaron establecerse en Europa para mejorar su calidad de vida y procurar un futuro mejor a sus hijos. Es necesario retomar el rumbo y brindar las condiciones para que el fundamentalismo islámico no siga aprovechándose del resentimiento de jóvenes sin esperanzas.

Por todo eso, moi aussi, je suis Charlie.