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Sinceridad, por Lucas García

«¡Vended cara vuestra derrota!» les había exigido el Capitán desde las trincheras, pero alguien le había respondido:
«¿Quién va a comprar una derrota, y además cara?» 
“Nosotros caminamos en sueños”
Patricio Pron

Sinceridad, por Lucas García 640

Hay una sensación de que algún lugar cruzamos a un lado cuando debimos cruzar al otro.

Hay una sensación de platos rotos y de fiestón que se acabó y ahora no tenemos con qué pagar.

Hay una sensación de despelote, desorden y confusión.

Estás en la panadería sorprendido, otra vez, con cuánto puede llegar a costar un cachito de jamón, viendo el cartelito ése que dice que la leche del marrón no es leche sino un “sucedáneo” de leche.

El tipo a tu izquierda lee un periódico que parece más bien un programa de mano mal proporcionado y gruñe:

— ¡Se frenó el diálogo!

Tira el periódico en la barra, señala malhumorado el titular. El encargado sonríe con tristeza, le repone el guayoyo con un café que ha aprovechado la borra tres veces, fácil.

— ¿Cuál diálogo, compa?—dice con sorna.

El del periódico lo observa,  da un sorbo al guayoyo, arruga la cara.

Se ríe.

Hay una sensación de que se burlan en tu cara.

Hay una sensación de que lo viene puede ser peor que lo que hay, de que cuando llegamos al fondo alguien consigue una puerta hacia el siguiente nivel.

Hay una sensación de haber sobrevivido a una explosión y estar desorientado, aterrado, incapaz de entender qué ha sucedido y quién o qué ha sido el causante de esta calamidad.

En el por puesto, una señora le cuenta a otra que estaba en una cola y “llegaron unas tipas a desestabilizar”.

En realidad lo que hicieron fue quejarse: ¿Cómo era posible que hubiese que hacer una cola interminable para comprar productos básicos? ¿Hasta cuándo habría qué soportar las humillaciones de una situación como aquella? ¿Y si además, para colmo, no podían llevarse todo lo que necesitaban sino únicamente lo permitido?

Los comentarios sentaron mal. Se produjeron altercados entre las que se quejaban y otros participantes de la fila. Se caldearon los ánimos. Casi se llegó a los golpes.

— Se tuvieron que ir —dijo la señora—. ¡es que, si no aguantas la cola, no hagas la cola, mija!

La otra asentía ante lo evidente de la afirmación.

Hay una sensación de ayayay.

Hay una sensación de que en el ring puedes correr, pero no puedes esconderte.

Hay una sensación de que estamos en la parte de la película donde se caen las máscaras y por fin vemos con horror aquello que se ocultaba detrás.

En el programa de radio empiezan a dar cifras.

La inflación más alta del planeta, lo que queda en la caja chica del estado son unos millarditos de nada, hay un noventa y pico por ciento de impunidad, los veinte mil  muertos del año pasado, los casi cuatrocientos del mes anterior, el índice de desabastecimiento.

Un bombardeo en alfombra de factoides abrumadores.

El presidente Maduro dice que no piensa pararse de la mesa de diálogo. Los de la MUD dicen que no se van a sentar hasta que llegue la gente de Unasur. Una imagina mesas vacías y sillas abandonadas.

Mi viejo me llama feliz. Logró que mi hermano en Canadá le enviase por DHL unos repuestos para el carro.

Hay una sensación de que el ojo en llamas nos observa desde su montaña en Mordor.

Hay una sensación de que nos perdimos en el bosque y todos en la expedición olvidaron traer el GPS.

Hay una sensación de que no habrá final feliz.

Y no son ésas las sensaciones que me abruman sino la profunda depresión de haberme acostumbrado.