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Series post-patriarcales; por Jorge Carrión

Por Jorge Carrión | 28 de febrero, 2016

Series post-patriarcales; por Jorge Carrión 640

Durante al menos quince años, en la ficción serial de los Estados Unidos ha predominado la jerarquía patriarcal. En el centro de todas las tramas, un hombre fuerte y atormentado y contradictorio, casi siempre padre de familia y líder de algún tipo de institución legal o ilegal, absolutamente protagonista. Recientemente han aparecido series que cuestionan esa centralidad masculina, como Scandal (ABC, 2012-) o The Good Wife (CBS, 2009-), pero la substitución es lampedusiana: se substituye al hombre por la mujer y todo sigue más o menos igual. Otras obras, en cambio, proponen una alternativa más radical. Me refiero, tras el parteaguas que significó Girls (HBO) en 2012, sobre todo a Orange is the new Black (Netflix, 2013), a Transparent (Amazon, 2014-) y —en menor medida, porque su resultado artístico no está a la altura de sus pretensiones—  a Flesh and bone (Starz, 2015). Tres versiones de una misma, imparable disolución.

Si nos fijamos en las figuras de poder institucional que aparecen en la tragicomedia de Jenji Kohan, en esa cárcel femenina y moderna donde la misma mierda de siempre se disfraza de amabilidad y progreso, veremos que están encarnadas sobre todo por hombres. En las tres temporadas hasta la fecha la dirección de la prisión ha estado más tiempo en manos de tres hombres que de una única mujer. La corrupta Natalie Figueroa, más ausente que presente desde el episodio piloto, acaba por retirarse, dejando las riendas a Joe Caputo. La incapacidad emocional de éste y sobre todo de Sam Healy, el consejero de las presas, se hace evidente una y otra vez. En la tercera temporada se le suma una figura siniestra, con máscara también amable, la banalidad del mal personificada, Danny Pearson, el hijo del dueño de la corporación que compra la cárcel.  El resultado de esa perpetua crisis de dirección y de gestión es una constante transformaciónn de estructuras alternativas al poder oficial. Estructuras creativas y por supuesto femeninas. Desde la cocina y hasta el último rincón del jardín, las líderes se van sucediendo para proponer formas contraculturales de negocio y de gobierno en un sistema que, por su propia concepción errónea, no puede funcionar.

El telerrealismo se transforma, por Jorge Carrión 320Transparent crea una red menor de micropoder, una familia judía en Los Ángeles, para que observemos en ella la metamorfosis del padre, Morton, en Maura. Uno de los capítulos se titula “Moppa”, que es la palabra que sus tres hijos inventan sin querer para enfrentarse, semántica y vitalmente, a las dificultades que la nueva situación representa (suma de “mamá” y “papá”, pero también simplemente “mopa”). Tras la epifanía y el sobresalto que supusieron para su creadora, Jill Soloway, que su padre le dijera un día que a partir de entonces iba a vivir como una mujer, se trata de la primera serie de gran impacto que ha sido creada desde una mirada manifiesta y programáticamente femenina (y post-feminista). La gran mayoría de los capítulos han sido, de hecho, escritos y dirigidos por mujeres. Y cuando no ha sido así, se ha tratado de experimentos: guionistas y directores convocados para que vivieran la experiencia de meterse en la piel de una serie autoconsciente de ser pura teoría de género. En la ceremonia de los Globos de Oro, Solloway le dedicó el premio a su mapa: “my trans parent, my moppa”.

 La única temporada de Flesh and Bone, creada por Moira Walley-Beckett —guionista, por cierto, de algunos de los mejores capítulos de Breaking Bad— también puede leerse desde esa óptica post-patriarcal, pero a diferencia de Orange… y Transparent, la aproximación es dramática y no tragicómica. La serie cuenta la historia de Claire Robbins, una talentosa bailarina que escapa de la incestuosa relación con su propio hermano para triunfar en Nueva York como estrella de una compañía de danza que no pasa por sus mejores momentos. Tanto su padre, un alcohólico incapaz de valerse por sí mismo, como el director de la compañía, una vieja gloria que no digiere su decadencia, son seres patéticos. Pero cada uno lo es de una manera distinta: mientras que el padre ha desertado como referente moral (impulsando la alianza enferma de sus hijos), pero sigue exigiendo la devoción filial que no merece, Paul ha claudicado como modelo y practica una pedagogía anacrónica, histriónica y dictatorial, que administra como una diva gay que no inspira admiración ni respeto. Él es un remake de Lydia, la profesora de Fama (NBC, 1982-87), con su lema famoso (“Buscáis la fama, pero la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar: con sudor”), y del mentor de Cisne negro (2010), la película de Darren Aronofsky que perpetúa el estereotipo del artista apolíneo que sólo a través de su lado oscuro, dionisíaco, puede alcanzar la excelencia genial. Esos precedentes son inevitables cuando se está viendo la serie. Walley-Beckett lo sabe y juega con nuestras expectativas. Así, Claire rechaza una y otra vez la maestría de Paul. No aprende absolutamente nada de él. En el último segundo del último capítulo, de hecho, directamente se niega y lo niega.

Con su independencia aparentemente tímida reivindica un aspecto de nuestro mundo cada vez más evidente: la estructuras verticales nos parecen cada vez más difíciles de respetar. Tal vez por eso Transparent tiene, al menos, cuatro protagonistas. Y en Orange is the new Black no sólo se difumina y se parodia la estructura patriarcal, también lo hace la noción de protagonista (blanca). Cada vez nos interesa menos Piper y mucho más sus compañeras latinas, negras, asiáticas. Personajes que a menudo, según vamos sabiendo por los flash-backs, acabaron cometiendo un crimen por no haber aceptado, precisamente, la pirámide social con un macho alfa en la cúspide de su entorno. Durante más de quince años, ese tipo de personajes subalternos, en la periferia del hetero-centrismo, han sido secundarios. Ahora empiezan a ser protagonistas únicos o corales. Porque  las grietas que se han ido abriendo en la superestructura del patriarcado se han vuelto definitiva. Grietas que las series, como el resto de lenguajes narrativos, señalan como caminos cada vez más transitados.

Jorge Carrión 

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