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Segundo juego: “Magic” Rojas; por Rodrigo Blanco Calderón

El segundo juego de la final de la LVBP 2011-2012 tuvo para los Tiburones de La Guaira una significación especial. En primer lugar, se cumplieron 25 años de la Maldición que, aún no entiendo a cuenta de qué, Urbano Lugo hijo le echó a La Guaira en el cuarto y último juego de la final de la temporada 1986-1987. Con ese no hit no run, especie de contra exageradísima y maluca del que previamente le había encajado Luis Tiant al Caracas en 1971, comenzó la pava de los Tiburones y de La Guaira: nuestro récord, sólo superado por nosotros mismos, de derrotas consecutivas y de temporadas sin clasificar al round robin, las bajas en la tribuna (Cabrujas) y en el dogout (Polidor), la tragedia de Vargas y un largo y conocido y doloroso etcétera.

En segundo lugar, se cumplieron 6 años del fallecimiento del irrepetible Carlos “Café” Martínez. Su hijo, José “Cafecito” Martínez, estuvo errático en el juego. Sin suerte con el bate y distante en el jardín derecho. No pudo dar el batazo que le permite elevar los brazos al cielo y hacer con las manos el cuatro y el cero de la camiseta retirada de su padre que por petición propia volvió a ser descolgada y que ahora lleva en su desgarbada, idéntica, espalda.

La presencia ominosa de estos recuerdos fue conjurada por los Tiburones con un juego que supo corregir las fallas del primer encuentro: relevo oportuno del pitcher abridor, activación de la “grúa” en los momentos decisivos y el show de rapidez, elegancia y riesgo que desplegó Miguelito “Magic” Rojas en el campo corto. Lo de Rojas fue algo cercano al espiritismo. A través de sus movimientos, entre la arcilla, se elevaron como evocaciones fugaces los giros de Luis Aparicio, Enzo Hernández, Argenis Salazar, Gustavo Polidor y Oswaldo Guillén. Esa genialogía de shorstops que, por una propiedad misteriosa, retoña constantemente en la cueva de los Tiburones.

El béisbol tiene una concepción criogénica del tiempo. Las más angustiosas emociones se ven suspendidas a cada momento: el catcher sale a conversar con el pitcher, el bateador pide tiempo para ajustarse unos guantines que no necesitan ajuste, el umpire detiene la acción porque una pelota ilegal ha entrado en el terreno. Pequeñas interrupciones que permiten al corazón de jugadores y fanáticos descansar un segundo y a los canales transmitir pautas publicitarias, para volver otra vez al vértigo de cada lanzamiento.

Las seguidillas de derrotas y victorias también se anotan ignorando los abismales saltos del tiempo. Antes de la victoria de ayer, La Guaira tenía cinco derrotas consecutivas en la ronda final. El lapso de 25 años entre las cuatro primeras (la barrida que sufrimos ante los Leones del Caracas en la 86-87) y la quinta (el 23 de enero de 2012 ante Los Tigres) luce ahora como un parpadeo, una pesadilla honda pero de pocos segundos que Los Tiburones esfumaron el 24 de enero de 2012 con una mezcla de buen picheo, bateo oportuno y la magia que se manifestó en el guante y la estirada maravillosa de Miguel Rojas.

La magia es una versión práctica de la fe. Concentra en un instante el anhelo de que el mundo ceda a una voluntad o a una concentración de voluntades. Para Los Tiburones de La Guaira la magia tiene una ubicación precisa en la tribuna derecha del Estadio Universitario de Caracas. La samba y los coros alegres e incansables que los caracterizan hacen de la fanaticada de los Tiburones un chamán de mil cabezas con el poder para transformar el rumbo de un juego. Ahora la serie se traslada a la casa de los litorales y los Tigres tendrán que lidiar contra los deseos de un estadio y un país (magallaneros y caraquistas son parte de los refuerzos con que contamos) que pide un cambio de aires en el liderato beisbolístico.

Buddy Bailey, tirano contemporáneo de la liga, que bajo la ilusión del colectivismo sólo permite que destaque su propia figura (es conocido, por ejemplo, su gusto por arrebatarle el triunfo a los abridores cuando sólo le faltan uno o dos outs para acreditarse la victoria), deberá dejar un espacio en blanco entre sus papeles, sus números y su libretica. Allí podrá consignar lo que no se puede explicar, el giro imprevisto de una pelota que da en una piedra invisible y se interna en el jardín central, el engatillamiento injustificado que impedirá un doble play salvador, el batazo del zurdo Jiménez contra el zurdo que le pongan para neutralizarlo. Tendrá que comenzar a creer en lo que la mayoría de los fanáticos ya está creyendo: que este año Los Tiburones de La Guaira serán campeones.

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