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¿Se le están acabando los dólares a Venezuela?, por Marianna Párraga

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Por estos días en que nadie sale a la calle sin una calculadora (aunque sea mental) para estimar por dónde van los precios tras la devaluación parcial de la moneda y lo que economistas ya califican como una hiperinflación, hay una pregunta que algunos se hacen: ¿por qué tiene el gobierno venezolano la necesidad de rendir los dólares mediante una nueva redistribución de las asignaciones, si el año pasado los mismos que hoy conducen las riendas de la economía y el petróleo en el país aseguraron que divisas había de sobra?

La respuesta es simple: los dólares no son infinitos. Son los mismos que le permiten al Banco Central equilibrar las reservas internacionales del país, los mismos que respaldan la circulación del bolívar, los mismos que se asignan para realizar importaciones de bienes y servicios para los sectores público y privado, los mismos que a usted le otorgan para viajar si CADIVI lo autoriza y los mismos que le permiten a su operador cambiario (su banco) financiar cualquier bien que desee comprar en el exterior a través de Internet.

¿Por qué antes no era una preocupación si los dólares alcanzarían para que la economía venezolana siguiera operando y ahora sí? Porque el precio del petróleo, casi el único bien que Venezuela exporta, se mantuvo en un meteórico ascenso casi sostenido desde el año 2000 y, aunque los volúmenes exportados tendieron a la baja en ese período, el valor de las exportaciones se mantuvo casi siempre al alza debido a la plusvalía creada por al aumento de precios.

Desde que en 2012 los precios del crudo comenzaron a estancarse –o a equilibrarse, después de un período de alta volatilidad– las grietas del control de cambio se han hecho más visibles. Y aunque el Gobierno insista en que dólares hay de sobra, lo cierto es que los billetes verdes son finitos y cada vez más difíciles de conseguir en moneda dura por parte de las empresas del Estado, particularmente Petróleos de Venezuela.

La más grande de esas grietas son los convenios de financiamiento firmados entre Venezuela y China, considerados una “venta futura” de petróleo. Mientras más barriles dedique PDVSA a esos convenios como garante de una serie de préstamos que le han otorgado al país unos 40.000 millones de dólares desde 2007, menos dinero en efectivo recibirá la petrolera y, por consiguiente, menos dólares llegarán a las arcas del BCV para ser luego administrados por Cadivi.

Más lejos, menos cerca. En 2013, Venezuela y China acordaron crear un tercer tramo paralelo de los financiamientos del Fondo Pesado, esta vez de 5.000 millones de dólares, lo que le permite a Venezuela en este momento endeudarse simultáneamente por 13.000 millones de dólares en total a través de ese mecanismo (dos tramos de 4.000 millones de dólares cada uno y el tercero de 5.000 millones), más los 20.000 millones de dólares que habrá recibido el país cuando China haya desembolsado la totalidad de la línea de crédito de largo plazo contraída en forma separada en 2010.

Para firmar el nuevo tramo, PDVSA acordó ampliar la provisión obligatoria de barriles que debe entregar a China para pagar el servicio de deuda a través de un nuevo contrato de suministro, lo que incrementa los envíos obligatorios a unos 450.000 barriles por día (bpd), más de 20% de sus exportaciones totales.

La petrolera china CNPC recibe el petróleo venezolano y paga al Banco de Desarrollo Chino (BDC) el valor de los barriles a precio de mercado. El banco descuenta la porción necesaria para cobrar el servicio de deuda obligatorio y, si el precio de realización resulta superior al precio base fijado en el contrato de suministro (entre 50 y 70 dólares), se genera un excedente en divisas que debe ser devuelto a Venezuela a través del Bandes.

Esos excedentes se van acumulando en las cuentas del BDC y el Bandes hasta que son “liberados” a PDVSA. Pero mientras eso ocurre la empresa ha estado pagando los costos operativos de esos barriles, así como sus correspondientes impuestos, lo que le genera graves y conocidos problemas de flujo de caja que afectan no solo al BCV sino a toda la economía local, al generarse una cascada de deudas con proveedores y contratistas.

El destino de los excedentes sigue siendo un misterio, así como otros detalles del acuerdo, pero el Gobierno reconoció que PDVSA ha tenido que transferir ese dinero por órdenes del Ejecutivo a proyectos no petroleros del Estado, lo que significa que muy probablemente ni siquiera recuperó los costos de producción.

Los convenios de suministro con laxos financiamientos como Petrocaribe, el Acuerdo Energético de Caracas y los convenios integrales de cooperación con Cuba y Argentina generan un efecto similar sobre las cuentas de la petrolera, al no recibir 100% del valor de esos barriles.

Si no cobro, no pago. En muchos casos, los países beneficiarios de estos acuerdos de suministro han pedido refinanciamientos al no poder pagar las facturas acumuladas y en otros Venezuela simplemente ha condonado por completo las deudas, lo que incrementa sus cuentas por cobrar –e incobrables– y reproduce el efecto en sus cuentas por pagar.

¿Está Venezuela en condiciones de seguir financiando, de seguir condonando y de seguir subsidiando otras economías? Esa es una buena pregunta.

Los envíos obligatorios a China, el Caribe y Suramérica suman unos 650,000 bpd que pesan en forma contundente sobre las finanzas de PDVSA y lo más grave es que el dinero que la nación asiática entregó por anticipado al Gobierno para cientos de proyectos anunciados por la administración de Chávez no generó hasta ahora ningún retorno que haga más ligera la carga de esa deuda.

El análisis no es completo, además, si no se suma el efecto del subsidio al mercado interno de combustibles. De unos 700.000 barriles diarios que PDVSA suministra al mercado doméstico, apenas si la estatal recupera el costo de producción de unos 100.000 bpd que se venden al sector industrial. El resto de los barriles ni siquiera los cobra.

En suma, Venezuela solo está cobrando en efectivo alrededor de 1,55 millones de barriles diarios, de una producción que ronda los 2,8 millones de bpd, según se deduce de las escasas cifras que revela PDVSA en firma dispersa y con atraso. Eso incrementa la dependencia de la petrolera de los escasos clientes que le pagan en moneda constante y sonante mientras le aseguran el procesamiento de sus crudos más difíciles, como es el caso de Citgo en Estados Unidos y varias empresas de refinación en India.

Y todo eso sin contar que la estatal además tiene que costear más de 100.000 bpd al año en importaciones petroleras, que no tiene otra opción sino que pagarlos al contado.

¿De cuáles dólares entonces estamos hablando?