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Ricardo Jiménez: “Uno tiene que estar listo para el momento mágico” // Una entrevista de Diego Arroyo

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Ricardo Jiménez retratado por Roberto Mata, 2015.

Ricardo Jiménez es fotógrafo, caraqueño, de 1951. Hoy vive en la ciudad donde nació, pero alguna vez fue un muchacho aventurero que andaba por Londres y por el interior de Inglaterra aprendiendo a tomar fotos, buenas fotos.

Se ha dedicado a la fotografía comercial publicitaria y editorial, pero aquí conversamos con especial interés sobre la formación que acabó haciendo de él un autor de ley en el mundo de las artes visuales de Venezuela.

Sus fotografías que acompañan esta entrevista forman parte del Archivo Fotografía Urbana, en el cual la obra de Jiménez está representada.

En 1975, estudiabas Psicología en la Universidad Central de Venezuela cuando, un día, te interesas por la fotografía. ¿Cómo se dio ese acercamiento?
Recuerdo que, siendo yo un joven, siempre veía revistas. No era lector. Me gustaba ver revistas para ver fotos. A la casa llegaba Life, por ejemplo, y me encantaba revisarla para encontrarme con las imágenes. Creo que ese es el origen de mi interés por la fotografía, aunque quizá también tenga relación con que veía mucha, mucha televisión. Te confieso también que me parecía que tomar fotos era fácil. Que era hacer click y ya está. Luego, con los años, me di cuenta de que no es nada fácil.

14-Es la misma orilla

“Es la misma orilla”. Fotografía de Ricardo Jiménez. Para ver la galería completa haga click en la imagen.

¿Por qué habías decidido estudiar Psicología?
Yo había estado en terapia con un psiquiatra. Hicimos buenas migas y me ofreció trabajo en un centro que había fundado para ayudar a chamos con problemas de drogas. Yo también había tenido problemas con las drogas y él consideró que podía desempeñarme como facilitador en terapias de grupo. Su nombre es Otto Aristeguieta. La experiencia con él me hizo sentir que no estaba mal estudiar Psicología.

Pero no terminaste la carrera.
No, no la terminé. Siempre fui muy mal estudiante. Yo empecé a estudiar Psicología. Empecé Administración. ¡Hasta Filosofía empecé! Pero, nada…

En 1976 haces un curso básico de fotografía en la Escuela Frías, en Caracas, ¿cierto?
Sí. Era una escuelita de unos españoles que le enseñaban a uno los conceptos básicos de la fotografía: revelado, iluminación, etcétera. Quedaba en Altamira, recuerdo. Era una gente muy rara. El viejo era gordo y gruñón, un hombre muy difícil (Risas).

Luego ingresas al célebre Instituto de Diseño Neumann y asistes a un curso de alto contraste con Alexis Pérez Luna. ¿Qué recuerdas de esas clases?
Lo que más recuerdo es la pasión que teníamos por la imagen. Y también que yo sentía que Alexis andaba ya en otra onda.

¿Cómo “en otra onda”?
Quiero decir que Alexis ya estaba en una búsqueda.

¿En una búsqueda profesional, te refieres? ¿Eso te motivaba?
En cierta medida, sí. Allí fue cuando comencé a cuestionarme a mí mismo, a preguntarme si de verdad quería dedicarme a la fotografía. En paralelo, estaba haciendo “foto fija”, en películas, con un amigo llamado Edgar Yánez. Fue una etapa muy chévere porque aprendí mucho. Ver, por ejemplo, al director de fotografía iluminando, me impactaba. Uno admira a los que saben y ellos lo influencian a uno.

Me gustaría volver brevemente a tu experiencia con la Psicología: ¿consideras que hay algo de ese interés que tuviste por el comportamiento humano que perviva en tu exploración como fotógrafo?
Yo creo que sí. Sobre todo esa cuestión de la soledad.

¿Cuál cuestión?
A eso de que uno anda por la calle y está como ensimismado. Me gustaría descubrir la soledad de cada quien. Me gusta ser el fisgón de la gente. Sorprender a las personas cuando están haciendo sus cosas.

De allí que, a veces, tus fotografías den la impresión de que quien las tomó miraba de soslayo o estaba escondido.
Sí, eso. Intento pasar desapercibido.

“Caracas”. Serie La Noche. 1982. Fotografía de Ricardo Jiménez

“Caracas”. Serie La Noche. 1982. Fotografía de Ricardo Jiménez

¿Cómo llegaste al Sir John Cass School of Arts de Londres?
Por Ricardo Gómez Pérez. Cuando llegué a Inglaterra, me fui a inscribir en el consulado venezolano…

Perdón, ¿pero por qué te fuiste a Inglaterra?
¡Ah! Me fui a la aventura, sencillamente. Voy al consulado y el cónsul me pregunta qué tengo pensado hacer allá. Le dije que quería estudiar fotografía y me respondió que había otro muchacho venezolano estudiando fotografía y me dio su teléfono. Era Ricardo Gómez. Lo llamé varias veces pero no me hacía caso. Finalmente coincidimos en una fiesta de venezolanos, conversamos y terminamos haciéndonos muy amigos. Fue cuando me recomendó hacer un taller con Mick Williamson en el Sir John Cass School of Arts. La idea de Ricardo era que Mick me ayudara a preparar un portafolio. Yo tenía fotos dispersas y debía ordenarlas. Y así fue. Mick me ayudó a organizar lo que llevaba. De modo que, luego, cuando quise optar por cupos en los colegios de fotografía, tenía algo que mostrar para que me aceptaran. O no.

¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Mick Williamson?
Muy interesante porque, de nuevo, Mick era un apasionado, un obseso de la imagen. Ni siquiera usaba guantes o pinzas en el cuarto oscuro y tenía todas las manos peladas. Masajeaba las fotos. Era increíble. Fotografiaba sin parar. Era como si tuviese la cámara en el ojo. (Risas). Pero nunca mostraba las fotos, nunca expuso. Mick siempre fue un misterio.

Luego recibes clases de Paul Hill.
Hice un taller, en Farnham, en las afueras de Londres. En Farnham había una universidad donde ofrecían un Diplomado en Fotografía. Yo entré, pero no me gustó y me fui. Me quedé con Paul Hill, que era muy bueno, tenía una gran biblioteca de fotografía. Un día vi allí un libro de Cartier-Bresson y comencé a llorar. Veía lo que habían hecho los mayores y aspiraba a ser así.

¿En qué consistía el taller?
En salir con Paul a tomar fotos. Era muy útil porque él nos decía: “Mira cómo está cayendo la luz en aquel lugar”, etcétera. Y uno aprendía. Nunca me separaba de él porque quería ver cómo trabajaba. Recuerdo que, en cierta ocasión, una de las participantes al taller estaba bajándose de un carro. Había sol y se podía ver su cara detrás del parabrisas. De pronto la luz la iluminó de tal manera que parecía una calavera. Yo me doy cuenta de la imagen y al mismo tiempo veo que Paul agarra la cámara para hacer una foto. No se dio porque ella se bajó del carro, pero me impresionó el haber captado el mismo momento que había captado el profesor. Me sentí respaldado por él. Uno tiene que estar listo para el momento mágico.

¿En qué consistieron los “Group Encounters”, en Londres de 1978?
Era un grupo informal que integrábamos Ricardo Gómez, una muchacha norteamericana llamada Kim Nygaard, y yo. Éramos amigos y salíamos a tomas fotos por Londres o por el interior de Inglaterra. En esa época Ricardo se enteró de que Manuel Álvarez Bravo estaba por ahí, lo conocimos y fuimos a fotografiar con él. Iba de visita durante los veranos. Creo que nos vimos con Álvarez Bravo dos o tres años seguidos. Fue una gran enseñanza. Manuel fue quien me dijo que debía ponerles título a las fotos.

¿Qué más aprendiste de Álvarez Bravo?
La importancia y la necesidad de esperar la aparición del momento. Puede sonar como un cliché, pero se trata de andar en la búsqueda de algo más que lo que la realidad nos da.

¿Cuál es el título que obtienes en 1981, cuando egresas del Bournemoth and Poole College of Art and Desing, al cual habías ingresado tres años atrás?
Diploma en Fotografía. Fue muy bueno porque tuve de profesores a fotógrafos transgresores. Toni Maestri, Paul Blashfild, recuerdo. Siempre buscaban algo nuevo. Además era unos borrachos. (Risas). Tuve una buena relación con ellos. La escuela estaba orientada a la fotografía comercial, pero eso no era lo que yo quería. Ellos lo sabían y me dejaban experimentar. Les gustaba que les buscara la vuelta a las cosas… Por esa misma época Ricardo (Gómez Pérez) conoce a Brian Griffin, un gran fotógrafo. Brian estaba muy de moda. Hacía retratos, portadas de discos, etcétera. A Ricardo se le ocurrió plantearle que fuéramos sus asistentes y él dijo que sí. Luego, incluso lo invité a la escuela para que diera una charla y nos fascinó a todos… La etapa de la educación en Inglaterra para mí fue muy rica.

El primer trabajo que expusiste, cuando formabas parte de los Group Encounters, fue tu serie Inscapes.
Sí. Es una serie de 1978, 1979. Luego vino la serie llamada La Noche, que comencé en Inglaterra pero que terminé de regreso, en Venezuela.

¿Cómo surge una serie?
La serie La Noche surgió de manera accidental. Recuerdo que me sentía muy influenciado por Álvarez Bravo, por Robert Frank y por Josef Koudelka. De Álvarez Bravo me interesaba su sencillez. Sus imágenes me parecían cándidas, pero a la vez sentía que hablaban sobre una forma de ser latinoamericano. No sé explicarlo muy bien. De Frank me llamaban la atención sus fotos nocturnas y de Koudelka su pasión por el viaje como proyecto fotográfico. Entonces comencé a caminar por Londres, de noche, para hacer fotos. Claro que no tenía ni idea de que aquello era el origen de una serie. La serie nació después, en Caracas, cuando todavía se podía pasear por aquí de noche. Un día me doy cuenta de la cantidad de fotos nocturnas que he hecho y decido organizar el material. Con esa serie gané el Premio Luis Felipe Todo que daba el CONAC, en 1986.

04 -Carúpano

“Carúpano”. Fotografía de Ricardo Jiménez. Para ver la galería completa haga click en la imagen.

¿Cómo definirías qué es una serie?
Una serie es una investigación en imágenes. Y es algo que lleva años… Por ejemplo, la serie Caracas desde el carro, de 1994… Todo fotógrafo ha hecho alguna vez una foto desde el carro. Yo tenía varias hechas en distintos lugares, en Europa. Regreso a Venezuela y me dedico al trabajo comercial y me quedo sin tiempo suficiente para dedicarme a nada más. Entonces me planteo tomar fotos desde el carro. Como siempre andaba con la cámara, me pareció una buena idea. En Fundarte estaban Tulio Hernández y Blanca Strepponi, que un día deciden editar unos libros sobre Caracas. Me llaman, me preguntan si tengo fotos de la ciudad, les enseño algunas de las que he hecho desde el carro y me piden que haga más. Así fue como terminó de surgir la serie. Y se publicó el libro. Las series nacen del azar, de las circunstancias. Uno hace fotos y luego, en cierto momento, las organiza y les da un ritmo.

Eres muy cercano del poeta Igor Barreto. De hecho tu serie, Carreteras nocturnas (2014) comparte nombre con un poemario de Igor, o viceversa. ¿Hay alguna relación entre fotografía y poesía?
Yo no era lector de poesía, pero ahora sí lo soy, aunque se me dificulta mucho. A mí, en general, me cuesta leer. Soy un mal lector. Leo y olvido lo que leí y debo volver. Recuerdo que cuando hacía las fotos que harían la serie “En la tarde, al viajar” (2010), estaba leyendo a Faulkner, y me parece que me influenció. Los personajes de Faulkner son solitarios, ensimismamos… También me gustan Coetzee y Pamuk. Es gente triste… Con la poesía se trasciende la realidad con la palabra.

Y con la fotografía se trasciende la realidad con la imagen.
Y con la fotografía, con la imagen, exacto. La realidad que capta la foto es la misma realidad, pero en una milésima de segundo captaste algo más, algo que por supuesto no dominas. Me gusta la idea, que leí hace un tiempo, del “turista pensante”, ese que no es el turista típico que va a París y hace la foto de la Torre Eiffel, sino que se involucra con la ciudad para encontrar una cosa que está como “por detrás”.

¿Funciona el mismo principio cuando es hora de fotografiar a una persona?
Sí, pasa lo mismo cuando uno hace retratos: la idea es capturar algo que sorprende.

¿Alguna vez se ha preguntado abiertamente qué es para usted la fotografía?
Me gusta la magia, me interesa ese momento en que intuyes que hay algo por allí que no sabes qué es y mucho menos si eso aparecerá o no. Tengo una foto que siempre pongo de ejemplo. La hice desde una ventana del apartamento donde vivía hace un tiempo, dos edificios más abajo en esta misma calle. Era de noche. Veo a un hombre de pie, junto a un poste. Era un señor con una corbatica negra. La imagen quedó bien. Cuando la muestro cada quien arma una historia: “es un hombre solo, al que le está pasando algo”, dicen, etcétera. La realidad es más sencilla. Aquel hombre no era sino un vigilante que cuidaba los carros de los asistentes a una fiesta. No había nada especial en eso, pero la foto capturó la magia.

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