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Revolución y fracaso; por Ramón Escovar León

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“Un espectro se cierne sobre Europa: el fantasma del comunismo”, es la frase de inicio del Manifiesto del Partido Comunista. Cuando Karl Marx y Federico Engels escribieron este texto no podían imaginar lo que significaría luego el comunismo. Para explicar lo que ha sido esta doctrina política es de gran utilidad el libro Archie Brown, The Rise and Fall of Comunism (New York, Harper Collins, 2009). Según el profesor británico, el comunismo fue establecido predominantemente en sociedades campesinas como la Rusia imperial y la atrasada China. El autor se ocupa de explicar cómo este sistema se expandió en Europa y cómo se derrumbó. Hoy hay que recordarlo en estos momentos aciagos de nuestra historia.

La conquista del poder por parte de los comunistas fue con bayonetas, represión y muerte. Se hizo, además, en nombre del partido. En muchos casos no se siguió fielmente la doctrina de Marx, sino que la misma fue distorsionada según los intereses de cada cual. El poder se obtuvo y mantuvo a fuerza de represión y balas, nunca debido al voto libre y no manipulado.

Archie Brown presta particular atención al modelo comunista caribeño, representado por Cuba. A diferencia de la experiencia europea y asiática, el comunismo no llegó en nombre del partido. Fidel Castro se alzó con apoyo popular contra una dictadura desprestigiada en nombre de la libertad, y fue una vez instaurado y consolidado en el poder que se declaró comunista. El caso cubano demuestra que la otra manera de que el comunismo llegue al poder es mediante el engaño. Solo por la fuerza de las armas o de la astucia y la mentira es como, en definitiva, puede imponerse.

Antes de la llegada al poder del castrismo, el sistema de gobierno cubano era tiránico. En este sentido, Brown equipara el régimen de Fulgencio Batista al caso de Checoslovaquia, pero con mucha corrupción. Uno de los símbolos de la degradación que marcó al gobierno de Batista lo representó Meyer Lansky, quien poseía en la isla un imperio entre prostíbulos, hoteles, casinos y clubs. Se estima que la revolución le confiscó más de cien millones de dólares en inversiones de esta naturaleza.

Además de la diferencia entre las fórmulas utilizadas para hacerse con el poder, los modelos del comunismo europeo y cubano utilizaron métodos distintos para ejercer el totalitarismo. Cuando en Europa los gobiernos títeres y satélites de la Unión Soviética eran repudiados por la población, los tanques del ejército rojo se encargaban de poner orden en casa. Así ocurrió en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968. En Cuba, en cambio, y en vista de la dificultad del traslado de tanques de su aliado soviético, el castrismo se ocupó de militarizar la sociedad. De esa manera se crearon los mecanismos que han podido garantizar la sobrevivencia del comunismo.

La combinación del poder militar con el control de la economía permitió someter a la población. En ambos casos el comunismo ha sido un fracaso desde el punto de vista económico, social y humano. No hay respeto por los valores de la democracia: derechos humanos, separación de poderes, elecciones libres y libertad de expresión.

Sin embargo, la revolución cubana tiene un logro que merece ser reconocido: haber sobrevivido a la caída del muro de Berlín. Esto se debe a que la isla pudo vivir del turismo canadiense -y de otros países europeos como Alemania, España, Italia, Reino Unido y Francia- y así resistió padeciendo hambre y dolor hasta que se produjo el milagro: el petróleo venezolano proveniente de la inocultable idolatría de Chávez hacia Fidel Castro. (Para adentrarse literariamente en lo que ha significado el modelo castrista, conviene disfrutar de la novela de Leonardo Padura, El hombre que amaba los perros).

El comunismo cubano es esencialmente estalinista, creó una burocracia partidista de enormes dimensiones que terminó sustituyendo o devorando al Estado. En lo que atañe a los derechos humanos, el castrismo es un ejemplo de lo que significa su irrespeto: cualquier discrepancia puede significar una visita al paredón. En relación con los derechos humanos, Marx fue ambiguo, pero Lenin fue muy claro: en la fase de transición al socialismo solo se puede hablar de la imposición de una clase sobre la otra y esto justifica la más violenta represión militar, así lo declaró en su libro La revolución proletaria y el renegado Kautsky. Es esta la máxima que sigue la dictadura castrista, ya que los intereses de la revolución se sobreponen a los derechos humanos.

La posición de Lenin sobre la fuerza de las mayorías fue refutada por Karl Kautsky (marxista ortodoxo) quien justificaba la dictadura del proletariado si -y solo si- el proletariado era mayoría. Para Lenin este asunto de las mayorías era irrelevante porque de lo que se trata es de que la minoría imponga su voluntad al costo que sea: “Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria posible; es el acto mediante el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte con fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por el terror que sus armas inspiran a los reaccionarios”, sigue Lenin desarrollando su tesis mediante la burla a los valores de la democracia que interpretaba Kautsky. Se impuso, desde luego, la visión leninista de la violencia. Todos los modelos comunistas se guían por esta regla.

En el caso venezolano actual, más allá de que la ANC amenaza los valores republicanos de nuestra tradición histórica, implica la imposición de una minoría sectaria sobre la mayoría al amparo de la fuerza y el control de la economía. Ese espectro comunista que se cierne sobre el país viene cargado con esta tesis leninista y representa una seria amenaza a la libertad y la paz. El dolor lacerante que esto genera ya lo han padecido los venezolanos de manera ininterrumpida desde hace dieciocho años. No hay duda sobre el fracaso del modelo económico comunista, como lo evidencia el caso cubano que hoy se pretende imitar por la revolución bolivariana.

A pesar de la penosa situación de pobreza que vive Venezuela, que se hunde en una inflación sin precedentes, el país no renuncia al suministro de petróleo a su aliada Cuba. Así mantiene el modelo cubano de pie, a costa de nuestra propia miseria. La principal causa del fracaso del “socialismo del siglo XXI” es su incapacidad para diseñar una política económica exitosa, libre de dogmas ideológicos. El fracaso de la economía es la derrota de la revolución y ninguna constituyente podrá llevarlos a crear riqueza ni crecimiento económico sostenido. La constituyente no es una solución a esta crisis sino una herramienta para empeorarla aún más, sin elecciones y sin libertad.

El modelo económico de expropiaciones y controles no ha funcionado en ninguna parte. Un gobierno fracasa si no está en capacidad de diseñar un modelo económico que cree prosperidad o, al menos, su propia sustentabilidad. Ya lo advirtió León Trosky en su libro Literatura y revolución: “Si en el curso de los próximos años la dictadura del proletariado se mostrase incapaz de organizar la economía y de asegurar a la población por lo menos un mínimo vital de bienes materiales, el régimen proletario estaría entonces realmente llamado a desaparecer. Por eso la economía es en la hora presente el problema de los problemas”.

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