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Revolución bolivariana: la quiebra de un modelo de gestión; por Alonso Moleiro

Una de las cosas que más asombra en torno a lo que está ocurriendo en Venezuela es mirar hacia atrás y constatar que, un año tras otro, el chavismo había hecho en este país aquello que había querido. Nadie ha dispuesto de tanto poder y de tanta riqueza. Si algún gobierno en el mundo no tiene nada que reclamarle a los Estados Unidos, sino a sus propias faltas, cuando tiene que hurgar sobre las causas de su fracaso, es este de Venezuela.

De un escándalo en otro, hemos ido olvidando que el proyecto de poder del chavo-madurismo, ese que podría conocer su hora final, ha ido logrando concatenar con enorme astucia y ausencia de escrúpulos todas las tramas de la gobernabilidad en Venezuela para acumular una dosis de cooptación institucional no vista desde el perezjimenismo.

El proyecto bolivariano, al cual tanto le gusta victimizarse, creó un parlamento unicameral, disfrutó de un quinquenio sin bancada opositora, y asumió el control de algunos de los factores de poder decisivos en el país, como Pdvsa, las Fuerzas Armadas y el Banco Central de Venezuela. Cualquier organismo público que proclamara su carácter autónomo en la administración pública, conocería en el chavismo la crisis y el ocaso. El chavismo despojo, en algunas ocasiones, y retuvo, en otras, competencias a las gobernaciones y compró activos industriales y comerciales que estaban en manos privadas. Ha invertido mucho dinero en construirse un aparato de propaganda y ha comprado y cooptado una alta cantidad de medios de comunicación públicos y privados que hoy obran para su causa.

Los chavistas impusieron un mecanismo espúreo para impulsar proyectos parlamentarios de carácter habilitante, y gracias a eso tienen unos siete años continuos gobernando este país por decreto. Controlan las importaciones, asignan las licencias, vigilan paso a paso la cadena de comercialización, cobran impuestos, fiscalizan comercios, imponen multas y van a querellas legales conscientes de su carácter invicto.

El chavismo ha tenido poderes públicos de carácter complementario, de forma indirecta, y a veces muy directa. Gracias a los votos obtenidos, y a las ayudas de la Ley Electoral que ellos aprobaron, han controlado de forma legítima la presidencia del Poder Legislativo. Eso les ha otorgado aliento para redactar un restrictivo reglamento de debate, junto a medidas veladas que impiden a los diputados opositores, por ejemplo, pararse en la tribuna de oradores.

El Tribunal Supremo de Justicia tiene un corazón chavista y un amorío con el PSUV que ya no puede ni disimular. Isaías Rodríguez, German Mudaraín,  Sandra Oblitas, Luisa Ortega Díaz: todos ellos saben que los intereses del chavismo están condenados a tener la razón y han obrado en consecuencia.  Probablemente no los mandan: a lo mejor lo hacen con mucho gusto. Lo saben ellos, lo sabe el chavismo, lo sabemos todos. En Venezuela no se haca nada que contravenga los intereses del Psuv.

Los chavistas han tenido hasta la fecha el viento a favor, a veces de forma legítima, obteniendo el caudal de votos; la mayoría de las veces haciendo marramucias e imponiendo zancadillas constitucionales y tecnicismos reglamentarios que tienen un valor superior a los dilemas políticos o morales. Gracias a eso no se hizo ninguna investigación parlamentaria seria sobre la tragedia de Amuay; ni se supo sobre los montos desperdiciados en la crisis eléctrica; ni se interpeló jamás a un Ministro de Finanzas; ni se han denunciado ni debatido los millones de dólares arrojados al albañal en la era de Cavidi. Hasta este momento, de alguna manera, el chavismo se había venido saliendo con la suya.

Piense el lector cómo son los mecanismos democráticos habituales, y recuerde a la Venezuela del Pacto de Punto Fijo: El Contralor quejándose de la corrupción; el Fiscal, planteando un antejuicio de mérito al Presidente; el país, sentado frente a la punta del asiento, en el debate parlamentario del Sierra Nevada; el senado, regresando un proyecto de ley a diputados; los copeyanos, negándole a los adecos apoyo para aprobar el Plan de Inversiones; el Presidente, escuchando de pie quejas de diputados opositores en cadena; los gobernadores autónomos, hablando a nombre de sus regiones a veces hasta del mal talante; las televisoras burlándose del poder político, desacreditándolo frente a la población con toda tranquilidad.

Con todo ese poder, y con ese montón de dinero, el chavismo ha fracasado estrepitosamente como proyecto. Ha creado disfunciones estructurales en la industria y el comercio, una crisis inflacionaria no vista en el país y una escasez de bienes gracias a la cual será recordado por muchas décadas entre la gente. Porque en Venezuela lo que ha fracasado es eso: la hiperconcentración, la hiperestatización; el quiebre del modelo federal que consagra la Constitución.

Aquí ha fracasado un proyecto económico y también un modelo de gestión.