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Ramos Allup y su toreo del pasmo; por Freddy Javier Guevara

Ramos Allup y su toreo del pasmo; por Freddy Javier Guevara

A Juan Belmonte y a Manuel Chaves Nogales

Los seres humanos como buenos mamíferos, nacemos, crecemos, algunos nos reproducimos. Ceñidos por circunstancias y atrapados en el carácter de nuestra naturaleza, tenemos por reflejo una actitud ante la realidad. Todos o casi todos, estamos atados a la propia locura o pasión y hacemos algo, mal o bien, según valores culturales, éticos o morales. Además, lo que se hace, puede significar para la persona o para quien le rodea, la muerte.

La circunstancias no son menos importantes que el carácter. Ortega y Gasset les dedica lo siguiente: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”1.

Temístocles era astuto e inteligente, pero carecía de las virtudes del “justo” Arístides. La tensión entre ambos culminó cuando Arístides fue enviado al ostracismo. Fue a Temístocles como comandante  a quien le tocó enfrentar el inmenso ejército persa en Salamina, y con sus argucias los venció.

El ingenio, el ímpetu, la tenacidad y sarcasmo de Sir Winston Churchill, encontraron lugar el 10 de mayo de 1940 cuando fue nombrado Primer Ministro de Inglaterra para hacer frente a Hitler en la Segunda Guerra Mundial.

En ambos casos, las circunstancias contribuyeron y dieron cauce al carácter. La actitud ante la realidad fue la adecuada.

Venezuela no es Grecia del 480 AC, ni tampoco la Inglaterra del 1940, pero somos herederos del mundo occidental y muchas de sus formas han permeado nuestra cultura tropical. Venimos de allí.

Las circunstancias

Sin querer sobrevalorar nuestra situación, para nosotros los venezolanos el momento actual tiene un significado parecido, si no, igual. Fuerzas oscuras e irracionales, amañadas y manipuladas provenientes del fondo de nuestra historia, esperaban su momento, agazapadas en la sombra. Aquello que creíamos extinto, el siglo XIX venezolano, “Los días de la Ira”2, regresó en el año 1999 y, como un espectro, recorrió las calles en motocicletas y carros llenos de gente furibunda con banderas rojas. Ciertamente, lo hizo con otro nombre. Ya se sugería el perfil de su “nuevo” disfraz: comunismo, una ideología importada de las exequias de la Unión Soviética, que con tránsito en la Cuba irredenta intentaba sembrarse el país.

Desde el punto de vista psíquico, en este momento Venezuela como nación pretende evolucionar. Las revoluciones, ese cambiarlo todo de golpe, con una ficción de progreso en las ideas, para que luego todo siga igual, o peor, han demostrado hasta el hartazgo sus fracasos en todos los ámbitos. Sobre todo en lo económico. Venezuela no ha sido la excepción.

La evolución, al parecer, supone modificaciones sucesivas, con retrocesos ocasionales, saltos o accidentes que oportunamente producen cambios. Para el hombre contemporáneo ello tiene lugar en la consciencia, y opera sobre su irracionalidad. El curso de la evolución humana no está hecho de certezas sino de intemperie.

El país se encuentra hoy al raso y la sociedad venezolana tiene un reto: metabolizar su siglo XIX con el aderezo contemporáneo del comunismo y su escaso ingenio de métodos e ideas, además del condimento tropical de las más absurdas y anacrónicas retóricas. Masticar esa amalgama de confusión: héroes, villanos, caudillos, montoneros, filibusteros, asesinos, aprovechadores de oficio, corruptos; como también hombres probos e ilustres. Y si fuera posible, hacer comestible la guerra de independencia y sus libertadores. Devolver a todo un país, de lo regresivo imaginario, de lo heroico, a lo real. Hacer del mito que somos la combustión del ciudadano.

El carácter

Decía Heráclito de Éfeso 484 AC., que “El carácter es para el hombre su destino”. No conozco al señor Ramos Allup. Sé que tiene 72 años, que es abogado, secretario general de Acción Democrática, partido político que no sucumbió a la debacle que generó el chavismo. Si nos ceñimos a la historia del país y de su partido, con algunas decisiones políticas escoradas, errores humanos habituales en política, hay que concluir que ha sido un hombre de tesón, con una oratoria mordaz y una agudeza política, no exenta de ingenio.

Contra todo pronóstico, es presidente de la Asamblea Nacional. Su astucia verbal le ganó simpatías evidentes. El lenguaje bien utilizado, nunca se separa de la emoción del hombre; sobre todo cuando las circunstancias en las que vive están ceñidas a una realidad en la que peligra su propia existencia.

Hay que acotar como curiosidad, que Venezuela en los últimos tiempos se ha inclinado por hombres jóvenes y llenos de energía como únicos garantes de un posible cambio. Fue la crítica hecha por el oficialismo a la escogencia de la oposición, aludiendo indirectamente a su edad. En el caso de Ramos Allup, la confianza ha sido una ofrenda al senex. El hombre joven puede errar pues no tiene tiempo, vive a futuro. Para él el presente es transitorio, puede tener poco significado. El hombre viejo tiene todo el tiempo del mundo. Ya que le queda poco, vive el presente, y errar no es una opción. Espero que el señor Ramos Allup tenga en cuenta esto, como así parece ser.

Menuda tarea la de este señor a su edad. Él que se considera “uno mas” entre los tribunos, pinchando así al Poder, ubicándolo en su lugar. Y menuda tarea también la que corresponde a todos los diputados elegidos por mayoría ciudadana: intentar enderezar y conducir una sociedad perdida en falsos avatares e ideologías, una “nave de los locos” sin rumbo, en la que nada parece ser lo que es, y casi todo carece de asidero en la ley de probabilidades, excepto la certeza de la destrucción, si no se endereza el rumbo.

Aunque parezca obvio, se lograría mucho, en un país donde las responsabilidades no existen, si se regresara a la conciencia de que todo acto individual o colectivo tiene consecuencias inmediatas y en el futuro.

La actitud

El colectivo venezolano actual se encuentra sumido en una oscuridad en la que no se presienten las formas. Sólo se ven los escasos brillos de los cuernos y los ojos oscuros iluminados por la necesidad. Una necesidad insaciable, de inesperados movimientos bruscos, que aplasta el día a día del ciudadano de a pie.

En una extraordinaria biografía sobre el torero Juan Belmonte3, a quien llamaban “El Pasmo de Triana”, que más que un libro sobre el arte del toreo es un relato sobre el arte de vivir y hacer alma, el matador relata un suceso que le aconteció cuando aún era un chaval.

Toreaban de noche en las dehesas, y para lograrlo, él y otros torerillos cruzaban el río, tomando “prestada” una lancha. El vaquero dueño, se enfurecía en las mañanas al encontrarla en la otra orilla. En una oportunidad, desbordado por la ira, sacó un arma y disparó. Los compañeros de Belmonte lograron huir, pero al verle a él cerca, el propietario le puso la pistola en el pecho, y se desarrolla esta conversación:

“—Tú eres uno de los granujas que me roba la lancha—, gritó.

Me quedé mirándole fijamente, y por una de esas cosas inexplicables, aparté la pistola de un manotazo y le dije de mal talante:

—¿Y quien es usted? ¿De qué me conoce a mí para tutearme? Ante aquella salida, que el hombre no se esperaba, se quedó perplejo. La parada en seco que le hice le había desconcertado. Entonces balbució:

—Tú… bueno, usted, ustedes… me cogen la lancha y me hacen un desavío enorme. Hágase usted cuenta del trastorno que me causan. ¡No puedo dar de comer a las vacas!
—¿Y a mí qué me cuenta usted?, repliqué enfurruñado.
—Hombre no te enfades. Es que esos granujas le vuelven a uno loco”.

La cita la he hecho completa por lo que expone. Pareciera un suceso simple, un asunto sin importancia de dos personas que se tientan. Aunque existen modales de parte y parte, devela la actitud de un ser humano ante emociones irracionales, que necesitan cauce. La reflexión de Belmonte, va al fondo de las profundidades psíquicas en el trato humano.

“Me convencí entonces de que en la lidia, de hombres y bestias, lo primero es parar. El que sabe parar, domina. De aquí mi ‘técnica del parón’, que dicen los críticos”.

Cuando se sabe parar, se pasma, y el que lo sabe hacer tiene un arte y un tempo. El hombre o una comunidad presa de sus instintos y emociones, como el odio, la rabia y la venganza, necesita un «parón». Ello impone límites, y concita a las buenas maneras.

La puesta en escena de la inauguración de la Asamblea Nacional fue excepcional. Todo el país estaba ahí. Mantuanos, pardos, negros, indígenas, hijos de inmigrantes. Todos nuestros defectos y virtudes se mostraron en los modales, se percibieron en el lenguaje, como debe ser; la sociedad venezolana completa. El objetivo del señor Ramos Allup, con el derecho concedido por el voto, era imponer los 112 diputados, y así se ejecutó. Al retirarse los diputados que apoyan al gobierno, amparados por triquiñuelas de media noche del Tribunal Supremo de Justicia, declararon en desacato a la Asamblea y se creó de nuevo la ansiedad y la zozobra. Más de la mitad de la población que votó en contra del gobierno, fue arrojada a la sombra inexistente, como en los últimos 17 años. Las fuerzas irracionales, destructivas, que han consumido al país se cernieron de nuevo sobre los ciudadanos. Se desconoció el voto.

Sucedió entonces el “parón”. En un video amateur se ve al presidente de la Asamblea Nacional deshaciéndose de los íconos de la política oficialista. Cuadros, fotografías inmensas del anterior jefe de estado, imágenes que no debieron estar nunca allí, fueron sacadas de la sede de la Asamblea Nacional. Se ve que el señor Ramos Allup en ningún momento pierde el tono, ni el temple, su actitud displicente no deja fisuras.

El oficialismo lo tomó como un agravio. Sentirse ofendido no es otra cosa que reclamar modales, y eso solo se hace cuando algo toca la emoción, duele. Hasta ese instante ese sector denominado “chavismo” era inmune al agravio, todo le resbalaba, y los modales no forman parte de sus virtudes. Surgieron los límites.

Del otro lado hubo voces que reclamaron la falta de ponderación en la acción. No sé si lo imaginé, pero incluso me pareció que de forma tangencial se demandaba que había sido incorrecto políticamente. Lo que es políticamente correcto, no es si no una forma hipócrita de tratar un asunto incómodo. De desvirtuar la realidad y además, de crear monstruos.

Estas dos reacciones fueron la señal de que algo había sucedido. Nada volvería a ser igual. El colectivo venezolano fue sacado bruscamente del ensimismamiento que producen los estados de posesión, las regresiones, las psicosis colectivas. La inflación de los poderosos del gobierno fue puesta en desbalance. La conciencia individual, que se había dibujado con trazo borroso a través del voto, apareció precisa, surgió con el reconocimiento del otro, de las diferencias. Apareció la distancia en el trato y la simetría en la conducta. El venezolano redimensionó las cosas. Cada uno consigo mismo. La necesidad hizo su trabajo.

La Asamblea dio un paso atrás con el retiro de los diputados impugnados de Amazonas, cosa que no gusta mucho, en el arte de torear. A veces es necesario, para restablecer la simetría perdida. Dejó el espacio a las fuerzas irracionales gubernamentales para que se ubicaran al frente. Luego el volapié: la comparecencia del Presidente de la República en el hemiciclo de la Asamblea Nacional, con honores, pero con la consabida respuesta filosa, por parte del Presidente de la Asamblea Nacional, a la vista de todo el colectivo venezolano. Luego de ese día, luego de ese discurso de réplica, nada es igual.

Esto no es una apología al señor Ramos Allup. Ni a sus virtudes ni a sus vicios. Pero la circunstancias le han ceñido. Si no las salva, ni él ni nosotros estaremos a resguardo. Es a él a quien ha tocado la «alternativa». Esperemos que sepa manejarla con arte y tenga cintura ante esa fiera irracional que somos todos los venezolanos. Quizá, alguna vez, terminen llamándole el Pasmo de Valencia.

Referencias:
1Meditaciones del Quijote (1914). José Ortega y Gasset.
2Los Día de la Ira. Las guerras civiles en Venezuela 1830-1903. Antonio Arraiz. Editores Vadell Hermanos 1991.
3Juan Belmonte Matador de Toros. Manuel Chaves Nogales. Alianza Editorial 1995.