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Princesas; por Héctor Torres

Princesas; por Héctor Torres 640

Daniela tenía 14 años cuando nació su hija. Con ese arranque todo apuntaba en contra. Todo parecía indicar que daba inicio al conocido ciclo de tantas otras chicas, antes y después de ella, que aún sin haber alcanzado los veinte años ya tenían suficientes partos, intentos de hacer vida en pareja y dolores, como para perder toda ilusión en un mundo que le habrá negado todo, excepto un puesto seguro en las estadísticas de la pobreza crónica. Parecía condenada a ser una más de las tantas a las que, dada la magnitud del contendiente (en este caso, nada menos que la vida) se vio obligada a tirar la toalla en el primer round.

Sin posibilidad de redención ni de aspirar a pedir la revancha.

De eso hace 18 años. Recordé su historia porque hace pocos días, durante los minutos previos a iniciar una charla que iba a dar en la Universidad Simón Bolívar, estuve conversando con una chica que también esperaba por el inicio de la actividad. La chica tendría poco menos de veinte. Conversábamos acerca del enorme esfuerzo que tiene que hacer mucha gente para, con todo en contra, no dejarse llevar por la inercia en la cual está sumido el país ante la ausencia de futuro que se percibe. Le hice notar que ella era un caso, teniendo que madrugar para ir a clases todos los días, desde Casalta (donde me dijo que vivía) hasta ese apacible pero remoto lugar en las afueras de la ciudad.

“Tú no, princesa, tú no”, comentó la chica como quien recuerda unas palabras proferidas durante un sueño. “Mi mamá siempre me ha cantado esa canción”, añadió. De inmediato la reconocí y el resto de la oración vino a mi mente sin mayor esfuerzo: “Tú eres distinta. No eres como las demás chicas del barrio”.

Se trata de una hermosa pieza de Serrat en la que, como otras escritas por el cantautor catalán, demuestra su extraordinaria sensibilidad para retratar los anhelos y temores, las perplejidades y esperanzas de la gente sencilla respecto a los hijos, que son toda su apuesta posible frente al futuro.

“Tú no has de ver consumida, cómo la vida pasó de largo, maltratada y mal querida, sin ver cumplida ni una promesa, le dice mientras cepilla el pelo de su princesa” dice un pasaje de la hermosa letra con la cual, como si de un conjuro se tratase, una madre de Casalta procuró mantener a su “princesa” a salvo de la pobreza y la desdicha circundante, recordándole lo mucho que espera de ella. Me place imaginarla cantándosela mientras le cepillaba el pelo. Es decir, mientras le daba amor. Con esa canción como sencillo mantra la chica fue eludiendo todas las trampas que acechaban en el camino de los que tienen mucho en contra: embarazo precoz, deserción escolar, marchitez de la ilusión.

De seguro Daniela nunca escuchó esa canción de Serrat, incluida en su disco Sombras de la china, de 1998. Sin embargo, logró eludir un destino que parecía tener escrito en la frente. Su única hija, que podría tener más o menos la misma edad que la chica con la que estuve conversando, ya entró en la universidad, indemne a todas las presiones y modelos que la circundan.

El de Daniela es uno de los cientos de miles de casos de madres adolescentes cuya vulnerable situación contribuye, sin proponérselo, a aumentar las cifras de la pobreza, comprometiendo su futuro y el de las generaciones siguientes. Sin embargo, y aunque nadie le dijera que ella era distinta a todas las demás chicas del barrio, se propuso serlo. Con todo en contra, como suele suceder, trapeando oficinas para una empresa de servicios, logró sacar su bachillerato, conseguir un trabajo en el área administrativa de una de esas empresas en las que prestó servicio, y sacar una carrera universitaria en el área en la cual trabaja. Su esfuerzo cotidiano, casi heroico, invisible pero fundamental, ha sido tan elocuente que la hija no puede sino honrarlo.

Son muchas las chicas pero pocas las princesas. Las segundas se distinguen por una pequeña pero poderosa acción: haber recibido amor en casa, lo cual las hace crecer con un profundo sentido de dignidad acerca de sí mismas.

“Tú eres distinta”. Resulta conmovedor ver cómo, en medio de la violencia, la avaricia y la ausencia de valores, un puñado de sencillas convicciones logra esplendores en ambientes que solo prometen pesadillas.