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Los propósitos de fin de año y las Saturnales, por Aglaia Berlutti

Saturnalia, de Ernesto Biondi. Jardín Botánico de Buenos Aires.

Saturnalia, de Ernesto Biondi. Jardín Botánico de Buenos Aires.

Hay algo casi primitivo en la soledad de los primeros día del año, como si el transcurrir del tiempo simbolizara que el recorrido por construir una nueva visión de la realidad apenas comienza debe construirse sobre escombros de tiempo y la sensación de desarraigo que nos deja el final de un año. Y las preguntas se multiplican, a medida que la natural ansiedad por el tiempo que transcurre: ¿Qué deseamos para este nuevo ciclo? ¿Qué esperamos como parte de una sociedad? ¿Cuáles son las esperanzas que concebimos dentro de dinámicas que se resisten al cambio?

Es probable que esta costumbre provenga directamente de las Saturnales,  esas ruidosas fiestas romanas que celebraban al dios Saturno y que eran conocidas su bullicio y desorden. Durante las Saturnales, los esclavos disfrutaban de tiempo libre y regalos como parte de la celebración. Era el momento de hacer menos riguroso el tormento del trabajo bajo el látigo: por un momento, la realidad no existía y los esclavos podían engañarse con promesas vagas que jamás llegarían a cumplirse. Eran libres para desear, para mirar al futuro, para reír, por ese instante radiante durante el cual el Dios le concedía una visión breve  de la Libertad.

Esa necesidad que tenemos de convencernos de que podremos enmendar errores, vicios y comportamientos a la vuelta de un año, a pesar de lo difícil o complicado, se enfrenta contra una cotidianidad que celebra la fuerza de voluntad pero no la estimula. Como abstracción, la voluntad se relaciona con la constancia, la tenacidad, la fuerza de carácter, pero al final es algo tan simple como la intención. El tema es que muchas veces creemos que deseamos algo, que lo anhelamos más que nada, sentimos que debemos hacerlo. Entonces, aparentamos tener grandes planes e importantes proyectos que cumplir, a pesar de que tenemos también la conciencia de que no avanzamos con tanta facilidad en la dirección en la cual hemos asumido que debemos continuar. Como quien intenta una y otra vez la dieta que no logrará completar o tocar un instrumento por el cual en el fondo no siente ninguna afinidad. La máscara que cubre el temor o la segunda intención. Entonces, ¿los proyectos de fin de año no son otra cosa que nuestra necesidad de insistir en planes que no tenemos intenciones de cumplir por motivos que no entendemos con toda claridad? ¿Son una mirada borrosa hacia adelante?

Desde la clásica intención de bajar de peso hasta ideas tan prosaicas como tomar cursos y terminar licenciaturas son resoluciones anuales que parecen entrar en una categoría de lo irrealizable, de eso que deseamos pero realmente no tenemos idea de cómo lograr. Todos vemos en el fin de año una nueva oportunidad. Al creer que las cosas que deseamos no las llevamos a cabo porque no fueron posibles por cientos de razones externas, el primer día del año permite volver a la meta, al punto cero.

Mientras los meses transcurren y la dieta no se cumple, la rutina de ejercicios se abandona, los proyectos profesionales se quedan a la mitad, construimos una especie de imagen alterna de quienes somos: lo que no hacemos es tan evidente y simbólico como lo que hacemos. Bien mirado, todo el asunto resulta muy simple: no logramos lo que no intentamos. Las resoluciones de fin de año son una forma de mirar lo que creemos que necesitamos en medio de un contexto festivo, como los esclavos en las Saturnales. Es muy probable que, más allá de esa compleja percepción del mundo interior que llamamos identidad, tropecemos con la pieza que realmente queremos encajar: la pequeña declaración de principios que en algún punto de este trayecto torpe hacia nuestra Libertad hemos olvidado.