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Podofilia: la tendencia; por Rubén Monasterios

Podofilia la tendencia; por Rubén Monasterios 640

En esta impropiamente llamada posmodernidad ha ocurrido el revival de una arcaica predisposición humana, la veneración de los pies; siendo una de sus más sólidas ramificaciones la podofilia, o erotización a partir de esa parte del cuerpo y de objetos asociados a ellos como el calzado y las medias.

Numerosos son los indicios; uno de los más notables es la popularidad poco menos que universal de las zapatillas femeninas abiertas y la adopción por los hombres de ese tipo de calzado ─aunque todavía usándolo sólo en situaciones informales─. Entre las miles de variedades destacan las chancletas flip flop, precisamente las más ostentosas.

La tendencia exhibicionista viene perfilándose desde hace tiempo, con la aparición de los zapatos femeninos abiertos. No he logrado precisar cuándo arranca la moda en cuestión. Quizás el más remoto antecedente sea el muy sexy tipo de calzado de mujer llamado peep toe, aparecido en la década de los 30. Es el que deja ver apenas la punta del dedo gordo del pie.

El curioso nombre de ese tipo de zapato femenino proviene de Peeping Tom, un personaje semi legendario (de pp. s. XI), supuestamente el único en la localidad de Coventry que se atrevió a atisbar a lady Godiva en su tránsito desnuda por la calle principal, en razón de lo cual quedó ciego. Su nombre en inglés es sinónimo de voyerista y en la traducción al español podría ser “Tom el mirón”.

La introducción en el mercado de este tipo de calzado probablemente se debe a la intuición de un diseñador que se aventuró a transgredir el tabú a mostrar los pies, uno de los resabios de los tiempos victorianos. Es probable que hubiese sido Ferragamo (1893-1960) el artista que marcó la tendencia, con su creación de zapatillas tipo “jaula”.

La cultura de los pies es mucho más extensa. Los spas y establecimientos similares ofrecen el foodjob, o foodwork, el masaje administrado con los pies, práctica al mismo tiempo terapéutica y erótica originada en épocas inmemoriales en Tailandia y extendida por todo el Lejano Oriente. Los chinos, por su parte, han multiplicado sus centros de masajes podales mediante digipuntura. En las revistas vemos anuncios de talleres destinados a entrenar a los interesados en el masaje erótico de los pies y artículos laudatorios de la práctica que explican el procedimiento. En sesiones de grupo los terapeutas sexuales enseñan a acariciarlos, masajearlos y besarlos desde los dedos hasta las rodillas, como procedimiento destinado a desinhibir a los encadenados por la mojigatería, siendo, de hecho, uno de los más deleitables prolegómenos del acto sexual. Entre los médicos cada día cobra más fuerza la idea de que el examen de los pies revela indicios de enfermedades. Prospera la podomancia: así como tradicionalmente se ha hecho la lectura de la mano, los nuevos augures predicen el futuro de las personas mediante la de sus pies. Según su creencia, el “mapa” de nuestra vida está impreso en la planta de los pies. Su interpretación posibilita anticipar el futuro, en el sentido de anunciar las oportunidades que nos depara el destino si sabemos aprovecharlas. Tanto los podománticos como los médicos podólogos estudian el olor, la sudoración, el color, la forma, la configuración de los dedos, los callos, juanetes, uñas encarnadas, incluso los hongos que puedan hacer vida entre los dedos… aunque con propósitos diferentes, desde luego.

Aparecen libros del tenor de Reading Toes: Your Feet as Reflections of Your Personality (1991), de Imre Somogyi, o el debido a la doctora Patti Wood Success signals: A guide to Reading body language (2005).

Wood es una de las más recientes investigadoras del lenguaje corporal; sus observaciones respaldan la teoría propuesta por sus predecesores psicólogos sociales sobre la relación entre la posición y movimiento de partes de nuestro cuerpo y los estado de ánimo. La posición de los pies responde a los reflejos innatos de distanciamiento (huída al presentir peligro) y aproximación (atracción por la sensación de placer), en consecuencia, el apuntar los pies hacia otra persona, o el colocarlos próximos a los suyos, indica deseo de estar a su lado, simpatía, afecto positivo; en otras palabras, atracción sexual. De una manera muy graciosa, Patti resume la idea en la frase “Los pies indican donde quiere ir el corazón”.

Somogyi presenta una tipología de los pies de cuatro grupos principales, en función de la forma y disposición de sus dedos. El sistema tiene fundamento observacional lógico; ahora bien, no me atrevería a apostar sobre sus especulaciones referidas al carácter de las personas ─según el autor─ asociado a los tipos, en tanto no se realicen estudios de la correlación de ellos y variables de la personalidad.

Siguiendo a Somogyi, en el pie griego el segundo dedo es más largo que el gordo y sobresale respecto al resto, dibujando un triángulo. Su denominación proviene de ser el que aparece en las estatuas antiguas de los helenos. Este pie nos habla de alguien muy trabajador y emprendedor, que destaca por ser noble y alegre, amante de la familia y de las relaciones interpersonales. Las personas de pie griego suelen ser dinámicas, activas y entusiastas. Tienen su lado bueno y su lado malo: por una parte, contagian su optimismo y energía convirtiéndose en el punto de referencia y apoyo para su familia y amigos, y son líderes potenciales; por la otra, pueden tener problemas de estrés y dificultades para relajarse

En el pie egipcio los dedos son alargados y están inclinados hacia el dedo gordo, que se estrecha en la parte superior y acaba en punta. Por esa razón se le conoce como pie de “aguja” o “afilado”. Somogyi lo relaciona con personas soñadoras e idealistas que suelen tener mucha imaginación y una vida interior muy rica. Su estado de ánimo puede cambiar a menudo y su actitud rebelde puede ser fuente de conflictos. La denominación de “egipcios” viene de las imágenes legadas por la cultura de los faraones.           

El pie romano es el más común y equilibrado, con los dedos en forma descendente; en ellos los dedos de los pies se hacen cada vez más pequeños a partir del dedo gordo. Es típico de una persona con un cuerpo bien proporcionado; en cuanto a su carácter, es sociable y extrovertida. A las personas dotadas de este tipo de pie les gusta aprender cosas nuevas y participar en experiencias intelectuales, estimulantes e innovadoras.

Somogyi denomina el último tipo “pie cuadrado”. Para mantener coherencia en el lenguaje de la clasificación, me parece más conveniente llamarlo pie asiático o polinesio por ser frecuente entre la gente de esas partes del mundo; aportando un toque poético también podríamos llamarlos “a lo Gaugin” por ser el característicos de los personajes pintados por el artista en su etapa de Tahití. En su tipo, todos los dedos, incluido el gordo, son de longitud similar, a excepción del meñique. Su forma en términos generales es rectangular. La persona que los tiene es racional y analítica. De esas que examinan al detalle las cosas antes de tomar una decisión. También corresponde a personas tímidas y sensibles, con capacidad para escuchar a los demás y empatizar.

Al estudiar la historia del vestido y sus complementos, se hace evidente que en las zonas de clima cálido la costumbre de usar calzado cerrado se impone con el triunfo del cristianismo, y alcanza su máximo rigor con la era victoriana, cuyo sistema de valores empieza a debilitarse hacia principios del siglo XX, y se vuelve añicos a partir de la escalada erótica de la Década de la Conmoción, los sesenta. Con el tabú de los pies se estimula la pulsión sexual hacia ellos, la tendencia podófila y las podofilias netamente declaradas en un segmento de la población, por cuanto sabido es que donde hay un misterio, nace una curiosidad. Sin embargo, el culto erótico rendido a los pies no nace con el calzado abierto. La pasión por los pies quizá sea tan antigua como la humanidad misma, y en todas las épocas se ha hecho sentir en cualquier población.

Los primeros registros históricos de la podofilia aparecen hace al menos diez siglos en China, bajo el reinado de Li Yu, gobernante de la dinastía Tang, también poeta y amante de las artes. Entonces se impuso en su corte la moda de los pies femeninos mínimos, la cual con el correr del tiempo se convirtió en una institución cultural china, vigente hasta su prohibición estricta en mil novecientos doce por el gobierno comunista. Al parecer tuvo su origen en la imitación de una favorita del aludido noble, la bailarina Yao-niang, dotada de pies naturalmente pequeños; ella se complacía en mostrarlos en sus exhibiciones y el príncipe no cesaba de celebrarlos. Suficiente para que los pies pequeños se convirtiera en un elevado símbolo de estatus; eran un atributo estético de la mujer: la más apreciada señal de belleza, su más poderoso reclamo erótico y un indicador de su posición social, por cuanto daban a entender que la dama no se ocupaba de las tareas propias de las clases inferiores.

A propósito de lograr el llamado “pie de loto”, diminuto y puntiagudo, las madres sometían a sus hijas desde su nacimiento a una cruel deformación corporal, consistente en vendarles los pies, imposibilitando su crecimiento normal. El procedimiento consistía en doblar el dedo gordo sobre el empeine y los cuatro dedos restantes hacia la planta del pie. Luego se comprimía con vendas que se iban ajustando progresivamente a todo lo largo de la infancia y la pubertad. La práctica ocasionaba trastornos orgánicos así como agudos dolores acentuados durante el desarrollo.

Algunos estudiosos creen que tal condicionamiento al dolor, asociado al erotismo y al prestigio social, es la fuente de la potente carga de sadomasoquismo de la sexualidad china (Edward & Master, The Cradle of Erotica. R.H. van Gulik, La vida sexual en la antigua China). Numerosas estampas pornoeróticas de refinado dibujo y coloración muestran esos pies femeninos, presentándolos siempre cubiertos con medias; en algunos raros y más osados ejemplares de tales dibujos se hace ver a la dama acariciando con sus pies el pene del hombre. Consistía en un favor erótico muy especial. Los famosos “manuales de alcoba”, que incluían cientos de explícitas y turbadoras posturas sexuales, no representan nunca los pies desnudos; ¡ni al marido se le permitía verlos de ese estado! Y es comprensible su exhibición siempre tapados, porque son monstruosos.

No fueron los chinos los únicos en rendir tributo a los pies pequeños. La misma pasión inflamó a los occidentales de los siglos dieciséis y diecisiete y se prologó en el tiempo hasta bien avanzado el siglo veinte, y hasta el presente en realidad; en efecto, según lo comentamos al principio, en nuestro tiempo florece la pasión por los pies de la mujer; es obvio que su configuración y cuidado son componentes esenciales de su belleza e influencia erotogénica, si bien el tamaño ha dejado ser relevante. No podía ser otro modo, considerando las dimensiones corporales de las féminas modernas. De tener pies mínimos, a duras penas podrían mantenerse erguidas ni caminar, tal como ocurría con las damas chinas de la antigüedad.

Hasta hace poco era inmoral y pecaminoso mostrarlos. En las representaciones de la Virgen era reprobable pintar sus pies desnudos. No obstante, más de un maestro del Renacimiento transgredió ese tabú. Las mujeres ocultaban incluso los pies calzados. Las largas y espesas faldas de entonces llevaban un doblete interior donde se introducían los pies al sentarse. Una autora francesa, cronista de las costumbres de su época, Madame d’Aulnoy, hacer ver que “después que una dama ha tenido con un caballero todas las complacencias posibles, la última rendición y máximo favor consiste en enseñarle el pie”. Pero muy pocos hombres conseguían tan excelso favor.

La literatura del Siglo de Oro español está plena de referencias al valor erótico de los pies. En una obra de Lope de Vega, el protagonista, al cruzar un arrollo ve circunstancialmente los pies de su acompañante e inmediatamente se inflama de amor. En otra obra, uno de los personajes dice: “Si matas con los pies, Inés hermosa, ¿qué dejas para el fuego de tus ojos?”. Otro personaje confiesa que tiene “más celos del pie que de la cabeza”. Una chica aleja a su amante para lavarse los pies en el río y éste exclama desesperado: “¡Quien fuera arena traviesa que le anduviera en los dedos!”. Podemos comprender ahora que la escena del Quijote en la que el cura y el barbero contemplan escondidos cómo Dorotea se lava los pies en un arrollo, es un pasaje fuertemente erótico, y así fue leído por sus contemporáneos. Cervantes se recrea en la descripción de los pies de la muchacha: “Tenía las polainas levantadas hasta la mitad de la pierna que, sin duda, de blanco alabastro parecía… Sorprendióle la blancura y belleza de los pies… Eran tales que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arrollo se habían nacido”.

Los cuentos tradicionales nos indican que la seducción por el pie femenino se pierde en la noche de los tiempos. El verdadero valor de Cenicienta no es su belleza ni su laboriosidad, sino sus pies pequeños, a menudo relacionados con el desarrollo del monte de Venus, el aumento de los reflejos vaginales y la capacidad sexual. El erotismo del pie tiene resonancias en Francia, principalmente durante la Ilustración. Al escritor Restif de La Bretonne, activo en el siglo XVIII, le seducían tanto los pies y el calzado que en una ocasión siguió a una chica de París a Lyon sólo porque llevaba unos bellísimos zapatos verdes. Fue un consumado fetichista de los pies y consigna su pasión en varias de sus obras; razón suficiente para haber denominado retifismo, en su honor, una variante del fetichismo de los pies consistente en la estimulación erótica a partir de ver y acariciar los pies calzados. Los pies al natural escandalizaron también en la mojigata Inglaterra victoriana; entenderemos la enormidad de la transgresión del genio pedófilo Lewis Carroll al retratar niñas descalzas… cuando no tenía la oportunidad de hacerlo desnudas.

En la Venezuela de hoy también se hace sentir la tendencia, con la singularidad de que en lugar de exhibirse los pies por la parte de arriba, se muestran las plantas, con una etiqueta puesta en el dedo gordo, estando el cuerpo tendido en una camilla de la morgue.

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