- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Pasaporte a Nicolás, por Naky Soto

Pasaporte a Nicolas

Después de tres meses de espera, el 30 de diciembre llegó el mensaje del Saime con la fecha y hora asignadas para renovar mi pasaporte. Desoyendo la recomendación de mi esposo, llegué con apenas media hora de antelación a mi cita, consiguiendo un gentío por delante. ¿Qué es una cola más para una venezolana? Me acerqué hasta la puerta para comprobar si debía hacerla, a pesar de tener una hora establecida para la gestión. Un panal de gente interrumpía la visión del único guardia, enjuto y achacoso, que respondía las mismas preguntas con paciencia y algo de autoridad. En efecto, esa cola desestructurada era obligatoria para ingresar a la oficina donde me darían el número para entonces realizar el trámite.

Poderes de los gemelos fantásticos. ¡Actívense! ¡En forma de lugares comunes! De pequeña, cada vez que escuchaba a los mayores hablar, tenía la sensación que decían las mismas cosas, que lo único que alteraban era la repartición del guión. Un día era mi tío Othar el indignado por la corrupción y mi papá el esperanzado; otro era mi abuelo el que no soportaba más la guanábana partidista y mi mamá la encargada de calmarle por algunos cambios positivos que describía sin mucho entusiasmo. Esto no hay quien lo aguante. Ya llegamos al llegadero. Esto se lo llevó quien lo trajo. Aprendí esas frases y las repetía en mis conversaciones con amigos imaginarios, cuando jugaba a ser grande, ataviada con zapatos de tacón y fingía que fumaba, tomándome un jugo en los vasos de cristal que se usaban para el whisky.

La conversación de mis compañeros de cola era como un programa de variedades con un productor borracho, sorteando las críticas por inseguridad con las de la barba del Gobernador del estado Miranda; un insulto para el Presidente y otro para los que lo legitimaron asistiendo a la reunión en Miraflores; el horror por el asesinato de Mónica Spear y la rabia porque los otros 24.000 asesinados no contaron con “la suerte de que le resolvieran el crimen rapidito y le trajeran a la familia en un vuelo pa’ ellos solos” (sic). La desilusión por la Mesa de la Unidad y el desastre de este gobierno que lo ha empeorado todo. La resignación ante la cola para el pasaporte y la decisión de hacer otra en el mercado más cercano, porque había llegado azúcar y aceite de maíz.

Por primera vez en mucho tiempo, me dediqué a escuchar sin interactuar con ninguno de los opinólogos. Desestimé la mayoría de sus comentarios. Escucharlos era oír al Presidente. Eran un resumen de él. Una redistribución falaz de sus declaraciones, vacuas, repletas de obviedades, con la única garantía de que al ser escuchadas, otro las respaldaría sólo por haberlas oído previamente, por conocer lo que estaba diciendo, porque él también lo ha repetido, como se repite el coro de una canción de Arjona, para vergüenza -y negación- de sus más intensos detractores.

Tu pum pum mami mami. No me va a matar. El aprecio de este gobierno por el control ha logrado ser trasladado a las puertas de cualquier local venezolano. Muchos círculos con la franja transversal, en rojo, anuncian la prohibición de fumar, portar armas, discriminar por raza, y en este caso, la impudicia de mostrar piel, prohibiendo los chores, las franelillas y los escotes, aunque el cartel no especificara -a diferencia de los otros- cuál ley establece el mandato. Lo curioso es que todas las funcionarias portaban, además de sus chemises con el logo de la institución, sus siglas en la espalda y la firma del finado en una manga, ¡leggins! Esas medias panty un poco más gruesas, que no moldean sino que marcan sinuosamente lo que tienes -regularmente de más- desde la cintura hasta los tobillos. Pero al parecer, eso no despierta la concupiscencia de nadie.

Cuando era la cuarta de la cola, aparecieron tres mujeres declarando que ellas iban antes que yo. Jamás estuvieron paradas delante de mí en las 2 horas de espera. Estaban sentadas en las jardineras, conversando bajo la sombra de un apamate. Esto sí me hizo hablar, pero igual ingresaron antes, por la confirmación de sus antecesores de que ellas habían estado allí con sus respectivos: ¡cada quién hace la cola como le da la gana!, ¡qué amargada, señora!, ¡ay sí, gran vaina tres puestos!, etc. Otra clave para la aceptación de un hombre cuyo único valor político fue contar con la unción del líder. Que arribara al poder no dependía de sus logros, sino de la capacidad de muchos para ser alcahuetas de una decisión que igual consideraron absurda.

Con el papelito en la mano, me senté a esperar lejos de las tramposas y sus encubridores. El sistema avanzaba por la intervención exclusiva de una muchacha que entremezclaba la atención al ciudadano y a su teléfono. Decía un número en voz alta, invitaba al poseedor a sentarse, le hacía 4 preguntas, ordenaba que volviera a su silla a esperar que le llamaran nuevamente y agarrando su celular, tecleaba. Y sonreía. Habilidad que no le vi interpretar frente a ningún ciudadano. Cuando faltaba un número para atenderme, todos se levantaron de sus puestos de trabajo. Circulaban con sus loncheras, sin hacer contacto visual con los que esperábamos. Se preguntaban qué habían llevado para comer, si lo había hecho la noche anterior, discutían el orden para el uso del microondas. Nadie tuvo la cortesía de decirnos: “Estamos en hora de almuerzo, retomáremos funciones a tal hora”. Nadie. Aunque en la puerta indicara que la atención es de 8:00 a 4:30, en horario corrido.

Porque es muy duro pasar. El Niágara en bicicleta. En la pantalla plana ubicada en una esquina de la sala apareció mi número seguido del puesto Nº 2. Allí reposaba un hombre joven, bronceado, que jugaba a sacarse los restos de comida con la uña de su meñique. Sentándome me pidió el código de la cita, el comprobante de cancelación de las 3 unidades tributarias y la fotocopia de mi cédula. Ratificó mis datos y comenzó su monólogo.

Vive en el Tuy y llegar a Caracas le resulta complicado. Le enfurece que sus compañeros sean tan chismosos, si él llega tarde es problema suyo y del jefe. Ha pedido muchas veces que lo trasladen de oficina pero no han atendido su solicitud. En su criterio, hace bien su trabajo y si a alguien no le gusta, igual se la tiene que calar, porque la gente tiene que entender que ellos tienen días malos como todo el mundo, que a él no le pagan para ser simpático ni buena gente. Él no pide pa’l café, él trabaja y se gana su sueldo, que tampoco es muy bueno. A carcajadas contó que en las camionetas que usa para llegar al tren, lo han asaltado 5 veces, y regularmente se ha salvado porque no lleva mucha plata encima.

Todo esto antes de preguntarme si nací en la parroquia La Candelaria. El pollo que me comí estaba frío.  4 dedos de la mano derecha sobre la pantalla del escáner. ¿Fuiste a comprar aceite pa’l mercado? Pulgar derecho. Mi chamo chiquito se porta burda ‘e mal. 4 dedos de la mano izquierda. Tengo vistea’a a mi hija mayor, anda con un carajito que no me gusta. Pulgar izquierdo. El jefe de mi mujer es peor que un batido de todos los compañeros míos. La firma en el otro escáner. Ahora espera que te vuelvan a llamar por tu nombre. Chao, y reza oíste, reza pa’ que me cambien de esta maldita oficina. Casi 20 minutos de historias que no pedí, que no necesito saber, que explican el retardo del proceso.

Con el comprobante en la mano, me dijeron que con suerte el pasaporte estará listo en dos meses, aunque hay algunos que llegan muy rápido, en mes y medio más o menos, pero lo normal es entre 2 a 3 meses, igual me envían un mensajito y cuando lo reciba debo esperar 48 horas, buscar el comprobante y presentarme en la oficina para que me lo entreguen.

En los años 1600. Cuando el tirano mandó. El Presidente anunció el reacomodo del gabinete ministerial, que incluye reciclajes inexplicables, más militares y ratificaciones de ministros con gestiones cuestionables en algunos casos y nefastas en su gran mayoría. Las declaraciones del Presidente incluyeron una solicitud de alto a la matazón que todos conocemos pero que jamás son reseñadas por los medios del Estado. Él también repetía lo que otros dicen, cargado de clichés e indignaciones injustificables siendo el responsable de que esas matazones ocurran. Él también quiere cantar a Arjona, ser uno más. Gozar del poder sin asumir sus responsabilidades: llegando a la hora que le de la gana, furioso por los que se burlan de sus palabras, jugando con su celular y sonriendo a sus aduladores. Los que se burlan de él. De él, que teniendo pa’l café lo da y lo dice en voz alta y si no lo da lo promete, porque hay recursos. Él, narrando anécdotas que a nadie importan, en cadena nacional, fingiendo ser popular, porque no lo es, incluso copiando al calco cuentos narrados por su antecesor. Él, sacándose los restos de sus declaraciones anteriores con el meñique del finado, multiplicado a colores, viéndonos, amparándolo. Porque él estaba en la cola aunque no lo hayamos visto. Su hijo, al que tenía vistea’o. Porque resolviendo un crimen en 48 horas, los demás tendrán que esperar, y con suerte verán resultados en meses, rogando no recibir un mensajito que les avise de otra muerte. Mientras otros repiten que esto no hay quien lo aguante, que ya llegamos al llegadero, que esto se lo llevó quien lo trajo. Y Capriles se quita la barba y así no legitima a nadie. O sí, pero llega leche o harina, y te salvas de un asalto mientras haces una cola. Una cola más. Hasta que llegue el pasaporte. O la muerte.