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Parecidos razonables; por Sinar Alvarado

Parecidos razonables; por Sinar Alvarado 640

Ésta es la historia de un país que buscó su independencia. Después de muchos años de opresión, de abusos y corrupción, la oportunidad se presentó, y millones de ciudadanos de ese pobre país la abrazaron con fervor. Entre muchos llevaron al poder a un líder carismático: el héroe de una época. El hombre fuerte fue amado y tuvo su luna de miel. Pero los días amargos llegaron pronto.

Los viejos corruptos pudieron ser desplazados, pero en sus puestos quedaron corruptos nuevos: todos amigos y familiares del líder. Gente de confianza: de su confianza, se entiende. Estos nuevos jefes prosperaron a ritmo veloz, aprovecharon las riquezas de la tierra y con sus nuevas fortunas compraron casas, carros, aviones y joyas que pronto quisieron mostrar. Hicieron negocios billonarios bajo la cobija de un Estado rico, pero ninguno conoció la prisión, porque el líder, desde el principio, había tomado el absoluto control de la justicia.

Los nuevos amos celebraron elecciones que ganaron con holgura. Se sabe que hubo ventajismo; que muchos opositores fueron perseguidos, encarcelados y torturados. Se sabe que muchos huyeron del país. Pero el partido de gobierno, siempre amparado en su gloria revolucionaria, maquilló la trampa bajo una capa de legitimidad y respaldo popular. Después vino lo de siempre: la hostilidad hacia la prensa y la intolerancia frente a cualquier asomo de crítica.

Aún faltaba la tierra, y de ella también se ocuparon: el gobierno confiscó miles de hectáreas fértiles a través de una reforma agraria, pero su resultado, un viejo anhelo de los campesinos, no fue el que esperaban. Faltó conocimiento, dicen; faltaron semillas y herramientas para la siembra y la cosecha. Casi nadie fue capaz de producir. Muchas fincas terminaron arruinadas y así llegó la escasez. Los alimentos desaparecieron, empezó el contrabando y la policía instaló retenes en busca de harina y otras mercancías. Imprimieron billetes con muchos ceros y la inflación se desbordó; el salario se hizo polvo y la pobreza de antes se convirtió en la pobreza de ahora. La de siempre.

En el poder, sin embargo, nadie pareció ver la desgracia. La clase dirigente siguió negando la crisis y repitiendo las bondades del sistema. Por todo el país sobrevivían las viejas vallas con la foto del líder, siempre resistente, su puño apretado, listo para librar la batalla final.

Hablo de Zimbabue y del longevo Robert Mugabe. Aunque podría estar hablando de cierta realidad más cercana.