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Pacquiao ha vuelto, por Alberto Sáez

Fotografía de AFP

Fotografía de AFP

 

Las 16.800 personas en las gradas del MGM Grand Garden Arena de Las Vegas fueron los testigos. Manny Pacquiao ha vuelto a ganar el peso Welter de la OMB, aunque ya no con la velocidad que lo caracterizaba ni con la potencia que imprimía en sus puños al golpear a sus oponentes durante sus peleas. Lo hizo con 35 años y un récord, para ese momento, de 55-5-2. Ganó peleando con la experiencia de su lado, no con la juventud. Trascendió esa línea delgada que hace que un púgil sobreviva a los años gracias a la sabiduría que dan los golpes.

Para “Pacman”, Timothy Bradley no era un papeleo más: eran la juventud y la fuerza queriéndose imponer. Su récord impecable (31-0-0) intentaba desmitificar a esa deidad cuestionada en sus últimas peleas. Con 30 años y en pleno apogeo de su carrera, Bradley puede ostentar haber ganado a los mejores de su categoría: Juan Manuel Márquez y Ruslan Provodnikov. E incluso de sacar una victoria en el primer enfrentamiento que tuvo contra Pacquiao en el 2012.

Para el inicio del primer round, ambos mantenían una seriedad absoluta que denotaba concentración, análisis del oponente e intimidación para marcar la primera pegada del combate: el aspecto psicológico. Bradley marcó la pauta en el inicio, pegó y mostró su recto de derecha para que Pacquiao supiera a qué atenerse.

Para el segundo round, Bradley se mantuvo a tope y siguió intentando romper la guardia del filipino, dando velocidad y pegada, manteniendo siempre engatillada una derecha que era la sigilosa arma que no terminaba de explotar. La ventaja aparente parecía estar de la mano con Bradley, mientras Pacquiao observaba y aguantaba con inteligencia, contraatacando de vez en cuando con pequeñas combinaciones.

Ya en el tercer round, Pacquiao conectó con su habitual velocidad un izquierdazo que sorprendió a Bradley, para luego abrirse camino a través de la defensa del estadounidense. Es aquí donde Manny comenzó a soltarse, pero sin mostrar grandes destellos de potencia en los golpes que soltaba.

Pacquiao empezaba a pelear con cabeza fría.

El cuarto round fue el mejor de Bradley. Impuso su ritmo al lograr conectar su potente derecha, la misma que estuvo engatillada los primeros asaltos. Y Pacquiao sintió el castigo, pero Bradley perdía demasiados golpes por falta de tino. Pudo verse al filipino, al final del asalto, resentido por el recto a la barbilla. Es posible que aquí las alarmas comenzaran a sonar al ver a la deidad pugilística más mortal de lo normal.

El estadounidense se fajó durante el quinto round, pegando duramente a la guardia de Manny Pacquiao y dejando ver los destellos de potencia de su derecha. Manny no se dio por vencido y logró imponer el intercambio de golpes, aunque sin la misma facilidad que hace cinco años. Este nuevo Pacquiao mesura cada golpe que da, como si tuviera un contador de energía que lo ayuda a dosificarse round a round, siempre expectante y al contragolpe, sosegado en esta nueva personalidad que desconocíamos. Un nuevo Pacquiao que no cae en provocaciones de sus oponentes, ni siquiera cuando lo increpan bajando la guardia invitándolo a que golpee con más fuerza.

El sexto y el séptimo round fueron un desafío. Con Bradley castigando al cuerpo y soltando cada vez más la derecha portentosa, Manny buscaba la forma de abrir la defensa del campeón y tratar de meter su izquierda para luego dar combinaciones que marcaran puntos y quizás, luego, buscar algo más. Pero Timothy seguía burlándose de Pacquiao, bajando la guardia y llamándolo a una lucha. Manny, sin distraerse, golpeaba, marcaba, daba combinaciones, guardaba distancia y recibía golpes.

Pacquiao estaba haciendo la pelea que debía para ganar sin cuestionamientos, sin dudas. Era un vendaval que se acercaba en silencio.

El octavo, el noveno y el décimo round se caracterizaron por la pelea cuerpo a cuerpo y las potentes combinaciones. Bradley estaba buscando con la derecha ese golpe que timbrara los cimientos de Pacquiao, pero nunca llegó. Al contrario. Hizo que el filipino respondiera, poniendo contra las cuerdas al estadounidense a punta de velocidad. En este trío de asaltos, el ritmo bajó: ambos guardaban fuerzas para la última recta del combate.

Hay peleas épicas en las que ambos púgiles son capaces de golpearse hasta el desmayo. Peleas donde la fuerza anima a los presentes a gritar, a lograr que el espectáculo valga la pena. Son pocos los que logran encantarse con el boxeo comedido, el inteligente, el que busca el golpe preciso y que, en el camino, adormece los ánimos de los aficionados.

Es el boxeo de los sabios.

En el décimo primer round Pacquiao siguió haciendo el trabajo duro, guardándose de esas derechas que lo estuvieron buscando con malicia toda la pelea. El ritmo se mantuvo. La gente esperaba con ansias un último round donde los dos se machacaran a fondo para terminar de dar el espectáculo que la gente había ido a ver. Y así llegó el décimo segundo round.

Bradley y Pacquiao, entre la pausa y el golpe sosegado, intentaban terminar la pelea con más energía, pero Pacquiao ya había amansado la derecha de Bradley y su sabiduría había recogido frutos: marcaba e intentaba dar combinaciones. Faltando poco más de diez segundos para terminar, un cabezazo de Bradley le abrió la ceja al filipino empañando los últimos momentos.

A Bradley le faltó velocidad y fuerza. Más empuje. Descubrió el sabor amargo de la derrota, entregando el cinto de campeón a quien alguna vez lo tuvo. Una pelea enteramente estratégica. Un resultado unánime a favor de Manny Pacquiao (116-112, 116-112 y 118-110). La paciencia fue fundamental para una victoria que lo trae de vuelta, aunque sea un rato, al sitio donde ha estado la mayor parte de su carrera. La Tormenta del Desierto falló en su misión. Pacquiao vuelve a la cima,  pero esta vez lo hizo como lo hacen los sabios.