Blog de Lucas García

On the road, por Lucas García

Por Lucas García París | 20 de diciembre, 2013

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Hasta hace poco yo daba clases en una universidad del interior del país. Un amigo y yo nos levantábamos a las cuatro de la mañana los viernes, cada quince días, para estar a las nueve y media dando clases de diseño editorial.

Y, bueno, no es para que me otorguen una Orden Libertador y tal, pero a mí, cuando me preguntan si he hecho patria, sólo les cuento eso y pongo una cara que oscila entre lo sobrado y lo bolsa.

El viaje de Caracas al lugar donde dábamos clases nos llevaba unas cuatro horas y media, en lo que bautizamos “velocidad crucero”. Unos 120 kilómetros por hora, llevados con tranquilidad. Otro profesor nos contó que una vez había viajado con un carro enviado por la institución e hizo el viaje en tres horas.

─ ¡Mi madre!─ dijimos al unísono mi amigo y yo. Para hacer ese trayecto en tres horas había que montarse en un Sukhoi o descubrir un agujero en el entramado del espacio-tiempo.

─ No parábamos ─dijo el profesor─. Fue como esas cámaras que ponen dentro de los carros de la Fórmula Uno. Y el tipo manejaba con una mano y se volteaba a echarme cuentos. Lo primero que hice cuando llegamos fue bajarme y vomitar.

Las autopistas y carreteras venezolanas parecen ser diseñadas para aparecer en un capítulo de Meteoro. Eso o las hace el que se inventa los niveles en los juegos de Mario Bros.

En las curvas más fuertes los peraltes están invertidos. Los trayectos enrevesados están plagados de filtraciones y ominosas manchas de aceite. Las troneras están colocadas con la exactitud de un saboteador de la Resistencia.

Esto, sumado a la inexistencia de vías alternas, hace que cualquier percance en la vía genere atascos épicos.

Pocas experiencias son más desesperantes que quedar atrapado en una cola después del túnel de Los Ocumitos. La radio y los celulares no tienen señal. Al estar imposibilitados de conocer las razones de la tranca, las probables causas y sus consecuencias se vuelven delirantes.

─ Me dijeron que fue un camión de productos tóxicos. Hay unos tipos vestidos como astronautas limpiando la vía.

─ Parece que fue un golpe. Una tanqueta estalló en la carretera.

─ Se volcó un camión de la Oscar Mayer. Hay cientos de cochinos en la vía. Algunos aterrizaron en los árboles.

Pero lo que más detesto en una autopista es cuando te para la policía con ganas de sableo.

La frase más memorable en esos viajes me la dijo un uniformado cuando descubrió que mi certificado médico tenía doce horas  (¡doce horas, San Nikki Lauda!) vencido.

─ Si yo fuera un completo hijo de su madre ─exclamo sonriendo─, le retendría el vehículo, profe.

Sólo era un medio hijo de su madre.

Lucas García París 

Comentarios (1)

ruben wisotzki
25 de diciembre, 2013

saludos, lucas. cómo están por allá? no hagas patria, pero sí hallacas. o bollos. (llego tu señor padre y llegó la tormenta…jajajaja). abrazo grande.

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