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#OficioDeLector // Releerse; por Luis Yslas Prado

“Escribir, pues, como un correctivo. Escribir para seguir leyendo”.
Fabio Morábito. El idioma materno

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Cuando un escritor, al cabo de cierto tiempo, relee su primer libro publicado, suele advertir con incomodidad que no llegó a decir lo que quería, o que lo dijo de modo parcial o fallido. Peor aún, descubre que terminó diciendo algo que ha dejado de interesarle. No escribió lo que deseaba leer. Entonces vuelve a publicar otro libro. Y otro. Y otro más. Para reparar –o neutralizar, u olvidar– esa primera obra desafinada. Acaso se escriben libros para someter ese inicial borrador a sucesivas tentativas de enmienda: la bibliografía personal de un autor.

Pero están también los escritores que vuelven a leer sus primeras publicaciones y se sienten satisfechos. No hay arrepentimientos, ni rectificaciones. Les gustan esos libros tal como están, sin envanecerse de ello. En esos contados casos, es comprensible que el autor no desee publicar nada más. Eso explica quizá a Rimbaud, a Harper Lee, a Rulfo, quienes a pesar de pertenecer a lo que Vila-Matas llama el espectro de los escritores del no, víctimas del síndrome Bartleby, son a un tiempo escritores del sí, pues no dudaron en afirmar –en volver a firmar– sus primeros libros. ¿Para qué seguir publicando si, con el correr de los muchos años, aún se reconocen en esos comienzos que marcan a la vez el final de su escritura? Sumar libros sólo sería una forma de restarse. De malograr con palabras, no el silencio, sino esas primeras palabras con las que aprendieron a callar a tiempo.

Otros escritores evitan releer sus primeras publicaciones. Las consideran, como pensaba Hemingway, leones muertos. Pero es inútil. Aunque no vuelvan a sus primogénitos, estos regresan a ellos por la vía ingobernable del recuerdo: esa alterada, insistente relectura.

Existen además los escritores que disfrutan de tal modo su primer libro, la aparente –siempre aparente–, perfección del alumbramiento literario, que aspiran, no sin vanidad, repetir esa escritura, según ellos incontaminada, en ulteriores publicaciones. Como es de esperarse, el destino les cobra esa insensatez por el resto de sus libros.

Releerse es una apuesta que, tarde o temprano, se paga.