Blog de Héctor Torres

Nuestro rasgo unificador, por Héctor Torres

Por Héctor Torres | 2 de julio, 2014
Fotografía de Luis Vallenilla

Fotografía de Luis Vallenilla

No medía más de 1.65. Era delgado y pasaba casi desapercibido. O, digamos, pasaría desapercibido de no ser por el caballo metálico de 650 cc estacionado muy cerca de él, ostentando los atributos de la virilidad de los que él carecía. Eso, y el kit del pequeño poder: guantes, lentes, trasmisor a un costado y, muy cerca del pecho, un koala ligeramente abierto, presto a dejar salir al enigma que le autorizaba a exhibir esa altanería en las maneras.

De esas cosas que la gente intuye pero que nadie quiere conocer con certeza.

Estaba ahí, entre dos canales de la Libertador, en una calle de Chacao, dirigiendo el tráfico. Y, era tan persuasivo el kit, que los conductores obedecían con mansedumbre. No estaban la señora “placa” ni la señora “chapa”, pero era como si todo el mundo las pudiese ver.

Los conductores hubiesen agradecido esa “espontánea” contribución con el orden del caos vehicular de esa esquina, de no ser porque a unos diez metros, sobre la isla, un polichacao tenía su buen par de horas llevando humo y sol, haciendo exactamente lo mismo.

¿Duplicidad en el esfuerzo? ¿Atribuciones difusas?

El polichacao se mantuvo ahí, pese al inesperado relevo, por aquello de la horizontalidad en el rango. Sólo el que le dijo que se pusiera ahí podía decirle que se fuera.

En eso estuvieron varios minutos (no muy sincronizados, por cierto) hasta que el polichacao avistó, en la acera opuesta al hombre de negro, un par de compañeros que se dirigían a algún sitio sin demasiada prisa. Aprovechando la luz roja fue al encuentro de aliados con los cuales descargar el desconcierto, el fastidio, la rabia… dependiendo de cómo sea que ve su trabajo.

Ellos habían estado viendo la situación, por lo que no hubo necesidad de ponerlos al día. En cuanto estuvieron frente a frente, comenzó la conferencia, sin preámbulos. Tras breves palabras, estuvieron de acuerdo en que “mientras no se ponga payaso, todo bien”.

La vergüenza tiene sus misteriosas formas  de manifestarse.

Los polichacaos se quedaron conversando un rato en la esquina donde se encontraron, como restando importancia al incidente, pero alertas desde sus lentes oscuros y su ausencia de exactitudes acerca de a quién tenían el gusto de estar conociendo. Es decir, a qué organismo de seguridad se le debía la intempestiva colaboración.

La espera terminó (aunque no se aclaró) cuando pasó la camioneta para la cual el hombre de negro había estado aligerando el tráfico, tras lo cual se montó en su moto y salió de escena, y de la cabeza de los polichacaos, que se quedaron con su esquina  y su caos.

*

Así se expresa el poder en Venezuela. Arbitrario, caótico, inconsecuente. Ese sujeto llegó allí y, sin mediar palabra con la autoridad debidamente uniformada que se encontraba en el lugar, se dedicó a agilizar el tránsito por alguna razón que nadie se molestó en explicar (en Venezuela el poder jamás da explicaciones. Eso equivaldría a rebajarse). Con la suficiencia que da la incógnita que juega a favor. Con el apoyo de ciertas herramientas indescifrables, como una mano de póker.

El poder, en Venezuela, es para exhibirlo. En ese esquema, la ciudadanía no existe. Desde su perspectiva, el mundo se divide entre “los que hacen lo que les da la gana hasta que los agarran” y “los que pueden hacer lo que les da la gana”. Y punto.

*

Una vieja estampa de mi álbum de la indignación. Harán veinticinco años de eso. Estaba en el terminal del Nuevo Circo. Viajaba a algún destino en Aragua que no recuerdo bien. Era un viernes y la fila de gente se perdía de vista. Al voleo, esa demanda requeriría de unos cinco buses. Con la frecuencia que arribaban, se auguraba una espera de unas dos o tres horas. De pie y tragando humo, como los policías del cuento, pero pagando. Era viernes en el ánimo de personas que habían trabajado toda una semana. Las piernas lo recordaban cada  minuto de ese largo plantón. No hubo autoridad que se apiadara de esos electores. Ninguna sentía que era su responsabilidad aligerar su incomodidad.

En una de esas, un tipo con cara de haberse agenciado siempre la manera de no trabajar, intentó montarse en el siguiente bus que llegó. Según una decena de testigos, se estaba coleando. Según él, no. En medio de los gritos y las amenazas, por sobre las voces que drenaban la rabia por la espera, se escuchó la voz del tipo, que le espetó a alguien que intentó interponerse entre él y la puerta: “Tú no sabes con quién te estás metiendo”, mientras blandía un carnet y traspasaba la puerta. Quizá de algún ministerio. O del partido en el poder. No hubo manera de saberlo, porque después de todo nadie lo averiguó.

*

Y así, tirando la parada, poniendo cara de arrecho, hablando golpiao, gritando y amenazando, se ha ido configurando un código del ejercicio del poder en Venezuela. Con su tufo a trampa, a ilegalidad,  a malandreo. Con su dificultad para distinguirse del estafador, del mafioso. Aniquilando el sentido de ciudadanía. Trocando en terror la majestad del cargo. No es para servir, sino para servirse de las circunstancias. Para eso se quiere (o se finge) poder en Venezuela. Y así, el que tenga (o finja tener) con qué, tendrá el poder de hacer lo que le da la gana. Sea destituir funcionarios elegidos por el voto, colocar familiares en cargos públicos, usar contactos en la aduana, evadir el tráfico, asumir funciones arbitrariamente, pasar por sobre los demás y hasta chapear a usuarios de un transporte público.

Es un rasgo unificador, que ha trascendido épocas y tendencias políticas.

Héctor Torres  es autor, entre otras obras, del libro de crónicas "Caracas Muerde" (Ed. Punto Cero). Fundador y ex editor del portal Ficción Breve. Puedes leer más textos de Héctor en Prodavinci aquí y seguirlo en twitter en @hectorres

Comentarios (2)

José R Pirela
2 de julio, 2014

¿Cambiarle el significado a las palabras también será un rasgo unificador?

Margoth Gracia
2 de julio, 2014

Excelente,me gusta leerle cada vez que puedo. Muy cierto… lo que vivimos a diario. “La vergüenza tiene sus misteriosas formas de manifestarse” sin duda!

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