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No estamos del lado correcto de la historia; por Boris Muñoz

Esta es la última de las tres entregas de la serie Demonios de la Transición escrita por Boris Muñoz. Si desea leer la primera, haga click acá. Para leer la segunda parte, haga click acá.

Exclusivo Gris

Desocupados (1934), de Antonio Berni

Desocupados (1934), de Antonio Berni

La política está llena de lemas contagiosos: “I Like Ike”, “La historia me absolverá”, “Democracia con energía”, “Con los adecos se vive mejor”, “¿Dónde están los reales?”, “Jaime es como tú”, “Por ahora…”, “Yes We Can”, “El tiempo de Dios es perfecto”, “Estamos del lado correcto de la historia”. Cada eslogan es una proposición que no se realiza a sí misma, sino que abre una puerta para que la realidad cambie y se convierta en otra cosa, idealmente en la cosa prometida. En política, el lema expresa un deseo, es un futurible: necesita de la historia para demostrar su capacidad de cumplirse modificando el porvenir.

Hablando de lemas que invocan la historia, estar del lado correcto de la historia es una de las ambiciones más grandes que un líder, un partido o una alianza política se pueden plantear. Más incluso en Venezuela, donde el relato histórico ha sido manoseado, abusado y retorcido a niveles alucinatorios. Hay que decir también que, pese a lo glamoroso que puede parecer estar del lado correcto de la historia, es de una arrogancia temeraria. No sólo porque entraña de por sí una idea de destino manifiesto —sentido de lo justo y lo correcto— que, al subordinar a los individuos a un plano superior que los trasciende, puede ser más excluyente que otra cosa, sino porque también trasporta ecos —o más bien un barro— de aquel famoso (por vanidoso y destructivo) eslogan de George W. Bush que fue repetido varias veces por Hugo Chávez: “Están conmigo o están contra mí”.

“Las sociedades están dirigidas por agitadores de sentimientos, no por agitadores de ideas”. Esta frase esclarecida del diario del poeta Fernando Pessoa debe servir como advertencia para quienes aspiran hoy a participar en la construcción del enorme cambio que necesita Venezuela. Es decir: los dirigentes de la oposición y el chavismo disidente (no gubernamental) deben poner su empeño en dejar a un lado la demagogia y el populismo para dirigir sus energías a elaborar y discutir las pautas de un programa de cambio cuyo resultado debe ser un nuevo gobierno que rescate la Nación y lleve adelante un nuevo contrato social.

El Estado venezolano ha entrado en un proceso de regresión en cuanto a su poder y su alcance, de modo que crear un nuevo contrato social es un asunto de responsabilidad histórica.

La decisión adoptada por los partidos reunidos en la Mesa de la Unidad Democrática de presentarse en las elecciones parlamentarias de diciembre con una tarjeta única es un paso significativo en esa dirección. Y que Voluntad Popular se haya sumado por fin a la tarjeta única, pese al evidente acoso del gobierno contra sus cuadros y líderes, es un acto de coraje.

Hasta ayer la oposición iba en una la marcha acelerada hacia el abismo. Este anuncio es un alentador cambio de dirección. Indica que se ha comprendido que, frente a la autocracia chavista, el faccionalismo opositor es un suicidio político. Ya no hay 15 o 20 oposiciones, según la agenda de sus toldas y líderes, sino una sola. Ahora el objetivo inmediato de la MUD y los partidos debería ser articular un liderazgo colectivo y un programa unitario consistente para sacar a la población de la desesperanza y el apaciguamiento inducidos por el gobierno.

LAS RESPONSABILIDADES PARCIALES Y COMPARTIDAS

Haber logrado la Unidad Democrática, sin embargo, es sólo un paso, no una garantía de éxito. Durante los cuatro meses que faltan de aquí a diciembre, el liderazgo opositor, apuntalado por las campañas locales, deberá mover el archipiélago de los desafectos a favor de una alternativa que haga un drástico contraste con el gobierno chavista. Y para lograrlo hay que amalgamar el malestar y convertirlo en un masivo —e inapelable— voto castigo.

En unas circunstancias políticas normales este objetivo sería suficiente. Pero dado el veloz colapso que atraviesa el país, es claramente insuficiente.

En primer lugar, porque los cambios necesarios son tan dramáticos —y de un impacto económico y social tan grande— que no será posible llevarlos adelante sin un amplio consenso y una conciencia clara del sacrificio. Como dijo hace poco la historiadora Margarita López Maya: no se sale ni rápida ni fácilmente de una crisis estructural que lleva varias generaciones acumulándose. Es necesario, para empezar a dinamizar y hacer crecer la economía levantando el control cambiario y algunos controles de precios, pero mitigando el impacto en las capas inferiores de la población, en un momento cuando casi no hay recursos que lo permitan y, para terminar, hay que motorizar el desmantelamiento del modelo rentista, una meta indispensable para el éxito de la sociedad venezolana. Y eso, desde cualquier punto de vista realista, sólo se alcanza a largo plazo.

Hace falta una combinación de Plan Marshall con New Deal: un plan de reconstrucción económica que contemple activación general de la productividad, el crecimiento del empleo y la modernización industrial, acompañado de un verdadero Estado de Bienestar que alivie el martillazo de las reformas, sin perder de vista que la meta es reemplazar el modelo rentista, desarrollar la economía y reducir la desigualdad.

Y para lograrlo hace falta algo más que una alianza política unitaria y una estrategia electoral.

Se necesita mucha persuasión para explicar los problemas que originan la crisis y la racionalidad detrás de las medidas. En otras palabras: hay que crear consenso y aceptación en torno a los costos de las reformas estructurales. Lograr esto en democracia amerita una visión integradora de la política. Y esa visión no debe ser producto sólo del acuerdo de élites esclarecidas, sino también del debate con los dirigentes de organizaciones comunitarias y de la sociedad civil.

En Venezuela nunca se ha dado un proceso con esa profundidad. De hecho, entendido a ese nivel, la Constituyente de 1999 hoy podría ser considerada una grotesca parodia.

Evidentemente, un cambio con verdadera y radical profundidad tampoco se pare de un día para otro. En última instancia, involucra trabajar con el Estado y las instituciones que ya existen. La sociedad no puede darse el lujo de seguir repitiendo estúpidamente lemas como “Inventamos o erramos”, que por lo visto nos mantienen anclados al error.

Segundo, porque el gobierno usará todos los medios a su alcance para impedir que la oposición alcance una mayoría calificada en la Asamblea Nacional. Esto ha quedado en evidencia con las inhabilitaciones políticas recientes. La asediada oposición ha resistido otras veces estos embates exhibiendo su capacidad de movilizar la indignación a su favor, como sucedió tras la detención de Daniel Ceballos, alcalde de San Cristóbal, y la posterior elección como alcaldesa de Patricia Ceballos, por una avalancha de votos. También sucedió como respuesta ética de la población ante la arbitrariedad de Chávez al negarle la reforma constitucional de 2007. En otras palabras no cabe duda de que el gobierno seguirá intensamente entregado a violar la ley para mantener su hegemonía, inhabilitando figuras potencialmente exitosas, implementando alteraciones de último minuto a las reglas de juego e incluso acentuando el acoso contra organizaciones políticas. Mientras tanto cada una de esas acciones profundizará su ya rampante deslegitimación ante la comunidad internacional. Si esto es bien aprovechado por la oposición y los descontentos del chavismo, desnudará aún más ante los votantes la naturaleza opresora del sistema de poder chavista provocando una repulsa aun mayor.

Desde luego que el gobierno cuenta también con otros recursos para descontar una desventaja que va cada día en aumento. Podría sacar algunos millardos de dólares de algún cofre secreto y aumentar de golpe el gasto público, inundar los anaqueles de alimentos y medicinas, llenar los bolsillos y los estómagos durante algunos minutos con un espejismo de prosperidad. Hay trucos que funcionan. La abrupta y masiva expansión del gasto público funcionó a la perfección en las elecciones de 2012 cuando con un petróleo a un promedio de 100 dólares diarios se bajó el desabastecimiento a niveles históricos y llevó la aprobación de Chávez a 58%. Cuando Maduro, con un petróleo también cercano a 100, perpetró el Dakazo, el chavismo subió 9 puntos de un solo tiro, gracias a la liquidación de línea blanca y electrónicos a precios de risa.

Sin embargo, esos son trucos ya vistos y, aun peor, irrepetibles. Suponiendo que el gobierno adoptará un conjunto de reformas económicas y fiscales esta misma semana –lo cual no hará-, ya no cuenta con el tiempo necesario para recoger resultados positivos, puesto que en el corto plazo la crisis se profundizará. Tampoco tiene la capacidad económica –con un barril de petróleo alrededor de los 50 dólares– y gerencial para administrar eficazmente una bonanza de cinco minutos que corra la arruga más allá de las elecciones. En última instancia, el chavismo puede activar en algún grado la maquinaria de “la marea roja” a través del reparto de sus exiguos recursos, pero incluso así la estrecha correlación existente entre la evaluación desfavorable de la gestión presidencial, la percepción negativa del país y los resultados electorales, desfavorece ampliamente al gobierno, como revelan datos históricos revelados hace pocas semanas por la encuestadora Datanálisis. De hecho, cuando la percepción negativa del país ha estado en auge los resultados electorales han sido generalmente más negativos para el gobierno que los números proyectados.

En teoría, se puede discutir si el gobierno hoy dispone de un margen de maniobra pequeño o casi inexistente, pero también cabe afirmar que remontar la ventaja de casi 20 puntos en intención de voto a favor de la oposición será prácticamente imposible.

La oposición tiene por primera vez en más de una década una posición claramente mejor que el gobierno para dar pasos decisivos hacia el control de uno de los poderes públicos, lo que como consecuencia puede generar el control de los otros poderes e incluso llevar a sustituir a Nicolás Maduro por la vía constitucional. Éste es el mejor escenario para la sociedad venezolana, pues tal vez sea el único que pueda conjurar las difundidas y ominosas profecías de violencia y sangre.

Pero se trata de un proceso que consta de diferentes escalas antes de lograr su objetivo. Y cada escala es prerrequisito de la siguiente. Esto implica un importante giro político para una oposición que se ha visto más de una vez tentada por los atajos y las vías rápidas. No sólo hacen falta una alianza política y una estrategia electoral, sino también una visión integradora y plural de la política plasmada en un programa común y en un acuerdo de base entre las partes que la integren.

Hablo de una alianza que debe acercarse al chavismo no gubernamental y disidente, para garantizarle la posibilidad de mantener el derecho de ciudad dentro de la política democrática. Esto no tiene nada de novedoso. Al contrario: forma parte del postulado del Gobierno de Unidad Nacional promovido por la MUD. Si se ven las consecuencias del Pacto de Punto Fijo (1958) y de la Asamblea Constituyente (1999) se concluirá que esto ha sido algo infrecuente en la historia contemporánea venezolana.

Para llegar a algo por el estilo, el chavismo disidente también deberá demostrar su moral rompiendo con el gobierno y denunciando los abusos, la ineficiencia y las corruptelas que tienen al país en caída libre. Hace pocos días el columnista de Aporrea Ramón Álvarez llamaba a rebelarse contra los coacción de la nomenclatura chavista:

“No podemos callar ante las incoherencias de este gobierno, ya que el silencio nos convierte en tontos útiles, nada de someternos a chantajes de que si criticamos somos terroristas o contrarrevolucionarios”

Álvarez es sólo una voz, pero por fortuna una dentro de un conjunto polifónico que crece cada día. La suya es, obviamente, una proclama insuficiente y muy tardía. Pero también es una rectificación de conciencia que el chavismo disidente debería tomar como ejemplo para profundizar su antagonismo con la nomenclatura y acelerar su ruptura. El paso siguiente sería reconocer que no podrán salir de la nomenclatura ni vivir en un país viable sin alguna forma de entendimiento con la oposición.

El resto es política.

La oposición tiene también una buena cuota de responsabilidades por asumir. Tras el acuerdo que incorpora a Voluntad Popular en la tarjeta única, los miembros de la MUD se comprometieron a recuperar la capacidad legisladora y controladora de la Asamblea Nacional y a renovar los poderes. Estas iniciativas son importantes para salir del marasmo en que se encuentra desde #LaSalida. Sin embargo, no se adelantó nada sobre cómo van a concretar estos objetivos.

EL PACTO INDISPENSABLE

Deberíamos enfatizar, sin embargo, que para salvar a la sociedad venezolana hace falta que los líderes de primera fila de la oposición —aquellos con opción presidencial— pongan sus aspiraciones individuales en el congelador para conformar un liderazgo colegiado.

Hasta ahora la oposición ha sido un archipiélago de posiciones confusas y anárquicas. Detrás de este hecho hay una verdad todavía más incómoda: muchos de sus miembros son rémoras del bipartidismo, lastres estériles que no aportan al país ni dan pruebas concretas de su razón de ser. Aun así, hay que vivir con ellas… durante un tiempo. Esos grupos también tendrán que asumir su responsabilidad haciendo a un lado sus pequeños intereses.

Las dos personas con mayor responsabilidad de sacar adelante a la oposición y llevarla a la meta son sus dos líderes principales: Leopoldo López y Henrique Capriles Radonski. Ambos representan dos estilos de liderazgo bastante diferenciados, con cualidades y defectos característicos pero también complementarios. Ambos, también en conjunto, amasan la mayoría absoluta de la intención de voto de la oposición. En sus dos campañas presidenciales, Capriles demostró ser un candidato capaz de remontar enormes obstáculos y adversidades. En su desempeño como gobernador ha demostrado constancia y consistencia de sobra, cualidades cardinales de un buen líder. López no solo ha sido un exitoso formador de cuadros, un ágil organizador, un movilizador de masas valeroso y con garra, sino también alguien que aun estando preso es capaz de proponer importantes jugadas políticas y marcar la agenda, como lo notó recientemente Hugo Prieto en su blog El Díscolo.

La pugna entre estos dos líderes le ha causado un daño a la causa opositora y a la política, porque ha llevado a miles de venezolanos a preguntarse sobre el sentido y los principios que fundan su creencia en la construcción de un mejor país. Es necesario reparar este daño mediante un armisticio personal que difiera sus desacuerdos y apetitos hasta cuando sea oportuno dirimirlos. Un pacto político no tiene que ser un matrimonio por amor. Ni siquiera una reconciliación entre adversarios. Un pacto entre Capriles y López es indispensable para motivar a los millones de venezolanos que quieren ponerle fin constitucionalmente a un gobierno ruin.

María Corina Machado, Antonio Ledezma y Henri Falcón, quienes han demostrado diferentes talentos y capacidades muy apreciables como la determinación, la templanza y la moderación, también deben impulsar este equipo mediante un compromiso de términos precisos y conocimiento público centrado en consolidar la unión y los objetivos de mediano plazo de una transición.

LA MEJOR MONEDA

Los hechos han demostrado que bajo el régimen chavista ninguno de los mencionados cuenta con condiciones objetivas suficientes para realizar sus aspiraciones individuales. En cambio, pese a las críticas que se le puedan hacer a la MUD, simbólicamente la unidad sigue siendo la moneda opositora de mayor valor. Por eso mismo, esa moneda debe ser extendida para abarcar incluso a aquellos que no se identifican espontáneamente con la oposición, convirtiéndola en la definición misma de los venezolanos que desean una Venezuela mejor y están dispuestos a trabajar por ella.

Y un liderazgo colegiado es la mejor manera de conseguirlo.

El equipo de líderes de la Unidad Venezuela debería avocarse a tres objetivos principales: hacer creíble la unidad, llevar adelante una estrategia multinivel para catalizar la transición y ser los mensajeros de un programa económico, político y social para navegar el trayecto más oscuro de la crisis y salir con éxito de ahí con éxito.

El segundo y el tercer punto merecen un desarrollo separado que supera los límites de este artículo. Sobre la estrategia multinivel, es suficiente esbozar algunos de sus posibles aspectos axiales: una estrategia electoral, una estrategia de movilización, una estrategia hacia el chavismo disidente y una estrategia internacional.

Sobre el tercer punto es necesario enfatizar la urgencia de una mensajería honesta y eficiente que explique a los venezolanos qué es lo que viene. Es altamente probable que sean los líderes opositores los encargados de vender la amarga medicina de los ajustes y reformas insuflando en los venezolanos altas dosis de paciencia y optimismo.

De eso también se trata el liderazgo.

A pesar de las distintas fórmulas para salir de la crisis que economistas y politólogos cabales como Francisco Rodríguez, Miguel Ángel Santos y Michael Penfold han puesto sobre la mesa, todos coinciden en la necesidad de atenuar su impacto mediante transferencias directas e indirectas. Traducido al cristiano: el paquete de reformas golpeará duro a una población ya castigada por la inflación y la escasez. Este golpe, aun siendo cuidadosamente amortiguado, puede tener un efecto desestabilizador e incluso explosivo. La gobernabilidad del país estará en gran riesgo. Y sin un liderazgo político responsable y eficiente, ausente en este momento, este riesgo se multiplica. Conseguir todo esto es un requisito ineludible para avanzar hacia un nuevo contrato social.

Desde luego, éstas son sólo hipótesis de lo que es posible. Nadie tiene el monopolio del futuro ni hay destino manifiesto. Tal como recuerda Octavio Paz: la historia es un continuo hacerse, una diaria invención. Y se hermana con la política por esa vía: ambas se basan en la acumulación de saberes y en lo provisorio de la experiencia, son apuestas creativas contra lo imprevisible, artes de lo posible.

Corresponde hoy a la oposición hacer su mejor y más urgente apuesta histórica para propulsar ese nuevo contrato social que haga posible una Venezuela viable, democrática y plural.