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No es que hay dos congresos; por Pedro Plaza Salvati

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En estos días convulso-constitucionales o más bien anti-constitucionales para el país me retumba una frase que nos hacían repetir hasta la intimidación en el Curso Universitario de Locución de la UCV: “No es que hay dos congresos”. En mi caso personal nunca llegué a ejercer como locutor pero el curso me dejó una mayor conciencia de la dicción y algunos mantras que resulta imposible expropiarlos de la cabeza. Mantras como el de los dos congresos que pronunciábamos en voz alta al profesor Manuel Sainz, quien fuera presentador ancla del noticiero de Venevisión durante muchos años.

El método de enseñanza de Sainz era el de un perfeccionista o más bien el de un autócrata de la dicción. Este experto locutor pedía que nos esforzáramos en repetir hasta la esquizofrenia las palabras de Simón Bolívar en el discurso ante la Sociedad Patriótica el 3 de julio de 1811. Todos lo intentábamos, pero como casi ninguno pronunciaba correctamente la frase de arranque del discurso, Sainz se exaltaba al extremo de mostrar un rostro amenazador mientras la tez de su piel se tornaba roja rabiosa. Con cada “No es que hay dos congresos” mal dicho (sutilezas que solo él entendía), daba un paso firme con la mirada fija y se aproximaba al alumno. Esto ocurría los sábados de cada semana y para colmo del desquicio, Sainz llegaba en una moto de alta cilindrada, es atleta, corredor empedernido y se comentaba que era karateca.

Sus frases favoritas eran la patriótica ya referida y “Verde que te quiero verde”. Resultaba contradictorio que este talentoso hombre de los medios mostrase en televisión un rostro como el de quien no quiebra un plato y en clase se comportara como un dictador. El mensaje era claro: o aprendes a pronunciar o te traumatizo. El método Sainz (suena a marca registrada) hacía que deseáramos verlo verde que te quiero verde, porque repetíamos y repetíamos “No es que hay dos congresos”, y nadie parecía hacerlo bien. Y supongo que yo era uno de los que peor pronunciaba porque un día se acercó, paso a paso, hasta romper por completo mi círculo energético personal. Recuerdo con total claridad su contacto visual a solo centímetros de mi cara: “No, así no es: ¡No es que hay dos congresos!, vamos, repite”. Parecía un comandante de tropa enervado con su mediocre (yo) aspirante a locutor.

Al borde de la neurastenia nos mantuvo el profesor durante los meses que duró el curso, algo parecido a como hemos estado los venezolanos en estos tiempos de Constituyente, fraudulenta de origen y fraudulenta en sus métodos electorales. El profesor te pedía que repitieras la maldita frase de los dos congresos y provocaba responderle-gritarle Yes, Sir! como en una película gringa de soldados, o más bien meterle un puño en el estómago, cosa que nunca llegué a hacer en resguardo de los principios de civilización y a pesar de haberla pasado tan mal y de llegar a sentirme como una cucaracha afónica.

De pronto me recordé esta semana de la frase de Sainz, que era la frase de Bolívar, y que tenía engavetada en la memoria por un buen tiempo. El Libertador, vale la pena destacar, con su discurso y con la gente en la calle, precipitó que el legítimo Congreso decretara su independencia de España a solo dos días del Discurso en la Sociedad Patriótica, famosas palabras entre las que decía (valga la pena su interpretación aplicada a los días que vivimos):

¿Cómo fomentarán el cisma los que más conocen la necesidad de la unión? Lo que queremos es que esa unión sea efectiva y para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad; unirnos para reposar, y para dormir en los brazos de la apatía, ayer fue una mengua, hoy es una traición.

 En la primera frase Bolívar aclara que no hay dos congresos, hay uno solo, el congreso legítimamente establecido que es el que debe declarar la independencia de España y resguardar los principales derechos como la eliminación de la tortura, la libertad de prensa, la abolición de la esclavitud y la autodeterminación. Digamos que más o menos los mismos principios por los que han luchado los venezolanos en los últimos años. Consideremos a la esclavitud en su sentido metafórico de los tiempos cabello-maduristas en  los que se somete a la población de un país por otras vías que constituyen una forma moderna de esclavitud: carnet de la patria, bolsas CLAP, Misión Vivienda, control de cambio, escasez de alimentos y medicinas, entre tantos otros chantajes. Y cómo no evocar la frase de Bolívar, aplicada a la diáspora venezolana, y disculpen la digresión: “Huid de un país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos”.

Son épocas muy distintas, claro está, aquel momento en que se luchaba por la independencia de una potencia extranjera. En el caso actual venezolano se trata de la lucha contra la tiranía de un grupo minoritario que somete a casi la totalidad de una población a través del control de las armas. Bolívar clamaba la legitimidad del congreso establecido, muy al contrario de lo que hacen los pseudo-bolivarianos radicales-militaristas que pretenden imponer dos congresos (adictos a establecer autoridades paralelas cuando las democráticamente electas no le favorecen), o más bien suprimir al congreso -Asamblea Legislativa- electo por el pueblo mediante elecciones democráticas y que de manera abrumadora obtuvo una mayoría calificada.

Todo está llenos de simbolismos y de ecos del pasado. Al ir hacia atrás, con todo y lo inédito de la situación de crisis venezolana, podemos entender con mayor sentido de universalidad las desgracias del presente. Aunque debemos admitir que el caso venezolano es bastante particular e inédito, no lo son así los sentimientos de vileza humana de la minoría gobernante. Que quede claro que no estoy haciendo una analogía entre el profesor Sainz, una buena persona a pesar de sus métodos que en el fondo buscan la excelencia en la práctica de una disciplina, con la malandra oligarquía. La memoria me hizo una jugarreta y se despertó la frase obsesiva del curso. Lo que sí es cierto es que en este momento me gustaría que Manuel Sainz se le acercara a Nicolás Maduro, paso a paso, cara a cara, y le obligara a repetir a pocos centímetros de su bigote de tirano, a pronunciar con claridad y con impecable dicción, como un mensajero de Simón Bolívar: ¡No es que hay dos congresos!