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Mucho antes de nacer la Causa R el Cojo Lira ya era súper cojonudo; por Víctor Suárez

Fotografía de Orlando Hernández

Fotografía de Orlando Hernández

El Cojo fue mi amigo. Formamos parte de una famélica legión de muchachos que se destacó en la UCV de los años 60-70 por su inmensa creatividad, su acendrado compromiso y su gran capacidad de sacrificio. Constituyó el mejor equipo “profesional” que haya conocido el movimiento estudiantil venezolano en época alguna. Magos de la propaganda política, expertos en la formulación de consignas, atrevidos en la lucha ideológica, incansables en la agitación y la movilización estudiantil.

Y bastante tiracoñazos.

El Cojo José Lira era insustituible, así como lo fueron José Jesús Rosales (conocido también como Mauricio, o El Mono), Franklin Guzmán, El Caballo, Aquiles Gutiérrez, El Checo Colomine, Erasmo Filosa, Ernesto Valiente, Antonio Trujillo, Militza Pérez, Oswaldo Bruzual, Santacruz y tantos otros que conformamos la Comisión de Propaganda de la Juventud Comunista de la UCV. Duchos en campañas electorales, expertos en el manejo del multígrafo, las bateas para la confección artesanal de afiches, los volantes, los paneles y las pancartas en cantidades industriales. Imbatibles en lo que se llamaba entonces el AgitProp. La voz ronca del Cojo siempre allí.

Era un equipo de exportación. Nos llamaban de la ULA, de LUZ y de la UDO para que les ayudáramos a “combatir al opresor”. Y eso no era cosa de un día, sino de toda “mañana de sol radiante”, como exige La Joven Guardia.

El Cojo tocaba guitarra, componía, dejó una vez en mi casa un furruco pero se llevó la vara. Formó y dirigió con su bastón el primer grupo musical con el que se dio a conocer Alí Primera, y también trabajó en los arreglos con los que debutaron Los Guaraguaos. Las jornadas casi siempre terminaban en los bares de Los Chaguaramos, donde el Cojo destacaba como ilustre cervecero.

Ese Cojo era severo cuando hacía algún planteamiento político o ideológico, resumía muy bien lo que durante horas se estaba discutiendo. El mayor insulto que podía recibir, y al que reaccionaba con gran arrechera porque aludía a su discapacidad (de la pierna derecha), era cuando adecos y copeyanos decían que era “el típico hijo de Lenín”.

Si allanaban y cerraban la UCV, nos íbamos a los barrios de Caracas a continuar el trabajo de agitación y propaganda. Luego volvíamos. Y seguíamos.
El momento cumbre de ese grupo de guerreros ocurrió en 1966, hace poco más de 50 años, cuando ganamos las elecciones y convertimos a Juvencio Pulgar en presidente de la FCU. Y dos años más tarde repetimos con mayor ventaja sobre nuestro adversario de entonces (el MIR), cuando Alexis Adam propinó una derrota humillante y devastadora a Jorge Rodríguez (padre).

En 1968 el PCV aún clandestino creó un instrumento político (Unión para Avanzar, UPA) con el fin de participar en las elecciones de diciembre de ese año. El Cojo y el grupo de la UCV nos incorporamos a esa campaña electoral. Tomamos plazas, inventamos templetes, organizamos marchas, hicimos miles de afiches y banderolas, adaptamos e hicimos nuestro el coro que utilizó Pete Rodríguez en aquel gran éxito del Bogaloo llamado Micaela (el Uh Ah, se transformó en U Pá, U Pá, el mismo que 35 años después tomó el MVR para jalear a su líder). Eso lo hizo el Cojo.

El PCV lo envió a China en plan terapéutico, pero no le desaparecieron su dolencia, aunque ese viaje sí le proporcionó la posibilidad de conocer otra perspectiva del socialismo real. “Ellos dicen que el imperialismo es un tigre de papel, pero no lo van derrotar con agujitas”, decía a la vuelta, con la ironía y el sarcasmo que le caracterizaban, refiriéndose al tratamiento con acupuntura a que le sometieron en Pekín.

La lucha interna en el PCV flotó ese año de 1968. Gran influencia tuvo el desarrollo de las grandiosas luchas de masas que se escenificaban en Francia, Italia, Alemania, México, pero sobre todo la invasión soviética a Checoeslovaquia. La Juventud Comunista, por supuesto, también intervino en ese debate. Una ruptura se avecinaba. El deslinde era inevitable. Se larvaban nuevas formas de organización y nuevas concepciones estratégicas en un sector que se estaba haciendo mayoritario en ese partido que a sí mismo se consideraba vanguardia de la revolución pero que no estaba cumpliendo ese rol auto asignado. Poco antes del IV congreso del PCV en alguna instancia resuelven expulsarnos a todos los que en la UCV habíamos sido electos delegados, incluyendo al Cojo.

El núcleo duro de la formación en ciernes (Petkoff, Muñoz, Lairet, Maneiro, Caraquita Urbina, Bayardo Sardi, entre otros) sentía las presiones de esa juventud irreverente que le servía de apoyo y a la vez exigía una definición que no podía esperar demasiado tiempo. Respondían con que había que agotar todos los recursos para que otras incorporaciones tuvieran lugar (Pompeyo Márquez, Eloy Torres, Rodríguez Bauza, Argelia Laya, Luis Evaristo Marín, Díaz Rangel), cosa que efectivamente ocurrió en diciembre de 1970.

Finalmente, el 14 de enero de 1971, en el Club de los Ciegos, en Catia, nace el Movimiento Al Socialismo MAS, y ese mismo día se divide: luego de justificar sus diferencias en la plenaria, salen por la puerta grande del salón congresual Alfredo Maneiro, Lucas Matheus, el Mono Rosales y el Cojo Lira, entre otros renuentes.
Como periodista aún estudiante yo cubría el acto para el semanario Deslinde, dirigido por Héctor Rodríguez Bauza. Había escrito la reseña, con toda la objetividad de que entonces era capaz. Se la entregué al director, en las oficinas situadas en los antiguos talleres del diario adeco La República, en la parroquia de Santa Rosalía.

Y entonces vi con horror que su marcador rojo comenzó a tachar, a tachar, uno, dos, cuatro, siete párrafos. En ellos me refería a la trifulca entre los oradores y a las intervenciones de Maneiro y su Cojo Latino. “Que se busquen otro periódico”, me dijo. “Eso no sale aquí”.

Esa noche llegué llorando a la residencia en la que vivía en Los Caobos. El movimiento que rompía contra todo tipo de tutelas extra nacionales, que blasonaba de nuevo intérprete de la democracia, que etc, etc, me había censurado en su día virginal.

Días después encuentro al Mono y al Cojo en el cafetín de la escuela de Periodismo de la UCV. Me preguntan qué pasó, no sacaste nada de lo que dijimos en el Club de los Ciegos ni de lo que te dijimos en exclusiva. Estaba muy apenado.

—¿Pa’dónde va el autobús de ustedes?, pregunté.

Respondieron al unísono, sin mirarse: “Quédate aquí, que lo de nosotros es una vaina muy arrecha”.

Y con Alfredo Maneiro crearon La Causa Radical.

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