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Manuel Borrás: “La literatura venezolana es rica, poliédrica y viva”; entrevista de Karina Sainz Borgo

Este año, la editorial española Pre-Textos publicará la poesía completa de Yolanda Pantín y de Igor Barreto, un poemario inédito de Luis Pérez Oramas y un libro de relatos de Antonio López Ortega. En este entrevista, su editor Manuel Borrás habla de Venezuela y su literatura. 

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Los Pre-Textos de Borrás. “Nadie va a extrañar a un desconocido”, eso dijo cuando le entregaron, hace unos años en Guadalajara, el premio que reconocía su labor como editor, una faena que —en su caso— es larga y fecunda. Hace casi cuatro décadas, este valenciano, junto a sus amigos Manuel Ramírez y Silvia Pratdesalba, fundó un sello que era puro riesgo: el de los viajes largos e imposibles; esos que alejan y acercan a quienes habitan dos orillas. Se trata de Pre-Textos, una de las editoriales independientes fundamentales al momento de hablar de una literatura hispanoamericana y acaso también para esa otra —universal— que necesita descubrirse, alimentarse de traducciones esenciales, como las que él ha hecho de autores rusos, ingleses, franceses.

Rubén Darío fue su guía para conocer América y para amarla. Y lo ha hecho como pocos. En su catálogo ha publicado a los escritores esenciales de la literatura venezolana. En las páginas de Pre-Textos autores como Eugenio Montejo o Rafael Cadenas han cruzado varias veces el Atlántico. Ida y vuelta, así como viajan los héroes; esos que acuden a la muerte y regresan de ella como sólo pueden hacerlo las palabras. Este año, Manuel Borrás publicará la poesía completa de Yolanda Pantín y de Igor Barreto, un poemario inédito de Luis Enrique Pérez Oramas y un libro de relatos de Antonio López Ortega.

Con Manuel Borrás hablamos de Venezuela, de su literatura, pero también del quehacer editorial, del papel que juegan los libros en ciertas afecciones, personales y colectivas.

Pre-textos nace en 1976, prácticamente con la democracia en España. Hay en ello algo de signo, también una pulsión. Ha dicho usted, muchas veces, que su intención —y la de sus socios— era recuperar las voces literarias del exilio español. Transcurridos más de 30 años, le pregunto: ¿puede la literatura realmente convertirse en un lugar de reconciliación? ¿Cuál es el papel del editor en ese proceso?

Sin lugar a dudas. Creo que en el ámbito de la cultura, por su carácter ecuménico, es en el único marco donde se podrían dirimir muchos conflictos. Pruebas de ello las hemos tenido a lo largo de la historia. El problema radica en que la mayoría de las llamadas élites adolecen de una falta de cultura que espanta. Sólo hay que fijarse en nuestro país y en muchos de los países latinoamericanos, dentro del ámbito de nuestra lengua, y analizar un poco a su clase dirigente. Su falta de educación, pues un hombre educado nunca miente y, en consecuencia, su falta de cultura de verdad, es moneda corriente entre esa gente (por no usar el término gentuza) a la que además no le duele pensar en que los otros la consideren élite. ¿Élite de qué, en qué? ¿En el fraude, en el dolo? Creo que antes se ponen de acuerdo dos personas educadas, es decir: cultas, que dos mal encaradas y empecinadas en sus respectivas verdades. El problema está en que la mayoría de las veces en ese enfrentamiento quienes pagan los trastos rotos son los más inocentes. Y entre ellos hay que contar, cómo no, a una inmensa minoría educada, equilibrada. No creo que el editor en ese proceso desempeñe un papel esencial. Considero que quien tendría que ocupar ese lugar protagonista debería ser el hombre verdaderamente culto y educado. Quizá los editores no respondamos a ese modelo. A menudo somos demasiado soberbios. Y la soberbia nunca ayuda a dirimir conflictos. Con todo, el editor, si es auténticamente culto, puede, aun con modestia, contribuir a esa labor benemérita. ¿Cómo? Muy fácil: tratando de compartir aquello que no pudo olvidar. Es decir, aquello que le ha servido en su vida y que es susceptible de ser útil también a los demás.

¿Una sociedad enferma (hablo de cualquiera que esté secuestrada por la polarización y el enfrentamiento) es realmente capaz de leerse? ¿Puede? ¿Obra la literatura ese milagro?

A la sociedad, enferma o no, no le corresponde esa labor, pero sí a los individuos que la constituyen. Me explico: aquellos que en los momentos más críticos no olvidan a los más próximos, al prójimo, son los que pueden favorecer de verdad ese cambio en profundidad. Aunque también es cierto que, para que eso se dé, se necesita hacer un esfuerzo mucho mayor que el que se lleva a cabo para educar a los ciudadanos. Al ciudadano habría de asumírsele como tal, no como un votante ni como un cliente para después olvidarse de él.

Ha dicho usted que, en aquellos años —finales de los 70 y comienzos de los 80— conseguir que los autores españoles cedieran sus textos para publicarse resultaba complicado. Fue necesario recurrir a las traducciones, algo que la España de entonces necesitaba como el agua. Así fue como Pre-textos tradujo en España autores fundamentales. ¿Puede la precariedad ser fértil para sembrar un lugar de reflexión?

Sin duda. Para bien o para mal, la precariedad ayuda. Habría que recordar que la necesidad precede siempre al invento. En tiempos conflictivos como en los que vivimos, la literatura siempre actúa en nuestra ayuda. Y no tanto, como falsamente se piensa, porque nos abstraiga o nos enajene de la realidad, sino al contrario: porque la buena literatura, a pesar de sus detractores, que los tiene, nos vincula siempre con el mundo, con la vida.

Pre-Textos comenzó con apenas cuatro colecciones, si no me equivoco. Hoy alcanza 23 y más de mil títulos. Su apuesta fueron, y siguen siendo, las voces nuevas. 

El editor literario que no apuesta por voces nuevas no tiene, a mi juicio, razón de ser. No puedo entender la tan cacareada edición “independiente” y “literaria” si uno se limita a seguir el canon, las modas o la información. Para editar hay que tener cierto espíritu aventurero y una buena dosis de generosidad. De lo contrario, más vale dedicarse a otras cosas, a aquellas que además resultarán más rentables y harán más felices a quienes ven la cultura simplemente como una operación financiera.

La vocación hispanoamericana de Pre-Textos queda más que retratada en su catálogo. ¿Qué invisibilidad prevalece: la de los españoles en América Latina o la de América Latina en España? 

Si no fuese por la demagogia nacionalista, populista y proteccionista del lado americano, que en el fondo lo que oculta es toda una operación anticultural, la visibilidad de la mejor literatura que se escribe en nuestra lengua desde las dos orillas sería mucho más evidente de lo que es. Si, asimismo, sumamos a ello cierto prurito neocolonialista cultural que anima a determinadas empresas de la Península, tenemos el dibujo perfecto de lo que está aconteciendo, con el triste resultado de que la foto nos llega a unos y a otros de todo punto incompleta.

Usted ha editado a dos de las generaciones literarias venezolanas más compactas. Aquellas que, de alguna manera, hicieron bisagra. ¿Cómo percibe literariamente ese tránsito entre ambas?

Creo que la cultura escrita venezolana es y ha sido una de las líneas de fuerza de la mejor literatura que se ha escrito en nuestra lengua. La evidencia la tenemos en que esa línea no se circunscribe a una generación, sino que la trasciende, y ojalá —no lo dudo ni un ápice— se perpetúe. Venezuela cuenta con uno de los mayores veneros de literatura española en la actualidad. Ojalá los peninsulares se aperciban de ello y algún día asuman la necesidad de distinguir a algún autor de esa república con el mayor galardón de nuestras letras. Es más, y voy a tener la osadía de decirlo: si no lo hacen pronto, eso se va a convertir, tarde o temprano, en un baldón para España. Y ojalá los venezolanos, sean del color que sean, fueran conscientes de que antes que del petróleo gozan de un tesoro mucho más valioso: el de su literatura.

¿Le dice algo la poesía o la escritura venezolana de los últimos 20 años? 

La poesía que se ha escrito en los últimos años en Venezuela me llega fundamentalmente por vía personal. Mantengo una red de contactos amplia, al margen de grupos, tendencias, etcétera. A mí siempre me interesó la buena poesía, no las, digamos, escuelas poéticas. Con todo, estaría encantado de establecer más lazos con lo mejor que allá se esté haciendo.

¿Percibe usted en la literatura venezolana una cierta “imposición” de la poesía como género?

Hasta donde conozco, la poesía venezolana ha dado muestras más que suficientes de su salud, aunque es posible que yo ignore la existencia de algunos excelentes narradores. Comoquiera que sea, no podemos olvidar nombres como los de Ednodio Quintero, Antonio López Ortega o Camilo Pino, entre otros, que nos indican que la narrativa que se escribe en ese país no es en absoluto desdeñable.

No hace falta que le explique de qué forma la situación política  en Venezuela ha obligado a editores y autores a repensarse, casi reconstruirse. ¿Percibe eso en la literatura venezolana actual de alguna forma?

La literatura venezolana goza de tal salud que esas cuestiones puntuales —porque, aunque duren en el tiempo más de lo deseable, son temporales— no van a perturbarla en lo más mínimo. La buena literatura se sobrepone a todos los obstáculos que se le crucen. Lo lamentable es comprobar que todavía hoy se valore antes la afinidad política que la calidad literaria y que en función de esa distinción espuria se repartan sinecuras. Comprobarlo resulta doloroso.

¿En qué momento, como editor, comienza usted a mirar a Venezuela? Me gustaría incluso ser más precisa: ¿fue Montejo el primer autor venezolano que publicó?

Empecé a mirar a la América Hispana, no a Venezuela en particular, desde el primer momento. La vocación americanista de la editorial siempre ha sido evidente y a nuestro catálogo remito a aquel que quiera comprobarlo. Eugenio para mí no sólo fue un gran poeta y autor de la casa, sino un gran amigo. Aquel que con su inmensa generosidad no únicamente me confío sus libros, sino que me abrió también a otros muchos de sus maestros y amigos. Sólo tengo que recordar a los añorados Sánchez Peláez, Vicente Gerbasi o a mis otros muy admirados y queridos Rafael Cadenas, Alejandro Oliveros, Yolanda Pantín, Igor Barreto, Luis Enrique Pérez Oramas, Gustavo Guerrero… y confío en que la lista continúe.

¿Qué nuevas ediciones y publicaciones venezolanas formaran parte de Pre-Textos próximamente? Entiendo que existe una antología en marcha.

Existe, en efecto, una antología en marcha, también la edición de la poesía completa de Yolanda Pantín y de Igor Barreto, un inédito de Pérez Oramas, así como un libro excelente de relatos de Antonio López Ortega. Eso por el momento, e insisto, espero que no sea lo último.

¿Cómo definiría, literariamente, a la Venezuela a la que usted se ha acercado como editor? 

Rica, poliédrica y viva.

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Este texto fue publicado en www.cronicasbarbituricas.blogspot.com y cedido por su autora en exclusividad para Prodavinci.com.