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Mai Der Vang: Cantos del país perdido; por Alejandro Oliveros

Por Alejandro Oliveros | 8 de julio, 2017
Fotografía de Andre Young

Fotografía de Andre Young

Cuando la guerra de Vietnam se extendió a la vecina Laos, Mai Der Vang no había nacido. Pero sus padres sí. Pertenecían a la generación que, en Occidente, llamaron del “mayo de 1968”, aunque las cosas en el Lejano Oriente no eran tan sofisticadas, ni tan inofensivas, como las de la revuelta de los jóvenes franceses en contra del vetusto general De Gaulle.

Tres años antes, los norteamericanos acogidos a la estrategia diseñada por Henry Kissinger, futuro premio Nobel de la Paz, incursionaron sin previa declaración de guerra, porque de una “guerra secreta” se trataba, en la hasta entonces neutral república de Laos. Lo que comenzó con bombardeos estratégicos a lo largo de la “Ruta Ho Chi Minh”, degeneró en un enfrentamiento a gran escala que se llevaría diez años y terminaría con el ascenso al poder del marxista Pathet Lao.

Durante la década de intervencionismo, entre 1965 y 1975, fueron arrojados sobre territorio laosiano dos millones de toneladas de bombas: el equivalente a las que fueron lanzadas por los Estados Unidos, en Europa y Asia, durante toda la Segunda Guerra Mundial. Se calculó en aquel momento que, a cada habitante, le habría correspondido una tonelada de explosivos. De la ingente cantidad de artefactos, alrededor de ochenta millones no llegaron explotar, transformando al país en el campo minado más extenso de la historia de las guerras. Todavía hoy, grandes extensiones de tierra permanecen incultivables, y se cuentan por miles las víctimas de accidentes cada año.

Toda guerra secreta que se respete necesita de un “ejército secreto” y, en esta oportunidad, las autoridades de la CIA formaron el suyo reclutando a las necesitadas y oprimidas poblaciones Hmong, residentes ancestrales de las zonas montañosas de Laos. Para la cultura Hmong, de las más antiguas y primitivas del sudeste asiático, la decisión de ceder a las tentaciones de la agencia tendría consecuencias lamentables. Los miembros que no fueron ejecutados, o reducidos al final del conflicto, conocerían los amargos caminos del exilio. Un contingente de privilegiados sería acogido en diversos lugares de los Estados Unidos. Entre ellos, los padres de Mai Der Vang, quienes encontraron refugio en California, donde la poeta nació en 1981.

Afterland (1916) es su primer volumen de poesías, reconocido con el premio Walt Whitman de la Academia de Poetas Norteamericanos. Como reseñó el crítico de The New Yorker: “En este libro hay una historia y ciertamente una muy importante” (y muy desgarradora, ha podido agregar). Se trata de la crónica, en ajustados y musicales versos, de un país desmembrado por una guerra civil diseñada por voluntades extranjeras (como bien puede y suele suceder). No es el más cómodo de los asuntos, el de la guerra civil y, en general, cualquier guerra, para ser tratados por un poeta.

La inmediatez, como recordaba Rilke, no es buena compañía; y el recuerdo de estos sucesos la mayor parte de la veces, cuando es distante, no es propio. Der Vang se ha confiado a los recuerdos de sus ancestros, y ha conseguido expresarlos con imágenes que nada tienen de herméticas o recónditas. El temblor de sus líneas es el de la comunidad Hmong que, por decisiones de “otros” (altrui), como describiera Primo Levi sus experiencias en el Lager, perdieron un país con su lengua, paisajes e historia, y se acogieron al cielo blanco y negro del destierro. Afterland es ciertamente un libro notable, escrito con un discreto tono bárdico, sin los excesos de otros intentos contemporáneos, de los cuales los Ted Hughes son apenas un ejemplo. Los poemas se acogen a una versión contemporánea del imaginismo y, en sus momentos más ambiguos, recuerdan a la Louise Glück de los primeros tiempos. Cuarenta y tantos anos después del inicio de la catástrofe, seguramente Afterland es la más confiable historia de Laos disponible. No olvidemos que todo lo que sabemos de Troya, lo sabemos por los cantos que hiciera un poeta de ese país perdido.

 

“LUZ DE UNA CIUDADELA EN LLAMAS”

En una época éramos hijos de reyes y
Esta planicie era nuestro país natal.

Ahora soy un capullo de rosas en llamas,
Una cortina de piel flácida,
Un hueso perforado por una bala.
Vivo encerrada en la ceniza de un bosque.

Peb yog y seremos

El cielo duerme con un batallón de estrellas.

 Alguien ha envuelto
Oro y plata
En mil pequeñas embarcaciones.

Peb yog
Hm oob y seremos

Estoy hambriento como el mendigo
Que rompió un coco para encontrar
El corazón de un búfalo salvaje.

Hmoob y seremos
El árbol es más
Antiguo que su propia patria,
Su citronela anual se derrama
Como un reloj de arena que gotea miel.

Peb yeej ib txwm yog
Hmoob

No dejo de cavar para no ver más raíces,
Un soldado que ha perdido una pierna
Y ha quedado sordo.

Me he transformado en el estridente
Aire de una pipa de bambú,
El aliento de un ejército de campana.

En una nota, la autora aclara que Peb yog quiere decir “somos”; Peb yog hmoob “somos Hmong”, y Peb yeej ib txwm yog hmoob “siempre hemos sido Hmoong.

“Transmigración” es uno de los poemas más acabados del libro. Alude a la condición de refugiados de sus familiares desterrados, a la perdida de la comarca natal y las posibilidades de redención de la condición de orfandad a través de una vivencia espiritual profunda. La única esperanza de los desesperados, como diría Benjamin.

 

TRANSMIGRACIÓN

Cuando deje esta jungla, espíritu mío,
Tú también la dejaras.
Me llevare las barras de plata
Y las joyas de la dote
Y la cafetera forjada con restos de metal
Del ultimo monzón.

Debemos prepararnos para encontrar
Restos descompuestos en medio del follaje.
No debes huir a pesar de toda la carne
Que tengas que oler.

Ni andar en busca de algún compañero.

Estamos juntos en esto,
Como los gansos nocturnos y las estrellas.

Cuando tengamos que atravesar el río
No te dejes arrastrar por la corriente.

Al llegar al campo habrá miles
Como nosotros. Si alcanzo el avión
Tendrás que seguirme por los caminos
Y pastizales de los Estados Unidos.

Esta vez no atravesaremos el agua en el lomo
De un búfalo, como hacíamos hace anos,
Ni buscaremos los mangos más dulces.

Soy una refugiada, tu también. Llora
Pero no te quejes.
Hemos atravesado la puerta.

***

Mai Der Vang. Afterland. Graywolf Press, 2016

Alejandro Oliveros Alejandro Oliveros, poeta y ensayista, nació en Valencia el 1 de marzo de 1948. Fundó y dirigió la revista Poesía, editada por la Universidad de Carabobo. Ha publicado diez poemarios entre los que figuran El sonido de la casa (1983) y Poemas del cuerpo y otros (2005). Entre sus libros de ensayos destacan La mirada del desengaño (1992) y Poetas de la Tierra Baldía (2000).

Comentarios (1)

Elisabeth Roosen
11 de julio, 2017

Qué conmovedor querido Profe.

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