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Levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia. La producción de muy pocos escritores actuales cumplen las seis características que para nuestro milenio anunció Italo Calvino. Una de ellas es la de Mario Bellatin, escritor de origen peruano, juventud mexicana y madurez posnacional, que ha construido en multitud de novelas cortas una de las obras más extrañas, conceptuales e interesantes de la literatura en nuestra lengua. Nouvelles que hablan de mutilaciones y sectas, perros y personajes japoneses, morideros y peces hipnóticos; en que el cuerpo humano y animal se retuerce por efecto de la enfermedad y la metamorfosis; en que aparece una y otra vez la reflexión sobre la escritura, como gesto caligráfico, como impulso que supera la unidad de cada texto y crea una unidad superior, como obsesión; en que la prosa fluye como un continuo poético y dialoga con imágenes vaporosas, anti-testimoniales, casi fantasmas.
A España sólo nos llegan sus libros, cuyas principales novedades son la primera parte de su Obra reunida (“aparte del cambio de portada, incluye dos textos más: Los fantasmas del masajista y La biografía ilustrada de Mishima; este año aparece en México la segunda parte”); y La gallina de madera y El Hombre Dinero, ambos en Sexto Piso (“donde publico todo lo nuevo que escribo, porque son coherentes con los cambios que se dan en el mundo de los libros”). Pero más allá de esos volúmenes en el circuito tradicional, Bellatin es sobre todo un hombre de proyectos. Proyectos que podemos incluir en ese pozo sin fondo que llamamos “arte contemporáneo”. Y cuyos cauces no siempre pasan por nuestras ciudades: hay que perseguirlos, desearlos, conseguirlos.
Cien mil proyectos, ni uno más ni uno menos: “Ahora estoy terminando un libro, La Aventura de Antonioni, mientras preparo para el próximo año la segunda parte de la Obra Reunida; en junio, en el Festival de Malta en Polonia presentaremos la película Salón de belleza, que acabo de filmar con un grupo de jóvenes menores de 18 años como equipo técnico, sin salir del área de la vuelta a la manzana de mi casa en el Distrito Federal”. La película será proyectada en vivo y en directo, es decir, no se puede exhibir “sin la presencia física de la compositora musical y de mi propia voz”. No es la primera vez que trabaja en formato más o menos cinematográfico: ya estrenó Bola negra, que rodó con la música Marcela Rodríguez en Ciudad Juárez; y protagonizó Invernadero, filmada en Buenos Aires, del escritor argentino Gonzalo Castro. Su próximo proyecto será “con un grupo de cineastas de Los Ángeles, un largo, que es una extensa entrevista llevada a cabo en varias partes del mundo -Ciudad de México, Los Ángeles, Dakha- donde voy explicando de manera imposible cada uno de mis libros”.
La multiplicidad es una virtud que no lo aleja de la escritura. Como Enrique Vila-Matas, como Agustín Fernández Mallo, como Cristina Rivera Garza, como Pedro Lemebel, Bellatin puede dirigir sus esfuerzos creativos en muchas direcciones, pero el patrón, el hilo conductor, es literario: “Soy escritor; soy testigo en mi vida de un acto constante y físico de escritura, y muchas veces continúo escribiendo más allá de la utilización de un lápiz y un papel; veo a las diferentes manifestaciones artísticas como parte de un todo, por lo que no me parece que haga todo el tiempo otra cosa que escribir”. No se trata sólo de producir textos, sino de reflexionar sobre los procedimientos de la propia escritura. El autor de Underwood portátil. Modelo 1915, que dirigió la Escuela Dinámica de Escritores, ha pensado en serio sobre cómo los procesadores de texto limitan o estandarizan nuestra escritura y, como cree en la experiencia de la propia redacción, ha escrito El Hombre Dinero en su iphone. Con su única mano y un lápiz, letra a letra, en cualquier sitio: ningún lugar sagrado.
En la pasada edición de Documenta hubo una programación especial, en que la literatura era considerada como arte contemporáneo. Varios escritores fueron invitados a pasar sus días escribiendo en un restaurante chino. En un descuido, a Bellatin le robaron su ordenador portátil. Entonces descubrió que el seguro del festival no incluía a los escritores y sus adversidades. Mi pregunta al respecto no puede ser más directa: ¿Fue el interés de Documenta por la literatura puro pose, un timo?: “No lo sé, ignoro que repercusiones pueda tener en el futuro una experiencia como la de Documenta, lo que sí me sorprendió fue que está montada sobre la base de ser un gran negocio inmediato, me parece que es más una empresa que un espacio como tradicionalmente suele llevarse a cabo la reflexión intelectual”.
No es de extrañar, pues, que cada vez que me cruzo con Mario Bellatin en algún rincón del mundo (la última fue en la Feria del Libro de San José, Costa Rica, donde la Editorial Germinal imprimió en directo un libro suyo), los viejos proyectos hayan pasado a un segundo plano, devorados por las ruedas oruga de los nuevos. Hace dos años, en Madrid, su obsesión eran Los Cien Mil libros de Bellatin, la reedición de toda su obra en pequeños libros artesanales, que vende o intercambia personalmente, al margen del sistema editorial. ¿Qué pasó con esa quijotesca empresa?, le pregunto: “Los últimos los estamos haciendo en casa, sin imprenta; pero lo más importante es que he descubierto algo fantástico: que su carácter utópico -no creo llegar a tener vida para los cien títulos- hace que el proyecto siempre siga avanzando, así se detenga durante un tiempo su producción, porque llega un punto en que se funde materialidad con deseo”. En otras palabras, “lo no tangible tiene el mismo valor que lo tangible”. En otras palabras: los proyectos tienen la misma fuerza que las obras. Es tan importante la energía como la materia. Dan igual mil que cien mil.
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Publicado en La Vanguardia
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