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Los alcaldes y su viaje a Canossa, por Marco Negrón

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En un artículo en El Nacional del pasado domingo 5 de enero, a la vez agudo y pesimista, Antonio Pasquali considera la asistencia de los alcaldes opositores electos el 8-D a Miraflores como el inicio de “su viaje a Canossa a legitimar la ilegítima autoridad”. Y no es el único que piensa de ese modo.

Conviene recordar que el episodio que refiere Pasquali ocurrió a finales del siglo XI, durante un período signado por las fuertes tensiones entre la secular dominación del campo, opresor y embrutecedor, y la emergencia de las sociedades urbanas, con su promesa de libertad, progreso y riqueza.

En ese contexto ocurre el viaje del emperador Enrique IV que, en 1076, en plena disputa por el poder entre el Sacro Imperio Romano y el papado, había sido excomulgado por Gregorio VII. Llegado a las puertas del castillo de Canossa donde el papa se había refugiado, deberá soportar tres días bajo la nieve antes de obtener el perdón que imploraba. El incidente se cita frecuentemente como ejemplo de la sumisión forzada de un poder a otro. Pero, como ocurre en el artículo comentado, se suele contar sólo la mitad de la historia: ésta no es lineal y tampoco en esa ocasión concluyó en aquel gélido enero del norte italiano.

Como quiera que quien escribe no tiene méritos suficientes para debatir sobre historia medieval ni sobre ninguna otra con alguien con las credenciales del profesor Pasquali, no le queda más que acogerse a la autoridad de Jacques Le Goff, uno de los más importantes medievalistas de todos los tiempos, quien en su obra El bajo Medioevo relata los hechos en los términos siguientes: “A las decisiones de Gregorio VII”, reivindicando a través del Dictatus Papae las prerrogativas del papado, “Enrique IV responde haciendo deponer al pontífice por veinticuatro obispos alemanes y dos obispos italianos reunidos en sínodo en Worms en enero de 1076. El pontífice replica excomulgando al emperador, negándole todos los derechos para ejercer el poder en Alemania y en Italia, ordenando a todos los cristianos negarle obediencia. […] “Enrique IV juega con Gregorio VII humillándose ante él en la nieve de Canossa (enero de 1077). Resiste a un competidor, Rodolfo duque de Suevia, electo rey de los Romanos, en el 1077, es excomulgado una segunda vez por Gregorio VII en 1080 y le opone a su enemigo el antipapa Clemente III. Gregorio VII se ve obligado a llamar en su auxilio a los normandos de la Italia meridional que lo protegen sometiendo a Roma a hierro y fuego. Pero en 1084 Enrique se apodera de la ciudad y se hace coronar por Clemente III. Gregorio VII, encerrado en el Castel Sant’Angelo, es liberado por los Normandos y muere el 25 de mayo de 1085 en Salerno…”

En fin, que el viaje comenzado en las frías cumbres de los Apeninos terminó con el exilio papal en las cálidas playas del Tirreno. Sin embargo, habrá que esperar hasta septiembre de 1122 para que se reconozca, mediante el concordato de Worms, la separación entre la esfera de acción de la Iglesia y la del Estado. Además de no ser lineal la historia, me temo, no suele repetirse.