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Lo común en Venezuela: eso que no somos y podemos ser, por Juan Cristóbal Castro

La democracia es un régimen de construcción de lo común. Alejandro Katz

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¿Qué pasa? Hostilidad en comercios, carros con música a todo volumen. Gritos, rencillas en puestos de trabajo. Encierro en las noches. ¿Cuántos muertos por fin de semana? Es desgastante. ¿Qué nos pasa? Nos pasa que no tenemos ya nada en común, que los lugares de socialización son el teléfono, Twitter, Facebook y el centro comercial. Que estamos dominados por el discurso de unos contra otros, por los relatos conspirativos que han hecho de Venezuela un lugar de continua sospecha.

Nos pasa que nos odiamos. Que salimos al trabajo queriendo regresar, que muchas cosas nos parecen insufribles o intolerantes, que no miramos sin la chequera del otro, mientras el otro mira contento las ruinas de su vecindario  y no sabemos si robamos o ayudamos en cada negocio que abrimos, en cada banco que creamos, en cada beca que pedimos. Eso nos pasa. Y más…

Tampoco ayuda el paisaje: autopistas inmensas, smog, arquitectura de centros comerciales, aires acondicionados, pocos lugares peatonales. Menos la educación: historia heroica del odio, bajo nivel en la enseñanza de la lengua y otras ramas, maestros mal pagados, ambiente hostil. ¿Cómo se piensa lo venezolano? ¿Desde cuáles lugares se comparten y se tratan como personas iguales y dignas a los ciudadanos?

Aceptémoslo de una vez: no somos los mismos. Los desequilibrios que teníamos antes (el país del “ta’ barato”, de las misses y el whisky) se han acentuado. Lo que quiere decir, en otras palabras, que una verdadera alternativa democrática pasa indispensablemente en repensar un nuevo modelo de lo público.

Ahora todo es peor. Lo sabemos. Y los lenguajes de la alternativa, por más loable que sea su causa, se quedan en lo electoral o en el llamado a la calle sin saber por supuesto qué decir, cómo decirlo ni qué hacer.

Hace tiempo señalé tres cosas que se tenían que mejorar: un imaginario común, un lenguaje republicano y popular y una nueva pedagogía ciudadana. ¿Respuesta? Interés y, luego, silencio.

Entre tanto lo público espera. Necesita de nosotros. Ahora más que nunca.

Lamentablemente el lenguaje “técnico” raptó, en una jerga especializada e impersonal, la concepción plural de las políticas públicas. Y si bien ayudó a pensar cómo mejorar las condiciones materiales de la ciudadanía, entre ellas la seguridad, abonó el terreno para la suspicacia por falta de un anclaje cultural, por no entender que es parte de otros espacios e interacciones. Me explico mejor.

1. El mundo y sus variantes. Antes de nada viene la polis, el ágora. Lugar donde se reúnen los ciudadanos a discutir. Esencia de la república: lugar imaginario donde todos nos reunimos por igual a compartir nuestras preocupaciones para vivir mejor. Es ahí donde se labra el laboratorio de lo común. Pero éste cuenta de varios elementos, y más en una sociedad trans-moderna.

Empecemos con la reflexión sobre la mundanidad. Uno existe en tanto que es parte de un “mundo”. Éste es el lugar que uno habita y en el que se rodea: la casa, los muebles, la familia, los amigos. Con ellos no tenemos relaciones instrumentales, de interés. Con ellos vivimos. No están antes o después del día a día, sino son parte de ese presente devenir. No son ideas, idearios, consignas, banderas. Son su estar con nos-otros. Aceptando ese espacio temporal, nos reconocemos. El lenguaje es fundamental: “La comprensibilidad (…) del ‘ser en el mundo’ se expresa como habla” (180), señala Heidegger. La palabra nos “abre” a otros. Nos integra a nuestro entorno. Desde ella nos vemos como parte de una comunidad, de un entorno que nos alberga.

Hannah Arendt añade otro ingrediente. Para ella la mundanidad no es algo natural, de sobrevivencia temporal e inmediata, sino que va más allá: el “hogar mundano se convierte en un mundo sólo cuando la totalidad de las cosas fabricadas se organiza de modo que pueda resistir el proceso consumidor de la vida de las personas que habitan en él y, de esa manera, sobrevivirlas” (222).

Aquí entra otra dimensión. Lo mundano es una creación de los hombres que paradójicamente los sobrepasa. Perdura históricamente. Forma parte de sus monumentos, creaciones, textos. Ni platónico, ni atemporal: es cultural, simbólico. Reside en el lenguaje. Somos seres políticos porque hablamos, discutimos, reflexionamos. Esta perdurabilidad dentro del tiempo se garantiza gracias a la cultura. Con ello no se refería al entretenimiento, o a la tradición filistea que entiende el arte y la crítica como simple valor de cambio, signo de estatus o posición social, tal como vemos en las nociones espectaculares de las orquestas nacionales o de la belleza venezolana.

Por el contrario, la cultura es el espacio que atiende las preocupaciones de los hombres, a saber: sus representaciones, valores, sentidos, destinos. Arendt muestra el vínculo entre arte y política y la importancia de la estética, porque las tres se sostienen en este “mundo común”. Ahora bien, uno de los elementos fundamentales para mantener este lugar es la capacidad de juicio. Y éste “descansa en un acuerdo potencial con los demás”. No es un ejercicio platónico que nos aísla de la realidad en un mundo de ideas perfectas, sino un trabajo de “comunicación anticipada con otros”.

No tiene que ver con una transacción de intereses, propia de la tradición liberal y mercantil, en la que ningún sujeto se ve interpelado o expuesto ni donde todo se simplifica en la mera negociación de un tercer lugar que iguale los intereses de ambas partes. Tampoco tiene que ver con un encuentro ético frente a un sujeto otro, una alteridad desconocida y radicalmente distinta, tal como lo han propuesto algunos epígonos de Levinas o de Derrida.

Por el contrario, es un espacio en el que entran varios y donde se da un verdadero ejercicio de igualdad. Claude Lefort decía sobre la libertad de opinión que no “transforma ·al individuo en propietario de su opinión”, sino que más bien “lo pone en contacto con la opinión de los otros”. Así es como se construye este espacio donde los hombres se exponen a la vista y el juicio de otros.

2. Lo común y lo actual. Este lugar viene sufriendo varias mutaciones en la era global. Si por un lado se ha ido disgregando con las nuevas tecnologías, el auge de la cultura de masas, la confrontación entre nuevas comunidades y subjetividades, producto de las movilizaciones que ha generado el capital des-territorial, por otro lado, ha abierto nuevas maneras de pensar e interrelacionarse.

Frente a la realidad mediática de una supuesta globalización, donde todo el mundo cabe, muchos teóricos (unos más incendiarios que otros) han mostrado con razón muchas reservas. El mejor ejemplo es lo tanto que nos ha costado desmantelar los mitos que ha erigido el chavismo en su representación internacional y lo difícil que ha sido mostrar la realidad nacional. Por eso algunos han preferido hablar de lo planetario, en contraposición a lo global, para mostrar esa otra realidad más diversa y compleja que el reparto comedido e interesado que se hace de las diferencias por parte de las agencias internacionales con su multiculturalismo.

Por otra parte, teniendo en cuenta estas realidades, el francés Jacques Rancière propone lo que considero como la tercera vertiente para pensar “lo común”. En varios libros muestra cómo la esfera pública pregonada por una sociedad civil “racional” se basa en una exclusión: el hombre racional es el que habla articuladamente, mientras que el hombre irracional es el que emite “ruidos”. La esfera pública margina así a extranjeros, discapacitados, iletrados. No se trata de reificar a subalternos y desconocidos. Se trata de entender lo político como el movimiento de discusión y tensión que busca incorporar estas nuevas subjetividades, también cambiantes. Es la distorsión del espacio armonioso que obliga a cada uno a repensar su lugar en un litigio constante.

Lo común para Rancière tiene que ver con una manera de ordenar lo que es perceptible en una sociedad: cómo la comunidad parlante privilegia a ciertos sujetos (el empresario, el periodista) y niega a otros (el mendigo, el crítico, el disidente, el loco). Toda asociación se configura distribuyendo bajo cierta lógica la visibilidad de sus integrantes. La mundanidad de Heidegger, mediada por la de Arendt, ahora está intervenida por un sensorium común: una espacio y tiempo donde se hacen visibles unas cosas y otras no, siguiendo una lógica.

El orden de visibilidad no es simplemente un atributo de la percepción, sino que incluye los valores, símbolos e imaginarios de una sociedad. Como en Arendt, la cultura tiene un rol importante: ciertas prácticas concretas del arte, de la literatura, y otras formas culturales (cine, televisión, radio), proponen distintas maneras de re-distribuir ese espacio y tiempo de visibilidad, ampliándolo y transformándolo; también, fijándolo y legitimándolo. Así entonces se pluraliza lo político, ya que permite gracias a la cultura promover espacios de disenso, de discusión y pensamiento.

El ágora no está sólo en el “parlamento”, o en la prensa y los medios, espacios importantes. Está también en el cine, en el arte, en la literatura, en otras formas culturales, en marchas e intervenciones, en deportes, y en actos teatrales, que nos permiten pensarnos e imaginarnos de otro modo.

Ahora bien, lo que es una crítica de Rancière directa a algunos de los planteamientos de la tradicional racionalista en la que se sitúa Arendt, muestra una posibilidad de entender este “espacio común” desde una perspectiva más actual y abierta, tomando en cuenta que es un lugar dinámico y movible. Lo común no es un marco inamovible. La polis no está constreñida a un lugar. Es “pluri-territorial”, cambiante. Se muda y pluraliza.

3. Lo común en Venezuela. Vista estas tres dimensiones de lo común, podemos ensanchar nuestro concepto de lo “público”, a los fines de pensar mejor un proyecto alternativo que rescate una verdadera convivencia en Venezuela. Las políticas “públicas” deben ir dirigidas a rescatar estos espacios.

No se trata sólo de limpiar las alcantarillas, y limpiar las calles, que es muy importante, sino ir más allá.

Es cierto que con una política de salubridad empezamos a mejorar las condiciones de la mundanidad de la que habla Heidegger, pero si no atendemos al llamado de la discusión y al cuidado de nuestros monumentos y archivos (plazas, parques, museos, bibliotecas) la noción de Arendt quedaría a medias. Además, sin el valor de la “crítica”, en las que también entran las intervenciones artísticas y culturales, como manera de pensarnos y reflejarnos desde nuestra potencialidad, nos quedaríamos todavía más a medias, en un espacio común pauperizado, perfectamente moldeable a distintas formas de autoritarismo y demagogia.

¿Y eso no es lo que ha venido pasando?

La política se ejerce en la “polis”, en el ágora: lugar de la sociedad hablante. No en el “voto”, en la elección, sólo una instancia de su realización. Ocupa  los tres lugares que he definido antes de nuestro mundo común. El del espacio físico y material, donde entra también los afectos; el del espacio simbólico, verbal y cultural, donde están nuestros lenguajes críticos, nuestras retóricas y posiciones ideológicas; y el del espacio potencial y espiritual, donde están nuestros muertos, imaginarios, valores.

El político “profesional” se mueve entre el primero y el segundo, traduciendo a términos pragmáticos el tercer nivel; el artista, intelectual, agente cultural, se mueve entre el segundo y el tercero, creando las condiciones novedosas para pensar de otra modo lo común.

Si vemos bien qué sucede en Venezuela, nos daremos cuenta que, por un lado, no hay intercambio entre ambos sujetos (intelectuales y políticos), y por otro, los espacios están en crisis y no se comunican.

Antes tuvimos políticos creadores o fundadores (Caldera, Betancourt, Villalba), ahora tenemos políticos profesionales (o electorales). Los primeros no sólo trabajaban para el voto, sino para armar un imaginario común, mientras los segundos trabajan para mejorar lo ya hecho.

El problema ahora es que el imaginario a partir del cual nos vemos como nación lo cooptó el chavismo, y los políticos de la alternativa vienen de una formación “profesional”. La alternativa se quedó sólo en un espacio para criticar, mientras que legitima los otros espacios.

¿Qué hacer? Antes de ofrecer una propuesta, quiero mostrar el terreno de la quiebra de lo común en la Venezuela de hoy.

4. La triste realidad. El chavismo logró con mucho éxito minar lo “común” desde tres niveles. Ahora, antes de proseguir, aclaro una cosa. Cuando digo “chavismo” hablo de sectores tanto del gobierno como de la oposición. Suena extraño, poco lógico y aristotélico, pero es así.  La polarización, estrategia chavista, fue un mecanismo de dominación efectiva que logró crear una “oposición” a la medida de lo que quería y quiere el gobierno. Siempre ha sido así. Ya lo entenderán cuando siga.

Entonces, para volver al análisis, el primer nivel de crisis de lo común fue por supuesto el lenguaje. Primero, introdujo las metáforas de la guerra para hablar de la política y además dividió en el espectro binario (amigo y enemigo) su relación con el disenso; esto tuvo como correlato la cada vez más alta participación en la actividad política del militar, así como sus lógicas organizacionales y formas de autoridad. Segundo, impuso una serie de conceptos fetiches para instaurar una realidad que los justifica, y que periodistas y opositores reproducen ciegamente: “cuarta república”, “hegemonía comunicacional”, “punto-fijismo”.

Tercero, dramatizó la retórica para usar causas legítimas de reivindicación social (lucha contra el clasismo, el racismo, defensa multicultural) como argumentos últimos que no se pueden discutir, y con ello logró descalificar de antemano todo ejercicio de reflexión crítica. Cuarto, se valió desde todas sus instancias de lo que Rafael Rojas denunció como estrategia de la revolución cubana, a saber, el “asesinato de la reputación”, o el uso de la “difamación” como estilo “infamante”. Y quinto, introdujo la relación con el “otro” disidente bajo metáforas que incitan proyecciones fóbicas e imaginarios radicales y catastróficos: el “otro”, el opositor” es traidor y amenaza la estabilidad. Esta incitación al odio, también fue promoviendo lo mismo en el bando contrario: el chavista se convirtió en sinónimo de radicalidad y peligro. Todo para motivar la polarización que sólo a ellos les convenía.

El segundo nivel en el que se minó lo común, ayudado por la escasa sociedad civil que teníamos y los políticos, fue la memoria. Al cabo del tiempo, fue imponiendo un pasado en las que fue reviviendo a Bolívar, Maisanta, Sucre, entre otros. Las luchas independentistas, y el ideario bolivariano, se fueron actualizando en un giro temible donde la historia se hacía “viva” otra vez, donde de nuevo luchábamos por la independencia y la liberación.

En ese ejercicio fue borrando y desautorizando otras formas de vínculo con el ayer (la de los académicos, las de las comunidades, la de los políticos, la de los luchadores sociales y civiles). Poco a poco, él fue convirtiéndose en el único intérprete válido de la historia, en el único que la encarnaba. También, junto con ello, fue imponiendo una heroización del sujeto subalterno desde una concepción de las heridas del pasado, donde todo es reducido al dramatismo de la víctima y la culpabilidad de los adversarios.

Así, al des-pluralizar los diversos acercamientos del pasado y a la vez trasladar en una forma radical el tiempo de la independencia con el tiempo actual, fue homogeneizando la nación y minando la posibilidad de compartir, desde las diferencias y el disenso, una memoria común.

A su vez, los sectores opositores contribuyeron en ello al ser incapaces (todavía lo son) de rescatar en sus discursos y acciones muchos de estos tiempos.

El tercer nivel de crisis de lo común, para terminar con esta sección, fue el espacio público y urbano, ya como consecuencia de los anteriores elementos. Sabemos cómo Chávez gobernó durante quince años como si estuviera en campaña permanente. Así fue invadiendo con propagandas (afiches, cuñas, discursos, cadenas) no sólo nuestro lugares de tránsito, sino también los lugares de descanso y recreación, como la misma televisión, la radio e incluso el internet.

En esa actualización general de la guerra como forma de campaña permanente se dio un desdén por mejorar las condiciones de parques, plazas públicas, aceras para caminar. También se vio afectado, como he dicho antes, las calles, las condiciones de vida por la inseguridad. De igual modo, dejó que centros Comerciales terribles terminaran apoderándose de la demanda de lugares de recreación, a la vez que castigaban a otros cuando les convenía.

El sectarismo fue tal que alcaldes y gobernadores proponían evitar reunirse con gente de la oposición, a la vez que organizaban marchas para amenazar y ensuciar lugares y monumentos; algo parecido sucedió en ciertos sectores opositores, pero nunca desde las dimensiones que llevaron a cabo los seguidores del oficialismo. El rechazo por toda planeación consensuada, por todo discurso técnico y racional, por toda propuesta eficiente, fue dejando todo al libre albedrío.

Pero además los espacios de aparente neutralidad: museos, teatros, bibliotecas, editoriales, universidades, escuelas, fueron acaparados para impulsar su ideario. Así impulsaron una política de colonización cultural de estos lugares para imponer su ideario y no dejar marca o territorio a ninguna otra tendencia.

Las consecuencias son claras. Desde la instancia del entorno físico no nos vemos, porque no podemos habitar la ciudad donde vivimos; desde la instancia de la cultura, secuestraron la pluralidad de visiones y monumentos del pasado, para imponer sólo uno y desechar cualquier alternativa distinta, y desde la instancia de lo estético, impusieron un orden de visibilidad excluyente y monolítico donde la encarnación del ideario independentista y del cuerpo chavista es lo único válido.

5. El futuro por-venir. ¿Cómo curarnos otra vez? ¿Cómo recuperar la habitabilidad del venezolano desde todas estas instancias?

Por supuesto que sigue el camino electoral y pacífico, ahora buscando varias alternativas. Por supuesto que habrá que trabajar en una política de calle más activa y dinámica. Por supuesto que habrá que articular mejor la MUD con los sectores de la sociedad: universidades, sindicatos, asociaciones de derechos civiles, líderes sociales. Pero también hay otra dimensión de la lucha, constantemente negada por la oposición: el pensamiento y la imaginación.

Pensar en brindar una cultura política alternativa, en entender mejor el Estado clientelar chavista, en promover una pedagogía ciudadana más efectiva y cercana a nuestra cultura, es tan importante como salir a la calle a protestar, a buscar votos. No es monopolio de profesionales encuestadores, ni educados estudiantes de Harvard o Pittsburgh. Es una tarea “común”.

Esto quiere decir, en otras palabras, que hay que trabajar sobre un terreno que la MUD no ha podido trabajar todavía. Anclada en lo electoral, con el las reglas del juego que hace y deshace el gobierno, y presionada por la demanda y los peligros de la protesta social (salir a al calle), no ha podido crear un espacio para pensarse e imaginarse lo suficiente, no ha podido pulir y mejorar su lenguaje, trabajar su imaginario, divulgar propuestas alternativas.

Es verdad que una narrativa alternativa no se decreta, y en esa carencia es precisamente la fuerza que tenemos. Al menos así lo veo yo, porque es contra el “decreto” la razón de nuestra lucha. ¿O no? El fin no es ganar elección, ni ser mayoría. Eso es un medio. Nada más.

Hagamos entonces de lo que parece una carencia, una virtud. Tratemos de desarrollar ese “lugar de la sociedad hablante”, de la discusión cultural, intelectual, para pensar esa narrativa, o esas narrativas. Desde ahí se irán abriendo puertas: mejores metáforas para definirnos, alejadas de las que impuso el chavismo, alternativas concretas para mejorar nuestra situación, argumentos más sólidos y convincentes para desenmascarar el régimen y procurar mejor acceso a la población, imaginarios y símbolos que, sin dejar de cautivar a la población, reúnan lo más llamativo de nuestras tradiciones civiles y culturales.

Para articular mejor las demandas de profesores y estudiantes, de obreros y trabajadores informales, de las víctimas de la inseguridad y el sectarismo, de las necesidades de la clase media, además de otros grupos y comunidades, hay que trabajar mejor en el idioma y los imaginarios que mejor nos identifican, en propuestas que nos movilicen de verdad.Lo demás son números, que cambian de la noche al día, con los Daka. Así de simple.

Falta entonces que la MUD arme mejor una plataforma para la discusión, alterna a la plataforma electoral y “política”, que funcione para articular los reclamos de diversos sectores de la sociedad, así como para promover puntos de acuerdo en el diseño de estrategias y experiencias en la lucha. Esta tiene que darse indistintamente de las demandas inmediatas que procura el chavismo. Se debe salir de su círculo vicioso. Tiene que procurar mantenerse al margen del sensacionalismo y la inmediatez. Tener su propio movimiento, su propia lógica.

No se trata de un programa. Eso puede venir después. Hablo de un lugar de la discusión constante en los que los diversos sectores se vean, se piensen, se analicen y se busquen.

Se puede empezar con algo estúpido y simple, a saber, tener a alguien que en el blog de la MUD incluya discusiones de los diversos sectores de la sociedad: de la educación, de la cultura, de las políticas comunicacionales, de las alternativas urbanas, del problema sobre la inseguridad, de la historia venezolana. También debería mostrar propuestas creativas de alcaldes en su gestión en el que se discuta vías para mejorar la vida diaria del ciudadano. ¿Es complicado?

Después se puede comisionar un grupo para que organice debates y promueva discusiones y manifestaciones concretas, en donde se trate de vincular a los políticos para que oigan, den su experiencia, compartan. Un grupo de gente avalada que articule todas esas discusiones.

También los políticos, líderes de opinión, empresarios, deberían estimular económicamente iniciativas como las de ProdavinciVenezuela analíticaFundación de la Cultura Urbana, proyectos como los que desarrolló Diana López en Chacao, o los que se han dado en Los Galpones, para ir promoviendo la crítica. No podemos quedarnos con lo que tenemos. Debemos ir por más.

La MUD podría ayudar en canalizar los intercambios entre el empresariado y artistas e intelectuales, para que ambos asociados desarrollen propuestas creativas e importantes.

La mejor manera de defender los valores que se han ido perdiendo contra este régimen, es precisamente ejerciéndolos. La libertad no se decreta, se realiza, aún en los espacios más pequeños.

Es tiempo ya de aceptar otros lugares de lucha. Lo común nos espera. Demos el ejemplo.

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Referencias

Arendt, Hanna. “La crisis en la cultura: su significado político y social. Entre el pasado y el futuro.Barcelona: Ediciones Península, 1996.

Heidegger, Martín. El Ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica. México: 2010.

Lefort, Claude. La complicatión. París: Fayard, 1999.

Rancière, Jacques. El desacuerdo. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1995.