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Llámame país: Tres estampas de invierno de lo que ocurre en Venezuela, por Karina Sainz Borgo

Por Karina Sainz Borgo | 16 de febrero, 2014

“El infierno, al fin y al cabo, no es más que el eterno segundo que uno pasa en el lugar que uno no cree que le corresponde. Y en ese lugar vivimos todos”
Ray Loriga

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Estampa #1. En Madrid llueve desde hace cinco o seis días. Un invierno puñetero, cenizo. Hace frío, claro. Pero un frío de esos que destemplan un poco más cuando se mezcla con otras cosas. Y en estos días pasan muchas.

─ Mi madre ha ido a la carnicería. Sólo dejaban llevarse dos pollos por persona─ digo.

─ ¿Y por qué no los compra por Internet?─ me responde.

Una ráfaga de viento del invierno entra por la ventana, que está cerrada. Sigo cenando. Me concentro en trocear dos taquitos de pez espada que he comprado en La Sirena. Están algo pegajosos. Acaso poco hechos. Casi crudos. Mi corazón también.

Estampa #2. Llego a la redacción. Me sacudo las astillas de hielo que comienzan a derretirse sobre el abrigo. Enciendo el ordenador. Actualizo la bandeja de entrada. Recibo el correo de un buen amigo español. Viaja a menudo a Venezuela; está bastante enterado de lo que ocurre.

Leo: Me imagino que estarás conmovida por los sucesos que se desencadenan en tu país. Es terrible, pero estaba por venir, claro. Un algo de cariño y de puntilla me arropan y me joden, a la vez. Leo de nuevo. Me imagino que estarás conmovida… Mis ojos saltan hasta tu país, esa atribución que tiene  algo de esputo, de reproche y con el que suelen referirse los españoles a mi lugar de procedencia cuando de política y clichés se trata.

Avanzo, acumulo las palabras en la lectura continua de una línea sobre una pantalla blanca. Es terrible, pero estaba por venir, claro. Ese claro, descolgado tras una coma, me resulta todavía más hiriente. Me escuece como los abrazos de compañera de clase en colegio de monjas; cariño envenenado. Sé que no hay más que buenas intenciones en su breve carta y sin embargo, hago lo que puedo por sacar el arpón de mi costado.

Afuera hace un día color coleto. Ese gris de agua sucia de fregona que apesta levemente si te inclinas sobre el cubo. Entonces llego a una conclusión: No, no me conmociona. Lo que ocurre en mi país me jode. Me jode que mi madre consiga anaqueles vacíos y tenga que hacer trampas para llevarse más de paquetes de papel higiénico. Me jode que las pastillas de mi hermano no se consigan. Que a mi hermana la hayan asaltado. Que mis amigos me escriban preguntándose qué hay que hacer para irse, que mis profesores de la universidad se fotografíen sonrientes con una lata de leche en polvo entre las manos.  Sí, me jode. Pero todavía más no poder decir una palabra. La distancia es mi sello de extranjería en el pasaporte de los ciudadanos transparentes.

Estampa #3. Entro al tuiter. Empujo con la yema del dedo la columna del TL, incendiado a las once de la noche con las protestas en Caracas. Leo y empujo. Las palabras estallan como flashes de una cámara antigua. Enceguecidos fogozanos de polvo de magnesio. Balazos. HeridosFiscalíaCanal de televisiónRetirada la señalDifundir, urgente: las estaciones de metro están cerradasDemocracia. Maduro. Régimen. País. Medios. Silencio. Cómplices.

Hay tantas letras mayúsculas como gorjeos, trinos que a mí se me hacen infernales, algo así como la sinfonía carnicera que resultaría si alguien sacudiera con fuerza una caja de cartón llena de pollitos. Una sensación de déjà vu se manifiesta junto a las potentes ganas de abrir una cerveza que finalmente no abro.

Esto lo he visto antes. Hace ya mucho tiempo. Gente que sale a la calle con el cencerro de la ira, ese tintineo que avisa al lobo feroz por dónde andan los corderitos. Y no son corderos, son personas que se han visto obligadas a convertir sus derechos en un ejercicio aeróbico. Gente que camina para que no la pisen… más. El resultado es el mismo, esa carnicería doméstica. El calor de hogar que abrasa todo a su paso con su vapor de infierno y hornilla.

Siento un eco raro, un viento áspero. No sabría explicarlo. Una verdad que es verdad, pero acaso inflamada, ceniza, fría, así como han de saber los garrotazos en la boca con un tubo de metal. Y entonces lo entiendo. Es eso eso, justo eso: la letra que separa el invierno del infierno.

***

Texto publicado en Crónicas Barbitúricas

Karina Sainz Borgo 

Comentarios (1)

Elisa Ochoa Linde
20 de febrero, 2014

Te leo y me jode. Porque no imagino lo que sientes estando lejos. Porque lo leo desde el lugar de la letra cambiada y puedo imaginar el color coleto del cielo que ves. Ese mismo que vi ayer y que hoy se volvió más gris y más sucio y más oscuro. La angustia en la distancia debe ser más angustiosa. Por eso, mi abrazo.

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