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Leonardo Padura en el Palacio de Linares (Mario Conde busca nuevas tramas); por Víctor Suárez

Padura en el Palacio de Linares (Mario Conde busca nuevas tramas)

Leonardo Padura. Fotografía de Casa de América.

Ya llegó, allá está detrás del trípode de la Sony P2HD con la que Casa de América registra todas las galas de la Sala Cervantes. No hay manera de evadirlo, Tamara. Si camino hasta Cibeles por la calle de Alcalá, me lo encuentro sentado en la terraza del Starbucks, la última vez con Arlette D, aquella bella militante venezolana que acompañaba a Antonio GP cuando en el Kremlin los compañeros latinos estaban aprobando con toda su fe la ayuda fraternal soviética a los checos del 68. Teníamos trece años cuando supimos de ese tancazo y lo escuchamos por radio en onda corta internacional porque Cubavisión no lo anunció. ¿Te acuerdas? Si vengo por el Paseo de Recoletos, cambio de calzada porque si no me lo toparía en el jardín exterior del Café Gijón, esta vez de copas con Miguel G, aquel vice presi de la Etecsa venezolana. Le insinué al mastodonte español que cuida la entrada del antiguo Palacio de Linares que le dificultara el paso hasta más allá de que se copasen las tres salas habilitadas, pero veo que logró convencerlo con ese carnet de periodista que no tiene validez en su país pero en España sí. Es un cansino, ya te he contado. Está empeñado en corregir mis historias, en agregarles detalles para las próximas reimpresiones, en voltear las tramas y proponerme otras, en facilitarme, cree él, senderos nuevos para el desarrollo de un Mario Conde Siglo XXI.

Cuando escribí sobre el abismo inmortal del conguero Chano Pozo me recriminó que en la victrola del café Río de la calle 113 de Nueva York, donde le plantaron siete balas en 1948, no se podía escuchar “Manteca” si se marcaba la K3, que esa tecla se correspondía con el “Babalú” de Miguelito Valdés, y que la tecla que hacía funcionar el mecanismo que ponía a sonar esa obra cumbre que tanto influyó en Dizzy Gillespie y en Machito, en Mario Bauzá y en Tito Rodríguez, era la M8. Una bobería. Me hizo llegar dos cartas a la redacción. En la segunda me acusó además de haberle birlado una frase al “Pedro Navaja” del panameño Rubén Blades, aquella que dice “las manos siempre en los bolsillos de su gabán“, cuando retraté el porte del jíbaro asesino apodado El Cabito. Tampoco le respondí porque tú misma me dijiste que era otra tontería. En realidad escribí en ese reportaje que cuando Eusebio Muñoz entró en el bar en el que el abakúa Luciano Pozo hacía gárgaras antes de debutar a medianoche en el Strand, llevaba “Las manos, ocultas en el bolsillo de su gabán“, lo cual si te pones a ver es un fenómeno pues son dos manos opuestas para un improbable único bolsillo de cualquier chaquetón, donde también reposaba un revólver y no un puñal. A lo mejor envió un tercer reclamo, pero ese no llegó. Era mi etapa de periodista en Juventud Rebelde y en El Caimán Barbudo, en los 90. Cuando al fin pude conversar con el cubano Israel López Cachao en el restaurant Casa Pachín, durante la Semana Negra de 1995 en Gijón, publicada bajo el título “Mi idioma es un contrabajo“, ¿sabes lo que me mandó a decir? “Mira, Padura, a ti que tanto te gusta un muerto, ¿me puedes decir con exactitud dónde y cuándo coño murió Orestes El Macho, el hermano mayor de Cachao? Lo pintan como la inspiración de Las Maravillas de Arcaño, el que alargó la parte final del danzón para que los mulatos pudieran bailar más distendidos, y de paso inventó el verbo Mambear en la emisora Mil Diez de La Habana, ritmo que después derivó en el Mambo que Dámaso Pérez Prado se llevó a México en 1948, pero lo dejaste tirado, entre fabada y chorizo, en la costa verde asturiana. Si la entrevista la hiciste en 1995 y Cachao te dice “Por eso fue tan triste enterarme de que había muerto, hace tres años”, ¿no te pasó por la cabeza que si le restas 3 te quedan 1992? No me jodas, Padura, ni cuándo ni dónde. Orestes murió en el 91 y nació en el año 8″. Ese recado, Tamara, sí que me dolió; aunque el hermano menor se hubiera confundido yo debí haberlo advertido. Todavía no sé dónde reposa Saturnino, el único Orestes de mis oídos dados al violonchelo, pero sí sé dónde murió el otro Orestes, el de Los Tigres de Marianao, el Cometa de Cuba, Minnie Miñoso, fallecido a los 85 la semana pasada en Chicago. Daniel Kaminsky le contó al Conde (“Herejes“) que la orquesta América le había montado un chachachá en el 55, el año de mi nacimiento, pero no me confirmó si el autor había sido el hermano mayor de Cachao.

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Les estoy comentando esta noche de lunes 9 de marzo a los españoles mis planes en cine y televisión, un largometraje y cuatro capítulos salidos de la serie Las Cuatro Estaciones quizá para los alemanes o para HBO, que ya tenía director y productor, pero la gente más bien quiere pistas sobre cuál será la evolución de Mario Conde, Tamara. Mi amigo Manuel Vincent, el periodista de El País que estuvo mucho tiempo como corresponsal en Cuba, que modera la charla, me hace preguntas que no son preguntas sino prolongaciones de lo que yo discurro. Pero con este señor en la sala no estoy cómodo, pocas veces puedo levantar la vista del guión que me había procurado en la tarde, después de la siesta y de tantas entrevistas que había despachado en la mañana. El tipo (es mayor que yo, me lleva más de 10 en edad) se ha movido de su sitio original, detrás de la cámara de alta definición que está grabando el acto. Se tiró a un lado para agradecer al maestro de ceremonias, el que finalmente le dijo al portero que le dejara pasar al Cervantes. Vi que va con la misma gorra negra de visera corta que compró hace 20 años en el barrio gótico de Barcelona y con el largo foulard gris que le regaló Alina A, la científica cubana que se fue hace mil años a vivir a Venezuela y ahora trabaja en la NASA española. Lo supe porque me lo dijo Franki, el cubano amigo mío que me encontré en La Puerta de Alcalá a mi regreso de Luanda en 1991, con quien me sigo carteando. Franki me llamó porque supo de la impresión en febrero de la compilación de cuentos que ahora estoy presentando aquí en Madrid, Aquello estaba deseando ocurrir, y me precisó detalles del personaje. Lo he estado investigando, buscándole la caída, también con El Conejo, porque me tiró una bola mala en 2006 cuando publiqué en España Adiós Hemingway. Con un amigo suyo que vive en el estado de Zulia, apodado El Fuga, tiene más o menos la misma relación que yo con Andrés, mi médico mayamero, pero este Fuga es fotógrafo profesional y gusta de guardar reproducciones en blanco y negro de las grandes artistas desde que fue inventado el cine industrial hasta que llegó el color. El Fuga le había enviado una foto de Ava Gardner posando en una piscina con bañador negro, y una leyenda en que ponía “Diosa”. Y este enjuto caballero le respondió con el final de mi tributo al arrojado pescador de Cojimar: “A Andrés, en algún lugar del norte: Cabrón, aquí nos estamos acordando de ti. Todavía te queremos y creo que te vamos a querer siempre… Hay cosas que no se pueden perder, y si se pierden, entonces sí que estamos jodidos”. Y lanzó la botella a la bahía junto con la pantaletica negra de encajes y faralaos de Ava que se había robado en una de sus incursiones en Finca Vigía. En este caso, Fuga, si consigues esa botella perdida, si por casualidad llegase hasta el Lago de Maracaibo, por favor devuelve la pantaleta, que falta hace en el museo de Cojimar”. Esa bola cayó fuera del plato. Pero la otra fue peor. Cuando supo que El Conejo le había intervenido el correo (bueno, no fue El Conejo sino un compadre de la UCI), en rebote, y para que supiera que había pillado la intervención electrónica, le remitió una queja para que me la hiciera saber. En la dedicatoria de Adiós H yo había escrito: “Para L. con amor y escualidez”. Era una nota furiosa, destemplada, que me dejó de pie largo rato en mi portal. “Escualidez y escuálido, Padura, no pueden ser compañeros de nada relacionado con amor, al menos para los venezolanos. Es la mayor expresión del odio que ha inoculado Chávez (el que era presidente de ellos, muerto en La Habana no se sabe si en diciembre de 2012 o en marzo de 2013, esa es una tarea pendiente de Conde, te diré) contra todo aquel que disienta de sus ideas y proyectos de país, decía el muy latoso. Es igual a gusano, a gusanera, términos preferidos por Fidel y por Radio Habana Cuba para referirse a los millones de cubanos que se fueron al exilio luego del primero de enero del 59. Pero los adversarios políticos de Chávez aún no han emigrado en masa, sino que se mantienen haciendo oposición dentro del país. Y pueden ser mayoría. El año que viene le van a ganar un referéndum”, concluyó su diatriba. Yo no sabía nada de eso, y por eso preferí usar como epígrafe de mi última producción con Tusquets: De buen gusto es callar como la piedra, una cita de Eliseo Diego. ¿Te parece correcto? ¿Podría considerarse un puente, ahora que se notan distensiones y que hasta Netflix piensa establecerse en Cuba?

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Le vi luego por la derecha, en la salita ad later, a través del abra que deja la puerta de madera noble y labrada de cuatro metros de alto que los decoradores del Palacio de Linares empotraron poco antes de la inauguración en 1900. Con un iPhone en alto, tomando fotos, grabando, importunando a un público que no sabe oír si no está viendo a quien habla. El Conejo me había hecho llegar una conversación por correo que mi pretendido alter había sostenido con su antiguo profesor Luis AG, quien había vivido la postguerra del 50 en París. Discutían sobre Lenin antes de ser embalsamado, de Trotski en el exilio, del renegado Kautsky, la explosión de dolor por la muerte de Stalin en el 53, las revelaciones del XX Congreso del PCUS en el 56, de la escala que hizo en Orly ese mismo año un tal Pompeyo Márquez a su regreso de Moscú, de la Tercera Internacional, del Buró del Caribe. El Conejo solo me dijo: “léete esto” y largó sobre el quicio de mi portal un pincho USB envuelto en una revistilla de propaganda del CDR de la cuadra. Pero no me advirtió que lo importante estaba en los últimos intercambios, fechados unos, de ida, a las 07:30 (GMT+1 España) y otros, de vuelta, a las 02:00 (Venezuela). De esas disquisiciones tenía noticia porque algunas las había trabajado en el Pre, aunque sólo sus enunciados, y de otros ni idea. En los tramos finales de la conversación empezaron a discutir profesor y alumno sobre la Cuarta Internacional, la matazón entre los comunistas españoles durante la guerra civil, y por supuesto llegaron al punto Trotski-Mercader-México. Para ambos el escritor hispano-francés Jorge Semprún era el exacto intelectual orgánico que unía cabalmente pensamiento y acción, elaboración teórica con organización de la vanguardia proletaria, literatura exquisita con panfleto movilizador de huelgas generales en la España franquista. Había estado internado en dos campos de concentración nazi, luego de la Liberación de París en agosto del 44 se había dedicado a la reconstrucción del PCE fuera de España y hasta había tenido los santos huevos de asumir la dirección clandestina en Madrid a finales de los 50. LAG lo había conocido en el café de Flore, en el bulevar Saint-Germain, y le pareció bien que Felipe González le hubiera designado Ministro de Cultura en su primera legislatura, y el otro, éste que me está tomando fotos desde la puerta labrada de cuatro metros de estatura, había leído todos sus libros, El largo viaje, Aquel domingo, La segunda muerte de Ramón Mercader, La autobiografía de Federico Sánchez, entre ellos. Y después se enfrascaron en un debate que a mí me rozaba bastante fuerte. Hacía rato había amanecido en Madrid, y en Caracas, según LAG, el amigo Chávez a las 2 de la madrugada aún no dejaba de hablar por televisión y radio, “con todo el espectro encadenado”. El profesor opinó que la prosa, la enjundia y la documentación de Semprún eran “magistrales”, pero que empero “la reelaboración de Padura sobre el asesinato de Trotski no dejaba de ser interesante”. Se referían “Al hombre que amaba a los perros”. ¿Qué crees que opinaba el alumno, Tamara, según los correos interceptados? Pues, lo mismo que opino yo de quienes escriben hoy sobre Cuba desde fuera de Cuba, que son unos comemierdas, que hay que estar allí para sentirla y para contarla. Pero esa visión del alumno está fechada en 2006, cuando publiqué mi gran novela. Es como si no pudieras agarrar a la serpiente por la cola, como con los chinos cubanos, porque se te escapa. Ellos estaban hablando de La segunda muerte…, una obra publicada en 1969, con el Mayo Francés fresquecito, con Franco vivito, con Berlinguer a un paso de lograr una Nueva Mayoría en Italia, con Marchais y Mitterrand acosando a Campos Elíseos y con una URSS potente y altiva a pesar de las fisuras por lo de Checoslovaquia. Yo me tuve que chupar cuatro años completos, Tamara, tú lo sabes, estudiando y tramando el caso de Jacques Mornard, comprándole a Barbarito cuanto libro congelado conseguía, imaginando cómo podría ser contada la conversión y adaptación de un Mercader sin identidad, sin ápice de piedad conocida, dispuesto a cumplir una misión sin titubear en territorio hostil azteca, tal como se la había ordenado el partido. Lo mío es literatura, Tamara. Y este par de comemierdas la llaman “reelaboración interesante”.

Ayer, cuando salí a la calle para que me tomaran la foto que viste hoy en El País (¿se me nota mucho la tripa cervecera?), un taxista se estacionó a mi lado y me dijo: “Me gusta esa bufanda de arabescos marroquíes”. “¿Si?, qué bien, me la regaló el compadre Hassan”, le respondí. Estaba atento. Faltaba una segunda parte para completar la contraseña. Y el taxista dijo luego: “Esto te lo manda Compay Segundo”, y me extendió un sobre de MRW. Aquí tengo, Tamara, todo lo que necesita el Conde para retirarse sin necesidad de esperar el fin de los tiempos, según el enjuto caballero que firma los folios que me entregó el taxista. Es el croquis total de la senda perdida. Punto por punto. Un héroe (Ariel Fontana), un muerto encontrado en el más elegante de los penthouses de Miramar (FB), una épica (protección e infiltración al gobierno del presidente chileno Salvador Allende y la posterior defensa a tiros de la embajada cubana en Santiago cuando Pinochet y la CIA bombardearon La Moneda y tomaron el poder en 1973), un padrino que sirvió hasta que no pudo sostener más al entrenado (FC), un oficial de Tropas Especiales (otra vez Angola, Namibia, Congo), un informe secreto crucial (acusación definitiva contra el general Ochoa y los gemelos La Guardia), una fontana de corrupción (romper el bloqueo a través del turismo con Cubana de Aviación, los hoteles vendidos a los españoles y una agencia de muchos festejos llamada Sol y Son), una red de empresas (lácteos, jugos de frutas, telecomunicaciones, inmobiliarias, editoriales, cine, publicidad), un gerente de nuevo tipo (el know how que no teníamos ni tenemos), la decisión de Raúl (embargos, juicios, depuración interna, sentencias, la caída del general Rogelio en aeronáutica civil), aflora la traición (asesoría fallida y tramposa a un candidato presidencial en Chile para que a la final ganara el derechista Sebastián Piñera), los tarros que nunca faltan (el premio Nobel que prologó un libro de proezas a cambio de que se le introdujera un capítulo falso), litigios internacionales (donde Cuba pierde) y hasta el golpe de 13 millones de dólares que Fontana le propino a Chávez a través de una universidad chilena quebrada. “El resto lo pones tú”, me dice el remitente en el escrito que le mandó al Conejo por el conducto que los de la UCI abrieron. “Después partimos, como hiciste con lo del cuadro de la cabeza de Rembrandt”. Suena interesante, a primera vista. Acabo de decirle a los oyentes que Mario Conde evolucionará igual que la vida misma. Está más viejo, más aturdido, olvidadizo, tras sus continuas abluciones de carta blanca y sus constantes desencantos, pero seguirá contigo, Tamara. Seguramente, les digo, hablará más por teléfono celular, usará Internet mucho más que Yoany Sánchez ahora que tenemos cable submarino, viajará menos en búsqueda de lo que ya otros han encontrado, escapará de los 250 metros lineales que separan su casa en Mantilla de la logia masónica que fundó su padre y ya no le bastará hablar con cuatro o cinco del barrio para conectar con el pálpito de la isla…, en el bar de los desamparados. Como la de los judíos de todas las épocas, sean asquenazíes o sefarditas, la vida cubana ahora es mucho más complicada. Y la de Conde también lo es y lo será, les digo. Manuel Vicent cierra la charla. No permite preguntas porque supone que serán políticas. Me hago el tonto y saco un bolígrafo…

Te dejo porque se ha formado una fila de cien personas para que les firme “Aquello…” con la zurda. Y además ahora tengo enfrente a VS, que me pregunta: “¿Me podría atender un momento, señor Conde?”. No puedo, no puedo…, Tamara. Me han entrevistado ocho veces hoy…

-¿Y tú qué le dijiste tú? No es lo mismo, busca un trato…

-Una cosa muy simple pero lastimera, lo mismo que Rubén Blades a La Mora. Le dije: “¡No me martirices más!” Textual, pero en voz baja, con vista aletargada y con dientes rechinados, Tamara. Así me lo quité de encima, aunque no sé por cuánto tiempo.

Tuyo, MC.

PD: ¿Tu conociste a Ariel Fontana, seudónimo de aquel chileno opulento a quien acogió Fidel a sus 16 años en 1966 y que no dejó de apadrinar mucho más allá de su retiro formal en el año 8 de este siglo? Pregúntale al Conejo, al Flaco Carlos y también a Yoyi el Palomo. Muevan hilos. Urgente. El Conde se pondrá a trabajar en esto conmigo, a menos de que se le arruguen los huevos.