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Las calamidades del exilio: El regreso de Hisham Matar; por Pedro Plaza Salvati

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“Estaba de regreso en un lugar conocido, un lugar de sombras donde la única manera de conectarse con lo que había sucedido era a través de la imaginación”, dice el escritor Hisham Matar al momento de su regreso a Libia, luego de treinta y tres años de ausencia. The return (2016) es una obra ganadora del Premio Pulitzer en la categoría de biografía o autobiografía que toma la forma de una novela de no ficción. Matar ha pasado casi toda su vida dedicado a la insaciable búsqueda de la verdad sobre el destino de Jaballa Matar, padre del autor, un empresario devenido en prominente opositor al régimen de Muhammar Gadafi.

Jaballa Matar se vio forzado a irse a Egipto en 1979, momento en que el escritor apenas tenía ocho años y, a pesar de que la familia se sentía segura en ese nuevo hogar en el Cairo, el servicio secreto egipcio secuestra al padre en su residencia de exilio en marzo de 1990 y lo entrega a Gadafi. Una de las cartas del padre, enviada a la familia posterior a este evento, afirmaba que a veces transcurría un año completo sin poder ver la luz del sol en su celda aislada. Y Hisham Matar piensa: “Cuando se hace desaparecer a un hombre lo silencias pero también se estrechan las mentes de aquellos que quedan. Cuando Gadafi se llevó a mi padre me puso a mí en un espacio mental no mayor que la celda de mi padre”. A lo largo de la narrativa las pistas indican, sin certitud, que el padre fue ejecutado durante un episodio de notoria crueldad en la historia de Libia ocurrido en la prisión Abu Salim, Trípoli, en donde masacraron a 1.270 prisioneros: un acto de exterminio a opositores al gobierno dictatorial de Gadafi, que gobernó el país con mano dura durante 42 años.

Un joven capitán llamado Muammar Gadafi lidera en 1969 un golpe de estado que depone a Idris I, primer y único rey de Libia, que a su vez había dirigido al país desde 1951, luego del desenlace de la ocupación italiana y la independencia de Libia, tras la unificación de tres regímenes en una monarquía federal. La revolución de Gadafi abolió la antigua constitución y estableció un estado socialista. La educación pública se hizo gratuita y se instauró un sistema de salud social. Nacionalizó las empresas y prácticamente la propiedad privada fue abolida. Una casa pasó a pertenecer a la persona que vivía en ella y no a su legítimo dueño. Se prohibieron actividades de disidencia y, en general, se implantó un sistema orientado a la adoración al líder gobernante. El régimen se entromete constantemente en la vida cívica. Gadafi controla el poder judicial, censura a la libertad de expresión. Durante cuatro décadas los periodistas fueron encarcelados, censurados y a veces asesinados. En los años ochenta los opositores eran ahorcados en plazas públicas y estadios. Los Comités Revolucionarios se crearon para neutralizar a la disidencia y eran los encargados de colgar de la soga a los estudiantes rebeldes enfrente de sus propias universidades. Libros, instrumentos de música y grupos musicales pasaron a ser considerados anti-revolucionarios e imperialistas. Y dice Matar: “El dictador, como un enloquecido amante celoso, infiltró todos los aspectos de la vida pública y privada”.

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Hisham Matar nació en Nueva York mientras su padre ocupaba un puesto en las Naciones Unidas. A las personas que habían ejercido cargos importantes en el reinado de Idris I, pero que se mostraban proclives a servir a la revolución como lo fue inicialmente el caso del padre, las sacaban de circulación con cargos menores o administrativos en el extranjero mientras sometían a prueba su lealtad. Al inicio de la revolución el padre tenía fe y esperanza en los propósitos de Gadafi, pero luego se va desencantado y renuncia en 1973 al puesto en la ONU.

Hisham Matar ha vivido en el desarraigo: Trípoli, El Cairo, Roma, París, Londres y de vuelta a su natal Nueva York. Sobre esta última ciudad dice que le agrada la indiferencia neoyorquina porque esa indiferencia, donde casi todo el mundo es extranjero de una manera u otra, lo hace sentir que pertenece a algún lugar. Al convertirse en un opositor de Qadafi, dando declaraciones y entrevistas críticas al régimen, le advierten que no viaje a Egipto a visitar a su familia, lo que derivó, según él, en un segundo exilio. Antes de Nueva York, luego de vivir por más de un cuarto de siglo en Londres, no dejaba de sentir la sensación de transitoriedad. Nunca llega a considerar que pertenece a Inglaterra, con todo y el enamoramiento con algunos lugares, como la campiña inglesa, y de ufanarse de conocer la ciudad mejor que muchos londinenses. Se hace constantemente la pregunta:

“¿Qué hacer cuando no te puedes ir y tampoco puedes regresar?”. Matar comenta que las personas que dejan su país por circunstancias políticas deben aprender a tolerar la vida lejos de las cosas que aman. Lo persigue el fantasma de la incertidumbre y se vuelve un activista de su causa: “Desconocer cuando mi padre dejó de existir ha complicado los límites entre la vida y la muerte… Mi padre está vivo y muerto al mismo tiempo. No tengo una gramática que pueda definir este estado. Él está en el pasado, presente y futuro”. A lo largo de los años dirige más de 300 cartas, sin respuesta alguna, a las autoridades libias.

Matar escribe también innumerables artículos relacionados a la desaparición de su padre y logra un encuentro con el hijo de Gadafi. Las desesperantes reuniones con Seif el-Islam son narradas de manera brillante al punto de que el lector puede sentirse impaciente, ansioso y exasperado como el propio Matar ante el contacto con el ufanado y supuestamente líder renovador que era el hijo de Gadafi. Como Matar se había convertido en un escritor conocido, emprendió una campaña que hizo mucho ruido en el Reino Unido de Tony Blair (que contradictoramente se había aliado con Gadafi en el 2004 y abrió las puertas a la inversión de aquellos libios ricos ligados a la dictadura). Lo que ocurre con el hijo de Gadafi es una serie de encuentros y desencuentros durante meses y no llega a obtener una respuesta concreta o esclarecedora sobre lo que ocurrió a su padre. El libro deja ver cómo le dieron larga por mucho tiempo y hasta le tendieron varias trampas en las que no cayó, todo ello con la intención de desviar su reclamo, su petición. Matar se quiere matar, valga el juego de palabras, cuando confiesa que un día pensó en lanzarse desde el Pont d’Arcole en París. La desesperación continuada y crónica de no conocer si su padre podía estar vivo o muerto le hacía sentir un impulso de quitarse la vida.

A los pocos meses de que el régimen de Gadaffi es depuesto y el dictador es ajusticiado en manos de los insurgentes en las calles de Sirte un 20 de octubre de 2011, Matar decide emprender un viaje junto a su madre y Diana, su esposa californiana, a Ajdabiya, pueblo natal del padre, en Benghazi. Ello con la intención de reencontrarse con su país, tras décadas de nostalgia y, a la vez, indagar de fuente primaria con familiares, amigos y posibles testigos que pudieran decirle algo sobre la suerte de su padre. Sostiene largas conversaciones con su tío Mahmoud, que estuvo en la prisión de Abu Salim 21 años junto a otro tío y dos primos de los ciento treinta que tiene en territorio libio. Entre otros horrores el tío le cuenta que en la prisión había cornetas en lugares que los reclusos no podían acceder y colocaban repetidamente los discursos de Gadafi al punto de la locura.

Estando de vuelta en Libia en el 2012, viendo hacia el futuro inmediato, Matar dice que era increíble pensar que, producto del caos y la anarquía emergente del conflicto entre grupos que se disputaban el poder luego de la caída de Gadafi, que se podía haber vivido en mejores condiciones bajo la dictadura. La nueva situación emergente de guerra civil era mucho peor: “En todos los lugares donde antes estaba la cara de Gadafi ahora hay imágenes de los mártires”. Se encuentra con un país signado por la extrañeza y admite que, cuando se está en el exilio, se tiende a idealizar a ese país de origen que se ha perdido. Cuando uno regresa todavía se pueden apreciar muchas cosas, como la luz, la geografía, pero se da uno cuenta del grado de devastación y de que se retorna a un lugar que dejó de ser el lugar que se imaginaba. Esa devastación en este caso fue producto de las secuelas de del régimen totalitario de Gadafi y de la situación agravada que ya empezaba a marcarse tras su caída del poder. Y se dice a sí mismo:

“El mundo parece un lugar diseñado más para los perpetradores que para aquellos que buscan justicia”.

El libro habla de la disolución de las familias, esparcidas por el mundo cuando se instala una cruel dictadura, que aspiran a que tal vez algún día puedan llegar a vivir en el mismo país. Afirma que desde que su familia abandonó Libia, ha pasado toda su vida esperando. Y agrega: “Las revoluciones tienen su momentum y una vez que te lanzas a la corriente es muy difícil esquivar los rápidos. Las revoluciones no son puertas sólidas que atraviesan las naciones sino una tormenta que arrasa con todo”.