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La torre en el abismo, por Marco Negrón

[© Fotografía de Jorge Silva/Reuters]

[© Fotografía de Jorge Silva/Reuters]

La Torre de David ha vuelto a las primeras páginas a raíz de la operación de desalojo emprendida días atrás que permite sospechar que los rumores de que será destinada a un centro financiero del imperio oriental en ascenso no son precisamente cuentos chinos

La Torre de David ha vuelto a las primeras páginas a raíz de la operación de desalojo emprendida días atrás, una decisión evidentemente no improvisada pero que, tomada pocos días después de la firma de nuevos acuerdos con China y en presencia de su Presidente, permite sospechar que los rumores de que será destinada a un centro financiero del imperio oriental en ascenso no son precisamente «cuentos chinos».

Sin embargo, la perplejidad del líder de la operación el ministro con el título más largo y aparatoso de un gabinete sobre poblado acerca de qué hacer con el enorme esqueleto una vez vaciado no parece simulada: más allá de su comprensible ignorancia en la materia, la respuesta no es evidente porque, entre otras carencias, al régimen le falta la visión de ciudad.

En una primera aproximación lo lógico parecería restituirlo a su destino original, no sólo porque la concepción misma de la estructura así lo sugiere sino además porque está enclavada en un contexto urbano donde ya están sembradas las bases para la consolidación del complejo financiero de la capital.

Esto tendría la ventaja adicional de que se trata de actividades que pueden aportar sustanciales recursos a las arcas del gobierno local, lo cual hace posible financiar el desarrollo de otras de alto interés para la población pero de nula o escasa rentabilidad, como, por ejemplo, los nonatos parques del suroeste. Pero la pregunta es si un país tan intoxicado de ideología y ya muy adentrado en la fase de desguace soportaría ese uso, si alguien efectivamente, chinos incluidos, estaría interesado en desarrollarlo.

Quizá consciente de esa situación y queriendo evadir responsabilidades, el ministro ha afirmado que favorece la demolición de la torre y destinar el terreno a espacio público. Con esto evidencia una vez más la visión típicamente populista para la cual el espacio público no tiene costo, lo que explica por qué los proyectos (recordemos La Carlota) raramente salen del papel y, cuando lo hacen, suelen conocer un deterioro prematuro.

Pero es imposible pasar por alto que el problema lo creó el mismo régimen, en cuyas narices no sólo ocurrió la invasión del edificio sino que incluso como antes pasó con el bulevar de Sabana Grande y varias decenas de edificios esparcidos por toda la ciudad- fue promovida, si no por funcionarios, al menos por simpatizantes y beneficiarios suyos, persiguiendo esos votos que, para Giordani y su pupilo Chávez, eran la esencia de la revolución.

En resumen, un problema creado por ellos mismos y que ahora, desconcertados, pretenden echar sobre las espaldas de Fuenteovejuna convocando asambleas sustitutivas del conocimiento técnico, la reflexión racional y la responsabilidad política. ¡Que se vayan!