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La previa al partido Venezuela vs. Brasil: se buscan motivos para sonreír; por Nolan Rada

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Fotografía de Nolan Rada

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El color azul de la llave del taxi que maneja Nelson Álvarez hace juego con la bandera y las letras BRASIL que se leen en el llavero. Al hablar de fútbol, respira profundo, medita la respuesta, frunce el ceño y dispara: “Mañana haré traición a la Patria”. Explica que la última vez que apostó a favor de Venezuela fue cuando jugó contra Argentina y perdió más de cuarenta mil bolívares en un parley al que había puesto menos de cuatrocientos bolívares. Su traición, en el fondo y desde su perspectiva, es una apuesta segura: “Mañana no vamos a ganar”.

En las calles de la ciudad de Mérida no se ve promoción alguna del partido entre Venezuela y Brasil que habrá acá al día siguiente. La sensación general parece ser la misma del taxi: mañana no vamos a ganar. Apenas la venta informal de franelas piratas de la Vinotinto que se pueden comprar por cuatro mil o cinco mil bolívares sugiere ambiente de fútbol. A pocos metros del Estadio Metropolitano se ven apenas unos pequeños carteles colgando de postes amarillos y muestran la imagen de Alejandro Guerra, Salomón Rondón, Christian Santos… y el taxista los ve.

“Este Guerra es bueno, ¿pero cómo lo van a poner si viene de una lesión?”. Nelson se refiere a la alineación contra Uruguay, en el partido previo al de mañana contra Brasil. Pese a su pesimismo —¿u honestidad?—, el taxista parece sentir cierto aprecio por el talento de los venezolanos, en especial del mediocampo hacia adelante. “Josef es bueno… y si juegan los tres…”, dice pensando en Salomón Rondón, Josef Martínez y Adalberto Peñaranda. Sobre el último tiene palabras todavía más amables: “Ese chamo es especial. Yo no entendí por qué lo sacaron contra Uruguay”. Cuando hace ese comentario, Nelson no imagina que una leyenda del fútbol venezolano como Luis Mendoza tampoco entendió el cambio horas antes en el Hotel Venetur Prado del Río, quien dijo desde la piscina del hotel:

— Su salida el otro día nos perjudicó. Es un fenómeno. Lo tenemos que cuidar. Y que no se pinte el pelo: a él lo van a conocer por su fútbol.

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Cuando Luis Mendoza aparece en el hotel, el programa de radio Conexión Goleadora, que en ese momento transmitía desde las áreas comunes, se interrumpe. El periodista Edgardo Márquez pondera la relevancia del exjugador vinotinto y atina: “Quienes lo vieron dicen que es el mejor de la historia”.

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Luis Mendoza retratado por Nolan Rada

Ver a Mendoza caminar resulta conmovedor: su espalda y hombros comienzan a arquearse, en su cráneo cada vez hay menos pelo y su mirada se esconde tras unos lentes de sol modelo aviador. Aunque ya han pasado muchos años desde que debutó con apenas 15 años en la Primera División, vistió la camiseta vinotinto durante 14 años y 3 Copas América. Todavía sonríe cuando se le habla de fútbol.

“El problema de Venezuela es que tenemos cincuenta años de atraso en relación con todos los países sudamericanos”, dice con serenidad, como quien se ha resignado a que el pasado es así y que desde ahí, de alguna u otra forma, se explica el presente.

Sin embargo, el presente también le permite ilusionarse. Considera que ahora los equipos preparan mejor los partidos: “Nosotros apenas salíamos con dos, tres partidos de preparación contra los equipos locales”. También recuerda cómo era el fútbol profesional ligado a las colonias de inmigrantes europeos, cuando militó en el Deportivo Italia y en el Deportivo Galicia.

“Era el fútbol de colonia, donde había cuatro equipos en Caracas. En las tribunas, como teníamos cincuenta años de atraso, también teníamos cincuenta por ciento menos de aficionados a la selección. Entonces, los mismos venezolanos, cuando jugábamos contra un equipo que venía de España o Portugal, el estadio se llenaba de hijos de españoles o de portugueses. Ahora no: ahora la gente va a ver a la Vinotinto y tenemos unos estadios maravillosos, aunque abandonados”

Su entusiasmo se incrementa cuando se le nombra a Deyna Castellanos: “¡Ahhh! ¡Ésa es un fenómeno! Que siga siendo la mejor jugadora femenina del mundo. El fútbol masculino venezolano va por escaleras mientras que el femenino va en ascensor”. Y cuando se le pregunta a propósito de Brasil, el rival de la Vinotinto de este martes en el Estadio Metropolitano, recuerda:

“Habíamos quedado cero a cero hasta el minuto sesenta. Fue una hazaña porque estábamos jugando contra el mejor equipo del mundo que ha existido. Esos fueron los que ganaron el Mundial del 70”

Ya Brasil no es eso, pero la historia de la Vinotinto no ha cambiado tanto como para transmitir la sensación de que puede resistir con comodidad o lastimar a su rival con autoridad. “Al futbolista venezolano le hace falta creérselo”, remata Mendoza.

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Buscando los vestuarios de la Vinotinto sólo conseguimos el Acceso 2, una puerta cerrada con el escudo de la Federación Venezolana de Fútbol pintado afuera y un coleto, dos escobas, cuatro recipientes plásticos, dos tobos, una papelera grande y otros implementos de limpieza. El único rostro visible entre tantos trastos es el de una mujer de cabello negro, piel blanca y algunas arrugas en el rostro. Pedirle permiso para hacerle una entrevista es invocar su lado más tímido, como si la señora volviera a ser niña, al punto de reservarse incluso su nombre. No sirve insistirle. Sonríe apenada y se va caminando con sus botas de plástico beige. Sólo en la voz de otros se encuentra su nombre. Es María.

En el camerino de visitantes que recibe a Brasil hay unos asientos azules con el logotipo de la Federación Venezolana de Fútbol y varios espacios vacíos donde predomina el blanco de las cerámicas. La pizarra acrílica tiene encima una imagen de Cristo acompañada por una inscripción: “Se entregó a la muerte para darnos la vida”. Nadie sabe responder si el cuadro es una petición del equipo, pero, si no lo es, alguien debería pensar en quitarlo: a un país tan creyente como Brasil no conviene recordarle sus deudas, porque podría querer pagarlas ganando en el fútbol.

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A las afueras del campo se despliegan los equipos televisivos de T&H Producciones, la empresa encargada transmitir la señal nacional, donde habrá voces de narradores y comentaristas más un paquete publicitario dedicado al ámbito venezolano, y la señal internacional que saldrá sólo con el audio ambiente y algunas modificaciones en los acuerdos publicitarios.

En el estadio ya comienza a verse actividad: hay cables por todos lados y las móviles (nombradas “La Bestia” y “La Chulita”) comienzan a ser puestas a punto. Se revisan las vallas eléctricas, los periodistas van y vienen mientras que, a pie de campo, los bancos de suplentes esperan refugiados bajo una estructura pintada de gris que tiene poco más de dos metros de altura. A la vez, bandadas de aves de al menos tres especies distintas vuelan a ras de campo y cerca del techo del estadio. Quizás estén aprovechando las mismas corrientes de aire que usan quienes vuelan en parapente desde la montaña que se ve al fondo norte del estadio.

En el centro del campo se ha posado un ave. Es una garza que sólo se altera cuando se aproxima el carro amarillo que poda el césped. Lo conduce José Cano, quien supera los cincuenta años y viste un pantalón gris y una camisa de rayas. Verlo tan dedicado a que la grama quede corta, baja, hace que parezca una orden técnica para que la pelota pueda correr más rápido.

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¿Qué efecto tendrá sobre los equipos de fútbol reunirse a conversar justo en el centro del campo? Muchos lo hacen, muchos guardan el secreto.

Luego de las cinco de la tarde, ya con las vallas publicitarias eléctricas cubiertas con plástico por si llueve y con los cables de audio para la transmisión televisiva camuflados, hay futbolistas entrenando.

Es Brasil.

El pentacampeón del mundo entrena en el Metropolitano de Mérida a la misma hora a la que se convocó a los medios de comunicación para la rueda de prensa de Rafael Dudamel, entrenador de Venezuela. No está claro qué ocurre, pero sí que los medios tienen acceso al entrenamiento del equipo visitante.

Suenan los primeros clicks de los fotógrafos. Otros, sin teleobjetivos que les permitan trabajar desde la distancia, se acercan a la baranda para observar. Apenas algunas personas observan desde arriba los trabajos que realiza Brasil.

En el centro del campo comenzó el entrenamiento, hasta que el grupo se partió en dos. Un lote de diecisiete futbolistas, divididos en grupos de ocho más el arquero, realizan ejercicios en una mitad de la cancha. Entrenan la circulación de pelota en campo rival y la aperturas hacia las bandas, las zonas más maltratadas de un terreno que no está en perfecta condiciones. El otro grupo ensaya remates.

Superada esta etapa, el grupo que practicaba la circulación del balón comienza a practicar distintos desplazamientos tácticos sobre su lado del campo y con la pelota como eje. El ejercicio es reiterativo pero complicado: un jugador comienza sacando la pelota desde el centro del campo, el balón desde el lado derecho llegará hasta el lado izquierdo después de muchos toques y movimientos de jugadores hacia espacios específicos. Por su parte, el grupo de trabajo ha practicado la defensa de los tiros de esquina al segundo palo y comienzan a entrenar la defensa de los centros frontales.

“¡Va a empezar la rueda de prensa de Dudamel!”, dice la periodista Mariann García, indicando que la observación del entrenamiento debe suspenderse.

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Fotografía de Nolan Rada

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La Sala de Prensa queda a nivel de campo, así que hay que desandar los tres niveles que se subieron para ver el entrenamiento desde la tribuna.

Dentro de la sala algunos periodistas han tomado asiento, mientras otros se agrupan a los lados. En un instante las dos cornetas que hay en la habitación están rodeadas de grabadoras, micrófonos y teléfonos. Los enchufes también han sido invadidos por distintos dispositivos. La tarima al fondo de la sala está dedicada a las cámaras de televisión. Quien pase por allí sin agacharse inspirará el odio de los camarógrafos.

Hace calor, bastante calor. Y nadie quiere dejar de registrar las palabras del entrenador.

El Dudamel que sale a rueda de prensa transmite la sensación de ser un hombre comprometido con un discurso que puede sonar tan repetitivo como carente de respaldo futbolístico. Habla de paciencia, de tiempo, de que es necesario conseguir fortaleza mental, de que lo que está faltando para ganar “son goles”, como si de pronto descubriera que la única manera como se puede ganar en el fútbol es anotando goles.

Su discurso ya no irradia vitalidad y, en líneas generales, sostiene que es una transición que requiere tiempo, que se necesita el respaldo de la gente y de los medios de comunicación. Sin embargo, el entrenamiento previo al partido no fue abierto a la prensa ni se confirmó el once vinotinto para el partido.

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Fotografía de Nolan Rada

Luego vendría la rueda de prensa de la representación de Brasil, conformada por Filipe Luis, el lateral izquierdo del Atlético de Madrid, y Tite, el entrenador.

Nadie recuerda una sola sonrisa de Rafael Dudamel. Sólo queda resonando el mensaje de la valla que recibe a quienes llegan al Metropolitano de Mérida: “Es por ti, Venezuela”. Parece evidente que tanto el entrenador como el país entero buscan motivos para sonreír.