- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

La dolorosa autoridad de la fotografía, por Armando Coll

Argumenta Susan Sontag, palabras más palabras menos, que las imágenes en sucesión, vale decir el registro en soportes fílmicos del acontecimiento en movimiento no accede aún a la autoridad que se reserva el instante detenido por una foto fija.

Atiéndase al hecho de que cuando un editor fílmico quiere hacer énfasis sobre algún asunto en su sintaxis visual, recurre al freeze, la imagen detenida. Pienso en la secuencia para mí inolvidable de Memorias del subdesarrollo de Tomás Gutiérrez Alea, por elegir una. Esa que acompaña la voz en off con una edición de fotos fijas. Suerte de slide show, cada foto enhebra la elucubración que el personaje narrador expone: “Una de las cosas que más me desconciertan de la gente es su incapacidad para sostener un sentimiento, una idea sin dispersión. Elena demostró ser totalmente inconsecuente. Es pura alteración…”. Y mientras se escucha tan fatal meditación transcurre un encadenamiento de imágenes detenidas de la actriz cubana Daisy Granados en su mayor esplendor.

Es como si la foto fija fuese la heredera de la majestad de la pintura.

Ahora reflexiono sobre el poder de la fotografía fija y su multiplicación en Internet. Ahora mismo atisbo una foto debida a uno de los prolíficos reporteros gráficos de la cadena Al Jazeera. La locación: Aleppo, donde según los centros de información, se libra la batalla definitiva de esa guerra, especialmente desgraciada. Los fotografiados: dos combatientes de la milicia rebelde siria, uno sonríe a cámara, otro duerme de cara a un muro, acurrucado como en una cuna. Ambos abrazados a su rifle de repetición. Los dos casi niños o casi adultos.

Y tras contemplar esa foto que me viene del otro lado del mundo y asalta mi hogar gracias al nunca bien ponderado poder de penetración de Internet, acudo una vez más a la grafía de Susan Sontag que se esforzó como nadie en dar una explicación a ese extendido consumo del dolor ajeno a través de las imágenes que proveen las grandes agencias de información.

Ante el dolor de los demás (Alfaguara, 2003) es un alegato de la gran escritora estadounidense a la conciencia de Occidente, en primer lugar. Pero, ahora como, según recuerdo de mis años mozos, titulara la revista Life mediando los 80 y a propósito de la pandemia del HIV, “Nobody is safe” (Nadie está a salvo).

Esa portada de Life trascendía al mero documento del dolor al servicio del acomodado voyerismo de la sociedad contemporánea. Daba aviso con el respectivo despliegue fotográfico de los contagiados que también podía pasarte a ti, para decirlo con la fórmula gringa ( It could happen to you).

Las fotos mostraban a gente saludable y bella que secretamente estaba marcada con la letra escarlata de la infección que aterrorizó al mundo 30 años atrás.

Susan Sontag alerta sobre la tendencia que tiene la profusión de imágenes “desapacibles, vociferantes” en convertir el dolor humano en parte del aparato de entretenimiento que ingresa a los hogares gracias a la creciente accesibilidad a los medios. Y no se pierda de vista: la autora no contaba con el advenimiento de las redes sociales que convierten un acontecimiento en cualquier parte del mundo en una exhibición a disposición de todo el mundo en tiempo real. Las fotos fluyen en Twitter al instante. Y las imágenes de hace media hora se funden a las de dos días atrás en una suerte de tiempo abolido en el que la única conclusión es, una vez más, que nadie está a salvo.

“Las fotografías que almacenan el mundo”, escribe Sontag en uno de los ensayos de su ineludible libro publicado en 1973, Sobre la fotografía, “parecen incitar a su almacenamiento”.

Esa facilidad de “almacenar el mundo” ahora en la era de las redes sociales añade la ligereza con que se difunde una imagen ya sea del ámbito íntimo o de un suceso de impacto colectivo.

Pese a todo, la imagen detenida en medio de la simultaneidad trágica de un mundo de guerras, genocidios, desastres ambientales, sigue interpelando la consciencia de quien la contemple como lo hizo la primera foto tomada en un frente de guerra. Y por mucho que se multiplique y difunda, lejos de lo que muchos creen, el espectáculo que los medios ofrecen seguirá siendo la mera imagen de una verdad que permanece allí, invicta. La fotografía, más bien, parece destinada a recordárnoslo siempre.