Blog de Luis Pérez-Oramas

La dictadura sí tiene nombre; por Luis Pérez Oramas

Por Luis Enrique Pérez Oramas | 24 de abril, 2017
Fotografía de Giovanna Mascetti.

Fotografía de Giovanna Mascetti.

Hace apenas unos días, aquí en Prodavinci, argumentaba yo que la dictadura venezolana carecía de nombre. Argumentaba, más concretamente, que el manejo intencional de la legalidad como un espacio ambiguo, hasta transformarlo en un abismo vacío y puramente formal donde sólo anida la injusticia y la violencia, contribuía a que el mundo tuviese grandes dificultades en identificar al régimen chavista, y a su sucesor designado, como encarnaciones precisas de una dictadura.

La realidad se ha ocupado de hacer añicos mis palabras. Sigue siendo verdad que el gobierno venezolano se enmascara detrás de tecnicismos legales, pero ahora es claro que su formalismo solo sirve para desencadenar la furia de la violencia y la violación de los más elementales derechos ciudadanos. Ya el mundo sabe que la constitución venezolana, de la que sólo queda en pié una imagen maltrecha, es sólo pretexto de trasvestismo político para que se disfracen de ángeles legales quienes ultrajan la ley, mientras tratan de esconder sus crímenes contra el cuerpo social e institucional de la nación. Es así que el Defensor del Pueblo puede llegar a considerar que no hubo falta grave en la sentencia de la Corte que interrumpió el orden constitucional, según afirmó en la cadena CNN recientemente, ofreciendo como argumento que “el Consejo Moral no lo consideró una falta grave”.

Ya sabemos lo que vale la persona humana y lo que vale el pueblo para este gobierno, para Nicolás Maduro y para el hermano de Hugo Chávez, ministro de cultura y por lo tanto oxímoron político, cuando divulgan, en sus medios, al lado de la imagen de los ciudadanos que escapan de la asfixia lacrimógena a través de la cloaca de Caracas, el lema de al Guaire lo que es del Guaire.

Ya sabemos cuánto le interesa entonces a este régimen la libertad, la salud o la vida: le interesa tanto como le interesan sus propios excrementos. El tema es serio y lleva su carga de jurisprudencia filosófica. Dominique Laporte escribió a fines de los años 70 un libro fascinante, lectura obligada para quienes se interesen por la vinculación del cuerpo humano y la política, por la biopolítica, titulado simplemente Historia de la mierda. Allí se nos recuerda que el Estado moderno surge, entre otras cosas, al instituir para el excremento humano el espacio de lo privado. Es decir, en pocas palabras, según escribe Laporte: “El Estado es la cloaca, y no solamente porque vomita desde su boca devoradora la ley divina sino porque instituye la ley de lo propio encima de sus cloacas”.

Tanto hemos debatido en nuestras bizantinas discusiones el tema del Estado moderno en Venezuela, y hoy sabemos con ardor de agonía y rabia, en este día del silencio por quienes caen injustamente, que el Estado en Venezuela no es moderno, tal como lo denuncia su incapacidad para construirnos cloacas. El Guaire al descampado que atraviesa nuestra ciudad es prueba elocuente de lo que afirmo. Pero la imagen épica de la semana, aquella de los ciudadanos que escapan de la violencia del Estado atravesando la cloaca del río es también la confirmación elocuente de la vinculación genética entre gobierno y cloaca.

Hoy sabemos que la dictadura chavista ha alcanzado su nombre: es una dictadura fecal. Sus dirigentes, el brazo sicarial de la sociedad que los defiende y la fuerza armada que los proteje mientras reprime avorgonzantemente al pueblo pacífico en su protesta, son restos intestinales de la historia. Dominique Laporte ofrece en su libro un capítulo particularmente interesante sobre la obscenidad del tirano:

“Para que los miembros (de la sociedad) hagan cuerpo con la sede del Estado de conquista (…) sólo se requiere que este se asegure el control de los orificios, que sea prevenido de que no defecaremos fuera ni de otra forma sino según los códigos –del amo, del que sabe, y notablemente de aquel que sabe contenerse”

Es curioso que la dictadura haya alcanzado a revelarse obligándonos a nosotros –sus sujetos, ilegalmente– a oler nuestra propia mierda. Esto tampoco es novedad en la jurisprudencia histórica de los gobiernos tiránicos. “Para el gobierno del aprendizaje esfincterial del cuerpo social, el Estado (que es, recordamos, según el filósofo, sinónimo de cloaca) insiste al invitar a sus sujetos a oler. Se conduce como el educador ‘obsceno y feroz’ que castiga la incontinencia del niño haciéndole husmear sus excreta, o peor. De allí la nueva experiencia del olfato que toma sus impulsos, históricamente, en presencia del Estado fuerte. El olor deviene lo innombrable y lo bello todo aquello que se fundamenta en la eliminación del olor, concomitante con el proceso de individuación del desecho, de su instauración en la esfera de lo privado.”

El advenimiento del Estado moderno puede resumirse entonces a través del pasaje del stercus –el estiércol que invade el espacio público– a los excreta –los excrementos como cosa privada–. Tal es, argumenta el filósofo de la mierda, el punto de inflexión en el que identificamos el nacimiento del Estado moderno.

Es muy importante entender entonces, cuando todos estamos en el Guaire, cuando somos todos los venezolanos quienes atravesamos sus fétidas aguas, literal e históricamente, que ese punto de inflexión no logró realizarse nunca en nuestro país. Más aún: lo poco que se logró retorna, inexorablemente, con su fetidez inconfundible, a una fase que antecede a la existencia de un Estado legítimo, en la cual la escena pública, toda ella, se asemeja al stercus.

Resulta que un inmenso escritor de nuestro tiempo, el autor del legendario diario de guerra titulado Tumba para 500.000 soldados, Pierre Guyotat, solía decir lo siguiente: “Confieso que al preferir la mierda pública a la mierda privada no hago más que oponerle al totalitarismo del Estado un totalitarismo de la mierda.”

Venezuela atraviesa ese momento: un momento sin retorno. Todos estamos por lo tanto en medio del río putrefacto. Todos estamos atravesando el Guaire. Puede ser que esa ausencia de retorno, esa travesía, se traduzca en una guerra civil a baja intensidad, o puede ser que los abscesos purulentos provocados por la dictadura, que sí tiene nombre, sigan brutalmente haciendo explosión en nuestra cara. El gobierno, como una hiena, se alimenta de la confusión que ha sembrado, de la censura que ha impuesto, de la violencia que disemina. La institución armada, eunuca, ha permitido que el monopolio de la fuerza se le escape. Lo ha hecho por complicidad y por miedo: el fuego que está en otras manos es sólo fuego de muerte, escueto de justicia, es decir, fuego letal, y también fecal, público estiércol que no cesará de devolverse hacia quienes deberían haber detentado, en el marco del imperio de la ley, el monopolio de la fuerza. Tal es el abismo preciso ante el cual nos encontramos.

Todos sabemos que podemos, en esta hora, evitarlo: restaurando la república, instaurando las competencias plenas de los representantes del pueblo legítimamente electos, designando autoridades electorales y judiciales competentes y objetivas, convocando a elecciones generales, decretando una amnistía que alcance a todos los presos políticos. Sólo esas decisiones harán posible que el país se calme y se encamine por una senda, aunque plena de escollos, esperanzadora.

En nombre de la comunidad cultural hemos puesto a circular todas estas peticiones en un documento que quiere ser de todos. En él argumentamos que cuando la ley no existe, porque ha sido absolutamente violada y es por lo tanto inservible para regular la convivencia, permanece sólo en medio de nosotros como un espantapájaros. Contra ese muñecón desfigurado nos resta apenas el recurso de invocar, y de colocarnos bajo la advocación de la legitimidad política.

El régimen chavista ha dejado a Venezuela al descampado. La legitimidad está, por lo tanto, sólo en la calle, navegando las aguas sucias que han desbordado sobre nosotros. Pueda la libertad, la democracia, la república resurgir de ese Ponto oscuro donde se encuentra, con precisión aterradora y a pesar de la fetidez de la historia, hoy, lo mejor de Venezuela.

Luis Enrique Pérez Oramas 

Comentarios (2)

Daniel
25 de abril, 2017

Totalmente cierto: “Ya sabemos cuánto le interesa entonces a este régimen la libertad, la salud o la vida: le interesa tanto como le interesan sus propios excrementos”

Margarita Oviedo Urrutia
25 de abril, 2017

Excelente artículo, el retrato de una dictadura!

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