Blog de Pedro Plaza Salvati

La despedida de Colbert; por Pedro Plaza Salvati

Por Pedro Plaza Salvati | 13 de mayo, 2017
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Stephen Colbert, presentador de The Late Show with Stephen Colbert en el canal CBS

Una larga fila se armaba frente al teatro Ed Sullivan antes de la hora pautada. Pensaba en ese instante en que nos incorporamos luego de tomar un expreso doble, si tendría la oportunidad de hacerle la pregunta sobre la situación en Venezuela. Se suponía que era primavera pero la temperatura estaba fría, hacía viento y caía una lluvia indecisa. Las entradas eran gratuitas, aunque difíciles de conseguir, y no sé si por esa precisa razón el personal de seguridad que condujo un chequeo estilo aeroportuario no fue amable. Tuve que colocar las monedas dentro de una pequeña cesta blanca y luego de pasar el detector metálico me las echaron encima de la mano y algunas se cayeron al piso. Para colmo, el guardia ni siquiera se disculpó en el país del I’m sorry.

Entramos al teatro. La fila se dividió en tres sub-filas. Aunque me disponía a apreciar el ingenio y virtuosismo escénico de Stephen Colbert, había una clara sensación de estar a punto de experimentar una atracción de parque temático.Tenían varias pantallas que mostraban sketches memorables de algunos programas, lo que hacía la espera más llevadera. Había unas figuras de cartón que representaban en dimensión humana al host que sustituyó a David Letterman en el Late Show de la CBS, como para que las personas pudiesen tomarse una foto junto al cartón. Recuerdo que una vez presencié lo mismo en Washington con una figura de Obama. Era otra época, había hope, recién se inauguraba como Presidente y Yes, we can.

La hora para el encuentro de filmación indicaba Check-In Deadline 4:00 pm, como un boleto de abordaje. Nuestros Fans tickets tenían la leyenda Priority, pero se trataba de una prioridad que no se manifestó en ningún sentido o forma. Pensaba de nuevo si tendría la oportunidad de hacerle la pregunta sobre mi país mientras afuera del teatro se formaba otra cola que, posiblemente, correspondía a los que tomarían asiento en la mezanina. Los muchachos que ordenaban la fila, con una simpatía un tanto impostada y cargada de hartazgo, nos permitieron ir al baño en secuencia: fila uno, fila dos, fila tres. Nos advirtieron varias veces de que no tomáramos fotos para evitar ser desalojados de la sala. También nos reiteraron que podríamos hacerle preguntas a Stephen pero que tratáramos de que no fuesen tan personales o desagradables.

Stephen Tyron Colbert ha sido el anfitrión del Late Show desde el 8 de septiembre de 2015, luego de que Letterman anunciara su retiro en una serie de shows que se transformaron en una procesión pre-mortem. Hasta Bush, padre e hijo, Clinton y Obama enviaron mensajes: “la peor pesadilla de los ex-presidentes había concluido”. Nadie supo las verdaderas razones de su retiro. En una entrevista Letterman afirmó: “Estoy obstinado de que me pregunten qué voy a hacer luego de que me retire: ¡no tengo la menor idea de lo que voy a hacer!”Al show de Letterman nunca pude asistir. Cuando uno llamaba para tratar de obtener entradas, la persona que atendía contestaba que para poder optar a ellas había que responder algunas preguntas de lo que había ocurrido en el show el día anterior: Are you ready? Por supuesto que este filtro nunca lo pasé. El retiro del legendario animador se trataba de un hecho paradójicamente prematuro dado que se encontraba, luego de 33 años de conducir este tipo de programas, en plena forma. Así lo demostraba su agudeza mental preservada y las carreras que hacía al inicio del show como una sombra veloz en la penumbra para coger un tren a la medianoche en Grand Central. Pero es asombroso que a solo diez meses de su retiro, David, “El hombre de la carta”, se muestra irreconocible en una foto que circuló en los medios de comunicación con una barba blanca y mucho menos cabello, mientras corría en la isla de St. Barts. Parecía un San Nicolás en el trópico. Dicen que el retiro acelera la decadencia; al menos en su aspecto físico Letterman es una prueba de ello aunque nos regale una sonrisa espléndida en la foto de su carrera caribeña.

Llega el momento de ingresar a la sala y, ya sentados, tuvimos que aguardar otro un buen rato dado que los organizadores de la fila debían hacer pasar al público que estaba todavía afuera del teatro. Me imagino la escena repetida del control de seguridad con el tipo que me lanzó las monedas y el mismo protocolo de acceso al baño, fila uno, fila dos, fila tres. Son las cinco de la tarde y llevamos dos horas de espera. Todo tiene un precio;There ain’t no such thing as a free lunch: aguardar en la calle, los controles de seguridad, la espera en el Lobby, el trato militarizado de los arregla filas, el orden vacuno en el que nos llevaban por lotes al baño. A esto se agregaba el frío de la sala que ya se me metía por los huesos, más bien lo que tenía era un ataque de Cold-bert.

Cuando estaba a punto de sucumbir a la hipotermia aparece sobre el escenario Paul Mecurio. Paul Mecurio es un comediante graduado de la Escuela de Leyes de Georgetown University y trabajó en varios bancos de inversión antes de encontrar su verdadera vocación. Jay Leno, el antiguo presentador de The Tonite Show de la NBC, le dio el empujón para que dejara su profesión y se entregara de lleno al mundo del Comedy. Mecurio es ahora lo que se llama el Warm upguy de Colbert. Lo cierto es que es muy talentoso y ofreció un espléndido show previo antes del show verdadero cuyo fin, sin duda, era animar y calentar a la audiencia para que tuviese la actitud y ánimo adecuado ante la aparición del famosísimo Colbert. Entre chiste y chiste, en una sesión extendida de comedia con intercambios con la audiencia (a algunos inclusive los llevó al escenario), nos indicaba con entusiasmo lo que teníamos que aupar, gritar, etcétera, cuando Colbert apareciera: ¡Stephen!¡Stephen!¡Stephen!, por ejemplo. Se hacía más evidente que teníamos que jugar una parte activa en el desarrollo del show. Como veo poca televisión, yo creía que los vítores, aplausos y alegrías de la audiencia cuando aparece uno de estos showmen eran espontáneos: una verdadera admiración. No me imaginaba, inocente yo, el grado de entrenamiento previo.

Al terminar Mecurio aparece Jon Batiste, que tiene una maestría en música de Julliard School, con su banda Stay Human, algo así como Mantente Humano, nombre de un grupo que aplicaría muy bien en estos días de turbulencia venezolana como mensaje a la Guardia Nacional Socialista Bolivariana (GNB) con sus desmanes en territorio nacional. Colbert y Batiste se conocieron durante una actuación en el antiguo show de Comedy Central, The Colbert Report, en el que Colbert tomaba como víctima continua y persistente al famoso-odiado-amado Bill O’Reilly, despedido recientemente de la cadena Fox News por acoso sexual. Colbert la tenía agarrada con O’Reilly así como ahora le tocaba el turno a Trump. En ese programa que lo llevó a la fama representaba a un personaje de ficción llamado Stephen Colbert que hace el papel de Stephen Colbert; una suerte de auto-ficción: “un hombre bien intencionado, mal informado, un idiota de alto estatus”dedicado a la sátira política.

La banda en vivo desplegaba una destreza mayor a la que se aprecia en televisión. Stay Human toca varias piezas y se mezcla con el público a los que le regala varios solos que suben los decibeles energéticos ya de por sí elevados previamente por Mecurio. Jon Batiste substituyó al legendario Paul Schaffer, curiosamente también abogado como Mecurio (en los Estados Unidos siempre es recomendable tener un abogado cerca de uno). Desde 1982 acompañó a Letterman con su grupo llamado The most dangerous band in the world. Schaffer es otro que andaba medio deprimido con su retiro y en esos días, como un resurgimiento, acababa de sacar un disco y organizó una gira con su banda. En una entrevista con la muy neoyorquina cadena televisiva NY1, Schaffer dijo: “Al principio pensé que ya era tiempo de relajarse. Inhalé profundo y ya me sentía aburrido y un poco deprimido. Y entonces era muy claro que tenía que seguir haciendo música”.

Finalmente, luego de casi tres horas de espera, si se cuenta a partir del momento en que llegamos a la fila a las tres de la tarde hasta las actuaciones de Mecurio y Batiste, aparece el gran Colbert. Conduce una suerte de sesión previa en la que acepta preguntas de la audiencia. Comienza a responderlas con agilidad mental y sarcasmo. Un hombre levanta la mano y pregunta: Is a hot dog a sandwich? A lo que el host le responde: “¿Está usted consciente de que tal vez esta será la única oportunidad en su vida en la que podrá preguntarme algo y me va a hacer semejante pregunta?”. Colbert nos asegura que, como público, somos muy importantes y que formamos parte integral del programa.

Yo levanté mi mano para ejecutar la misión que me había propuesto. Según había leído el estimado de espectadores de Colbert era de unos tres millones incluyendo, con total seguridad, a Donald Trump; que estaría probablemente jugando con el control remoto y disparando tuits como un gatillo alegre.Le quería preguntar qué opinaba de la situación de Venezuela y si pensaba hablar de ella en alguno de sus shows, con la intención de que el tema Venezuela saliera a la luz en su mente y así poner un grano de arena en difundir por todos los medios la desgracia/catástrofe venezolana. Pero mi mano alzada en medio de la temperatura polar del estudio de la CBS no fue escogida, tal vez porque había quedado sentado en una esquina cerca de la salida de emergencia y no era tan visible a pesar de mis esfuerzos de estirar y animar el brazo lo que más pude.

El show comienza con su pegajosa introducción y con tomas de New York City en miniatura pero en movimiento. Luego de recibir los aplausos y la euforia es casi imposible divisar a Colbert debido a cuatro gigantescas cámaras que lo asechan en tarima y que me recordaron a los Tiranosaurios Rex de Jurassic Park. Lograba ver solo pequeñas partes de su humanidad, en mayor o menor grado, dependiendo del desplazamiento sobre el escenario de los T-Rex. Algo que me impresionó de entrada es que Colbert en persona es exactamente el mismo que en televisión. Además de llevar su invariable traje azul y lentes, no se percibe la diferencia que a veces se planta ante uno entre la ficción televisiva o cinematográfica y la realidad. Ese no era el caso. Ante la visión de más o menos 25% de su humanidad por efecto de las cámaras, me vi obligado a dirigir la mirada a los televisores que tienen a disposición de la audiencia.

Mi alegría fue genuina cuando desplegó una seguidilla de bromas y sátiras sobre el desarrollador inmobiliario devenido en Presidente. El Late Show se había transformado desde hacía rato en un campo de guerra contra Trump:Late Night War, se podría decir.En otro programa Colbert diría: “Trump tiene los códigos nucleares, yo tengo los chistes”. Y fue una metralla, una tras otra, como un ataque en una guerra a un enemigo del pueblo o de la inteligencia humana. Colbert se dedicó a imitar la voz de Trump leyendo sus inverosímiles tuits. Me regocijaba de poder disfrutar de la libertad de expresión en un país en el que se puede criticar tan duramente a un Presidente en Televisión Nacional y pensaba en la triste auto-cesura de los canales de televisión venezolanos, los diez años del cierre de RCTV, y de la hegemonía comunicacional propagandística del régimen devenido en dictadura.

Colbert recuerda que Trump cumple 100 días en la Presidencia y se lanza un monólogo de 12 minutos y 19 segundos. Afirma que el Presidente No. 45 no ha podido lograr nada de lo que se ha propuesto (el show es previo a la desafortunada aprobación en la Cámara de Representantes del Rechazo y Reemplazo del Obamacare). Y afirma que a Trump se le puede reconocer un logro: “Firmó una ley que hace más fácil comprar armas a personas con problemas mentales y cazar a los osos que están hibernando”. Y él, como comediante, agradece lo que ha hecho Trump por Colbert en estos 100 días, en referencia a sus continuas burlas: “¡Muchas gracias por su servicio, Mr. President!”, y le da el saludo militar.Coloca, entre varios, el siguiente tuit que lee imitando la voz de Trump:

The Wall is a very important too in stopping drugs from pouring into our country and poisoning our youth (and many others) if.

¿ Cuando Trump comienza a hablar tiene alguna idea de cómo van a terminar sus frases?, se pregunta Colbert. El tuit concluye con un “if” que plantea una oración que sigue pero que continua ¡tres horas más tarde! con otro tuit:

…the Wall is not built, which it will be, the drug situation will NEVER be the way it should be! #BuildThe Wall.

Y Stephen Colbert se cuestiona: ¡¿Cómo va Trump a #BuildThe Wall si le toma más de tres horas para #BuildTheSentence?!

Luego de la pausa comercial anunciada procede a entrevistar a Allison Janney, la actriz de The West Wing y luego a la COO, Jefe de Operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg. En el 2012 la revista Time la nombró como una de las 100 personas más influyentes en el mundo y su fortuna personal se estima por encima de 1 billón de dólares. Pero no está ahí para hablar de Facebook o de tecnología sino sobre la muerte de su esposo en el 2015 y el libro que acababa de escribir Option B: Facing Adversity, Building Resilience and Finding Joy. Su esposo, Dave Goldberg, falleció luego de un accidente en una cinta de correr mientras se encontraban de vacaciones en México: se golpeó la cabeza y murió tras la contusión en el cerebro que le ocasionó una pérdida masiva de sangre. La ejecutiva de Facebook habla de la necesidad de apreciar los momentos buenos de la vida a pesar del luto. Colbert se siente identificado con el tema ya que a los diez años de edad perdió a su padre y a dos de sus hermanos en el accidente aéreo de Eastern Airlines, vuelo 212, que se estrelló en Carolina del Norte. Y admite que solo cuando alcanzó los 35 años fue que pudo aceptar lo que había ocurrido y entender que hay que ver siempre ver el lado positivo de las cosas que suceden. Stephen, el hijo menor de una familia de once hermanos, finalmente encontraba alegría a partir del dolor; como su invitada de Facebook. Y yo pensaba que lo que ocurría en Venezuela, la ruina y la tragedia, debe tener, más pronto que temprano, un motivo de alegría:el fin de la pesadilla y la reconstrucción de un país.

Entre una entrevista y otra se sienta una persona al lado de Colbert para revisar cómo quedó el segmento anterior. En uno de esos momentos el host informa al público que tiene que repetir una frase del monólogo ya que una palabra no quedó bien pronunciada. Y entonces pienso qué buena memoria tiene cuando me doy cuenta, doblemente inocente yo (primero por lo de los aplausos y vítores entrenados) de que todo lo que hablaba estaba escrito en un Telepromter. Yo estaba convencido de que lo que comentaba era producto de su ingenio, memoria, práctica o talento. De hecho, Colbert se jacta, pude averiguar luego, de que en The Colbert Report todo era improvisado; no había Teleprompter.

El show concluye con la presentación musical del cantante country Mary Stuart. Los que están en la primera fila deben moverse hacia atrás del escenario, tal vez por el ángulo de filmación. El sonido y la banda son buenos a pesar de los bostezos que me produce la música country. Colbert se desplaza a uno de los pasillos internos del teatro donde está un grupo de gente con unas pancartas. Termina de tocar el grupo.

Encienden las luces y se acaba la filmación del show de Stephen Colbert.

En ese instante un silencio cubrió la sala y la gente se dispuso a salir mientras un raro vacío se instauró en el ambiente. Entre el frío y el efecto de la cafeína tenía muchas ganas de ir al baño. Pero los guardias de seguridad los habían clausurado, como para que todo el mundo saliera rápido y desalojara el teatro, situación similar a uno de los Fire Drills o simulacros de incendio a los que nos sometían en los dormitorios de la universidad en la madrugada. Los guardias se plantaron firme a pesar y a conciencia de que una de las empresas más difíciles en Manhattan es conseguir y poder utilizar un baño.

Crucé la calle hacia un Starbucks, hice otra cola para el baño, y luego pedí un café a ver si me libraba del frío que arrastraba del estudio de CBS. Eran las ocho de la noche. Meditaba sobre mi pregunta que no pude formular, el destino de Venezuela y la impostura del show. Unos minutos atrás me había quedado petrificado esperando que Stephen Colbert regresara a despedirse, a darle las gracias al público por estar presente, por colaborar y ratificar lo importante que era la audiencia; parte integral del show. Pero ello no ocurrió, Stephen simplemente se desvaneció. Despedirse y dar las gracias al público no le hubiera tomado más allá de un minuto. Y pensaba de que era aún más cierto el dicho yanqui de que un almuerzo gratis no existe. Me quedé viendo hacia la calle, enfrente el teatro Ed Sullivan, un poco desencajado por lo que habían sido las últimas cinco horas y pensando si me despedía de una entelequia (“cosa, persona o situación perfecta ideal que solo existe en la imaginación”).

 

Pedro Plaza Salvati 

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