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La desilusión revolucionaria, a propósito de Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal; por Ramón Escovar León

Fotografía de Inti Ocon / AFP

Fotografía de Inti Ocon / AFP

La Nicaragua de Rubén Darío se viste de gala con el Premio Cervantes 2017 para el narrador y ensayista Sergio Ramírez. Entre su amplia y reconocida obra destaca Adiós muchachos. Se trata de la autobiografía del autor en la cual narra sus experiencias como rebelde en contra de la dictadura de Somoza, así como la desilusión vivida con la experiencia del primer gobierno de Daniel Ortega, del cual Ramírez fue vicepresidente.

El autor refiere las políticas del gobierno sandinista de Daniel Ortega al pretender reproducir el modelo soviético-cubano. Las nacionalizaciones y expropiaciones desbordadas, la hiperinflación, así como la corrupción produjeron la desilusión de lo que para muchos fue inicialmente una utopía. Señala que la revolución sandinista en sus inicios trajo a Nicaragua la sensibilidad por los pobres. “Los pobres —afirma Ramírez— siguen siendo la huella humanista del proyecto que se fue despedazando por el camino, en su viaje desde las catacumbas hasta la pérdida del poder y la catástrofe ética”. Con hermosa escritura describe una dolorosa realidad.

Este proyecto de contenido social —solo en la retórica— fue mostrando sus iniquidades en el ejercicio del poder. La revancha rencorosa y la falta de escrúpulos acabó con lo que había comenzado como una ilusión para terminar en un fracaso, como era de esperarse, porque la aplicación del modelo marxista, según enseña la historia, solo genera hambre y miseria. Esto último es una verdad objetiva que no admite discusión.

No obstante, y paradójicamente, se fue consolidando el poder de Daniel Ortega, quien, pese a perder el poder sucesivamente en las elecciones de 1990 y las siguientes, pudo recuperar la presidencia en el año 2006 y mantenerse allí hasta ahora. Queda, al menos, demostrado que hasta los sandinistas han aceptado una derrota electoral. Eso sí, aprendieron la regla de los revolucionarios: alcanzar el poder y no perderlo, mantenerlo “como sea”.

Los “triunfos” sucesivos de Ortega lo han convertido de hecho en la reencarnación izquierdista de Somoza; junto a su esposa amenaza con implantar una dinastía, debido a la antidemocrática elección indefinida que caracteriza a los gobiernos populistas latinoamericanos

Cuando los revolucionarios toman el poder, lo hacen para ejercerlo “como sea”, porque como afirma Sergio Ramírez: “Una propuesta de cambio radical necesitaba de un poder radical […] un poder para siempre […] Y en esa circunstancia, los moderados comienzan a resultar sospechosos”. Sigue explicando Ramírez que la unidad de los sandinistas quedó sellada el 7 de marzo de 1979 en Panamá, con la presencia de un personaje que no podía faltar en un evento como este: Fidel Castro, quien “como patrocinador del acuerdo lo volvía irresistible”. Es que Fidel Castro ha sido el gran operador de los programas revolucionarios latinoamericanos que han traído enfrentamientos sanguinarios con quienes disientan de su modelo.

Sergio Ramírez atribuye la derrota del sandinismo de esa época (1990) a los contra, es decir, a la violencia, pese a que el triunfo de la candidata opositora Violeta Chamorro fue por la vía electoral. La situación de Nicaragua era crítica, debido a la aplicación de los esquemas económicos castristas y las sanciones económicas del gobierno de los Estados Unidos.

Más allá de las reflexiones del galardonado escritor, se puede aprender que sí es posible derrotar al populismo marxista; para ello es necesaria la unidad de los opositores. Si no hay unidad, los regímenes autoritarios de inspiración castrista están destinados a perpetuarse. Por eso, una oposición con claridad de objetivos, coherente y decidida pone contra la pared a los totalitarismos, como lo enseña la experiencia.

De Adiós muchachos se pueden extraer varias lecciones. En primer lugar, los resultados políticos derivados de elementos de resentimiento, nepotismo, corrupción y deseo de venganza como los que caracterizaron al sandinismo en el poder. En segundo lugar, Ramírez hace evidente que cuando un revolucionario marxista toma el poder es para aniquilar las libertades.

Cuando Ortega recuperó el poder en el año 2006 adornó su discurso en lo político para hacerlo potable, y decidió aplicar la receta utilizada por China: control comunista del poder político y aplicación del capitalismo en lo económico. Esto último diferencia al régimen de Ortega del chavismo en el cual se aplica la receta castrista en su totalidad, con sus letales consecuencias: derrumbamiento de cualquier expresión de libertad y abatimiento económico sin salida.

Fotografía de Getty Images

Fotografía de Getty Images

Al caso de Sergio Ramírez se suma lo ocurrido con Ernesto Cardenal, quien recibió el Premio Rina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2012 y, además, fue ministro de Cultura de la revolución y, en el pasado, un símbolo de la lucha sandinista —los izquierdistas venezolanos de la época de los setenta lo llamaban El poeta de la revolución—.

Cardenal deja constancia de sus diferencias en sus memorias, La revolución perdida al advertir los desvaríos y corrupción de la revolución. Se separa de Ortega y del sandinismo con palabras indelebles: “Este no es el Frente Sandinista al que nosotros entramos”. Coincide con Ramírez en que la guerra de los contra y las sanciones económicas de los gobiernos de Ronald Reagan y George H.W. Bush fueron determinantes en la derrota de la revolución. Sin embargo, el poeta se decepciona del sandinismo y de su líder Daniel Ortega y se separa de este movimiento en 1994. Como consecuencia de esto y de las críticas del poeta hacia los abusos de Ortega y de su esposa, se inició la persecución en su contra mediante un arma muy socorrida por los regímenes autoritarios: el Poder Judicial. (La revolución bolivariana se asemeja al primer gobierno de Ortega, repudiado por Ramírez y Cardenal).

La utopía revolucionaria de Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal se esfuma al enfrentarse con la realidad de lo que significa el Mal. Tarde o temprano, los intelectuales se decepcionan de lo que se inicia como un compromiso de reivindicación social para convertirse en un sistema de retaliación autoritaria, dádivas populistas y manipulación ideológica.