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La constituyente de Vladimir Ilich Lenin; por Ramón Escovar León

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“En nuestra revolución se convoca la Asamblea Constituyente con arreglo a las listas presentadas a mediados de octubre de 1917, en condiciones que excluyen la posibilidad de que las elecciones a esa Asamblea Constituyente sean una expresión exacta de la voluntad del pueblo, en general, y de las masas trabajadoras, en particular”, son palabras de Vladimir Ilich Lenin en su libro La revolución proletaria y el renegado Kautsky.

En el anexo I de esta obra, el revolucionario ruso expone sus reflexiones sobre la asamblea constituyente y señala que una constituyente revolucionaria no puede ser “expresión exacta de la voluntad del pueblo”. También agrega: “Por eso, incluso desde el punto de vista formal, la composición de los elegidos a la Asamblea Constituyente no corresponde, ni puede corresponder, a la voluntad de la masa de electores”; es decir, no puede responder a la voluntad de los electores sino a los ideales “superiores” de la revolución.

Para Lenin lo importante en una asamblea constituyente es que esta sea sometida al poder de los “Soviets”. Por eso dice: “Hoy está claro por completo para el pueblo entero que la Asamblea Constituyente quedaría condenada inevitablemente a la muerte política si se divorciase del Poder los Soviets”.

En el mensaje leninista no escapa la invocación a la paz como “objetivo” de la constituyente: “El problema de la paz es uno de los más candentes de la vida del pueblo. En Rusia se ha emprendido una lucha verdaderamente revolucionaria por la paz sólo después de triunfar la revolución del 25 de octubre”. En el pensamiento de Lenin para que haya paz debe triunfar la revolución. Entonces la “paz” como objetivo revolucionario justificó los hechos sangrientos acontecidos con posterioridad.

Lenin pone un énfasis en la necesaria represión: “Sólo una implacable represión militar de esa insurrección de esclavistas [los burgueses y terratenientes] puede garantizar de verdad el triunfo de la revolución proletaria y campesina”. Esta es, para el legendario padre de la Revolución bolchevique, un instrumento fundamental y justificado en la lucha, cuando se trata de que una minoría someta a una mayoría.

Cuatro elementos destacan del ensayo de Lenin. En primer lugar, la lista de electores no debe representar la voluntad general del pueblo sino los intereses de los soviets. En segundo lugar, el triunfo de la constituyente depende de los soviets y no del pueblo. En tercer lugar, la revolución se debe ocupar de la paz, una vez haya triunfado. Y, en cuarto lugar, las discrepancias de los burgueses y terratenientes justifican una “implacable represión militar”.

Lo que vino después es una historia conocida, pues el pueblo ruso fue sometido a una férrea dictadura -con represión, campos de concentración y millones de muertes- que Stalin desarrolló con gran crueldad. Esta experiencia concluyó con la caída del muro de Berlín. La cronología histórica del auge y caída de la Unión Soviética evidenció el fracaso del modelo marxista-leninista. Para ello es recomendable leer dos libros fundamentales:  David Remnick, La tumba de Lenin y Archie Brown, The rise and fall of communism, que demuestran inequívocamente que el marxismo-leninismo no es viable y solo se sostiene por el uso desbordado de la violencia.

La explicación de la inconstitucional asamblea constituyente que se impone a fuerza de bayonetas encuentra explicación en la visión de Lenin. Tanto el modelo leninista como el que amenaza a Venezuela, comparten un objetivo político concreto: darle permanencia a una dictadura. El soviético se hizo para sustituir el modelo zarista por el comunista; el venezolano pretende fulminar el sistema republicano y sustituirlo por el Estado comunal.

La versión venezolana de la constituyente comunal está condenada al fracaso, no solo por la falta de credibilidad de las cifras anunciadas por el Consejo Nacional Electoral, sino porque pretende acabar con nuestra esencia republicana. Y esta es, justamente, la conquista de nuestra independencia, que, además, se ha mantenido de manera uniforme en nuestras 25 constituciones. A esto se suma que la constituyente lo que pretende es evadir una confrontación electoral con árbitros confiables y fulminar cualquier vestigio de valor democrático que pudiese quedar.

No es posible cambiar la república por un Estado comunal sin ir contra nuestra cultura política. Es la tradición republicana la que se busca proteger con el artículo 350 de la Constitución, porque es el modelo de Estado plasmado en nuestra acta de nacimiento. La república significa la libertad del ser humano y el libre desenvolvimiento de su personalidad. El Estado comunal, al contrario, supone el control del ciudadano y la imposibilidad de que cada cual desarrolle las cualidades que configuran su manera de ser y le diferencia de los demás. La comuna no es una forma de participación ciudadana sino una conducta impuesta por el gobierno: es una negación de la democracia.

La Constitución del año 1999, al contrario de lo que se propone con la constituyente, es una reafirmación de la democracia participativa. Pero ahora lo que se pretende es buscar las formas para controlar la sociedad. De nuevo aparece Lenin con su proclama: “Todo el poder para los Soviets”. Como diría un socialista del siglo XXI: “todo el poder para las comunas”. No hay originalidad sino un trasplante de esquemas fracasados.

El ambiente que ha precedido la votación por la constituyente es de amenazas, como aquella según la cual “lo que no se pudo con los votos, lo haríamos con las armas”, que es una manera de decir que están dispuestos a usar la violencia desbordada para defender su fracasada revolución y mantenerse en el poder, como lo proclamaba Lenin. Una manifestación de esta violencia, es amenazar con usar la cuestionada Asamblea Constituyente para encarcelar a los dirigentes opositores. No es, entonces, la paz lo que se ofrece sino más represión y más intolerancia. La nueva detención de Leopoldo López y de Antonio Ledezma son muestras de ello.

A lo señalado se le debe añadir la presión y las amenazas contra funcionarios públicos para que fueran a sufragar. Si el derecho al voto es el ejercicio de la libertad, lo que ocurrió fue la negación de la libertad. Y aquí vuelve a aparecer Lenin, quien repudiaba los derechos humanos, porque para él no había obstáculo que debiera impedir la revolución. Asimismo, se burlaba de que la asamblea nacional constituyente fuese la máxima expresión de la democracia y, por eso, había que manipularla para convertirla en un instrumento de la revolución y de la lucha de clases en la Rusia de la época. La constituyente del Psuv no es más que una mala copia del pensamiento leninista. Toda la institucionalidad en Venezuela dejó de funcionar y la constituyente amenaza con empeorar la situación aún más.

Por todo lo anterior, de lo que se trata es de buscar una solución que logre la convivencia entre los venezolanos y garantice el porvenir a las nuevas generaciones. La respuesta no es la confrontación permanente sino la libertad para todos. Para ello es fundamental que los líderes del Psuv vean la realidad y busquen con la oposición un proceso de negociación que permita que Venezuela mantenga su tradición y pueda vivir en una República.

Con más presos, más hambre, más miseria y con el aumento de la ingobernabilidad no se resuelven los graves problemas que gravitan sobre los venezolanos. Superar este cuadro no sería difícil si hubiese voluntad y humildad. Ojalá que la presión internacional sea una contribución eficaz en ese sentido, porque los venezolanos merecen vivir en paz y en libertad. La constituyente leninista no es una contribución en esa dirección.