Perspectivas

La constituyente de Vladimir Ilich Lenin; por Ramón Escovar León

Por Ramón Escovar León | 1 de agosto, 2017

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“En nuestra revolución se convoca la Asamblea Constituyente con arreglo a las listas presentadas a mediados de octubre de 1917, en condiciones que excluyen la posibilidad de que las elecciones a esa Asamblea Constituyente sean una expresión exacta de la voluntad del pueblo, en general, y de las masas trabajadoras, en particular”, son palabras de Vladimir Ilich Lenin en su libro La revolución proletaria y el renegado Kautsky.

En el anexo I de esta obra, el revolucionario ruso expone sus reflexiones sobre la asamblea constituyente y señala que una constituyente revolucionaria no puede ser “expresión exacta de la voluntad del pueblo”. También agrega: “Por eso, incluso desde el punto de vista formal, la composición de los elegidos a la Asamblea Constituyente no corresponde, ni puede corresponder, a la voluntad de la masa de electores”; es decir, no puede responder a la voluntad de los electores sino a los ideales “superiores” de la revolución.

Para Lenin lo importante en una asamblea constituyente es que esta sea sometida al poder de los “Soviets”. Por eso dice: “Hoy está claro por completo para el pueblo entero que la Asamblea Constituyente quedaría condenada inevitablemente a la muerte política si se divorciase del Poder los Soviets”.

En el mensaje leninista no escapa la invocación a la paz como “objetivo” de la constituyente: “El problema de la paz es uno de los más candentes de la vida del pueblo. En Rusia se ha emprendido una lucha verdaderamente revolucionaria por la paz sólo después de triunfar la revolución del 25 de octubre”. En el pensamiento de Lenin para que haya paz debe triunfar la revolución. Entonces la “paz” como objetivo revolucionario justificó los hechos sangrientos acontecidos con posterioridad.

Lenin pone un énfasis en la necesaria represión: “Sólo una implacable represión militar de esa insurrección de esclavistas [los burgueses y terratenientes] puede garantizar de verdad el triunfo de la revolución proletaria y campesina”. Esta es, para el legendario padre de la Revolución bolchevique, un instrumento fundamental y justificado en la lucha, cuando se trata de que una minoría someta a una mayoría.

Cuatro elementos destacan del ensayo de Lenin. En primer lugar, la lista de electores no debe representar la voluntad general del pueblo sino los intereses de los soviets. En segundo lugar, el triunfo de la constituyente depende de los soviets y no del pueblo. En tercer lugar, la revolución se debe ocupar de la paz, una vez haya triunfado. Y, en cuarto lugar, las discrepancias de los burgueses y terratenientes justifican una “implacable represión militar”.

Lo que vino después es una historia conocida, pues el pueblo ruso fue sometido a una férrea dictadura -con represión, campos de concentración y millones de muertes- que Stalin desarrolló con gran crueldad. Esta experiencia concluyó con la caída del muro de Berlín. La cronología histórica del auge y caída de la Unión Soviética evidenció el fracaso del modelo marxista-leninista. Para ello es recomendable leer dos libros fundamentales:  David Remnick, La tumba de Lenin y Archie Brown, The rise and fall of communism, que demuestran inequívocamente que el marxismo-leninismo no es viable y solo se sostiene por el uso desbordado de la violencia.

La explicación de la inconstitucional asamblea constituyente que se impone a fuerza de bayonetas encuentra explicación en la visión de Lenin. Tanto el modelo leninista como el que amenaza a Venezuela, comparten un objetivo político concreto: darle permanencia a una dictadura. El soviético se hizo para sustituir el modelo zarista por el comunista; el venezolano pretende fulminar el sistema republicano y sustituirlo por el Estado comunal.

La versión venezolana de la constituyente comunal está condenada al fracaso, no solo por la falta de credibilidad de las cifras anunciadas por el Consejo Nacional Electoral, sino porque pretende acabar con nuestra esencia republicana. Y esta es, justamente, la conquista de nuestra independencia, que, además, se ha mantenido de manera uniforme en nuestras 25 constituciones. A esto se suma que la constituyente lo que pretende es evadir una confrontación electoral con árbitros confiables y fulminar cualquier vestigio de valor democrático que pudiese quedar.

No es posible cambiar la república por un Estado comunal sin ir contra nuestra cultura política. Es la tradición republicana la que se busca proteger con el artículo 350 de la Constitución, porque es el modelo de Estado plasmado en nuestra acta de nacimiento. La república significa la libertad del ser humano y el libre desenvolvimiento de su personalidad. El Estado comunal, al contrario, supone el control del ciudadano y la imposibilidad de que cada cual desarrolle las cualidades que configuran su manera de ser y le diferencia de los demás. La comuna no es una forma de participación ciudadana sino una conducta impuesta por el gobierno: es una negación de la democracia.

La Constitución del año 1999, al contrario de lo que se propone con la constituyente, es una reafirmación de la democracia participativa. Pero ahora lo que se pretende es buscar las formas para controlar la sociedad. De nuevo aparece Lenin con su proclama: “Todo el poder para los Soviets”. Como diría un socialista del siglo XXI: “todo el poder para las comunas”. No hay originalidad sino un trasplante de esquemas fracasados.

El ambiente que ha precedido la votación por la constituyente es de amenazas, como aquella según la cual “lo que no se pudo con los votos, lo haríamos con las armas”, que es una manera de decir que están dispuestos a usar la violencia desbordada para defender su fracasada revolución y mantenerse en el poder, como lo proclamaba Lenin. Una manifestación de esta violencia, es amenazar con usar la cuestionada Asamblea Constituyente para encarcelar a los dirigentes opositores. No es, entonces, la paz lo que se ofrece sino más represión y más intolerancia. La nueva detención de Leopoldo López y de Antonio Ledezma son muestras de ello.

A lo señalado se le debe añadir la presión y las amenazas contra funcionarios públicos para que fueran a sufragar. Si el derecho al voto es el ejercicio de la libertad, lo que ocurrió fue la negación de la libertad. Y aquí vuelve a aparecer Lenin, quien repudiaba los derechos humanos, porque para él no había obstáculo que debiera impedir la revolución. Asimismo, se burlaba de que la asamblea nacional constituyente fuese la máxima expresión de la democracia y, por eso, había que manipularla para convertirla en un instrumento de la revolución y de la lucha de clases en la Rusia de la época. La constituyente del Psuv no es más que una mala copia del pensamiento leninista. Toda la institucionalidad en Venezuela dejó de funcionar y la constituyente amenaza con empeorar la situación aún más.

Por todo lo anterior, de lo que se trata es de buscar una solución que logre la convivencia entre los venezolanos y garantice el porvenir a las nuevas generaciones. La respuesta no es la confrontación permanente sino la libertad para todos. Para ello es fundamental que los líderes del Psuv vean la realidad y busquen con la oposición un proceso de negociación que permita que Venezuela mantenga su tradición y pueda vivir en una República.

Con más presos, más hambre, más miseria y con el aumento de la ingobernabilidad no se resuelven los graves problemas que gravitan sobre los venezolanos. Superar este cuadro no sería difícil si hubiese voluntad y humildad. Ojalá que la presión internacional sea una contribución eficaz en ese sentido, porque los venezolanos merecen vivir en paz y en libertad. La constituyente leninista no es una contribución en esa dirección.

Ramón Escovar León 

Comentarios (5)

camila Pulgar Machado
1 de agosto, 2017

Excelente artículo.

Luis Melo
1 de agosto, 2017

Marx y su discípulo Lenin negaron la posibilidad de reconocer a la burguesía sus derechos. No podía admitirse la posibilidad de permitir espacios políticos a la denominada burguesía. La fórmula se repite en las acciones del gobierno. La asamblea constituyente es un capítulo más en el intento de asfixiar toda crítica. El discurso oficial debe imponerse y la realidad debe ser contada de acuerdo a la óptica oficial. El papel de la asamblea constituyente es construir una definitiva hegemonía. La proclamada paz será el resultado de impedir la pluralidad de ideas y la posibilidad de disentir. La artificial confrontación entre ricos y pobres en una sociedad caracterizada por el capitalismo de Estado servirán de fundamento para negar una dirección económica y social diferente a las sugeridas por una ideología que no se ha adaptado a la complejidad de la sociedad moderna, empeñada en sugerir que la historia de las sociedades esta irremediablemente determinada.

Luis Melo
1 de agosto, 2017

En nuestra historia la idea de una republica con separación de poderes, con profundas raíces democráticas, con una decidida protección a la libertad, ha estado presente en nuestras constituciones. Es una parte esencial de nuestra idea de sociedad. La posibilidad de que una minoría imponga mediante una asamblea constituyente, cuyo origen y conformación no ha sido el fruto de una consulta a la sociedad, pueda producir cambios que menoscaben la democracia por la incorporación a la Constitución de formas de organización social dominadas por el gobierno, en las cuales la espontaneidad de la participación de los ciudadanos se elimine por las lealtades forjadas al calor de las incertidumbres del populismo, es la destruccion de nuestra tradición cultural que nos deja a la intemperie frente al poder de la administración pública. La pluralidad con su caudaloso río de diversas ideas que iluminan el desarrollo de nuestra sociedad se sustituiría por las oscuras aguas de un pensamiento único.

Kaki
2 de agosto, 2017

Suscribo totalmente este artículo. Saludos.

gonzalo perez
3 de agosto, 2017

En Latinoamerica se ha desarrollado una acertada teoría sobre el “poder constituyente irregular” que se sustenta en las experiencias de la Constitución de Colombia de 1991, que no completó el procedimiento de reforma de la Constitución anterior de 1886; la Constitución de Perú, fue reformada por un organismo distinto al pautado por el texto reemplazado en 1979; en Argentina la Constitución de 1994 cuando omitió el referéndum e incluir un artículo sancionado y en Venezuela la Constitución de 1999 aprobada por una convención no prevista en la Constitución de 1961 y la Constitución de 1999 pretende ser reformada por una Asamblea Constituyente convocada por el Presidente de la República y no por el pueblo a través de referéndum, sin límites temporales ni materiales. En definitiva, siempre hay que recordar las palabras de Gustav Radbruch, adoptadas por el Tribunal Constitucional Federal Alemán, que pudieran vislumbrar los límites éticos, cuando afirmó “la injusticia extrema no es derecho”.

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