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La belleza y sus maneras de ser en Juan Félix Sánchez; por Faitha Nahmens

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Legado el de Juan Félix Sánchez. Eternidad luminosa la suya, que conquista la memoria colectiva donde se anida con fantástica finura, no por la fuerza ni por imposiciones, y sin causar estropicios. Genialidad creadora que conmueve, y es consagración desde el bendito silencio. Artista del tejido y arquitecto de mansas piedras, forjador de tramas y ruecas, constructor de artefactos y sonajeros, de maravillas de alfarería y autor que hilaría con su aguja prodigiosa la hermosa leyenda de su propia vida que habita impávida –sin tiempo–, los páramos y los sueños de los venezolanos, el ermitaño que atesoran los catálogos de la cultura popular renace cada cierto tiempo con más ímpetu que nunca, y esta vez será para siempre.

Que nadie crea que la exposición que finaliza el domingo 14 en Los Galpones sería un atisbo, una conjetura, una suposición y ya. Esa sublime reconstrucción de la saga de Juan Félix Sánchez sin Juan Félix Sánchez, de su trayectoria sin ninguno de los objetos de culto que lo identifican; esa inspiración visual en movimiento y luz, con los sonidos del río; esa recreación plástica a partir de la imaginación más exultante; ese registro del hallazgo con la inmortalidad más invencible, hecha con elegancia y dulzura es, señores, el comienzo. La búsqueda por Caracas de los troncos de árboles que evocan los caminos encrespados que recorrió el maestro y con los que queda armado un impenetrable evocador, toda la instalación que resume las tantas horas de grabación in situ –que suma diez días y sus noches por las montañas heladas y solitarias–, esa ilusión apasionada por saber del hombre, del hacedor, del ocurrente, esa traducción de la belleza con más de lo mismo, es decir, belleza –así es la puesta en escena que hemos visto con deleite, concebida en la testa voladísima de la diseñadora Daniela Henríquez– es apenas el comienzo de un proyecto de vida. “Mínimo estaremos produciendo y creando sobre Juan Félix Sánchez unos tres años”, calcula Adrián Geyer, realizador, fotógrafo, comunicador social, emprendedor, soñador y socio deLeandro Arvelo, actor y cineasta por la academia y la práctica, y entusiasta sin asomo de dudas de la faena creativa que capitanearán por etapas.

Viajaron, grabaron, sintieron, descubrieron, se asombraron, se abismaron y ya de vuelta de Mérida y de las alturas –escalaron hasta 4 mil 200 metros, hasta llegar a los recovecos nublados por donde deambularía Juan Félix Sánchez seguramente con los ángeles del cielo– anuncian la realización de un cortometraje, de un documental no clásico del cual tendrían rodado el 70 por ciento, y de una película de ficción basada, claro, en la vida de Juan Félix Sánchez el equilibrista, el mago, el inventor popular, el enamoradizo, el pensador, “el artista que inspira el arte”, el creador que detenta la autoría de una obra inmensurable y tan asombrosa como imposible de catalogar, que incluye “templos en piedra, sillas zoomórficas y ruanas de intrincados diseños, así como relatos y una planta eléctrica para su pueblo”. Y tendrán estas realizaciones cinematográficas, por locaciones, El Tisure, apartada zona paramera donde Juan Félix Sánchez hizo buena parte de su trabajo –la Capilla en piedra dedicada a José Gregorio Hernández– y San Rafael, el pueblo más alto de Venezuela y donde está su casa natal y la Capilla en piedra dedicada a la Virgen de Coromoto.

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“Todo comenzó cuando mi papá”, confiesa Adrián Geyer, “me habló del peligro del olvido, que ahora me parece imposible, impensable, y de que nuestra generación no tenía referencias de Juan Félix Sánchez, él, como fotógrafo, tuvo el privilegio de retratarlo. Decidí considerar su lamento como un desafío y persuadido de que podría resultar un esfuerzo interesante produje el viaje, la realidad es que me topé con un mundo fantástico del que no saldré en mucho tiempo”.

Gracias al apoyo de amigos –“especialmente generoso ha sido Denis Schmeidiler”–, patrocinantes, gente que hace maravillas por amor al arte, con pantallas planas y televisores de plasma prestados la exposición es un sueño a favor de una huella imborrable que traerá más rollo. Solo la bitácora de viaje es un acto de fe y poesía. También podría ser un libro esta historia, y la historia que está detrás de ella, que arranca cuando se difundió por primera vez en los años ochentas información sobre las hazañas de Juan Félix Sánchez. Ocurrió cuando un grupo de muchachos acampantes del Ministerio de la Juventud, entonces el explorador venezolano Charles Brewer Carías estaba a la cabeza, difundieron la buena nueva de que había una rara avis entre nosotros, un DaVinci bigotón que el científico de marras y descubridor de especies y cuevas, se apresuró a fotografiar.

Pueden ir a ver su huella este fin de semana. Huella que cada día es más grande y profunda y cuyos bordes estos jóvenes miden con devoción, registran convencidos sobre la arena. De huellas se trata. Como diría el propio Juan Félix Sánchez: “Hay que vivir con la idea de dejar un recuerdo, no por aspiraciones de nada, sino para que haya valido la pena”.