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José Martínez no está solo, por Efraín Ruiz Pantin

Goyito

José “Goyito” Martínez

KISSIMMEE, FLORIDA.- Siete peloteros de los Astros de Houston fueron enviados a las ligas menores la mañana del lunes. José Martínez no era uno de ellos y lo notó enseguida.

Los casilleros aledaños al suyo, casi todos pertenecientes a jugadores que, como él, llegaron como invitados al campo de entrenamientos de los Astros de Houston estaban destinados a bajar a las granjas, se estaban quedando vacíos.

Él seguía allí. Su locker, identificado con el número 73, que también lleva en la espalda, todavía estaba intacto. Cuando se lucha por sobrevivir a los cortes y aferrarse a la posibilidad de llegar por primera vez a las Grandes Ligas, la soledad es una buena noticia.

“Esto estaba full, hermano”, dice el pelotero, al que sus compañeros llaman Goyito, observando el lugar de reojo. “Mira cómo anda ahora”.

Cuatro años atrás, la noche del 14 de febrero de 2009, Martínez, entonces un jugador de ligas menores de los Cardenales de San Luis, también se quedó solo durante unos entrenamientos primaverales. Pero aquella vez no fue una buena noticia. Al contrario.

Esa madrugada lo despertaron con una llamada telefónica al apartamento que ocupaba en Jupiter, la localidad costera de Florida que sirve de sede primaveral de los Cardenales. Ese año se había ido temprano a Estados Unidos porque se estaba recuperando de una fractura de tobillo.

El muchacho, que por aquel tiempo tenía 23 años, quedó paralizado. Del otro lado de la línea alguien le estaba diciendo que unos malandros se habían metido a robar a su casa en Ciudad Alianza, cerca de Valencia. Esa no era la mala noticia.

Durante el robo, se armó una balacera y sus tíos lograron neutralizar a uno de los ladrones, sin percatarse de la presencia del segundo. Cuando este se dio cuenta de que habían capturado a su compañero, empezó a disparar. Asesinó a tiros a dos de los tíos de Goyito, Álvaro y Rodolfo Martínez, y a su abuela, Valentina Guzmán. Su padre, José Gregorio, también fue baleado y su vida pendía de un hilo.

En Jupiter, a Martínez sólo se le ocurrió irse corriendo al estadio a gritar desesperado para que alguien le ayudase a irse a Venezuela. Llegó a tiempo para ver morir a su papá.

Sin haber superado el dolor, el campocorto y segunda base volvió tiempo después a Estados Unidos. Practicando una mañana hizo un lanzamiento que le produjo un dolor muy fuerte en el hombro. Se había desgarrado el lábrum y debió ser operado.

Durante las dos próximas temporadas, 2009 y 2010, sólo pudo disputar seis encuentros. En el año 2011 los Cardenales lo dejaron en libertad. Su profesión, todo lo que sabía hacer, también se le estaba escapando.

“Con Él”, dijo, todo se puede.

José Gregorio Martínez está convencido de que fue Dios quien lo tiene hoy donde está, más cerca que nunca de completar el sueño de llegar a las Grandes Ligas.

Después de la tragedia, un tema del que entendiblemente no le gusta hablar demasiado –“ni pensar mucho en eso”, dice- se entregó al cristianismo.

“Fue algo duro, algo fuerte”, recuerda el proceso para salir de aquel hueco en el que estaba metido, “pero con el Señor todo se puede”.

Fue Dios, asegura, el que lo curó. Hubo un momento, después de la operación, en el que no podía tirar la pelota ni a 15 metros.

“Estuve haciendo terapia con Juan Diego Aular, un muy buen kinesiólogo, que me ayudó mucho”, recuerda con una energía sorprendente. “Pero de verdad fue Dios quién me sanó. De la noche a la mañana ya podía tirar a la pelota a donde sea”.

Si usted cree o no en milagros está lejos de ser el punto. Lo importante es el camino recorrido por Martínez hasta llegar a donde está hoy.

En ese trayecto también recibió un importante empujón de su madre y de su esposa, Natalie, con quien tiene una hija de cuatro años, Valeria.

“Nunca dejó que yo bajase la cabeza”, dice de su señora. “Siempre me empujó a hacerlo”.

Ya levantado, volvió a conseguir un contrato en Estados Unidos para la temporada de 2012. Jeff Luhnow, la misma persona que como director de ligas menores de los Cardenales le había firmado al profesional en noviembre de 2004 y había tenido que dejarle libre en 2011, había sido nombrado gerente general de los Astros de Houston.

Luhnow sabía que Martínez no era el pelotero más talentoso de todos. Nunca lo fue. “Nadie quería darle la oportunidad”, dijo Wilmer Becerra, el scout de San Luis que lo descubrió en 2004, en una entrevista ofrecida en 2007 al portal de los Tigres de Aragua.

Sus atributos eran otros. Podía brindar buena defensiva en todo el infield, una ética de trabajo incuestionable y una energía superlativa que puede levantar al más pesimista y servir de ejemplo para los jugadores de las filiales de los Astros.

“Hay peloteros que tienen mucho talento, más talento, pero no van llegar porque no se entregan”, indica Kevin Goldstein, director de scouts de los Astros. “Fajarse todos los días es realmente importante aunque mucha gente no le de el valor que se merece. Es un mensaje que queremos mandar, que estamos aquí para trabajar, trabajar y trabajar.”

“¿Has pasado tiempo con él?”, pregunta Goldstein. “Es un tipo que trae mucha energía. Es como si saliese disparado de una lata de refrescos. Valoramos mucho eso. Ha abierto muchos ojos”.

Durante un juego esta primavera con el equipo grande de Houston, el manager Bo Porter pudo ver de primera mano a qué se refería Luhnow cuando le hablaba de la inteligencia del pequeño pelotero venezolano.

En un juego ante los Nacionales en el que Martínez estaba defendiendo la tercera, Porter ordenó correrse al infield hacia la derecha para hacer una formación defensiva especial contra el zurdo Adam LaRoche.

“Cuando practicamos esa jugada es responsabilidad del cátcher decirle al pitcher que si el corredor se va él debe ir a cubrir tercera”, explicó Porter. “José Martínez, al minuto que la ordenamos, antes de partir de tercera, fue al montículo y le dijo al pitcher”.

“Es un jugador muy, muy inteligente”, resume el manager. “Sabe lo que está haciendo y lo que los demás están haciendo”.

Martínez le respondió las gracias a Luhnow bateando .304 y ganando el premio al Jugador Más Valioso de la Liga Sureña, categoría Doble A. Hasta se ganó un ascenso a Triple A. En Venezuela, en la temporada 2012-2013, bateó .287 y pegó siete dobles y cuatro jonrones para los Tigres de Aragua.

Esta primavera ha mantenido el mismo ritmo. Completada la jornada del martes, el pelotero de 27 años estaba bateando .333 (de 24-8) con dos dobles, un triple y una base robada.

Que comience la temporada con los Astros como uno de los utilities del club, o que al menos sea ascendido durante el transcurso del año, ya no parece ninguna quimera.

“Yo creo que sí”, asiente Luhnow. “Él ha impresionado mucho con la actitud y la profesionalidad que tiene, cada turno que toma. Tiene chance finalmente de tomar unos turnos a nivel de Grandes Ligas”.

Porter no descarta que pueda estar arriba el mismo día inaugural: “Sigue aquí, ¿no? Todo el mundo que está aquí tiene un chance”.

El carabobeño sabe que hasta que no esté en el Minute Maid Park para el primer juego de la campaña ante Texas no habrá nada seguro. Pero a estas alturas es imposible evitar emocionarse.

“Nosotros como seres humanos vivimos de ilusiones, vivimos de tratar de alcanzar lo que está más arriba”, dice Goyito. “Yo me hago la ilusión, más conservo mi condición, la calma, lo que debo hacer. Continúo con el mismo respeto, el mismo trabajo duro”.

Entregarse completo en lo que hace es la única manera de hacer las cosas que conoce. Fue la más importante enseñanza que le dejó su padre. Según su forma de ver la vida no dar todo sería traicionar a quienes han confiado en él.

“A mi familia, a Dios, a mis compañeros, mis coaches”, enumera a sus acreedores. “Esto es lo que hago, lo que me gusta, para lo que Dios me bendijo. Venir aquí y no dar el ciento diez mil por ciento sería faltarles el respeto. Eso fue algo que me enseñó mi padre, que el trabajo se respeta, se toma con responsabilidad. Del trabajo duro, de esforzarte, es de donde vienen los frutos”.

Pregúntele cuánto desea llegar a las Grandes Ligas y Martínez le pondrá un ejemplo. “Imagínatelo del uno al 10”, pide alzando una mano. “Bueno, yo quiero el 20”.

Ahora, cuando está cerca de cosechar todo ese empeño que puso para levantarse tras aquella madrugada negra, Martínez no está solo en su lucha. Todo el que le conoce o ha escuchado su historia está empujando por él.

La lista incluye peloteros como su compatriota José Altuve, quien dice que verle hacer el equipo es “es una de las cosas que más quiero”.

“Es un ejemplo a seguir”, le describe el segunda base. “No todo el mundo sale de donde salió él, de las cosas que le han pasado, y seguir jugando con la misma actitud. Merece esa oportunidad”.

Goldstein confiesa que aunque su trabajo y el de sus colegas en las oficinas de los Astros sea dirigir a un equipo de Grandes Ligas y tomar decisiones objetivas es imposible no querer que Martínez se quede.

“No puedes separar las dos cosas. Tratas, pero sabes lo que pasó y obviamente estás aupando por él”, dice del proceso de toma de decisiones. “¿Cómo no hacerlo? Somos seres humanos y tenemos corazón”.

Luhnow advierte que de producirse el ascenso “sería algo que él merece, nadie se lo está dando. Es algo por lo que él ha trabajado mucho. Tomó la tragedia y lo usó como motivación. Sería un historia magnífica”.

Llegar a las Grandes Ligas no le devolverá a su papá y a su abuela. Tampoco a sus tíos. Lo que pasó el 14 de febrero del 2009 no lo borrará nada.

Pero si se produce el ansiado llamado, Martínez estará acompañado. Cuando llegue la hora, ya sabe que le dará primero las gracias a Dios. Después recordará a su esposa y a su hija. Y pensará especialmente en los que ya no están con él.

“Pensaré en mi padre, en mi abuela, en mis tíos”, dice sin perder la sonrisa de la cara, con la mirada alumbrada de fe. “Pensaré en mi familia en general”.

Esos lockers que le rodean pueden irse vaciando. No tiene importancia. José Gregorio Martínez no está solo.

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Texto publicado en Meridiano